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Cine francés

Anna Karina, la leyenda de la Nouvelle Vague

El pasado sábado 14 de diciembre le dijimos adiós a la mítica Anna Karina, una de las actrices más importantes de la nueva ola francesa.

Imagina que tienes 17 años y decides abandonar tu Dinamarca natal para alejarte de la violencia de tu padrastro. Imagina que haces autoestop y llegas hasta París a finales de la década de los 50 sin saber qué será de ti. Imagina que entonces te descubren como modelo y que la mismísima Coco Chanel decide rebautizarte, eligiendo para ti un nombre tolstiano con mucho gancho. Imagina que Godard te quiere en sus películas y que en poco tiempo te conviertes en el icono de la Nouvelle Vague. Imagina que eres Anna Karina, la leyenda de mirada verdiazul del cine francés.

Y el cine se topó con su musa

Una joven e irresistible Anna Karina se encontraba cubierta de espuma y metida en una bañera cuando Jean-Luc Godard se fijó en ella mientras rodaba un anuncio de jabón. Totalmente prendado, decidió que la quería en Al final de la escapada (À bout de soufflé, 1960) y se apresuró en ofrecerle el papel protagonista. Sin embargo, para fortuna de Jean Seberg, la actriz rechazó la propuesta.

Pero Godard no se rindió. Ocho meses después, el cineasta volvió a contactar con ella para ofrecerle de nuevo ser la actriz principal de su nuevo proyecto, El soldadito (Le petit soldat, 1963), y en esta ocasión la joven promesa del celuloide aceptó sin saber que no sólo trabajaría con el director, sino que uniría su vida sentimentalmente al cineasta durante muchos años.

Esta cinta supuso el inicio de una colaboración profesional y personal que culminó con siete títulos -y un divorcio traumático-, la mayoría de ellos imprescindibles para entender la historia del cine europeo. Una mujer es una mujer (Une femme est une femme, 1961) –película con la que Karina ganó el premio de interpretación en la Berlinale de 1962–, Vivir su vida (Vivre sa vie: Film en douze tableaux, 1962), Banda aparte (Bande à part 1964) o Pierrot, el loco (Pierrot le fou, 1965) fueron algunos de ellos.

La década de los 60 resultó gloriosa para ella, pero no todo fue Godard. También participó en producciones tanto francesas como de otros países, proyectando su carrera internacionalmente.

Trabajó, por ejemplo, con Jacques Rivette en La religiosa (Suzanne Simonin, la Religieuse de Diderot, 1966); con el mítico Luchino Visconti en la adaptación al cine de la obra de Albert Camus El extranjero (Lo straniero, 1967); con el americano George Cukor en Justine (1969),  adaptación de la novela homónima de Lawerence Durrell. Más tarde, durante los 70 y los 80 llegó a participar en las películas La ruleta china (Chinesisches Roulette, 1976) del alemán R.W. Fassbinder o en La isla del tesoro (L’Île au trésor (1985) del chileno Raoul Ruiz, película de la que Anna Karina dijo textualmente que nunca entendió nada.

Anna Karina, cantante

Como si triunfar en el cine no fuera suficiente, Anna Karina también dedicó espacio en su trayectoria profesional a la música. Aunque su carrera como cantante nunca llegó a ser prolífica, teniendo en cuenta la belleza de su voz y el carisma innato que siempre la caracterizaron, era inevitable que destacara también en este ámbito.

En las películas Una mujer es una mujer y Pierrot el loco pudimos disfrutar de su voz por primera vez en dos escenas míticas que cualquier cinéfilo tiene grabadas a fuego en su retina. Pero fue en el 67 cuando obtuvo un éxito real con la comedia musical. La televisión francesa emitió Anna, un musical realizado por Pierre Koralnik. Poco después llegó a grabar un LP, de nuevo bajo el título Anna, compuesto y realizado por el emblemático icono de la canción francesa Serge Gainsbourg, con quien interpretó a dúo algunos de los temas.

Ya en la década de los 2000 el también cantante y compositor Philippe Katerine produjo y compuso para Anna Karina el disco Une histoire d’amour, que fue acompañado de una gira de conciertos. Pero esto seguía sin ser suficiente para todo el talento que contenía en su interior. Llegó a dirigir dos películas: Vivre ensemble (1973) y Victoria (2008); y escribió cuatro novelas (aunque no demasiado buenas, ¡algo se le tenía que dar mal!).

El cine de la nueva ola se mantiene vivo

Durante esta década que llega a su fin hemos asistido a la pérdida de otras figuras imprescindibles de la Nouvelle Vague (sin ir más lejos, ocurrió con la incomparable Agnès Varda durante marzo de este mismo año).

Aunque suene paradójico, con cada una de estas desapariciones el cine clásico revive un poco más. Los sentidos homenajes y el espacio que se dedica en los medios a repasar filmografías y biografías vuelve a poner de relieve la creación y el trabajo de todos aquellos cineastas que se atrevieron a cambiar el paradigma del cine francés durante la década de los 60.

Sirva, pues, esta despedida a Anna Karina para ver de nuevo sus películas; para volver a verla llena de juventud y vitalidad delante de la cámara. Solo hay una manera de otorgarle la inmortalidad: revisitando y recomendando sus películas a las nuevas generaciones:

Anna, seguiremos cayendo rendidos a tus pies desde el otro lado de la pantalla por muchos, muchos años más.

