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Françoise Gilot: mucho más que Picasso (1921-2023)

Françoise Gilot ha fallecido a los 101 años. Fue una pintora, crítica de arte y escritora francesa con un innegable talento como artista; sin embargo supo casi desde el principio que viviría a perpetuidad a la sombra de Pablo Picasso. La que fue amante y madre de dos de sus hijos, Claude y Paloma Picasso, escribió en su momento una polémica biografía sobre su vida con el pintor que el malagueño trató de bloquear a toda costa y que se acabó convirtiendo en un éxito de ventas.

Hija de un agrónomo y empresario empeñado en que su hija fuera abogada y de una pintora que acabó por contagiarle la pasión por el oficio, Gilot tuvo claro su amor por la pintura desde muy temprano. Lo contaba Lisa Stevenson, jefa en Sotheby’s, tras la venta de Paloma a la Guitare, su obra más famosa, por 1,3 millones de dólares: «No es muy sabido que el compromiso de Gilot con el arte estuvo presente mucho antes de su relación con Pablo Picasso, y lamentablemente a menudo quedó a su sombra».

En 1973 fue nombrada directora de arte de la revista académica Virginia Woolf Quarterly. ​ En 1976 se unió a la junta del Departamento de Bellas Artes de la Universidad del Sur de California. Recibió la medalla Legión de Honor, una de las mayores distinciones en Francia. Estudió filosofía y literatura inglesa en la Universidad de Cambridge y el Instituto de la Universidad de Londres en París. Durante la segunda guerra mundial, fue brevemente detenida tras participar en un acto político en el que se depositaban flores en la Tumba de los desconocidos, por lo que su nombre fue inscrito en una lista de alborotadores, algunos de los cuales posteriormente fueron ejecutados por los alemanes. Gilot dividía su tiempo entre Nueva York y París, y continúo exhibiendo su trabajo internacionalmente.

Françoise Gilot fue introducida al arte a una temprana edad por su madre y abuela. Su abuela celebró una fiesta Françoise cuando tenía aproximadamente cinco años, donde un hombre llamó la atención de Gilot, y preguntó a su abuela de quién se trataba. El hombre resultó ser el pintor, Emile Mairet, ​con quien el padre de Gilot desarrolló una estrecha relación, y Françoise a menudo se unía a ellos para visitar su estudio. Con veintiún años conoció a Picasso, que tenía 61. A pesar de que Picasso influenció la obra de Françoise Gilot como pintor cubista, esta desarrolló un estilo propio. Evitaba los bordes afilados y formas angulares que Picasso solía utilizar y, en cambio, utilizaba figuras orgánicas. Durante la guerra, el padre de Gilot trató de salvar sus pertenencias más valiosas trasladándolas, pero el camión fue bombardeado por los alemanes, produciendo la pérdida de los dibujos y acuarelas de la artista.

Varios historiadores de arte afirman que fue la relación con Picasso la que cortó su carrera artística. Cuando Gilot abandonó a Picasso, este instó a los tratantes de arte que conocía que no trabajaran con Gilot, mientras que ella ha manifestado que el que fuera identificada como pareja de Picasso o como amiga de Matisse le resultó perjudicial como artista.

El mismo Picasso, cargado de soberbia y resentimiento, se lo expuso con toda la crudeza posible al enterarse de que Gilot iba a hacer lo que ninguna otra amante había osado hacer antes que ella: abandonarle. «¿Crees que la gente estará interesada en ti?», le dijo a la pintora francesa. «Nunca lo harán, realmente, solo por ti. Incluso si crees que le gustas a la gente, solo será una especie de curiosidad que tendrán sobre una persona cuya vida tocó la mía tan íntimamente».

Picasso y Gilot nunca se casaron, pero tuvieron dos hijos juntos. Su hijo, Claude, nació en 1947 y su hija, Paloma, nació en 1949. Durante sus diez años juntos, Gilot fue a menudo acosada en las calles de París por la esposa de Picasso, Olga Khokhlova. En 1964, 11 años después de su separación, Gilot escribió Vida con Picasso (con el crítico de arte Carlton Lake), un libro que vendió más de un millón de copias en docenas de lenguas, a pesar de las fracasadas acciones legales de Picasso para tratar de detener su publicación.​

A partir de entonces, Picasso rechazó ver a sus hijos Claude y Paloma más. Todos los beneficios del libro fueron destinados a ayudar a Claude y Paloma a hacer un requerimiento para ser reconocidos como herederos legales de Picasso.

