Paul Gauguin, el Mata Mua y la eterna polémica
jueves, 16 julio 2020
La polémica por la salida a subasta del ‘Mata Mua’ de Gauguin nos sirve de excusa para repasar la figura de uno de los artistas franceses más influyentes del siglo XIX.
Desde el pasado 8 de junio el Mata Mua (Érase una vez), una de las piezas capitales del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, ya no se encuentra en la sala dedicada a los impresionistas y posimpresionistas de la pinacoteca. El óleo, pintado por Paul Gauguin en 1892 y valorado en más de 40 millones de euros, se encuentra actualmente en el extranjero para ser subastado.
La pintura ha sido la protagonista de una nueva desavenencia entre Carmen Cervera, propietaria del cuadro, y el Gobierno de España sobre el alquiler de la colección, disputa que ambas partes mantienen desde hace más de dos décadas. La salida del cuadro supone una enorme pérdida para la colección y una decepción para los visitantes del museo.
Gauguin: breve biografía de un corredor de bolsa
El eterno debate sobre si se debe separar al artista de su obra o si ambos conforman un todo indisoluble se vuelve inevitable cuando se profundiza en la vida del pintor parisino. La polémica y la leyenda negra siempre han rodeado a Paul Gauguin. Su existencia se ha asociado a escándalos sexuales, enfermedades o problemas judiciales, pero sobre todo se le ha identificado como el genio que marcó un antes y un después en el arte del siglo XX.
Nació en París en 1848 y a los cuatro años huyó con su familia a Lima tras el golpe de estado de Napoleón III. Durante su adolescencia se enroló en la marina mercante y no regresó a París hasta 1871, donde empezó a trabajar en una empresa financiera, se casó y llevó una vida acomodada como corredor de bolsa.
Fue durante este periodo cuando empezó a interesarse por el arte. Tomó clases de pintura y comenzó una colección con obras impresionistas de Manet, Cézanne , Monet o Pissarro. Con este último desarrolló una amistad que le permitió participar en una de las muchas Exhibiciones Impresionistas que se realizaban por entonces (1880).
Tras un desplome de la Bolsa parisina, Gauguin olvidó los números y las monedas para dedicarse en cuerpo y alma a la pintura hasta que, arruinado, abandonó a su esposa e hijos en Copenhague, donde residían entonces. Desde ese momento vivió en la miseria y se sintió rechazado por una sociedad a la que él mismo aborrecía.
Dos acontecimientos marcarían un punto de inflexión en su producción artística: su encuentro con Vincent van Gogh, que dio como resultado una relación marcada por la admiración y la rivalidad mutuas -más por lo segundo que por lo primero-, y su primer viaje a Martinica.
“¡Soy un gran artista y lo sé!”, gritaba a menudo Paul Gaguin.
En la colonia francesa descubrió un paisaje nuevo, exótico y repleto de los estímulos sensuales. También halló una sociedad indígena en convivencia con la naturaleza más exuberante de la que quedó prendado. Gauguin sintió urgencia por conectar con lo primitivo y exploró este camino en sus lienzos, lo que supuso una ruptura total con el impresionismo. Alejándose del naturalismo de estos y abandonado el nido para siempre, Gauguin aumentó la intensidad de su paleta para ponerla al servicio de una narrativa tribal cargada de símbolos.
Tahití, destino dorado
Finalmente se marchó a Tahití para convertirse “en un salvaje, un lobo en los bosques, sin collar”. En un encuentro con el periodista Jules Huret, de L’Echo de Paris, Gauguin afirmó que se iba para encontrar la paz, para liberarse de la influencia de la civilización. “Solo quiero crear un arte que sea sencillo, muy sencillo. Hacer lo que necesito para renovarme a mí mismo en una naturaleza que no haya sido arruinada: solo quiero ver salvajes, vivir como ellos, sin más preocupación que sacar a la luz, como un muchacho, lo que mi mente conciba, con la sola asistencia de medios de expresión primitivos”.
Produjo entonces numerosas obras inspiradas en la luz, la población y las leyendas de la Polinesia. Cuadros llenos de voluptuosas jóvenes semidesnudas, coloridos y sencillos. Gauguin quería vivir y narrar la vida prehistórica, y lo hizo, paradójicamente, con las técnicas pictóricas más modernas de la vanguardia parisina. Sirva esto como ejemplo de la propia naturaleza contradictoria del artista.
