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Guillaume Canet vuelve a las salas de cine con su nueva película «Pequeñas mentiras para estar juntos», la esperada continuación de la exitosa «Pequeñas mentiras sin importancia». Aprovechamos la ocasión para recordar una de las cintas más taquilleras de Francia 10 años después de su estreno.

Attention! En este artículo se desvelan algunos datos relevantes de la trama (aunque no todos, claro).

Por qué será que nos gustan tanto las películas que giran alrededor de las idas y venidas de un adorable -o excéntrico- grupo de amigos. Charlas interminables alrededor de una mesa, miradas cómplices, secretos… Los franceses hacen especialmente bien este tipo de cine casi costumbrista en el que se habla de personas corrientes con circunstancias corrientes con las que es fácil identificarse. Pequeñas mentiras sin importancia (Les petits mouchoirs), una de las películas más taquilleras en 2010 dirigida por Guillaume Canet, se ha convertido por méritos propios en todo un referente dentro de este género.

Amistad a orillas del Atlántico

Pequeñas mentiras sin importancia es el tercer largometraje del director y siempre se ha considerado su película más personal. Está inspirada en sus propias experiencias vitales y para llevarla a cabo se rodeó de actores y actrices que son amigos íntimos suyos en la vida real (lo que complicó el rodaje más de lo esperado), incluyendo a su esposa Marion Cotillard, estrella indiscutible del reparto junto a François Cluzet.

El filme comienza con una secuencia protagonizada por Ludo (un bullicioso Jean Dujardin) que se lo está pasando en grande en cualquier after parisino. Cuando abandona el local en su moto la ciudad a penas se ha despertado. La cámara lo sigue de cerca en un plano sostenido que de alguna manera nos anticipa lo que está a punto de pasar: Ludo tiene un grave accidente y es hospitalizado. A partir de este suceso conocemos a sus amigos que van a visitarlo a la UCI y, tras el shock inicial y a pesar del sentimiento de culpa por abandonar a Ludo en ese estado, deciden seguir adelante con su plan de cada año: pasar dos semanas en la casa de la playa de Max (François Cluzet), el mayor de todos.

Este es el punto de partida de la película. Tras unas cuantas pinceladas de la vida cotidiana de cada uno de los personajes que retratan cómo son y a qué se dedican, Canet nos devuelve a un verano idílico cambiando el paisaje urbano de París por la espectacular costa atlántica del sur de Francia.

Desde ese momento iremos conociendo mejor a cada uno de estos amigos mientras pasean en barco, juegan en la playa y beben vino en alargadas sobremesas; aunque esas mentiras sin importancia que irán saliendo a la luz poco a poco y la culpa por haber abandonado a Ludo en su peor momento, formarán una especie de nube gris que terminará empañando el ánimo de los presentes. cada vez más tensos e implosivos.

Drama emocional en la playa

Pequeñas mentiras sin importancia es una película sin artificios ni pretensiones. No destaca por un argumento brillante ni por efectos visuales rompedores; no es ese tipo de cine. Lo que consigue que la cinta funcione y lo que Canet hace realmente bien es resaltar aspectos muy reconocibles del comportamiento humano en cada uno de sus personajes: agresividad, pasividad, ternura, celos, envidia, culpa, deseo, competitividad…

Todas estas luces y sombras, que son en realidad las de cualquiera de nosotros, son encarnadas por un reparto carismático en estado de gracia. Gilles Lellouche, Benoît Magimel o Laurent Lafitte nos hacen formar parte de esta longeva pandilla. Una extraña familia que oscila entre la comedia y el drama emocional durante dos semanas estivales que parecen eternas. ¿Cómo no vamos a volver a ir al cine a averiguar qué ha sido de todos ellos diez años después?

Por supuesto que iremos. Cuenta con nosotros, Guillaume.