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Desplechin: a vueltas con el pasado

Se acaba de estrenar el nuevo trabajo del francés Arnaud Desplechin. El director se rodea en esta ocasión del star-system galo para dar vida a los personajes de Los fantasmas de Ismaël, un drama con forma triangular.

El concepto de triángulo amoroso se ha explorado una y otra vez en la ficción. Uno de los pioneros fue Homero, cuando tuvo a bien que Ulises en la Odisea se topara con la bella Calipso mientras que su esposa, Penélope, lo esperaba en Ítaca rechazando a un pretendiente tras otro. Pero no hay que irse tan atrás ni limitarse a la literatura. En el cine se trata de un argumento recurrente que -casi- siempre funciona.

Lo vimos en Jules et Jim (1962) de François Truffaut, en Y tu mamá también (2001), el road trip a la mexicana de Alfonso Cuarón; lo vimos en la perturbadora Los soñadores (The dreamers, 2003) de Bertolucci o en Los amores imaginarios (Les amour imaginanaires, 2010) del enfant terrible canadiense Xavier Dolan. La lista podría seguir y seguir y todavía nos quedaría alguna película en el tintero para añadir. Sea como sea, la fórmula funciona. Es fácil conectar psicológicamente con lo que vemos en la pantalla si lo que nos muestran se parece de alguna manera a nuestras vivencias o fantasías. Y es que, ¿quién no tiene un amigo o amiga que se ha visto involucrado en una situación así?

El francés Arnaud Desplechin apuesta precisamente por un triángulo amoroso en su recién estrenada Los fantasmas de Ismaël.

El francés Arnaud Desplechin apuesta precisamente por un triángulo amoroso en su recién estrenada Los fantasmas de Ismaël (Les fantômes d’Ismaël, 2018). En esta película nos retrata a Ismaël, alter ego de Desplechin e interpretado por el actor Mathieu Amalric, un director de cine sumido en una profunda crisis personal y profesional que mantiene una relación con la dulce Sylvia, una astrofísica a quien da vida la gran Charlotte Gainsbourg. Pero pronto, como si fuese un fantasma, irrumpe en escena Carlotta, en la piel de Marion Cotillard, la mujer de Ismaël desaparecida, dada por muerta desde hace más de 20 años. En ese momento todo parece volverse inestable e Ismaël oscila entre el pasado y el presente. Entre Sylvia, que representa lo tangible y el ahora, la establidad; y Carlotta, la pasión inolvidable del pasado envuelta en un halo misterioso.

El filme, que fue la película de apertura del Festival Internacional de Cine de Cannes de este año, está enmarcado en el género de la tragicomedia y revela ciertos toques del cine de espías clásico. Está cargado de autoreferencias a la obra anterior de Desplechin y, a pesar de lo críptica que pueda resultar la cinta en ese sentido, el director derrocha libertad creativa durante toda la película. La abre en varias direcciones dándole diferentes significados a lo que narra; llevándonos de lo real a lo onírico sin casi darnos cuenta, sobreponiendo unas capas sobre otras al más puro estilo impresionista. Y aunque suene a maraña complicada, sólo por ver a Cotillard y a Gainsbourg compartiendo pantalla y entretejiéndose en la trama de la cinta, ya merece la pena ir al cine a ver lo último de Desplechin.

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Cine en francés a la sombra de la Giralda

En la numeración de las artes el cine ocupa el séptimo lugar. Pero lo más probable es que en Francia se encuentre algunos puestos más arriba. La industria cinematográfica francesa está en auge y muestra de ello es la programación del reciente Festival de Cine Europeo de Sevilla.

En su XV edición el Festival ha contado con 115 estrenos nacionales y 35 mundiales, una cifra nada desdeñable. De hecho, es como asomarse a la ventana perfecta para tener una panorámica completa de lo que se cuece en el cine europeo, desde el más tradicional al más vanguardista. Pero lo interesante es que 11 de las películas que se han presentado en la Sección Oficial son producciones o coproducciones francesas; y que en la Sección Oficial Fuera de Competición 4 de las 5 cintas proyectadas tenían también acento francés.

Entre las coproducciones se encuentra la ucraniana Donbass de Sergei Loznitsa, que se alzó victoriosa con el Giraldillo de Oro y que muestra una reflexión sobre el conflicto entre Ucrania y Rusia a medio camino entre el género documental y la ficción. Pero este no es el único premio del Festival. El Palmarés es amplio y el cine francés ha tenido su espacio en él.

Es el caso de M  (2018), el documental rodado en yiddish de estilo cinéma verité de Yolande Zauberman. Resultó premiado en la categoría de mejor dirección. La realizadora, tras siete años de ausencia, vuelve a entrar al circuito de los festivales europeos dando voz a un hombre que sufrió abuso sexual en su infancia dentro de una comunidad judía ortodoxa en Israel. Zauberman, con su cámara en mano, consigue acompañarle a través de un universo hermético y hostil para arrojar algo de luz y esperanza sobre un asunto tan doloroso.

El premio al mejor actor se ha entregado por partida doble a Vincent Lacoste y Pierre Deladonchamps, protagonistas de Vivir deprisa, amar despacio (Plaire, aimer et courir vite, 2018). El largometraje, firmado por el transgresor Christophe Honoré, nos traslada a 1990 para mostrarnos, en una historia marcada por la fatalidad del SIDA, como el primer amor y el último no son incompatibles.