En esos diez años de relación con Picasso hubo momentos felices. Gilot recuerda la gentileza con que le trataba en los primeros años. Pero también viajes del artista al sur de Francia con los ocasionales escarceos románticos con otras mujeres. Cuando le dijo que le dejaba en septiembre de 1953, el genio no daba crédito. «Ninguna mujer deja a un hombre como yo», le dijo.

A Gilot nunca le faltó tirón de público. Siguió encontrando compradores para sus cuadros abstractos pese a la maldición de su ex pareja. Su obras, que trataban de alejarse del estilo de Picasso, están colgadas en museos como el Metropolitan y el MOMA de Nueva York o el Centro Pompidou de París.

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Ensor, Delvaux o Magritte: arte belga en Málaga

Más de setenta obras de arte belga llegan a Málaga procedentes del Musée d’Ixelles de Bruselas, con esta exposición que incluye piezas icónicas de Ensor, Delvaux o Magritte. La muestra ofrece un completo y singular panorama de las principales tendencias plásticas desarrolladas en Bélgica desde el fin-de-siècle hasta los años cuarenta del siglo XX.

En este período de intensa búsqueda de modernidad, el arte belga presenta influencias internacionales y características específicamente locales, y se significa sobre todo por sus propuestas avanzadas, el atrevimiento creativo y la tensión entre el profundo apego a la realidad y la propensión a la imaginación desbordante. Un arte que destacó por su libertad creativa, el color deslumbrante y sus atmósferas enigmáticas.

Bajo esta premisa se presenta la exposición ‘Arte belga. Del impresionismo a Magritte. Musée d’Ixelles’ del Museo Carmen Thyssen Málaga, que se puede visitar hasta el próximo 5 de marzo de 2023. Desde la Alianza Francesa nos acercamos a esta muestra que recoge una importante colección artística del Musée d’Ixelles de Bruselas de inmenso valor cultural francófono.

La pinacoteca ofrece un completo y singular panorama de las principales tendencias pictóricas desarrolladas en Bélgica desde finales de siglo XIX hasta mediados del XX, a través de 77 obras de 53 artistas entre los que destacan nombres tan conocidos para el gran público como James Ensor, René Magritte o Paul Delvaux. Se trata de un ambicioso recorrido por la evolución artística en Bélgica que va del realismo al surrealismo, pasando por las vanguardias propias desarrolladas en este período de búsqueda de modernidad, en el que el arte belga destacó por su libertad creativa, color deslumbrante y sus atmósferas enigmáticas.

En esta exposición, la primera íntegramente internacional para el Museo Carmen Thyssen Málaga y la más completa realizada hasta la fecha en nuestro país sobre el arte belga de finales del XIX y principios del XX, encontramos un arte que bebe de influencias internacionales pero también presenta características específicamente locales, dando lugar a propuestas muy avanzadas donde conviven el atrevimiento creativo y la tensión entre el apego a la realidad y una propensión a la imaginación desbordante.

 

Un recorrido por el arte belga: del realismo al surrealismo pasando por las vanguardias

Así, el Museo Carmen Thyssen Málaga invita al espectador a adentrarse en el cautivador panorama del arte belga mediante un discurso cronológico que se recorre a través de las cuatro secciones en que se ha dividido el relato: el realismo y los orígenes del paisaje naturalista; el impresionismo y sus derivaciones; el simbolismo y las vanguardias fauvista y expresionista y, finalmente, el surrealismo. Nombres muy conocidos por el gran público como James Ensor, con un estilo colorista a medio camino entre el impresionismo y el expresionismo, o los máximos exponentes del surrealismo belga e internacional, René Magritte y Paul Delvaux, conviven con artistas que muchos espectadores tendrán ocasión de descubrir, como Jan Toorop, Émile Claus, Anna Boch, Fernand Khnopff, Léon Spilliaert o Jos Albert, entre otros muchos.

