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En Lyon, una ciudad con más de dos mil años de historia, se utiliza una palabra única en francés: «traboule».

El diccionario Le petit Robert define esta palabra regional como passage étroit qui traverse un pâté de maisons, des cours d’immeubles (pasaje estrecho que atraviesa bloques de pisos o patios). El verbo «trabouler» también se utiliza para atravesar laberintos.

Lyon es una ciudad llena de pasadizos ocultos y atajos: puedes abrir una puerta en una calle cualquiera, pasar a través de los patios y escaleras de edificios privados y acabar apareciendo en cualquier otra parte. Algunos se encuentran abiertos al público e incluso señalizados a la entrada de ciertos edificios, pero lo más normal —y donde además radica gran parte del encanto— es no saber si detrás de cualquier puerta habrá oculto un «traboule», o si podrás acceder a él.

 

Los primeros «traboules» tal y como se conocen hasta hoy día fueron construidos en el siglo XV, pero la historia de estos pasadizos se remonta hasta el siglo IV como una forma rápida para llegar al río Saona y que los comerciantes llevaran sus productos en barco y el resto de habitantes pudieran recoger agua, un recurso de difícil acceso por la escasez de pozos de la época.

Una de las áreas más grandes inscritas por la UNESCO como Patrimonio Mundial de la Humanidad es el centro histórico de Lyon con sus más de cuatrocientas hectáreas, y es ahí, en los barrios antiguos, donde podremos encontrar la mayoría de los cientos —se desconoce la cifra exacta— de «traboules» que pueblan esta ciudad. Los más icónicos se encuentran en los tres principales distritos: el Vieux Lyon, la Croix Rousse y la Presqu’île.

Los «traboules» tuvieron un importante papel para los lioneses durante la ocupación nazi de la ciudad en plena II Guerra Mundial. La Gestapo perseguía a los sospechosos de pertenecer a la Resistencia hasta sus casas con el objetivo de capturarles y torturarles, pero los pasadizos entre los edificios ofrecían una vía de escape que sólo conocían los propios habitantes. Estos pasadizos, tejidos a lo largo de siglos de historia, son las arterias de una ciudad única que salvó vidas.