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Homenaje a Costa-Gavras en la XXV edición del Festival de Cine Francés y Francófono de Málaga

Celebramos 25 años de cine en francés homenajeando a Constantin Costa-Gavras, cineasta franco-griego cuya extensa filmografía destaca no sólo por su calidad, sino también por su compromiso social.

Hasta mediados de septiembre no podemos desvelar la programación oficial de la vigésimo quinta edición del Festival de Cine Francés de Málaga, que tendrá lugar del 11 al 18 de octubre en diferentes espacios de la ciudad (La térmica, el Centre Pompidou Málaga y, por supuesto, el Cine Albéniz). Sin embargo, sí que podemos daros un avance: este año dedicaremos el Festival a la inigualable figura del cineasta francés de origen griego Costa-Gavras; un reconocimiento que nace de la habitual colaboración con el Festival Premiers Plans de Angers.

El cine según Costa-Gavras

Konstantinos Gavras, llamado Costa-Gavras, es un director de cine franco-griego, nacido en Lutra-Iraias (Atenas) en 1933. Sus primeros años los dedicó al thriller político y al drama social, mientras que en la posterior etapa de su carrera se ha volcado más en la ficción social. Sus películas han destacado siempre por el compromiso político e ideológico que deja patente en cada una de ellas, convirtiéndolas así en herramientas de transformación social y de agitación de conciencias.

Ganador de múltiples premios Oscars, BAFTA o del Festival de Cannes entre otros, Costa-Gavras siempre ha trabajado con figuras internacionales a lo largo de su trayectoria, como Jorge Semprún, Dustin Hoffman, John Travolta o Jean-Louis Trintignant. Por otra parte, como buen amante de la Literatura (carrera en la que se licenció en su juventud), ha adaptado al cine algunas obras literarias de autores como Vassilis Vassilikos (“Z”, 1969), Romain Gary (“Clair de femme”, 1979) o Thomas Hauser (“Desaparecido”, 1982).

Proyecciones en el Centre Pompidou de Málaga

Como ya viene siendo tradición, el homenaje tendrá lugar en el Centre Pompidou, donde se proyectarán tres de las películas más importantes del director. A continuación os dejamos las fechas e información sobre las mismas:

14 de octubre

Será la ópera prima de Costa-Gavras la que inaugure la sección. Se trata del filme Los raíles del crimen (Compartiment tueurs, 1965). Una película franco-italiana con un reparto coral adaptada de una de las novelas de Sébastien Japrisot. En ella se pueden observar referencias al cine polar de Clouzot o Melville (protagonista homenajeado en la anterior edición del Festival).

La cinta cuenta la historia de seis personas que comparten un coche-cama durante el trayecto en tren desde Marsella a París. La situación se tensa cuando uno de ellos aparece asesinado y la policía comienza a investigar el crimen. En el 66, esta película estuvo nominada a los BAFTA y fue premiada como Mejor Película Extranjera en los National Board of Review.

16 de octubre

No podíamos prescindir de la que probablemente sea la obra más importante del autor hasta la fecha: Z (1969). De nuevo se trata de una adaptación literaria, en este caso del escritor griego Vassilis Vassilikos, en la que se denuncia el asesinato de Grigoris Lambrakis, un diputado griego de izquierdas y pacisfista. Cuando el asesinato es encubierto por las autoridades del país, un joven magistrado a quien encargan la investigación del caso comienza a indagar y a sacar trapos sucios.

Esta cinta ha sido sin duda una de las más laureadas de su carrera. Consiguió con ella numerosas nominaciones y premios, incluyendo dos Oscars. Además, supuso el inicio de su inmersión en el género policiaco y político del que muchos otros cineastas se han visto influenciados posteriormente.

17 de octubre

La cinta La confesión (L’aveu, 1970) será el cierre y broche final del homenaje a Costa-Gavras. Después del éxito de Z, el director continuó explorando en la denuncia y representación del totalitarismo. Con esta obra militante, el franco-griego denuncia los juicios estalisnistas y las torturas que sufrían los presos políticos a los que obligan a reconocer hechos no acontecidos durante el famoso Proceso de Praga de 1952.

