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Hablar de Jacques Tati (1907-1982) es hablar de un autor sorprendentemente ignorado por el gran público hoy en día, si tenemos en cuenta que es sin duda uno de los cineastas más relevantes del cine europeo —e internacional— de mediados del siglo pasado. Se trata de una figura fundamental para entender la transición del cine mudo al sonoro, así como el humor visual en este medio y el avance de nuestra sociedad hacia la modernidad.

Es fácil esbozar una sonrisa cómplice visionando sus cintas, que en un comienzo se pueden considerar deudoras del slapstick más clásico de autores tan extraordinarios como Charles Chaplin o Buster Keaton, pero que adquieren un poso de madurez y reflexividad fruto de una mirada única. Consigue asombrar con una forma auténtica de narrar sus fascinantes historias a través de personajes excepcionalmente humanos sin dejar nunca de lado su punto de vista crítico.

Sus aptitudes para el deporte le llevaron al mundo del espectáculo, destacando por su vis cómica y su inexplicable expresividad. Cuando por fin pudo dar el salto como actor del teatro al cine, su carrera se vio interrumpida por la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, al terminar la guerra retomó su carrera como actor, y esta despegó definitivamente dirigiendo las películas que él mismo protagonizaba.

Su primera película, Día de fiesta (Jour de fête, 1949) trata sobre el cartero de un pequeño pueblo en el que vive feliz trabajando tranquilamente con su bicicleta hasta la llegada de una película americana que trata sobre el eficiente servicio de correos estadounidense, al que se intenta adaptar. Eran momentos de cambio, como refleja la propia película: iba a ser uno de los primeros largometrajes franceses a color, si bien no se pudo ver en este formato hasta su reestreno en 1955.

El gran éxito llegó con su segundo largometraje, Las vacaciones del Sr. Hulot (Les vacances de M. Hulot, 1953), en la que a través de una sucesión de divertidos gags satiriza sobre las clases políticas y económicas. Aclamado por crítica y público internacional, obtuvo el premio Louis Delluc e importantes nominaciones como mejor película en Cannes o el Oscar a mejor guion.

Consiguió ganar el premio especial del jurado en Cannes y el Oscar a mejor película extranjera con Mi tío (Mon oncle, 1958), en la que retoma el personaje del Sr. Hulot y el tema del clasismo, esta vez desde un punto de vista más social, como crítica a la burguesía. El Sr. Hulot es indudablemente el personaje más importante de la carrera de Tati, dejando una patente huella en grandes actores de comedia venideros como Peter Sellers y Rowan Atkinson.

Quiso dar un paso más allá con Playtime (1967), una nueva crítica mordaz a la modernidad, centrándose en el turismo. Se sumergió en este ambicioso proyecto construyendo grandes decorados y desarrollando una narrativa más compleja, pero la magnitud del presupuesto le llevó a una quiebra financiera de la que jamás se recuperó. Aunque el filme no tuvo el éxito esperado, es por muchos considerada la gran obra maestra de Jacques Tati y su mayor legado a la historia del cine.

Uno de los principales valores y señas de identidad del cine de Tati es la reducción de los diálogos a su mínima expresión, haciendo por contra especial énfasis en los efectos sonoros. Más allá de aspectos propios del lenguaje cinematográfico, la filmografía de Jacques Tati es un fiel reflejo de la historia de Francia desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta finales de los años 70, en lo social y en lo económico, pero sobre todo en lo humano.

 

 

Por José C. Valderrama.