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Hace 60 años François Truffaut creó a Antoine Doinel, uno de los personajes de ficción más emblemáticos de la historia del cine francés

Al genio de la Nouvelle Vague le bastaron sólo cuatro largometrajes y un corto para contarnos la historia de su alter-ego Antoine Doinel, personaje semi-autobiográfico cuya personalidad a lo largo de 20 años ha ido madurando de manera coherente con el paso del tiempo en la piel del actor Jean-Pierre Léaud.

A través de él, Truffaut nos cuenta su propia historia –y también la de París– de manera progresiva y sin ningún tipo de planificación previa. Lejos de explorar el paso del tiempo en un mismo personaje de manera intencionada –pienso ahora en Richard Linklater y su Boyhood, por ejemplo–, la figura de Antoine Doinel responde al devenir natural de la creación cinematográfica del director de la Nueva Ola.

Lo conoceremos  en blanco y negro a finales de los 50, durante su –no tan– tierna infancia y lo despediremos a todo color casi entrando en la década de los 80. Cinco cintas para ser testigos del difícil tránsito de la adolescencia a la juventud y de esta a la frustrante madurez sin perdernos ni un ápice de la excepcional personalidad de Antoine Doinel; siempre enérgico, torpe, despistado pero, sobre todo, encantador.

François Truffaut y el actor Jean-Pierre Léaud, quien interpreta al personaje Antoine Doinel

Será imposible no empatizar con él; no descubrirnos con media sonrisa mientras lo acompañamos en sus peripecias vitales y románticas, pues con él Truffaut nos da una lección de humanidad en el sentido más literal de la palabra.

Primer Paso: Los 400 golpes (Les quatre cents coups, 1959)

Truffaut fue elegido como Mejor Director en Cannes gracias a la primera de las aventuras de Doinel. Esta película, quizá la más conocida, supuso el inicio de una etapa excepcional en la historia del cine y se convirtió en una de las más representativas del nuevo movimiento.

El cineasta cuenta episodios de su propia infancia a través de un jovencísimo Antoine que se rebela contra su familia y contra la escuela, que se refugia entre las páginas de Balzac y que disfruta de la libertad que siente recorriendo las calles de París como un fugitivo. Todos los golpes que se da contra la realidad –incluidos los físicos– lo llevan a revolverse ante cualquier norma. Nuestro protagonista desarrolla un agudo sentido de la supervivencia en este sentido y huye del reformatorio donde ha ido a parar.

El travelling que lo sigue en su carrera hacia el mar con el que Truffaut cierra la película culmina con la mirada Antoine clavándose en la del espectador en un final tan abierto como extraordinario.

El joven Antoine Doinel lee a Balzac tumbado en un sofá

Segundo Paso: Antoine et Colette (1962)

Tres años después Truffaut recupera a Antoine Doinel en el cortometraje incluido en El amor a los veinte años (L’amour à vingt ans), una película colaborativa en la que el director participó junto con Renzo Rossellini, Shintarô Ishihara, Marcel Ophüls y Andrzej Wajda.

Se sabe que se está enamorado cuando se actúa contra el propio interés Antoine Doinel

Volvemos a un inexperto Antoine que se ha independizado, que trabaja en una tienda de discos y que, por supuesto, se enamora por primera vez. Con la música como telón de fondo, conoce a Colette (la actriz Marie-France Pisier), la primera chica que le causa un verdadero impacto. Con la misma esencia realista y con el mismo decorado que vemos en Los 400 golpes –oh, París– asistiremos al primer desengaño amoroso de nuestro querido Doinel.

A pesar de que Colette se convierte rápidamente en una continua frustración –la chica lo deja continuamente relegado a la friendzone–, Antoine se siente a gusto en compañía de la familia de ella, algo que no ha vivido nunca con la suya propia y que nos da algunas pistas sobre su futuro.
Escena del cortometrage Antoine et Colette

Tercer Paso: Besos robados (Baisers volés, 1968)

Sobrepasados los 20 años, Antoine es ahora un ex soldado que acaba de abandonar el ejército y ha de comenzar una nueva vida. Instalado en su nuevo apartamento se encuentra viviendo en frente de la familia de una antigua amiga, la violinista Christine (Claude Jade).

Doinel va de un trabajo otro, primero como vigilante, después como detective y más tarde como técnico de televisores. Truffaut deja ver a través de estas pesquisas los defectos y las contradicciones de su personaje, que se encuentra sumido en una encrucijada sentimental. En una escena en la que aparece frente al espejo repite una y otra vez el nombre de las dos mujeres entre las que se debate y el suyo propio en un intento desesperado de poner orden en su vida (o al menos en su cabeza).

Pero nuestro (anti)héroe, después de algunos tira y afloja y de algunas carreras –Doinel, siempre corriendo, no parece ver el tráfico entre el que se cuela para cruzar de una calle a otra–, ve de una vez el futuro con optimismo y, encuentra por fin cierta estabilidad con la chica del violín, aunque en las escenas finales podemos ver el atisbo de la duda en su gesto.

Cuarto paso: Domicilio conyugal (Domicile conjugal, 1970)

En esta entrega encontramos a Doinel felizmente casado con Christine y no tardarán en tener un hijo. Además, gracias a un golpe de suerte, ha encontrado un trabajo estable en una multinacional americana. La vida parece que finalmente le sonríe.

Sin embargo, su incorregible carácter le impulsa continuamente a huir, como aquel día que vio el mar por primera vez en Los 400 golpes. Truffaut reconoció que en el guión de esta película vio a Doinel desde una perspectiva más severa. Ya no era el adolescente atolondrado y soñador, sino un adulto. Y como tal él es el principal responsable de su crisis matrimonial.

Conoce a Kioko en el trabajo, una japonesa que se cruza en su camino. Pero Christine pronto descubrirá la aventura y deciden que el divorcio es la mejor opción. Entre tanto, la ambición literaria de Doinel supone un nuevo aliciente para él, que se lanza a la escritura de una novela.

Antoine y Christine sostienen unas cucharas y prueban comida de bebé

Quinto paso: El amor en fuga (L’amour en fuite,1979)

La quinta y última entrega de la saga Doinel fue totalmente inesperada. Tardaría nueve años en llegar, siendo una especie de caballo ganador que le haría a Truffaut recaudar fondos tras el escaso éxito de sus últimos trabajos. En esta ocasión el director omite cualquier tipo de señal autobiográfica siendo la única fuente de inspiración el propio personaje y su historia.

Antoine Doinel tiene ahora 34 años y trabaja en una imprenta. Vive separado de Christine y mantiene una relación sentimental con Sabine (Frédérique Hoschedé), más joven que él y vendedora en una tienda de discos. Parece que por sin madurado lo suficiente para haber encontrado a una mujer con quien realmente le apetece quedarse, una que no tiene una familia de la que enamorarse también.

Esta cinta, a modo de recapitulación, recupera el metraje de las anteriores y permite a Antoine reencontrarse con todas las mujeres que han sido importantes en su vida. O lo que es lo mismo, el Doinel del presente hace balanza con el Doinel del pasado en un ejercicio de intertextualidad narrativa del que Truffaut no estuvo especialmente orgulloso.

Las aventuras de Antoine Doinel son un hito en la historia del cine. Truffaut fue un pionero capturando el paso del tiempo y la evolución natural de un personaje que se desenvuelve en el drama, en la comedia, en el realismo; que nos recuerda continuamente con sus rasgos humanos e imperfectos el peso de los nuestros. Pero que, sobre todo, nos advierte que no hay una edad difícil. Todas las edades lo son.