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Arrogante, superficial, genial, excesivo, pretencioso… son sólo algunos de los adjetivos que se han utilizado para definir al cineasta franco-canadiense Xavier Dolan (Quebec, 1989). Su obra no se presta a la unanimidad de opiniones: amas su cine o lo odias. Abanderado LGTBI y amante de la cultura pop de los 90, este joven talento creció delante de una cámara y nunca más se separó de ella. Escribe, produce, dirige y, en ocasiones, protagoniza sus películas. Con sólo 29 años acaba de dar el salto a Hollywood con el estreno de su séptimo trabajo, La vida y muerte de John F. Donovan (2018), para lo que se ha rodeado de la élite del star system americano.

Su obra gira en torno al amor en todas sus vertientes: maternofilial, fraternal o romántica. Y siendo este el gran leitmotiv de sus películas, los personajes que nos ofrece no se salvan a través de él, sino que los condena, los maltrata y los destruye. El director se siente cómodo explorando las relaciones familiares y apela a los espectadores a través ellas porque casi todo el mundo conoce y sufre en su propia piel a la familia. Lo que Dolan nos muestra en la pantalla nos concierne irremediablemente y él nos lo ofrece sin mesura.

“Prefiero ser referido como un joven talento precoz de Quebec a no ser referido en absoluto”

— Xavier Dolan

Los apegos feroces.
De cómo ajustar cuentas con la madre.

La figura de la madre es un elemento omnipresente en la obra del quebequés. Con ella inicia su carrera presentando en Cannes su ópera prima Yo maté a mi madre (2009), película con un alto contenido autobiográfico, que narra la convulsa relación entre Chantal (Anne Dorval) y su hijo Hubert (Dolan) de 16 años. La madre no entiende al hijo, tan pasivo y hermético; el hijo odia a la madre, tan exasperante y simplona. Aunque la película parte de una premisa sencilla, los personajes, a pesar de los gritos, desarrollan diálogos mordaces y los ubica en el centro de una atmósfera cargada de magnetismo y profundidad psicológica.

El cineasta deja claras cuáles van a ser sus intenciones como director en este debut. Personajes intensos, una estética vintage rayana en lo kitsch, momentos musicales casi épicos, primeros planos dramáticos en blanco y negro, continuos guiños a la literatura y a las artes plásticas; sólo hay que ver el homenaje que Hubert y su chico dedican a Pollock mientras pintan una pared y se besan apasionadamente en stopmotion.

En su cuarta película, Mommy (Premio del Jurado en Cannes, 2014), vuelve a sumergirnos en una relación madre-hijo aunque desde una perspectiva más madura y más benevolente. La magnífica Anne Dorval vuelve a ser protagonista representando a Diane, madre de Steve (Antoine-Oliver Pilon) en un Canadá ficticio donde los padres pueden ceder la custodia de los hijos problemáticos al Estado. Aunque Steve sufre TDAH y su comportamiento es impulsivo y violento, Diane decide que su amor por él será suficiente para salvarlo, aunque finalmente no lo sea. Ambos encuentran apoyo en Kyla (Suzanne Clément), una vecina que resulta ser el contrapunto perfecto en este triángulo tan lleno de traumas y dolor.

La mayor peculiaridad de Mommy es el formato en el que está rodada (1:1). La pantalla se convierte en un elemento narrativo más que se sincroniza con los personajes expandiendo y cerrando el campo de visión en función de sus emociones. Gracias a este recurso Dolan consigue erizarnos la piel a ritmo del Wonderwall de Oasis en una de las escenas más deslumbrantes de su obra.

El amor nos hará libres (o no).
De cómo lidiar con la frustración del amor romántico.

