En las Calanques de Marsella, uno de los parajes naturales más bellos del sur de Francia, existe una cueva única en el mundo y que desafortunadamente está abocada a su desaparición.

En 1985, el submarinista profesional Henri Cosquer (cuyo apellido da nombre a la cueva) descubrió por casualidad a 37 metros de profundidad bajo el mar la entrada de la gruta, con un túnel bajo agua de unos 160 metros de largo que recorrió hasta llegar a una sala en parte inundada.

Revelando unas fotos se dio cuenta de que en una pared había pintada una mano con tres dedos, por lo que volvió junto con unos amigos, descubriendo más de un centenar de piezas pintadas donde destacan la representación de una gran diversidad de animales terrestres, focas, pingüinos, 55 manos y otros trazados y signos geométricos.

Durante seis años, Henri Cosquer estuvo visitando la cueva submarina junto con sus amigos sin ponerlo en conocimiento público, hasta que ocurrió una desgracia: tres submarinistas murieron accidentalmente en el pasillo de entrada a la cueva.

En 1991, Cosquer dio parte a las autoridades, y expertos e historiadores determinaron que esta cueva pudo ser usada como un santuario entre el 27 000 y el 19 000 a. C., antes de verse inundada por la subida del mar, que por aquel entonces estaba 120 metros por debajo del nivel actual.

La cueva se cerró al público por su peligroso acceso y con el fin de conservarla, a pesar de que algún día acabará desapareciendo por la paulatina subida del nivel del mar, y los cientos de obras pictóricas quedarán sepultadas bajo el agua para siempre.

En junio de 2022 abrió sus puertas al público en la Villa Méditerranée de Marsella una fiel reproducción de la cueva para que, de alguna forma, esta pueda quedar inmortalizada.

Más información sobre la cueva de Cosquer en la web de la oficina turística de Marsella.

 

Texto: José Carlos Valderrama