El filme, que estuvo nominado a los Globos de Oro en la categoría de Mejor Película Extranjera, no habría sido posible sin la implicación de Yves Montand y Simone Signoret (actores protagonistas), debido a las presiones comunistas francesas a las que tuvo que hacer frente.

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Los rostros del cine polar francés

A nadie le queda el sombrero tan bien como a ellos. Han sabido llenar la pantalla con cada uno de los papeles que han interpretado a lo largo de sus carreras como actores, pero fue en las películas del cine polar francés en las brillaron como nunca.

Gabin, Delon, Belmondo. Los tres dieron vida en algún momento al arquetipo que define el noir francés: el antihéroe que se siente como pez en el agua llevando un revólver en el bolsillo de su gabardina; que se mueve en ambientes sórdidos codeándose con mafiosos, delincuentes y ladrones de poca monta. Que sueñan con quedarse con la pasta y con la chica pero que… rara vez lo consiguen. Estos actores interpretaron en algún momento de sus carreras al clásico tipo duro cuyo destino siempre se intuye fatídico y, con sus miradas misteriosas y mucha sangre fría a la hora de apretar el gatillo, consiguieron que nos enamoráramos del malo para siempre.

Jean Gabin (París, 1904 – 1976)

Cuando su nombre aún era Jean-Alexis Moncorgé y contaba sólo con 15 años de edad, Gabin se subió a un escenario por primera vez. En ese momento supo que jamás abandonaría el espectáculo ni la actuación y, de hecho, estuvo trabajando en ello sin descanso hasta sus últimos días.

Su época dorada empezó a mediados de los años 30 y duró hasta la década de los 60 y durante todo ese tiempo se convirtió en el corazón y el alma del cine francés. Vivió la transición del cine mudo al sonoro y, mientras que muchos otros intérpretes se quedaron por el camino, él siguió defendiendo su sitio y protagonizando películas de éxito.

Gabin fue un actor del realismo poético, una corriente cinematográfica marcada por películas oscuras y melodramáticas que se extendió por toda Europa, pero también fue de los primeros actores que daban forma al cine polar francés convirtiéndose con su estilo lacónico y sombrío en un referente para los que vinieron después de él.

Trabajó en más de 90 películas; muchas de ellas hoy son imprescindibles en la cinematografía francesa, especialmente las que dirigió el gran Jean Renoir. Gabin protagonizó Los bajos fondos (Les Bas-fonds, 1936) y La gran ilusión (La Grande Illusion, 1937), película con la que se dio conocer al resto del mundo. Pero, sin duda, el mayor de sus logros como actor fue interpretar al comisario Maigret en 1985 en Maigret tend un piège de Jean Deloney, personaje creado por el escritor belga Georges Simenon, que fue llevado al cine en forma de saga por ambos, director y actor, en repetidas ocasiones.

Alain Delon (Altos del Sena, 1935)

Un joven y anónimo Alain que en 1957 acompañaba a su amigo Jean-Claude Brially al Festival de Cannes, estaba lejos de imaginar que acudir a tal evento cambiaría su vida para siempre. Su atractivo físico no pasaba desapercibido y no tardó en recibir las primeras propuestas cinematográficas allí mismo, entre la prensa y las celebridades del momento. Afortunadamente, detrás de su imagen también había un talento natural para la actuación y ese mismo año protagonizó sus dos primeras películas.

La carrera de Delon es extensa y ha estado marcada por numerosos éxitos, tanto en el panorama comercial como en el de autor. Resumir toda una vida dedicada a la interpretación mencionando solamente su aportación al cine polar francés sería injusto. Sin embargo, es innegable que este es precisamente el género cinematográfico en el que más tiempo ha pasado inmerso y el que mejor le ha sentado. Su fría mirada azul, siempre alerta, es ya un icono junto con las gabardinas y los borsalinos.

Su primer contacto con el cine negro fue de la mano del director Henri Verneuil, quien contó con él para títulos tan emblemáticos como Gran jugada en la costa azul (Mélodie en sous-sol, 1963) o El clan de los sicilianos (Le clan des siciliens, 1969), películas que co-protagonizó con Jean Gabin.