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Actualidad Cine francés Cannes

Cómo ser Jean-Luc Godard

Godard, el mítico director franco-suizo cabeza de la Nueva Ola en los 60, estrena su última película Le livre d’image, ganadora de la Palma de Oro Especial en el Festival de Cannes de 2018.

Que uno pueda regalar lo que no posee, dulce milagro de nuestras manos vacías Jean-Luc Godard

Jean-Luc Godard tiene 88 años y se ha pasado el cine. Dos veces. La primera vez durante la década de los 60 con la Nouvelle Vague, de la que fue máximo representante junto con Truffaut, Rohmer y Chabrol; la segunda, ahora. En pleno siglo XXI, posicionando sus últimos trabajos a la vanguardia de la vanguardia.

Una película que no es exactamente eso

El libro de las imágenes (Le libre d’image, 2018) llega a España el próximo 22 de febrero de la mano de Avalon y Filmin. Ha formado parte de la programación del Festival de Rotterdam, famoso por albergar contenido de corte experimental. Alejada de salas de cine convencionales, la cinta se ha proyectado en una habitación del Hotel Atlanta -uno de los pocos edificios de la ciudad que no fue arrasado en el bombardeo alemán del 40- cubierta de alfombras persas y con sillones, tal y como está decorado el propio estudio de Godard en Suiza.

Con capacidad para sólo 30 personas, durante tres pases al día y en una pantalla pequeña, El libro de las imágenes dejó boquiabiertos a sus espectadores. Lo que el director ofrece en este filme es una especie de collage de secuencias que se suceden una detrás de otra, una ensayo fílmico que continúa la línea marcada anteriormente con Historia(s) del cine (Histoire(s) du Cinéma, 1988).

Virales de Internet, comunicados del ISIS, Kim Novak cayendo al agua en la Bahía de San Francisco, una joven Joan Crawford mirando a cámara, fragmentos del noticiario e imágenes televisivas, el ojo cortado por una cuchilla de Buñuel en su Perro Andaluz… Secuencias sacadas de su contexto que cobran un nuevo significado en la coctelera de luz de Godard en la que el único hilo conductor es la inconfundible voz en off del propio director recitando aforismos, dándole profundidad a unas imágenes alteradas previamente por su mano en su estudio. Pura experimentación, pura avant-garde.

¿Una Nueva-Nueva Ola?

El director de cine francés Michel Hazanavicius dijo de Godard -a quién dedicó un prescindible biopic- que él mismo era la Nouvelle Vague. Supo anticipar el futuro del cine y desarrollar un estilo personal que no ha tenido comparación. Una genialidad así no se frena ni con la edad.

Pasa el tiempo y el nuevo Jean-Luc Godard se recrea en la innovación. Se empeña en salirse de la tradición cinematográfica, en seguir cambiando su concepto. Sigue sin identificarse con los parámetros habituales: los aborrece como ya lo hiciera en los sesenta. El realizador franco-suizo se interesa ahora por un tipo de cine a medio camino entre el documental, el ensayo y la ficción. A sus 88 años, Jean-Luc Godard resulta incombustible y casi se le intuye eterno.

Facetime desde La Croissete

En el 68 , cuando el director estaba en la cumbre, se plantó en la Croissete, donde se celebra desde siempre el Festival de Cannes, acompañado de sus colegas de Cahier du Cinéma. Tenían intención de suspender el certamen como gesto de apoyo y rebeldía en solidaridad con las protestas estudiantiles y obreras que se estaban viviendo en el París efervescente de la época.

Nosotros hablamos de solidaridad con estudiantes y trabajadores, y vosotros de primeros planos o tiros de cámara. Sois unos gilipollas Jean-Luc Godard

Con Francia absolutamente parada, que el festival siguiera su curso les parecía una ofensa a estos cineastas rebeldes. Consiguieron suspender la programación cuando aún quedaban cinco días de proyecciones y no hubo palmarés.

Medio siglo después sí lo ha habido y el mismo Godard que se colgó de las cortinas del cine Lumiére para protestar, ganó el año pasado la Palma de Oro Especial por El libro de las imágenes. Con su inseparable puro en la boca, dio una rueda de presa vía Facetime mientras él seguía en su “exilio” suizo y contestaba de esta forma una pregunta tras otra sin tan siquiera ver el rostro de los periodistas que lo entrevistaban.

Un genio irritante, sí, pero irrepetible

No, no se puede ser como Jean-Luc Godard. Conociendo la filmografía y la trayectoria vital del director de Banda a parte se deduce que es del tipo de creadores que surgen una vez cada cien años. Uno que lleva el cine –su idea tan singular del cine– bajo la piel y que no sólo busca emocionar con su obra. Quiere que reflexionemos aunque nos haga sentir incómodos para ello. Nos quiere enfadados. Quiere que no nos relajemos delante de la pantalla y que nos rebelemos en las butacas aunque sea hacia lo que estamos viendo.

Acostumbrados a consumir series y películas que se nos ofrecen ya masticadas, lo que Godard nos lleva dando todo este tiempo con su filmografía es un regalo de valor incalculable.

Por favor, Godard, no te acabes nunca.

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