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La cantidad insólita de visitantes que recibe el Museo del Louvre cada año va en aumento hasta el punto de generar un problema de seguridad.

Muchas personas dejan de lado el mar y el chiringuito y aprovechan las vacaciones estivales para hacer turismo cultural. Uno de los destinos preferidos es el Museo del Louvre, visita obligada en París, que recibe más de nueve millones de visitantes al año. El imponente edificio del Palacio del Louvre -160.000 metros cuadrados que quitan el aliento- alberga en su interior una colección que comprende cerca de 300.000 obras anteriores a 1948, de las que se exponen alrededor de 35.000.

Estas cifras que llegan a marear se traducen en un patrimonio cultural de un valor tan grandioso que casi cuesta imaginarlo. Por citar algunos ejemplos y que podamos hacernos una idea más gráfica de ello, en el Museo del Louvre se pueden ver pinturas tan emblemáticas como La Gioconda, la obra maestra de Leonardo da Vinci, La libertad Guiando al Pueblo de Delacroix o Las Bodas de Caná de Vernés. También se encuentran allí esculturas como La Venus de Milo de la Antigua Grecia o El escriba sentado del Antiguo Egipto.

El Louvre es descomunal y los amantes del arte podrían pasar días enteros recorriéndolo mientras sufren un golpe de síndrome de Stendhal tras otro. Sin embargo, el museo está teniendo serios problemas debido al elevado número de visitantes que cada día pasean por sus galerías y resulta realmente complicado disfrutar de la contemplación de las obras sin que una cámara o teléfono móvil se interponga entre el cuadro y la propia visión del mismo.

La mona Lisa en una sala abarratada de gente en el Museo del Louvre

Una de las mayores pinacotecas del mundo, desbordada.

El incremento de la masificación turística que desde 2017 se da en el museo ha llegado a sus cotas más altas durante este verano. Se registran entre 30.000 y 50.000 visitas diarias y este año, además, se han dado una serie de factores que han influido directamente tanto en el aumento de afluencia como en el de la sensación de masificación.

La Gioconda, que es una obra que motiva el 80% de las visitas al Museo del Louvre, ha sido trasladada temporalmente a una galería mucho más pequeña en otra ala de la pinacoteca. Al parecer, la distribución del espacio es menos amplia y se generan tapones de gente con mucha facilidad. Además, se cumplen 500 años de la muerte de Leonardo da Vinci, efeméride que también atrae más público aún al museo. Por otra parte, el cierre de Notre Dame tras el lamentable incendio que sufrió el pasado mes de abril sumado a la ola de calor que azotó París recientemente, también hizo que más personas pusieran su interés en el Louvre y en sus frescas galerías a modo de oasis climatizado.

Cada día las estancias del museo se saturan y las medidas de seguridad de un edificio de tal envergadura se ven comprometidas. Por este motivo, ahora se rechaza el ingreso de visitantes que no hayan adquirido su entrada en la página web de la pinacoteca con varios días de antelación. Sin embargo, esta información no llega siempre a los turistas y mucha gente hace una cola interminable en la entrada para finalmente quedarse sin acceder al interior, lo que genera, como es de esperar, fricciones y frustración.

Las obras maestras convertidas en ceros y unos

Si alguien sabe de multitudes admirando un cuadro de manera masiva, es Antonio Pérez Río, el director de la escuela de artes visuales Lens de Madrid. Tras visitar con frecuencia el Museo del Louvre durante cuatro años con su cámara fotográfica, pudo completar un proyecto que vio la luz en forma de fotolibro en 2018.

Obras Maestras – Masterpieces es una publicación cuidada y editada con mucho gusto que explora el fenómeno de los museos –concretamente del Museo del Louvre, aunque se puede extrapolar a cualquier otra pinacoteca de dimensiones similares– en la era del turismo masivo y del consumismo visual. Entre sus páginas se pueden observar las obras más importantes que cuelgan de las paredes del museo a través de las pantallas de los teléfonos móviles de los numerosos visitantes que fotografían los cuadros, mientras que las propias pinturas aparecen como un fondo difuminado carente de interés. Las fotografías de verdaderas hordas de personas apuntando con sus dispositivos digitales hacia una obra pictórica, hace que nos planteemos forzosamente el valor de visitar un museo y el objetivo que tenemos al hacerlo.

El Museo del Louvre es un lugar maravilloso que me fascina y me aterra al mismo tiempo. Antonio Pérez Río, autor de Obras Maestras – Masterpieces

El libro se abre con una cita muy acertada de la novela de Saramago publicada en 1995 Ensayo sobre la ceguera, que ya nos adelanta lo que estamos a punto de descubrir entre sus páginas. Dice así: Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven.

Con este trabajo, Pérez Río quiere poner de relieve el uso que le damos a la tecnología y cómo a menudo convertimos las obras de arte que han sobrevivido el paso de los siglos y poseen un valor cultural inestimable en meros objetos de consumo que nos interesan apenas unos segundos. La contemplación ha dejado paso a la captación digital y las fotografías que contiene este libro son una llamada de atención. Pérez Río nos anima a hacer fotos si queremos hacerlas, pero, sobre todo, quiere que reflexionemos y nos invita a escuchar a las obras (que tanto tienen que contar) antes de inmortalizarlas en un archivo digital que, seamos sinceros, pocas veces más reproduciremos a través de la pantalla.

Las imágenes que ilustran este artículo se han sacado de Unsplash