Sin embargo, cruzarse con el genial director y maestro del polar Jean-Pierre Melville supuso un punto de inflexión en su carrera. Gracias a él tuvo la oportunidad de dar vida al siniestro Jeff Costello, el personaje protagonista de una de las mejores películas del género que ha dado la cinematografía francesa: Le Samouraï (El silencio de un hombre (El samurái), 1967). Este largometraje supuso la cima tanto para Melville como para Delon, por lo que no dudaron en repetir experiencia pocos años después en Círculo Rojo (Le cercle rouge, 1970), gran obra maestra del polar, y en Crónica negra (Un Flic, 1972).

Jean-Paul Belmondo (Neuilly-sur-Seine, 1933)

El joven Belmondo siempre prefirió el boxeo y el deporte a las clases en el Liceo, aunque lo que verdaderamente terminó haciendo bien fue actuar. Empezó en el teatro a los 16 años y no debutó en el cine hasta mediados de la década de los 50 cuando la Nueva Ola lo sumergió de lleno en el éxito. Jean-Luc Godard le ofreció protagonizar Al final de la escapada (À bout de soufflé, 1960), una película que marcó un antes y un después en la historia del cine y que Jean-Paul Belmondo supo aprovechar derrochando un magnetismo genuino en cada plano.

Llegó al cine polar francés en la década de los 60 conducido por el mayor representante del género. Así, interpretó el papel principal en El guardaespaldas (L’ Aîné des Ferchaux, 1963), una de las películas menos conocidas de Jean-Pierre Melville, y, solo dos años después, hizo lo mismo con una de las más sonadas del realizador francés; en El confidente (Le Doulos, 1965).

En 1970 formó parte del elenco de Borsalino, película que retrataba a una panda de mafiosos dirigida por Jacques Deray y que protagonizó junto a Alain Delon, dando lugar a una explosiva combinación que ocasionó más de una trifulca entre los actores durante el rodaje. Repitió con el director francés años después en El solitario (Le solitaire, 1987). Se movió entre las sombras del polar en cintas como Rufianes y Tramposos (Les morfalous, 1984) de Henri Verneuil y en otros títulos en los que el género se difuminaba y se mezclaba con las películas de acción que tanto disfrutaba el actor -o su ego-, a las que también dedicó gran parte de su esfuerzo profesional.

Un género que no se agota

Film noir, neo-noir… Lejos de encontrarse extinto, el cine policiaco francés ha sabido reinventarse con el paso de los años; aunque conservar el halo de las películas clásicas y de estos actores pioneros, es un asunto más complicado. Qué alivio saber que revisitar estas cintas y volver a ver a los grandes del cine polar francés empapados bajo la lluvia tramando algo por las calles de París, es más fácil que nunca.

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Cinco títulos para iniciarse en el cine polar francés

Os proponemos una visita a los bajos fondos a través de una selección de películas perfectas para entrar en el apasionante mundo del cine polar clásico.

Tipos en gabardina, matones, policías corruptos y muchos disparos. El cine polar francés de los 60 desarrolló la figura del anti-héroe como ningún otro género. Nos puso del lado del tipo malo y nos demostró lo fascinante que puede llegar a resultar el lado oscuro de la vida. Una repleta de personajes carismáticos, lacónicos y atractivos pasándolo realmente mal bajo sus borsalinos.

Perder el interés en una película polar una vez que hemos pulsado el play es casi imposible. Las tramas resultan trepidantes y quedamos atrapados irremediablemente por el protagonista. Y es que, aunque intuimos que lo va a pasar muy mal –o precisamente por eso–, queremos acompañarle hasta el fatídico final que le espera y, con el corazón en un puño, albergamos la secreta esperanza de que se salve.

Nadie mostró el peligroso mundo del hampa en la pantalla como lo hizo el gran Jean-Pierre Melville. Películas inolvidables como El silencio de un hombre (Le samuraï, 1967) o Círculo rojo (Le cercle rouge, 1970) –cintas que todo cinéfilo que se jacte de serlo debe haber visto alguna vez– elevaron al director a máximo representante del cine polar. Sin duda fue el mejor, pero, por supuesto, no fue el único.

