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Lilti cuenta los entresijos de los estudiantes de medicina de primer año en Mentes brillantes, una comedia protagonizada por Vincent Lacoste y Wiliam Lebghil con la que arrasó la taquilla francesa.

Al repasar rápidamente la trayectoria del director y guionista francés, es fácil extraer los temas que le interesan: la medicina y la problemática social. Lo mostró en Hipócrates (Hippocrate, 2014) y en Un doctor en la campiña (Médecin de Campagne, 2016). Desde la comedia, vuelve a ellos con la cinta Première Année (2018), titulada como Mentes brillantes en España.

La película, la más intima del cineasta francés hasta la fecha, resultó ser todo un éxito en taquilla y se situó en el número uno en su estreno superando el millón y medio de espectadores en Francia. Con la última entrega de Lilti se puede vivir junto a sus protagonistas el sacrificado y excesivo proceso de selección por el que pasan los estudiantes de medicina durante su primer año académico.

De qué va Mentes brillantes

La Medicina alimenta un porcentaje de la ficción lo suficientemente alto como para que no nos sorprenda otra película sobre médicos. El género no está en absoluto agotado, sin embargo, Lilti lleva lo lleva a ese punto en que es más desconocido o que, al menos, se ha trabajado menos en el cine: los años de estudio de los aspirantes a médico. Concretamente el director nos traslada al primer año y da buena muestra del elevado nivel de exigencia que, casi rozando el absurdo, suponen las pruebas de acceso para los recién salidos de la secundaria. Apretados en filas de pupitres en aulas superpobladas, compiten entre ellos y luchan por ser parte de ese 2% que logra licenciarse.

Los dos protagonistas de Mentes brillantes sentados en un aula mirando al frente rodeados de otros estudiantes

Conoceremos este “infierno” a través de dos personajes: Antoine, el tripitidor a quien da vida el actor Vincent Lacoste –protagonista también en Hipócrates–, que se somete al examen por tercera vez; y a Benjamin, el neófito recién salido del bachillerato interpretado por William Lebghil. En definitiva: la visión del principiante contrapuesta a la experiencia no demasiado positiva del que ya conoce de sobra las reglas del juego.

Durante mucho tiempo quise hacer una película sobre la universidad, sobre la energía de los estudiantes trabajando. Tenía en mente una visión muy cinematográfica de lo que esta película podía resultar. Thomas Lilti

Los dos jóvenes desarrollaran una amistad en la que las noches en vela dedicadas al estudio y las toneladas de apuntes y libros técnicos son tan protagonistas como ellos. Pero pronto la rivalidad entre ambos empieza a crecer dando lugar a situaciones cómicas con las que Lilti quita algo de hierro a esa denuncia que hace de los métodos académicos a los que, además, sólo unos pocos privilegiados pueden acceder.

Cambio de roles

La película parte de una estructura clásica del bildungsroman, o novela de aprendizaje. El alumno repetidor y experimentado, capaz de sacrificarlo todo por llegar a ser médico, muestra al recién llegado, cómo funciona todo y este absorbe la información rápidamente. Pero lo hace mucho más rápido que su guía, hasta el punto en el que los roles acaban invertidos.

Aunque Benjamin es menos apasionado que Antoine, a diferencia de este, cuenta con una herencia cultural previa. Hijo de un padre médico y una madre universitaria, es él quien tiene los códigos y por tanto, quien sabe adaptarse al sistema educativo porque ya tiene interiorizado cómo funciona. Antoine no ha conseguido llegar a ese punto en los dos años anteriores y ni siquiera la pasión que siente por la Medicina puede suplir algo así.

Cuando uno parte de la realidad para escribir, reaparece la cuestión política. Cada uno debe elegir su campo. La política es una forma de hablar del mundo, igual que el cine. Así que hago películas políticas contando historias sobre nuestra época. Thomas Lilti

Precisamente esto es lo que Lilti denuncia durante los 92 minutos de metraje de Mentes brillantes. Un sistema educativo basado en memorizar datos en lugar de promover el aprendizaje y el desarrollo conocimientos y habilidades, algo que sólo favorece a unos cuantos y que pone de relieve las diferencias culturales que devienen en diferencias sociales.
Pero no se trata sólo de una cuestión política. En el corazón de la película está la amistad entre Antoine y Benjamin, una complicidad que evoluciona y va del apoyo a la rivalidad, de la lealtad a los celos y la envidia. Una amistad que se aprecia desde diferentes ángulos, llena de matices que los actores se han encargado de infundir a sus personajes. Y es también una película sobre la llegada de la madurez y de ese momento en el que uno deja de ser un solo un chico.

Primer plano de Thomas Lilti, el director de la película francesa Mentes Brillantes,.

El director Thomas Lilti.

La bata blanca del doctor Lilti

En Hipócrates, en Un médico de campiña y, ahora, en Mentes brillantes, Lilti recoge el drama y la comedia a partir de una mirada tan humana como especialista. Es inevitable crear vínculos entre los tres largometrajes. Se puede, incluso, hablar de una trilogía desordenada en la que tres personajes masculinos se encuentran en una encrucijada en sus vidas con tres visiones diferentes de la Medicina.

La inquietud y la necesidad de mostrar los entresijos de la Medicina no es un capricho del realizador francés. Él mismo se doctoró y pasó por las exigentes pruebas de acceso que como espectadores experimentamos de la mano de sus protagonistas. A través de su cine consigue enlazar dos mundos que le apasionan sin que se sepa muy bien dónde empieza la obligación y dónde termina la afición. Lo que sí está claro es que el realizador/doctor sabe muy bien de lo que habla, y mejor aún, sabe cómo contarlo.