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Aprovechamos la cuadragésima edición de los Premios César para rescatar la figura de Alice Guy: la mujer que ideó, dio forma y desarrolló la narrativa de ficción en el cine.

Recuerdo de Alice Guy Blaché

Que el cine es un producto cultural que se compra y se vende es algo que todos tenemos claro. En el inconsciente colectivo, la cinematografía está arraigada como una de las disciplinas artísticas más costosas. Probablemente lo sea. Sacar adelante una producción y llevarla hasta una sala de cine es una empresa titánica que termina en disgusto mucho más a menudo de lo que pensamos quienes no nos dedicamos a ello.

La cantidad de personal, esfuerzo, dedicación y entrega que requiere levantar una película es inimaginable, a menos que se trabaje en una. Por eso, cualquier dificultad añadida a una actividad ya de por sí dificultosa parece siempre la gota que colma el vaso. Aunque, después, el vaso sea más hondo de lo que pensamos.

Este fue el espíritu que se respiró en la última gran noche del cine francés. Evidentemente, la pandemia de coronavirus ha estado una vez en el centro de donde nadie querría que estuviera. Y es que los premios César 2021 han tenido como protagonista el fantasma de todas las películas que no se han hecho en el año 2020.

Los premios César 2021 piden un poco de norte

En los premios César, homólogos a los premios Goya en España, se premian las mejores películas de temporada anterior. Uno de los requisitos para optar a cualquiera de los galardones es que la película en cuestión haya sido estrenada en cines francesas durante el periodo previo. Esta es una de las dificultades añadidas que mencionábamos antes, ya que, de los doce meses de 2020, las salas de cine francesas han estado cerradas ocho.

El malestar por las estrictas restricciones impuestas sobre el sector cultural y las discrepancias con Roselyne Bachelot, Ministra de Cultura, se hicieron con el protagonismo de la gala. El cine francés pide un poco de norte para navegar la tormenta de la pandemia sin naufragar en el intento.

Al igual que todos los demás sectores sociales, las artes también están sufriendo las consecuencias de lo que ya es el segundo año de pandemia. Más allá de medidas políticas y sanitarias, lo único que podemos hacer los consumidores de cultura y amantes del cine, es esperar.

Mientras esperamos a que la industria recupere su ritmo para seguir disfrutando de uno de los mejores cines del mundo, aprovechamos para traer a la luz a la madre del cine. La primera persona que vio un cinematógrafo y pensó en filmar algo salido de su imaginación en lugar de simplemente documentar la realidad fue una mujer francesa.

Alice y un tigre

Alice Guy en el país del cine

Resulta que Francia es el país más cinéfilo de Europa. Hasta el año 2019, tenían el mayor número de salas de cine, de espectadores y de estrenos anuales: hasta 700 cintas estrenadas cada temporada. Podemos, por el bien de la narración, pensar que no es casualidad que la primera persona en dirigir una película de ficción nació en Saint-Mandé, a las afueras de París, en 1873.

Decir que Alice Guy fue una pionera resulta reduccionista. El diccionario define el adjetivo pionera como persona que da los primeros pasos en alguna actividad humana. Alice Guy no dio los primeros pasos en la ficción cinematográfica: se inventó el cine. No exploró ni descubrió un territorio desconocido: lo dibujó ella misma, sin brújula ni mapa ni rastro de migas que seguir para volver en caso de pérdida.

Descubrir una cámara de cine como objeto de creación es algo que interpretamos como la propia naturaleza del artefacto. Lente y creación parecen dos conceptos indivisibles que se definen el uno al otro. Y, sin embargo, en la concepción del aparato tan solo se escondía la intención de documentar el movimiento, en el marco de una época positivista que si bien veía su fin todavía encontraba nicho y refugio en los avances tecnológicos de finales del siglo XIX.

Para saber si el uso de una cámara como realizadora de sueños fue serendipia o intención, habría que leer las memorias de Alice. La edición original reposa en la Biblioteca Pública de Boston, la versión en papel es difícil de conseguir, y la traducción al castellano más todavía.

Chile, Suiza, Francia, internados, y Gaumont

Alice fue la única de los hermanos Guy en nacer en Francia. Su padre tenía una editorial en Chile, y su madre era una pequeño-burguesía parisina. Se casaron en 1865. La familia vivía en Valparaíso cuando una epidemia de viruela los convenció rápido para mudarse a París, donde nació Alice en 1873.

Probablemente fue hija ilegítima, o al menos eso pensaba su padre, que se volvió a Chile unos días después de su nacimiento. Su madre lo siguió unos meses más tarde, y Alice fue enviada a vivir con la abuela materna a Suiza.

Las circunstancias o indecisiones paternales llevaron a la joven Alice en barcos de ida y vuelta de Sudamérica a Europa durante varios años, hasta que en 1879 fue internada en el colegio de monjas donde estudiaban sus hermanas mayores, a los pies de los Alpes franceses.