Gran jugada en la costa azul (Mélodie en sous-sol, 1963)

Henri Verneuil se basó en la novela del autor americano Zekial Marko para desarrollar esta cinta; auténtica semilla de las grandes películas de atracos que hemos visto en los últimos años. Está protagonizada por Jean Gabin y un maravilloso Alain Delon –actor de mirada gélida nacido para interpretar al gánster perfecto–. Ambos dan vida a dos ex-convictos que no han aprendido la lección y quieren dar un último gran golpe.

Charles (Gabin) desoye a su esposa, quien le propone emplear sus ahorros en montar un chiringuito en la Costa azul y empezar de cero ahora que ha salido de prisión. Pero Charles tiene en mente un futuro algo más brillante: pretende asaltar la cámara acorazada de uno de los casinos más importantes de Cannes y hacerse con los millones de francos alojados en ella. No es plan para un solo hombre, así que contará con la ayuda de Francis (Delon).

La película le valió a su director el Globo de Oro a la Mejor Película de habla no inglesa en el 63 y ocupó lugar en el top de las mejores películas extranjeras del National Board of Review.

El profesional (Le professionnel, 1981)

Georges Lautner dirige a un maduro Jean-Paul Belmondo en uno de los mayores éxitos del cine francés del 81. De nuevo se trata de una adaptación de  novela, en este caso de la del autor Patrick Alexander, Además, la cinta contó con una música original espectacular brindada por el genial Ennio Morricone por la que obtuvo una nominación a Mejor Banda Sonora en los Premios César de ese año.

Belmondo pone cara a Joss Beaumont, un agente secreto del servicio francés que es enviado a Malagawi, un pequeño país africano. Tiene órdenes de acabar con el presidente N’Jala, dictador y enemigo de Francia. Sin embargo, Joss es detenido y torturado durante dos años. Cuando consigue escapar decide vengarse de todos y cada uno de los superiores que le enviaron a aquella misión suicida.

París, bajos fondos (Casque d’or, 1952)

Tildada por la crítica como obra maestra absoluta y reivindicada por los chicos de la Nouvelle Vague, esta película del cineasta francés Jacques Becker supuso su mejor trabajo y él mismo hablaba de ella como su cénit profesional.

Ambientada en el París de 1898, la formidable Simone Signoret interpreta a Marie, una prostituta bellísima con una melena rubia recogida en un característico moño con el que se gana el apodo de Casco de oro. Signoret ganó el reconocimiento a Mejor Actriz Extranjera en los premios BAFTA del 52 gracias al formidable trabajo que realizó durante el rodaje de la película.

En ella vemos como Marie trae de cabeza a los hombres del viejo barrio Montmartre, incluyendo a su novio Roland. Sin embargo, encuentra el amor verdadero al conocer a un humilde carpintero que, además, la corresponde. En ese momento empieza una terrible pelea, con bandas criminales implicadas, por hacerse con el favor de la legendaria Casco de oro.

Rififi (Du rififi chez les hommes, 1955)

El norteamericano Jules Dassin firma esta magnífica cinta. Una de las obras cumbres del cine polar europeo que el mismo Francois Truffaut calificó como “el mejor cine noir que jamás había visto”. No es de extrañar, entonces, que se alzase con el premio a la Mejor Dirección en Cannes en el 55 y que cuente con una de las mejores secuencias sobre robos rodada en la historia del cine.

Rififi en francés es un término que significa trifulca, pelea entre maleantes, lo que ya nos da una pista sobre lo que vamos a encontrar. Después de cumplir cinco años de condena, Tony Le Stephanois (Jean Servais) se vuelve a encontrar con sus compinches, quienes le proponen dar el golpe definitivo a una importante joyería parisina. Esto es más que suficiente para que el protagonista abandone el honrado propósito de cambiar de vida que se había propuesto a sí mismo. Ahora su objetivo es recuperar su posición como líder del hampa y recuperar a su chica, que se ha cobijado bajo la protección de un gánster rival

Vivamente el domingo (Vivement dimanche!, 1983)

Esta fue la última película de François Truffaut. Está basada en la novela “The long Saturday night” (1962) de Charles Williams. Un verdadero homenaje al cine negro de Alfred Hitchcock donde no faltan notas de comedia y del romanticismo que caracterizó al mítico director francés durante toda su carrera.