 

Entre las obras más destacadas del recorrido se encuentran Dunas, de Louis Artan, expuesta en la primera sección, que ocupa la Sala Noble (planta primera), y es un ejemplo del nacimiento de la modernidad en el paisaje belga; El gran interior de Jos Albert (1914), que recibe al visitante en la planta tercera, con su explosión de colores que enlazan al autor con el fauvismo francés; La mujer de la sombrilla, de Jan Toorop y Dunas al sol, de Anna Boch, que son ejemplos del mejor impresionismo producido en la Bélgica del fin-de-siècle; El donante feliz, de Magritte, con su inconfundible silueta de un hombre con bombín, o el sueño de inspiración clásica de Las cortesanas de Delvaux.

 

Un diálogo con la colección permanente y los viajeros españoles

‘Del impresionismo a Magritte’ plantea, además, un itinerario cronológicamente paralelo al de la colección permanente de la pinacoteca malagueña, lo que permitirá a los visitantes del museo establecer un interesante diálogo entre el arte español y el belga en el período mostrado. Desde el realismo y el naturalismo hasta comienzos del siglo XX, en el caso del museo, y siguiendo hasta las vanguardias en el de Ixelles.

No es la única conexión singular con nuestro país que el visitante encontrará en las salas, ya que algunos de los artistas presentes en la muestra fueron viajeros por España. Es el caso de Théo Van Rysselberghe, de quien se muestra una vista del Patio de los Leones de la Alhambra y que fue amigo íntimo de Darío de Regoyos, también presente en la exposición y en la colección malagueña, y que estuvo muy vinculado a la escena artística belga.

“Esta exposición es una oportunidad excepcional para conocer de primera mano y con notables ejemplos la esencia del arte belga, a través de la colección del Musée d’Ixelles, una institución fundada en 1892 que atesora en Bruselas una importante colección de  15.000 obras desde el siglo XIX hasta el arte contemporáneo”, destaca Lourdes Moreno, directora artística del Museo Carmen Thyssen Málaga, que pone en valor que, gracias a esta alianza internacional, Málaga se convierta en un escaparate temporal en nuestro país de estas obras maestras durante los próximos meses.

Théo Van Rysselberghe, Té en el jardín, 1901. Óleo sobre lienzo, 98 x 130 cm. Donación Madeleine Maus, 1922. Musée d’Ixelles (Bruselas)

 

El conjunto de obras mostrado es tan extenso que, junto a la sala de exposiciones de la tercera planta, se ha incorporado al recorrido la Sala Noble, en la primera. Además, como complemento a la propuesta, habrá un ciclo de conferencias con expertos internacionales en arte belga y un programa de actividades ligado a este proyecto, con acciones para los más pequeños y propuestas escénicas de pequeño formato. Por su parte, el catálogo que desgrana las claves de la exposición se ha editado en formato trilingüe, con textos en español, francés e inglés.

Toda la información de la muestra, que puede ser visitada del 11 de octubre de 2022 al 5 de marzo de 2023, está disponible en la página web www.exposicionartebelga.es.

René Magritte, El donante feliz, 1966. Óleo sobre lienzo, 55,5 x 45,5 cm. Adquirido en 1966. Musée d’Ixelles (Bruselas) © René Magritte, VEGAP, Málaga, 2022.

 

Bibliografía:

Nota de prensa: «El Museo Carmen Thyssen Málaga acoge el mejor arte belga moderno del impresionismo a Magritte». Arte belga. Del impresionismo a Magritte. Musée d’Ixelles. (Museo Thyssen Málaga).

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Paul Gauguin, el Mata Mua y la eterna polémica

La polémica por la salida a subasta del ‘Mata Mua’ de Gauguin nos sirve de excusa para repasar la figura de uno de los artistas franceses más influyentes del siglo XIX.

Desde el pasado 8 de junio el Mata Mua (Érase una vez), una de las piezas capitales del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, ya no se encuentra en la sala dedicada a los impresionistas y posimpresionistas de la pinacoteca. El óleo, pintado por Paul Gauguin en 1892 y valorado en más de 40 millones de euros, se encuentra actualmente en el extranjero para ser subastado.

La pintura ha sido la protagonista de una nueva desavenencia entre Carmen Cervera, propietaria del cuadro, y el Gobierno de España sobre el alquiler de la colección, disputa que ambas partes mantienen desde hace más de dos décadas. La salida del cuadro supone una enorme pérdida para la colección y una decepción para los visitantes del museo.