El resultado fue una serie de pinturas estilizadas y decorativas a partir de bloques de color bidimensionales que evocan un paraíso tropical en calma visto a través de los ojos de un converso frustrado porque, en realidad, siempre sería un occidental, un turista.
Sin embargo, su compromiso con esta nueva sociedad era firme. Ni su producción artística, ni sus numerosos conflictos personales, ni tampoco su enfermedad (se sospecha que se trataba de la sífilis), fueron un impedimento para enfrentarse una y otra vez a las autoridades locales en defensa de las comunidades indígenas.
La importancia del Mata Mua (y de su pérdida)
Solo un año después de llegar a Tahití pintó el conocido óleo Mata Mua, que en lengua maorí significa Érase una vez. La realidad es que este cuadro narra el paraíso idílico que no llegó a encontrar. Tahití no era la Arcadia soñada ni el edén libre que Gauguin esperaba. En 1891 quedaban pocos vestigios de la cultura primitiva y el control de la administración colonial y de la Iglesia habían prohibido las danzas y los ritos nativos.
En el cuadro se aprecia un valle donde tres mujeres bailan alrededor del ídolo Hina, la deidad de la luna, que se eleva sobre la vegetación. Mientras, en un primer plano, dos jóvenes descansan sobre la hierba. Un árbol divide la escena: por un lado el sensual ritmo de los tambores; por otro la calma y el reposo de los vestidos blancos y las flores.
Esta genial obra de arte fue una de las últimas adquisiciones del barón Thyssen y es, sin duda, la joya de la corona heredada por la baronesa. Ha estado expuesto durante muchos años en el Thyssen-Bornemisza y su pérdida supone una fragmentación más en una colección ya bastante mutilada. Javier Arnaldo Alcubilla, conservador y jefe de investigación del Thyssen hasta 2011 explicaba que «es completamente excepcional encontrar piezas de Gauguin de ese calibre, del periodo de Tahití, por eso es particularmente valioso»
Dónde terminará la pieza es algo que aún no se sabe. Lo que es seguro es que desde que los museos volvieron a la vida después del estado de alarma, la sutil retirada del cuadro ha sido interpretado por muchos como un golpe bajo. Puede que aun no esté todo perdido, puede que el Mata Mua vuelva a Madrid si se llega a un nuevo acuerdo con el Ministerio de Cultura.
Gauguin en la cultura
La vida del pintor parisino siempre ha suscitado fascinación, incluso en ámbitos no relacionados directamente con las artes plásticas. En 2017, por ejemplo, el director francés Edouard Deluc llevó al cine el exilio voluntario del artista bajo el título Gauguin: Voyage de Tahiti. El filme, protagonizado por un camaleónico Vincent Cassel, recibió críticas dispares (aunque en su mayoría fueron positivas) centradas especialmente en la blancura a la que está sometido el biopic.
En el mundo de las letras también se ha visitado en numerosas ocasiones la figura del artista. Se han publicado varias biografías en diferentes idiomas. La autora Ángeles Caso publicó en 2012 Gauguin. El alma de un salvaje bajo el sello Lunwerg.
El volumen, ilustrado y editado en tapa dura, resulta interesante no solo por la calidad literaria del texto y lo riguroso de la investigación previa por parte de la escritora. Es interesante, además, por los capítulos adicionales que se han insertado tras la propia biografía en los que aparecen las obras del pintor así como algunas fotografías acompañadas por textos de su propia pluma. Estos son fragmentos de las cartas que le enviaba a Matte, su esposa de origen danés, a Émile Schuffenecker, Émile Bernard o Vincent van Gogh entre otros. Reflexiones, pensamientos y descripciones de lugares. Al fin y al cabo, quién mejor para narrar su vida y sus pensamientos que él mismo.
Aunque, para eso, nada como adentrarse en su autobiografía Oviri: Écrits d’un sauvage (Folio. Essais), publicada en español por Akal con traducción de Marta Sánchez-Eguibar y titulada Escritos de un salvaje. A través de los textos recogidos en este libro, la mayoría escritos durante su estancia en los Mares del Sur, podemos profundizar en el pensamiento del genio irreverente que revolucionó el arte en Europa durante las últimas décadas de 1800 dejando tras de sí un legado incomparable.
Solo cabe esperar que el Mata Mua vuelva a casa y que podamos sumergirnos de nuevo -o por primera vez- en ese paisaje brillante y sugerente que Gauguin ideó a través de sus pinceles.