Cuando tenía dieciocho años, en 1891, estudió mecanografía para apoyar a su recién enviudada madre, y encontró trabajo enseguida como secretaria de un tal Léon Gaumont, que trabajaba entonces en la Comptoir général de la photographie.

 

Para cuando Gaumont se hizo con la empresa, Alice ya había demostrado que el puesto de secretaria le venía tan pequeño como un dedal de sombrero. Había cultivado relaciones con los Lumière, Georges Demenÿ, Gustave Eiffel, y, en definitiva, con cualquiera que estuviera inventando cosas en la Belle Époque.

En 1895, pidió permiso a Gaumont para grabar su primera película. Este, por suerte, se lo concedió. Guy filmó La fée aux choux, y desde entonces se convirtió en la directora de producción de Gaumont. Compaginaba su labor de productora con la dirección de ficción. En sus primeras cintas, se dedicó a explorar las posibilidades estéticas que el movimiento y la imagen ponían al servicio de la narrativa.

En 1906 hizo su primera película de gran presupuesto, empezó a usar el cronófono, y se inventó algunos de los efectos especiales que se usaron durante décadas posteriores.

Cartel de una de las películas producidas por The Solax Company

Blaché, Simone, y The Solax Company

En 1907, cuando ya llevaba más de diez años trabajando para Gaumont, Alice se casó con Herbert Blaché. El joven matrimonio se trasladó a Estados Unidos, donde ambos trabajaban para la sede norteamericana de la compañía.

Tres años más tarde, la pareja Guy-Blaché decidió armar su propia fiesta y abandonaron la madre nodriza para fundar su propio estudio. The Solax Company se convirtió en el estudio más grande de la América pre-Hollywood.

Con la sede de su compañía en Nueva York, Blaché era el jefe de producción del estudio, mientras que Alice era la directora artística y creativa. La pareja tuvo dos hijos, Simone y Reginald, y Alice los criaba mientras seguía dirigiendo entre dos y tres películas a la semana.

En 1913, hizo a su marido presidente de The Solax Company, con la intención de concentrarse en la escritura y la dirección. A finales de la década, sin embargo, Blaché dejó a su familia en Nueva York para irse a perseguir una carrera en Hollywood.

Sola y con dos niños pequeños, Alice casi pierde la vida por la gripe española en 1919. Ese mismo año, la nave donde The Solax Company almacenaba todo su material se incendió, y en 1921 tuvo que subastar todo lo que tenía para poder salir de la bancarrota.

La deuda que tenemos con el hada de los repollos

La primera película de ficción de la Historia de la Humanidad se llama «La fée aux choux» (o «El hada de los repollos»), y se filmó en 1896. Representa una leyenda popular francesa, según la cual los niños nacen de los repollos, y las niñas de las rosas.

Fotograma de "La fée aux choux", la primera película de ficción de la historia

Fotograma de «La fée aux choux», la primera película de ficción de la Historia.

 

Fue la primera vez que se empleó a una actriz para ser filmada con un guion previo. El trabajo de producción artística no tiene nada que envidiarle al audiovisual del siglo XXI. Alice Guy inauguró la figura que hoy conocemos como Dirección de Producción. Experimentó con la ciencia ficción. Dirigió más de 1.000 cintas. Estrenó el primer film con un casting íntegro de actores afroamericanos.

El 14 de marzo de 1920 se estrenó Tarnished Reputations, la última película de Alice Guy. Tras perder su estudio, volvió con sus hijos a Francia en 1922. Nunca volvió a trabajar en cine.

En 1930, Gaumont publicó una historia de la compañía donde no la mencionaba. Alice le pidió que enmendara el error, cosa a la que Gaumont accedió. Tardó dieciséis años en publicar la versión corregida. Su hijo, Louis, trató de enmendar las omisiones del padre, organizando en 1954 un discurso titulado: Madame Alice Guy Blaché, la primera mujer cineasta.

Como suele ocurrir con las narrativas que dejan un poso lejano de justicia poética, la historia de Alice terminó siendo fijada para la posteridad por su hija Simone. Esta la ayudó a escribir sus memorias y tradujo el manuscrito al inglés. Además, cuidó de ella hasta su muerte, en 1968, a la edad de 95 años.

Fotografía de Alice Guy en los años 60

Alice Guy llegó a ser una artista reconocida durante sus años en activo. Pero en cuanto apagó la cámara, los Méliès, Griffiths y Lumières del mundo extendieron sus imágenes de genios pioneros sobre la figura de Alice, que se pasó los últimos treinta años de su vida intentando infructuosamente recuperar las primeras cintas de su carrera, perdidas por los archivos de Europa y Norteamérica.

La constancia que nos queda de su obra se encuentra en su mayoría en crónicas de la prensa. Imaginamos que para la paz de su credibilidad, los periódicos y revistas de la época dejaron un registro escrito de las proezas de esta genia, que no fue la primera mujer cineasta, sino la primera cineasta, a secas.