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La historia del cine francés es amplia y siempre ha sido un referente en el resto del mundo. Os contamos en qué consistió el Realismo Poético francés, la corriente cinematográfica que revolucionó el concepto de cine en la Francia de los años 30.

Cuando pensamos en la historia del cine francés es muy común que la Nouvelle Vague sea lo primero que nos venga a la mente. Sin embargo, el aporte de Francia a la cinematografía consistió en mucho más. Sin ir más lejos, el propio origen del cine es francés. Fueron los pioneros hermanos Lumière quienes el 28 de diciembre de 1895 proyectaron imágenes en movimiento por primera vez en una sala de París. Más tarde, en la década de los años 30, tuvo lugar una importante vanguardia conocida como Realismo Poético francés.

Fotograma de La gran ilusión, joya del realismo poético francés.

Una cuestión de vida o muerte

Es innegable la importancia de Francia en la historia del cine. Sin embargo, no fue el único país que desarrolló su industria cinematográfica. En el periodo de entre guerras otros países empezaron a despuntar internacionalmente. Italia y sus superproducciones, Alemania con su Expresionismo y Hollywood al otro lado del charco exportando bombazos taquilleros, hicieron que Francia se quedase atrás.

Sin embargo, el país donde surgió el cinematógrafo no se podía permitir contentarse con un segundo plano. Pronto un grupo de intelectuales, literatos y cineastas se pusieron manos a la obra y consiguieron dar un giro totalmente novedoso a lo que se venía haciendo hasta el momento en las pantallas, dando forma al Naturalismo, vanguardia que se conoció después como Realismo Poético.

Los nombres del Realismo Poético

Se trataba de una época convulsa en la que la Gran Depresión estaba haciendo estragos por todas partes. Las grandes productoras quebraron y esto dejó vía libre a creadores y productores independientes como Jean Renoir, René Clair, Jean Vigo, Marcel Carné, Jacques Becker o Julien Duvivier, entre otros.

Lo cierto es que había pocos nexos para unirlos en un mismo movimiento, pero aún así, fue posible hacerlo. Se trataba de un grupo heterogéneo que compartía preocupaciones e interés por temas fatalistas e historias maniqueas, a menudo extraídas de las páginas de las obras de autores como Émile Zola o Leo Tolstoy.

Primer plano de Jacques Prévert, guinosta imprescindible de la corriente del realismo poético

El guionista Jacques Prévert

Pero también compartían guionistas, pues en casi todos los proyectos aparecía la firma de los escritores Charles Spaak, Henri Jeanson o Jacques Prevert, figuras imprescindibles en el Realismo Poético francés. Estos escritores, procedentes del periodismo y la literatura, aportaron al cine un pensamiento moderno cuyo mérito, en palabras del historiador Pierre Leprohon, fue “haber liberado al cine francés de la molesta herencia de los dramaturgos de la belle époque”. Supieron trasladar el cine a su tiempo, lo actualizaron y consiguieron crear verdaderas obras maestras naturalistas.

Los grandes títulos

Estas películas elegantemente iluminadas mostraban la pesadumbre que se respiraba en la atmósfera de una Europa que acababa de salir de una guerra y se dirigía inexorablemente hacia la siguiente. Las cintas de este periodo estaban pobladas por figuras fatalistas a las que a menudo daban vida los intérpretes Michel Simon, Jean Gabin o Michèle Morgan.

Estos melodramas eran historias urbanas, ambientadas en París que, como en una tragedia griega, siempre acababan mal. La muerte, la pérdida o cualquier destino triste aguardaba siempre al héroe al final de la cinta. Las protagonizaban obreros, maleantes o prostitutas; personas que existían en un mundo que no perdona, ya sea por la tiranía de la pobreza por la de un corazón roto. Este género – ¿o más bien estilo?- envolvía la denuncia social en una lírica misteriosa y una belleza estética y formal magnéticas. Al igual que en el cine negro, este género aprovechó al máximo el esquema en blanco y negro, del que se servía para impregnar de verdadera poética el realismo de la condición humana.

Escena de Pépé le Moko, el rufián romántico por excelencia.

 

Algunas grandes películas de la época, como La gran ilusión (La grande illusion, 1937) de Jean Renoir, fueron verdaderos dramas, aunque otras como La regla del juego (La règle du jeu, 1939) del mismo director, estaban escritas y dirigidas en una clave más cómica. Otros, sin embargo, aprovecharon ese lado poético del naturalismo al máximo, como hizo Jean Vigo en L’Atalante (1934) y otras sorprendieron por su similitud con la tradición del cine negro americano. Es el caso de las cintas Pépé Le Moko (1937) de Julien Duvivier o de Amanece. Al despertar el día (Le Jous se lève, 1939) de Marcel Carné.

Las historias que se crearon durante este periodo son intensas y hermosas. Al verlas, nos adentramos en una parte de la historia cinematográfica poco transitada ya. Sin embargo, al hacerlo, nos daremos cuenta de lo injusto que es. Querremos verlas más de una y de dos veces y querremos que nadie las olvide. Hay algo único y deslumbrante en la mirada de los autores poéticos realistas franceses y por suerte, hoy en día, solo estamos a un click de ella.