Fuente: Elpais.com

 

Gauguin: breve biografía de un corredor de bolsa

El eterno debate sobre si se debe separar al artista de su obra o si ambos conforman un todo indisoluble se vuelve inevitable cuando se profundiza en la vida del pintor parisino. La polémica y la leyenda negra siempre han rodeado a Paul Gauguin. Su existencia se ha asociado a escándalos sexuales, enfermedades o problemas judiciales, pero sobre todo se le ha identificado como el genio que marcó un antes y un después en el arte del siglo XX.

Nació en París en 1848 y a los cuatro años huyó con su familia a Lima tras el golpe de estado de Napoleón III. Durante su adolescencia se enroló en la marina mercante y no regresó a París hasta 1871, donde empezó a trabajar en una empresa financiera, se casó y llevó una vida acomodada como corredor de bolsa.

Fue durante este periodo cuando empezó a interesarse por el arte. Tomó clases de pintura y comenzó una colección con obras impresionistas de Manet, Cézanne , Monet o Pissarro. Con este último desarrolló una amistad que le permitió participar en una de las muchas Exhibiciones Impresionistas que se realizaban por entonces (1880).

Tras un desplome de la Bolsa parisina, Gauguin olvidó los números y las monedas para dedicarse en cuerpo y alma a la pintura hasta que, arruinado, abandonó a su esposa e hijos en Copenhague, donde residían entonces. Desde ese momento vivió en la miseria y se sintió rechazado por una sociedad a la que él mismo aborrecía.

Dos acontecimientos marcarían un punto de inflexión en su producción artística: su encuentro con Vincent van Gogh, que dio como resultado una relación marcada por la admiración y la rivalidad mutuas -más por lo segundo que por lo primero-, y su primer viaje a Martinica.

“¡Soy un gran artista y lo sé!”, gritaba a menudo Paul Gaguin.

En la colonia francesa descubrió un paisaje nuevo, exótico y repleto de los estímulos sensuales. También halló una sociedad indígena en convivencia con la naturaleza más exuberante de la que quedó prendado. Gauguin sintió urgencia por conectar con lo primitivo y exploró este camino en sus lienzos, lo que supuso una ruptura total con el impresionismo. Alejándose del naturalismo de estos y abandonado el nido para siempre, Gauguin aumentó la intensidad de su paleta para ponerla al servicio de una narrativa tribal cargada de símbolos.

Tahití, destino dorado

Finalmente se marchó a Tahití para convertirse “en un salvaje, un lobo en los bosques, sin collar”. En un encuentro con el periodista Jules Huret, de L’Echo de Paris, Gauguin afirmó que se iba para encontrar la paz, para liberarse de la influencia de la civilización. “Solo quiero crear un arte que sea sencillo, muy sencillo. Hacer lo que necesito para renovarme a mí mismo en una naturaleza que no haya sido arruinada: solo quiero ver salvajes, vivir como ellos, sin más preocupación que sacar a la luz, como un muchacho, lo que mi mente conciba, con la sola asistencia de medios de expresión primitivos”.

Produjo entonces numerosas obras inspiradas en la luz, la población y las leyendas de la Polinesia. Cuadros llenos de voluptuosas jóvenes semidesnudas, coloridos y sencillos. Gauguin quería vivir y narrar la vida prehistórica, y lo hizo, paradójicamente, con las técnicas pictóricas más modernas de la vanguardia parisina. Sirva esto como ejemplo de la propia naturaleza contradictoria del artista.

El resultado fue una serie de pinturas estilizadas y decorativas a partir de bloques de color bidimensionales que evocan un paraíso tropical en calma visto a través de los ojos de un converso frustrado porque, en realidad, siempre sería un occidental, un turista.

Sin embargo, su compromiso con esta nueva sociedad era firme. Ni su producción artística, ni sus numerosos conflictos personales, ni tampoco su enfermedad (se sospecha que se trataba de la sífilis), fueron un impedimento para enfrentarse una y otra vez a las autoridades locales en defensa de las comunidades indígenas.

La importancia del Mata Mua (y de su pérdida)

Solo un año después de llegar a Tahití pintó el conocido óleo Mata Mua, que en lengua maorí significa Érase una vez. La realidad es que este cuadro narra el paraíso idílico que no llegó a encontrar. Tahití no era la Arcadia soñada ni el edén libre que Gauguin esperaba. En 1891 quedaban pocos vestigios de la cultura primitiva y el control de la administración colonial y de la Iglesia habían prohibido las danzas y los ritos nativos.

