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Abdellatif Kechiche (Cuscús, La vida de Adele) rinde un homenaje cargado de nostalgia y erotismo a los amores de verano y al hedonismo post-adolescente en su nueva película.

Se puede decir que el director franco-tunecino ha hecho doblete este otoño con su último trabajo Mektoub, My Love: canto uno (2017), la primera parte de lo que promete ser un díptico o trilogía separada en cantos del nuevo universo juvenil de Kechiche. Tras recibir un homenaje a su trayectoria y hacerse con la Palmera de Honor en la pasada Mostra de Valencia, el director estrenó el filme -por primera vez en España- en la última edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla, donde también recibió el Giraldillo de Honor.

Luces y sombras.

Kechiche pasó un tiempo en una especie de exilio mediático voluntario después de la controversia que suscitó en 2013 con el largometraje La vie d’Adèle. Las explícitas y prolongadas escenas de sexo entre las protagonistas, interpretadas por Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux, y el trato despótico que -según declararon las actrices más tarde- recibieron por parte del director durante el rodaje, hicieron que su reputación como cineasta se viera cuestionada en diversos medios del mundo y entre el público. No obstante, Kechiche se hizo con la Palma de Oro ese año en Cannes con esta historia de amor, de despertar sexual y de búsqueda de identidad que es en realidad La vida de Adèle. La cinta, por cierto, está basada en la novela gráfica El azul es un color cálido (Le bleu est une couleur chaude, 2010) de la francesa Julie Maroh.

Sin embargo, Mektoub, My Love ha llegado también acompañada de polémica. La cinta fue acogida entre abucheos y ovaciones en Venecia el año pasado. Una vez más acusaban a Kechiche de tener una male gaze demasiado pronunciada y mostrar una lasciva representación del cuerpo femenino más allá de lo que la propia narrativa de la película sugería. Sin embargo, estas opiniones o formas de entender el filme no eclipsaron a una película vitalista que hace gala de una elaborada puesta en escena.

El hedonismo solar de Kechiche

Inspirado muy ligeramente en una novela de François Bégaudeau y en sus propios recuerdos de juventud, el realizador nos traslada con Mektoub, My Love a las playas de arena de Sète, en la Costa Azul, en un verano de 1994 que pareciera ser eterno. La única ambición de la película se reduce a seguir de cerca la vida de un grupo de personajes durante algunos días. Kechiche nos muestra cómo juegan a seducirse entre ellos; cómo cotillean, se divierten a ritmo de pop noventero y se broncean lánguidamente bajo el sol. Y es que el director sabe cómo contar la cotidianidad de sus personajes. Nos hace perdernos en una narrativa de tomas largas y cuidadas en las que la luz es sutilmente protagonista y el foco está puesto –en exceso, para gusto de algunos- en la belleza de los cuerpos que filma.

Conoceremos entonces a Amin (Shaïn Boumedine), el héroe veinteañero aspirante a fotógrafo que vuelve al hogar familiar, el de una familia de restauradores tunecinos, después de vivir un año en París. Dispuesto a observar de cerca el entorno idílico que lo rodea y a experimentar todo lo que la estación estival puede ofrecerle, se reencontrará con viejos amigos y conocerá a muchas chicas, entre ellas, a Ophélie (Ophélie Bau), con quien parece compartir un destino en común y es la única por quien muestra un verdadero interés.

En Mektoub, My Love: canto uno seguimos de cerca a un grupo de jóvenes que se deja llevar por continuos juegos de seducción.

En esta nueva epopeya de casi tres horas de duración en la que la sensualidad es palpable, el cineasta se queda al margen de cualquier temática social que sí hayamos podido ver en trabajos anteriores; a pesar de la diversidad cultural que existe entre los personajes y que se obvia.

Los azares del destino

Mektoub es una palabra árabe llena de connotaciones místicas. Se traduce como destino, lo que está escrito. Aquello contra lo que no podemos luchar ni cambiar se refleja en la cinta en forma de reiterados encuentros casuales que los personajes protagonistas no pueden -ni quieren- ignorar. Este concepto de azar y de situaciones fortuitas las ha explorado antes Kechiche en cintas como La faute à Voltaire (2000), La escurridiza, o cómo esquivar el amor (L’esquive, 2003) y en La vida de Adèle (2013).

Mektoub, el destino. Un elemento recurrente en el imaginario fílmico del director franco-tunecino.

Sea por una cuestión del destino o sea buscado, lo cierto es que el revuelo y la diversidad de críticas que levantan los últimos trabajos del director suponen siempre un aliciente más entre los espectadores para plantarse delante de la pantalla. No hay duda de que esta es la única manera de formarse una opinión propia al respecto y ampliar las miras. ¿No es esto acaso lo que esperamos del cine; de la cultura y del arte en general? Que nos sacuda y que nos rete. Hay que experimentar para opinar y, al fin y al cabo, es eso lo que Kechiche nos ofrece: una nueva experiencia. No hay que dejarla pasar.