En Los amores imaginarios (2010) nos sumergimos hasta el fondo de un excéntrico triángulo amoroso compuesto por Marie (Monia Chokri) y Francis (Dolan), amigos del alma, que se enamoran perdidamente del escurridizo y ambiguo Nicolas (Niels Schneider). La competición entre Marie y Francis por conseguir su atención roza lo ridículo a través de peleas en pleno bosque, miradas afiladas o rituales de belleza previos a la cita a cámara lenta con el Bang bang de la italiana Dalida de fondo. Pero Dolan es un esteta nato y hace de lo cotidiano extravagancia y la comicidad, entonces, se convierte en puro lirismo. Voilà.

Si en la anterior el amor era imaginario, en Laurence Anyways (2012) es demasiado tangible. Dolan continúa explorando las relaciones amorosas y la sexualidad a través de la historia de Laurence (Melvil Papaul), mujer transgénero en busca de su identidad, y su novia Fred (Clément). En casi tres horas de duración, el director condensa toda una década vivida por sus protagonistas. Una epopeya narrada a través de encuadres preciosistas, color explosivo y momentos musicales cercanos al videoclip. Al mismo tiempo, consigue exprimir al máximo la energía de los dos actores principales y el resultado es un drama romántico tan bello como triste pero, por encima de todo, singular.

Los demonios internos.
De cómo luchar contra la culpa.

El  largometraje de su filmografía está basado en la pieza teatral de Michel M. Bouchard Tom en la granja (2013) y es, sin duda, el que más difiere del resto de su obra. Sin renunciar a su estilo ni a su sensibilidad estética, el director nos sumerge en una  atmósfera oscura y húmeda cercana al thriller psicológico y con elementos del noir. Tom (Dolan) llega al pueblo de su difunto novio para asistir a su funeral. Allí descubre que la madre (Lise Roy) y el autoritario hermano (Pierre-Yves Cardinal) de su pareja ignoraban su homosexualidad y nunca habían oído hablar de él. Atrapado por la presión de la familia y su propio dolor, como en una especie de Ángel exterminador rural, Tom no puede abandonar la granja. En este contexto la construcción de los personajes, que luchan continuamente contra sí mismos y su sentimiento de culpa, adquiere una mayor profundidad. A partir de esta película empieza a advertirse una evolución narrativa en el trabajo del director, que cambia de registro y se aleja de los melodramas anteriores.

En su cuarto filme, Tom en la granja, se advierte una evolución narrativa en el trabajo del director, que cambia de registro y se aleja de los melodramas anteriores.

Ya nos advirtió Tolstoi aquello de la singularidad de las familias desgraciadas. Que todos arrastramos el dolor de la nuestra lo vuelve a dejar patente Xavier Dolan en su sexta película Sólo el fin del mundo (2016), adaptación de la obra de teatro homónima de Jean-Luc Lagarce. En ella, un escritor (Gaspard Ulliel) vuelve a la casa familiar después de 12 años de ausencia y breves postales esporádicas para anunciar su muerte. Sin embargo, el peso de la culpa, de lo que no se dice y de lo que se dice a gritos, desborda la situación en un clima asfixiante propiciado por los continuos primeros planos en los que encierra a los protagonistas y que desnaturalizan la interacción entre ellos. En este film, gran premio del Jurado en Cannes, el joven director se rodea de grandes nombres para dar vida a sus personajes (Lèa Seydox, Marion Cotillard, Vincent Cassel) y los conduce hacia situaciones de histeria desmesurada mezcladas con grandes momentos musicales, tal y como nos tiene acostumbrados. Esta película quizás sea la película más Dolan de todas.

Con todos los altibajos propios de una carrera precoz, casi apresurada, la realidad es que Xavier Dolan tiene una mirada tan provocadora desde sus inicios que sólo cabe esperar sus próximas entregas con la ilusión de ver cómo tratará de superarse a sí mismo una y otra vez. Cómo seguirá abordando el drama, la familia o el amor. Y con qué música va a tranquilizarnos y decirnos que, pase lo que pase, para cada momento siempre existirá la canción perfecta.

Todos los films de Xavier Dolan están disponibles en Filmin, y han sido editados en España por Cameo.