Los violentos sucesos que dieron lugar a la Revolución Francesa y los resultados sociales de aquellas sangrientas algaradas son el centro temático de una nueva exposición de Chema Cobo, el pintor tarifeño afincado en Alhaurín el Grande, que tomará la Alianza Francesa desde el 25 de enero y hasta el 25 de marzo con ‘La vertu tue’ (La virtud mata).

Esta nueva propuesta recogerá 25 obras, la mayoría recién creadas por el pintor y otras rescatadas de otro tiempo, para junto a una intervención con Maria Antonieta de protagonista recurrir al sarcasmo, la doble lectura, la paradoja, el lenguaje procaz y a la vez sutil y filosófico que caracteriza a este esquizo ya atrapado en los libros de Historia del Arte español como uno de los maestros de la Nueva Figuración Madrileña.

Cobo vendrá a reflejar la vigencia de algunos estereotipos y clichés manidos de aquellos turbulentos días y a trazar en el intelecto del espectador paralelismos con los que vivimos ahora, “donde las guillotinas son las redes sociales”, ha dicho. Ése será sólo uno de los anatemas de esta poliédrica exposición que reincide en una materia que se resiste a abandonar su biografía artística desde los 80, cuando este acontecimiento ya se convirtió en motivo de pensamiento y crítica por el autor.

“Me suelo acercar a la Revolución Francesa no como hito histórico sino como hecho capaz de generar símbolos y de reflexionar sobre la libertad o la igualdad, entre otros temas. Es obvio que tras aquello se vivió un cambio cualitativo que tardó en llegar y cuyo mundo resultante parece que ahora se colapsa. Se puede rastrear cómo la razón trajo beneficios pero también contradicciones”, ha anticipado.

En la muestra, en la que hay otras referencias claras a personajes célebres de aquellos días como Robespierre o Marat, a la guillotina, a los derechos conquistados o a la violencia y la sangre derramada, se mezclan los más altos valores y las más bajas pasiones como una dualidad que es inmanente al ser humano.

Cobo recurre a elementos habituales de su código estético como la máscara, los juegos de lenguaje y aforismos, el baile de planos y la transparencia, como ingredientes de un truco que inocula en el espectador la sombra de la duda, el desconcierto y la sorpresa. Como si de un prestidigitador se tratase, el artista muestra, oculta y sonríe al mismo tiempo, interroga al espectador y lo noquea, haciendo uso del estilo ácido y la densidad intelectual que caracterizan su carrera.