En el cuadro se aprecia un valle donde tres mujeres bailan alrededor del ídolo Hina, la deidad de la luna, que se eleva sobre la vegetación. Mientras, en un primer plano, dos jóvenes descansan sobre la hierba. Un árbol divide la escena: por un lado el sensual ritmo de los tambores; por otro la calma y el reposo de los vestidos blancos y las flores.

Esta genial obra de arte fue una de las últimas adquisiciones del barón Thyssen y es, sin duda, la joya de la corona heredada por la baronesa. Ha estado expuesto durante muchos años en el Thyssen-Bornemisza y su pérdida supone una fragmentación más en una colección ya bastante mutilada. Javier Arnaldo Alcubilla, conservador y jefe de investigación del Thyssen  hasta 2011 explicaba que «es completamente excepcional encontrar piezas de Gauguin de ese calibre, del periodo de Tahití, por eso es particularmente valioso»

Dónde terminará la pieza es algo que aún no se sabe. Lo que es seguro es que desde que los museos volvieron a la vida después del estado de alarma, la sutil retirada del cuadro ha sido interpretado por muchos como un golpe bajo. Puede que aun no esté todo perdido, puede que el Mata Mua vuelva a Madrid si se llega a un nuevo acuerdo con el Ministerio de Cultura.

Gauguin en la cultura

La vida del pintor parisino siempre ha suscitado fascinación, incluso en ámbitos no relacionados directamente con las artes plásticas. En 2017, por ejemplo, el director francés Edouard Deluc llevó al cine el exilio voluntario del artista bajo el título Gauguin: Voyage de Tahiti. El filme, protagonizado por un camaleónico Vincent Cassel, recibió críticas dispares (aunque en su mayoría fueron positivas) centradas especialmente en la blancura a la que está sometido el biopic.

https://www.youtube.com/watch?v=RFgHwr5ZbdE

En el mundo de las letras también se ha visitado en numerosas ocasiones la figura del artista. Se han publicado varias biografías en diferentes idiomas. La autora Ángeles Caso publicó en 2012 Gauguin. El alma de un salvaje bajo el sello Lunwerg.

El volumen, ilustrado y editado en tapa dura, resulta interesante no solo por la calidad literaria del texto y lo riguroso de la investigación previa por parte de la escritora. Es interesante, además, por los capítulos adicionales que se han insertado tras la propia biografía en los que aparecen las obras del pintor así como algunas fotografías acompañadas por textos de su propia pluma. Estos son fragmentos de las cartas que le enviaba a Matte, su esposa de origen danés, a Émile Schuffenecker, Émile Bernard o Vincent van Gogh entre otros. Reflexiones, pensamientos y  descripciones de lugares. Al fin y al cabo, quién mejor para narrar su vida y sus pensamientos que él mismo.

Aunque, para eso, nada como adentrarse en su autobiografía Oviri: Écrits d’un sauvage (Folio. Essais), publicada en español por Akal con traducción de Marta Sánchez-Eguibar y titulada Escritos de un salvaje. A través de los textos recogidos en este libro, la mayoría escritos durante su estancia en los Mares del Sur, podemos profundizar en el pensamiento del genio irreverente que revolucionó el arte en Europa durante las últimas décadas de 1800 dejando tras de sí un legado incomparable.

Solo cabe esperar que el Mata Mua vuelva a casa y que podamos sumergirnos de nuevo -o por primera vez- en ese paisaje brillante y sugerente que Gauguin ideó a través de sus pinceles.

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Los rebeldes del impresionismo francés

La segunda mitad del siglo XIX estuvo marcada por una generación de artistas que mandaron a paseo el establishment de la época para dar paso al impresionismo francés y descubrir una nueva manera de plasmar la realidad en el lienzo.

Al observar los motivos románticos -y algo cursis- elegidos por los artistas del impresionismo francés para sus obras, cuesta pensar que todos esos paisajes floridos, esas imágenes parisinas de elegantes picnics en el bosque o esas escenas de burgueses disfrutando de la absenta en los bares, fueran símbolo de rebelión y subversión ante el paradigma artístico imperante de la época en Francia.

