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A mediados de la década de los cincuenta, las corrientes cinematográficas europeas competían a duras penas con las superproducciones que llegaban desde Hollywood. La única manera de hacerlo era a través del estilo; aportando una nueva mirada en un mundo en el que no era fácil innovar. Por aquel entonces, Francia asistía a una serie de cambios políticos, sociales y culturales que propiciaron la aparición de uno de los movimientos artísticos más revolucionarios del cine francés: la Nouvelle Vague.

La Nouvelle Vague renovó por completo el lenguaje cinematográfico y marcó la forma de hacer cine de la segunda mitad del siglo XX.

El fundador de la revista Cahiers du Cinéma, André Bazin, lideró este movimiento acompañado de un grupo de intelectuales y críticos de cine, colaboradores de la revista, entre los que figuraban François Truffaut, Jean-Luc Godard, Claude Chabrol o Eric Rohmer. A través de sus publicaciones en la revista, se desentienden de la tradición del cine francés. Influidos por obras de directores norteamericanos como Alfred Hitchcock y Orson Welles, niegan el carácter colectivo del proceso de creación de la película y proponen la figura del director como el único autor y creador de la misma. Defienden, además, un cine de corte realista, auténtico y fresco.

Para finales de los años 50 y principios de los 60, el manifiesto de la nueva ola francesa pasa de la teoría y el papel a la pantalla. François Truffaut resultó elegido como mejor director por Los cuatrocientos golpes en el Festival de Cannes de 1959, donde también fue proyectada la cinta Hiroshima mon amour, de Alain Resnais. Se consolida así el inicio de la Nouvelle Vague, que inspiró títulos tan emblemáticos como Al final de la escapada (1960) de Jean-Luc Godard, Jules y Jim (1961) también de Truffaut o La coleccionista (1967) de Eric Rohmer.

Si bien existieron diferentes corrientes dentro de la Nouvelle Vague, unas más experimentales que otras, todas las películas transgredieron los cánones del lenguaje tradicional cinematográfico. Destacaban por mostrar una acusada simplicidad y libertad técnica a través de la utilización de cámaras ligeras y cámaras en mano. Los presupuestos eran bastante bajos con respecto a los de las cintas habituales de la industria francesa. Además, redujeron al máximo el trabajo en estudio, exponían su libertad creativa propiciando la improvisación y rodando en escenarios naturales y espacios abiertos.

Los actores y actrices de la Nouvelle Vague se han convertido en auténticos iconos del chic francés.

A menudo, el reparto de las películas lo componían actores y actrices sin demasiada experiencia previa. Anna Karina, Jean-Paul Belmondo, Jean Seberg… caras nuevas que aportaban distinción y acusaban el salto generacional con respecto al cine francés de posguerra. Estos actores y actrices de la Nouvelle Vague se han convertido en auténticos iconos del chic francés. En nuestra memoria colectiva flotan imágenes en blanco y negro de sombreros ladeados, cigarrillos humeantes y chicas de pelo corto. Personajes que discuten aspectos de la condición humana durante largos diálogos y muestran su vida cotidiana sin ningún artificio.

Hay revoluciones que suponen un cambio en la cultura. Sin lugar a dudas, y a pesar de su corta duración, la Nouvelle Vague renovó por completo el lenguaje cinematográfico y marcó la forma de hacer cine de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, este no fue el único ámbito en el que la nueva ola se hizo relevante. A través de los personajes de sus películas, la juventud francesa del momento encontró nuevos modelos e iconos con los que identificarse y aprendieron a vivir de una forma más espontánea, mucho más libre.

Aún hoy, en pleno siglo XXI, la vieja nueva ola encuentra un hogar en plataformas digitales de cine, permitiendo que nostálgicos y neófitos puedan presumir de buen gusto e intelecto. No se puede ser moderno sin haber visto los clásicos. Aunque solo sea por eso: larga vida a la Nouvelle Vague.