En este filme nos cuenta la historia de Julien Vergel, en la piel de Jean-Louis Trintignant, propiertario de una agencia inmobiliaria que ha sido acusado del asesinato de su mujer. Su secretaria, Barbara, una espléndida Fanny Ardant, secretamente enamorada de su jefe, confía ciegamente en su inocencia y decide investigar el crimen por su cuenta para encontrar al verdadero asesino, lo que la llevará a vivir situaciones peligrosas y totalmente nuevas para ella.

La nostalgia de la vida nocturna y del asfalto mojado

El cine polar clásico cuenta con un alto componente nostálgico en todas esas aceras mojadas por la lluvia, en ese vestuario y estilismo de una época analógica que se intuye más romántica que la nuestra y, por supuesto, en el encanto que irradia el rostro de las celebridades del momento. Elementos que, a menudo, actúan como repelente entre las generaciones más jóvenes.

Sin embargo, la diversión que promete el polar clásico puede sorprender a los neófitos que, quizá, tengan algún prejuicio hacia el cine clásico y echen de menos el color digital o algunos efectos especiales. Pero los magistrales claroscuros que empleaban en la fotografía de estas películas suplen con creces la falta de pirotecnia más moderna. Nosotros estamos convencidos de que se puede comprender el presente desde el pasado y recomendamos ver estas películas como ejercicio para profundizar en las raíces del cine noir de los últimos 20 años, algo que, sin duda, Scorsese o Tarantino pusieron en práctica hace mucho, mucho tiempo.

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Melville (Volumen I): llamadme Jean-Pierre

Nos sumamos al homenaje que el Festival de Cine Francés de Málaga rindió a Jean-Pierre Melville el pasado octubre en su XXIV edición con un monográfico en dos volúmenes dedicado a uno de los directores más brillantes de la historia del cine europeo.

Todos los directores de cine tienen el mismo sueño. Anhelan crear con total libertad y dar con el equilibrio perfecto entre lo artístico y lo técnico; buscan trascender a través de su obra y, por supuesto, hacer historia. Pero no todos pueden ser Fellini o Bergman, claro. Sólo unos pocos cuentan con la disciplina, el talento y, sí, la obsesión necesaria para ello. Es el caso de Jean-Pierre Melville, una rareza en el panorama cinematográfico francés de los 50. Fue un cineasta autodidacta, creó su propio estudio de cine y terminó siendo todo un referente del género policíaco europeo.

Para los chicos de la Nouvelle Vague Melville fue una especie de gurú o padrino en el que inspirarse. No tanto por sus películas, que no casaban en absoluto con el estilo que adoptó la nueva ola, sino por la libertad y la radicalidad de las que el director hacía gala. Tanto es así que en 1960 Godard le propuso un breve cameo en Al final de la escapada (À bout de soufflé). En la escena que rodaron juntos el maestro galo aparece, cómo no, con ese sombrero convertido en icono y sus inseparables gafas de sol. Inspirándose en el ruso Navokov interpreta el papel de Parvulesco, un escritor de éxito que está dando una rueda de prensa al aire libre. Entre los periodistas que le lanzan una pregunta tras otra observamos a una prudente Jean Serberg. “¿Cuál es su principal ambición en la vida?”, le pregunta la chica. El escritor se quita las gafas y mirándola directamente contesta: “volverme inmortal y, después, morir”.

Lo más probable es que esta respuesta la improvisara al margen del guión original de Chabrol y Truffaut, que seguro estarían encantados con tal licencia. Y también es probable, o al menos es lógico pensarlo, que tal ambición fuese la del propio Melville y no sólo la del personaje que interpretaba. Sea como fuere, lo consiguió. Alcanzó la inmortalidad con los trece largometrajes que componen su filmografía.