Los impresionistas fueron el grupo más radical, combativo y rompedor de la historia del arte y con su lucha marcaron el inicio del arte moderno. Manet, Degas, Renoir, Braquemond, Pisarro, Cézanne, Monet… Todos los hombres y mujeres que antes o después se adscribieron al movimiento rompieron las reglas del juego y desarrollaron un complejo modo de pintar nunca antes visto que reflejaba la vida moderna de un París efervescente en pleno crecimiento económico y cultural.

Las bailarinas de Edgar Degas

Cazadores de luz

Ahora a nadie le sorprendería ver a una persona pintando en plein air en un mirador, un paseo marítimo o en el campo. Pero a mediados del siglo XIX que alguien sacara su paleta y sus pinceles a la calle y montara un caballete en cualquier parte no era en absoluto habitual ni estaba bien visto. Pero a los impresionistas franceses las convenciones sociales no les decían nada.

Rompieron la pared que separaba sus estudios del mundo real y pasaron más tiempo creando fuera de ellos que dentro. Esto significaba que pintaban bajo constantes cambios de luz y con condiciones ambientales que se escapaban de su control. Querían captar un instante fugaz en el que el color brillaba de una manera determinada o las sombras se encontraban en el lugar preciso. El trazo no tenía más remedio que ser rápido, la velocidad pasaba a ser parte del proceso. Las pinceladas eran intencionadamente evidentes y llenaban el lienzo de vibración: aparecieron gamas más amplias de color, más matices. Realmente se trataba de algo rompedor en aquel momento.

«Almuerzo sobre la hierba» de Manet

Academia versus impresionismo francés

Para los impresionistas no fue fácil ingresar en el mundo del arte. Sus problemas empezaron cuando se toparon con la poderosa y conservadora Académie des Beaux Arts. Para los académicos todo lo que no fuesen representaciones mitológicas, iconografía religiosa o Antigüedad Clásica, no tenía cabida en su prestigiosa institución. Pero estos jóvenes artistas del impresionismo francés no tenían interés en estos temas: ellos querían documentar el mundo tangible y real que los rodeaba.

No obstante, los críticos y la prensa se les echaban encima continuamente. Recibieron burlas y fueron acusados de no generar arte comme il faut. Las reglas eran estrictas y esta nueva técnica amenazaba con cambiarlas para siempre, algo que la Academia no podía permitir. En consecuencia, la mayoría de los impresionistas no podían vender su obra y estaban condenados a una vida de pobreza. Su reacción fue de la indignación al enfado pero, aun así, siguieron adelante y no se rindieron. Al fin y al cabo, se encontraban en el mejor momento histórico posible para rebelarse: cambios políticos violentos, avances tecnológicos, el nacimiento de la fotografía, nuevas ideas filosóficas… París se estaba convirtiendo en una capital urbana y artística sin precedentes.

Rue de Batignolles, 11

Un grupo de unos 30 artistas pertenecientes al impresionismo francés se reunían en su café favorito en el número 11 de la calle Batignolles –hoy el número 9 de la avenida Clichy– para discutir sobre el arte y sus técnicas, la vida y -muy especialmente- la animadversión general que sentían hacia la Académie que casi era palpable en el ambiente.

Claude Manet, que tenía un estudio cerca y pasaba mucho tiempo animando a los jóvenes y nuevos talentos, terminó llamando a esta generación de artistas rebeldes a la que pertenecía y para la que fue una especie de gurú  El grupo de Batignolles.

Las grandes bañistas de Paul Cézanne

El salón de los rechazados

Uno de los acontecimientos artísticos más importantes del momento era el Salón de París, una exposición anual organizada por la Academia a donde los impresionistas, por supuesto, jamás llegarían. El jurado negaba obra tras obra hasta que en 1863 los artistas protestaron cuando más de 3000 lienzos fueron rechazados. Napoleón III, el último monarca de Francia, cuyo régimen no gozaba de popularidad precisamente, trató de tender puentes creando el Salon des Refusés (Salón de los Rechazados). Allí fueron a parar todas las pinturas que no tenían cabida en el Salón de París y gracias a ello fue el público quien juzgó la legitimidad de las obras “malditas”.

A partir del 74, los impresionistas, animados por Manet, siempre motor del movimiento, expusieron en ese salón y comenzaron a recibir la atención que merecían. El impresionismo francés se había hecho un nombre por fin en la historia del arte y con sus artistas, había llegado el mundo moderno.

Bibliografía

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