Chez Melville

Ante todo, Melville fue un cinéfilo declarado. En su infancia estuvo obsesionado con Keaton, Chaplin y Lloyd. Pero cuando el cine se volvió sonoro algo cambió para el joven Jean-Pierre y la única realidad que le interesaba era la que se proyectaba en la pantalla. Todo cuanto hacía era ver más y más cine. Totalmente abducido, absorbió tanta información durante esos años que para cuando debutó con El silencio del mar (Le silence de la mer) en 1949 ya tenía muchos más conocimientos a nivel técnico que cualquier director en activo en toda Francia.

“Cada vez que veo una de mis películas de nuevo, entonces y sólo entonces puedo ver lo que debería haber hecho” – Jean-Pierre Melville.

Pero no tuvo más remedio que renunciar a su pasión cuando le llamaron a filas en el 37 para, tres años más tarde, vivir en primera línea la invasión nazi. El largo tiempo que pasó en la Resistencia y su experiencia directa con la violencia fueron cruciales a muchos niveles para él, y se refleja sobre todo en los primeros años de su carrera fílmica -como veremos en la segunda parte de este monográfico-.

Fue durante esos años cuando decidió abandonar para siempre el apellido familiar heredado, Grumbach, y adoptar el del autor de Moby Dick, por quien sentía especial devoción. Melville, el director, buscaba obsesivamente la perfección en el desarrollo de sus películas. Por ello resulta casi natural asociar esta obsesión con la del infatigable Capitán Ahab por la gran ballena blanca de la historia de Melville, el escritor.

Melville Productions presents

Pero el cambio de apellido no fue la única decisión importante que tomó durante estos años: quería montar sus propios estudios de cine y trabajar con total libertad creativa. Se aferró a este nuevo objetivo vital y cuando terminó la guerra, después de algunos encontronazos con el sindicato de técnicos cinematográficos y comprobar lo difícil que era obtener producción para sus películas, decidió formar su propia productora. Melville Productions creció y el director, por supuesto, no se conformó solo con su sello. Fundó por fin sus propios estudios y así comenzó su carrera. Sin duda, una de las más singulares de la historia del cine europeo. Desafortunadamente y para desesperación del realizador, un incendio destruyó todo su imperio. Dicen las malas lenguas que tal vez ese fuego fuera intencionado, ya que el carácter de Melville, tan inaccesible y soberbio, le hizo ganarse algún que otro enemigo en el mundillo.

Sin embargo, sólo le tomó un año recuperarse y retomar sus proyectos. En total realizó catorce películas. La primera de ellas consistió en un corto llamado 24 horas en la vida de un payaso (24 heures de la vie d’un clown, 1946) que funcionó como una especie de extraño prólogo a su obra en el que el director rendía un nostálgico homenaje al mundo del circo, que tan importante fue para él durante su infancia más temprana. Pero el tono del corto no funcionó muy bien para el exigente director. Se prometió a sí mismo que en el futuro se ceñiría a una narración más fría y hermética; y lo hizo sin ninguna transigencia hacia lo sentimental.

Un universo singular

Y cumplió su promesa. Tras el fiasco del cortometraje Melville perfiló su hermético estilo y jamás lo relajó. Se puede observar en su filmografía que las escenas de amor, prácticamente, brillan por su ausencia y las connotaciones sexuales son anecdóticas. La comedia, ni que decir tiene, era algo que en absoluto tenía cabida en el imaginario fílmico del cineasta.

“Una escena de amor, con un hombre y una mujer en la cama, es difícil de filmar y todas las que he visto están mal filmadas. Por eso yo no las ruedo nunca.” – Jean-Pierre Melville.

Sobre todo dos elementos influenciaron la obra de realizador por encima de otros: la literatura universal, que recibe numerosos guiños y adaptaciones en sus películas, y el noir norteamericano de los años 30 y 40 que consumía compulsivamente. Por algo era conocido como “el más americano de los realizadores franceses y el más francés de los realizadores americanos”. Jamás abandonó la influencia estética del cine clásico de Hollywood, aunque tampoco perdió nunca el respeto por las convenciones narrativas francesas. Como buen maestro del cine Polar, logró el tándem perfecto entre los dos mundos.

Los hombres que amaban a Melville

Llama la atención el hecho de que el universo melviliano es eminentemente masculino. Desde luego, los personajes femeninos han tenido cabida en su repertorio. Por ejemplo en filmes como Los niños terribles (Les enfants terribles, 1950) o Léon Marin, sacerdote (Léon Marin, pêtre, 1961) están protagonizados por mujeres de carácter, activas y fuertes. Pero a grandes rasgos sus personajes principales son siempre masculinos. Generalmente se trata de hombres infranqueables, lacónicos, solitarios, introvertidos, pesimistas, alcohólicos… y es que Melville exploró como nadie a esas balas perdidas del hampa más cruel que habitan al margen de la ley y se mofan del orden establecido.

“El vestuario del hombre tienen una importancia capital en mis películas, estoy muy ligado al fetichismo del vestuario. El vestuario de una mujer me importa menos.” – Jean-Pierre Melville.

Trabajó a menudo con actores desconocidos, pero también con verdaderas estrellas del momento como Henri Decae, Jean-Paul Belmondo o Alain Delon, a lo que se acostumbró pronto y llegó a considerar a las celebridades cocreadoras de sus películas. Sin embargo, al igual que ocurría con Stanley Kubrick, otro pez gordo del celuloide, Melville tenía cierta fama de maltratar a sus actores y llevarlos al extremo. No obstante, llegó a declarar que para él era “preciso que los actores se sientan bien en una película, esto es indispensable”. Pero lo cierto es que en su –enfermizo– afán por alcanzar la perfección a menudo el trato hacia estos era despótico y desagradable.

Un sello inconfundible

Es incuestionable la rigurosidad técnica que exhibía el parisino en sus obras. El realizador hacía las veces de coreógrafo: cada movimiento que aparecía en la pantalla estaba profundamente estudiado. Nada era improvisación ni casualidad. Los encuadres de los planos siempre lograban sacar los mejor de los actores, pero también del set. Esto, junto con la voz en off que a menudo guía al espectador a lo largo de la película, genera una atmósfera del todo magnética capaz de atrapar a cualquiera con un mínimo de sensibilidad artística.

La iluminación, la cámara en mano, los jump cuts en la edición… Melville dirigía de manera extraordinaria. Este hecho se apreciaba a través del trabajo de su equipo de intérpretes. Al parisino le encantaba el underplay, es decir, que los actores no expresaran nada con el rostro, salvo el comportamiento, para añadir así misterio a la gestión del personaje. Hace falta ser muy buen actor para resolver una técnica así de compleja y con tantos matices, pero también es necesario ser muy bien dirigido para conseguir brillar con ella.

Consejo para cinéfilos

Hoy hablamos de ese tipo de director del que uno podría elegir cualquier película de su filmografía y acertaría. Directores contemporáneos tan dispares como Pedro Almodóvar, Nicolas Winding Refn, Carlos Vermut, Quentin Tarantino o John Woo, por mencionar sólo a unos pocos, han manifestado abiertamente la admiración que sienten hacia el director galo y la influencia que sus películas, especialmente las de gánsteres, han tenido en ellos.

Que profesionales del cine que rozan la genialidad en estilos tan diferentes tengan como punto de referencia común la obra del francés sólo puede significar una cosa: Melville es bueno. Realmente muy bueno. Por eso, cinéfila, cinéfilo: si todavía no has visto ninguna sus películas tienes que hacerlo cuanto antes. Todo lo que tienes que saber sobre cine está en sus películas. Déjate seducir por todo lo que el tipo de sombrero y gafas oscuras tiene para ti.

 

Para la redacción de este artículo y del que lo continúa se ha consultado la siguiente bibliografía que recomendamos para profundizar en el universo melviliano:

  • Jean-Pierre Melville. Sombras y silencios. Albert Galera, Editorial Rosetta.
  • Jean-Pierre Melville. Crónica de un Samurái. José Francisco Montero, Shangrila ediciones.
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