Por otro lado, y por cuarto año consecutivo, la Asociación Andaluza de Mujeres de los Medios Audiovisuales (AAMMA) otorga el premio Women in focus. En esta ocasión ha sido para Pearl (2018), el debut de la francesa Elsa Amiel. La directora nos muestra las luces y las sombras de la vida de una mujer, interpretada por la culturista suiza Julia Föry, que ha consagrado su existencia al bodybuilding.

Aunque no ha resultado premiada en esta ocasión, hay que destacar el estreno del último trabajo de uno de los nombres más importantes del panorama cinematográfico francés actual. La cineasta Mia Hansen-Love presentó Maya (2018) en la Sección Oficial. La cinta, protagonizada por Suzan Anbeh y Roman Kolinka nos lleva hasta los exóticos paisajes de la India, donde seremos testigos de la atracción casi mística que experimentan sus personajes, un reportero de guerra que arrastra la oscuridad de quién ha presenciado el horror en primera persona y una joven llena de vitalidad que le hará replantearse cada aspecto de su vida.

Fuera de competición encontramos cintas como Mektoub, My Love: canto uno (2018), el último filme del director franco-tunecino Abdellatif Kechiche sobre el que os hablábamos la semana pasada. Además se presentó el drama At War (En guerre, 2018) de Stéphane Brizé y la trepidante Close Enemies (Frères ennemis, 2018) de David Oelhoffen. En el primer filme Vincent Lindon se pone al frente de la lucha obrera cuando el director de la fábrica en la que trabaja decide cerrarla repentinamente dejando en la calle a más de 1100 empleados.  En el segundo, Matthias Schoenaerts y Reda Kateb dan vida a dos amigos que toman caminos muy diferentes: el de la ley y el de la delincuencia.

Teniendo en cuenta la gran cantidad de festivales de cine que tienen lugar en diferentes ciudades a lo largo del mapa; sumados a los numerosos estrenos en blu-ray y dvd que semanalmente llegan a nuestro país y las plataformas digitales que proliferan para fortuna y gozo de los millenials (y los no tan millenials), cada vez es más sencillo disfrutar del séptimo arte. Aunque en el corazón de muchos cinéfilos siempre será el primero.

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Kechiche, my love: la polémica y el destino

Abdellatif Kechiche (Cuscús, La vida de Adele) rinde un homenaje cargado de nostalgia y erotismo a los amores de verano y al hedonismo post-adolescente en su nueva película.

Se puede decir que el director franco-tunecino ha hecho doblete este otoño con su último trabajo Mektoub, My Love: canto uno (2017), la primera parte de lo que promete ser un díptico o trilogía separada en cantos del nuevo universo juvenil de Kechiche. Tras recibir un homenaje a su trayectoria y hacerse con la Palmera de Honor en la pasada Mostra de Valencia, el director estrenó el filme -por primera vez en España- en la última edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla, donde también recibió el Giraldillo de Honor.

Luces y sombras.

Kechiche pasó un tiempo en una especie de exilio mediático voluntario después de la controversia que suscitó en 2013 con el largometraje La vie d’Adèle. Las explícitas y prolongadas escenas de sexo entre las protagonistas, interpretadas por Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux, y el trato despótico que -según declararon las actrices más tarde- recibieron por parte del director durante el rodaje, hicieron que su reputación como cineasta se viera cuestionada en diversos medios del mundo y entre el público. No obstante, Kechiche se hizo con la Palma de Oro ese año en Cannes con esta historia de amor, de despertar sexual y de búsqueda de identidad que es en realidad La vida de Adèle. La cinta, por cierto, está basada en la novela gráfica El azul es un color cálido (Le bleu est une couleur chaude, 2010) de la francesa Julie Maroh.

Sin embargo, Mektoub, My Love ha llegado también acompañada de polémica. La cinta fue acogida entre abucheos y ovaciones en Venecia el año pasado. Una vez más acusaban a Kechiche de tener una male gaze demasiado pronunciada y mostrar una lasciva representación del cuerpo femenino más allá de lo que la propia narrativa de la película sugería. Sin embargo, estas opiniones o formas de entender el filme no eclipsaron a una película vitalista que hace gala de una elaborada puesta en escena.

El hedonismo solar de Kechiche

Inspirado muy ligeramente en una novela de François Bégaudeau y en sus propios recuerdos de juventud, el realizador nos traslada con Mektoub, My Love a las playas de arena de Sète, en la Costa Azul, en un verano de 1994 que pareciera ser eterno. La única ambición de la película se reduce a seguir de cerca la vida de un grupo de personajes durante algunos días. Kechiche nos muestra cómo juegan a seducirse entre ellos; cómo cotillean, se divierten a ritmo de pop noventero y se broncean lánguidamente bajo el sol. Y es que el director sabe cómo contar la cotidianidad de sus personajes. Nos hace perdernos en una narrativa de tomas largas y cuidadas en las que la luz es sutilmente protagonista y el foco está puesto –en exceso, para gusto de algunos- en la belleza de los cuerpos que filma.

Conoceremos entonces a Amin (Shaïn Boumedine), el héroe veinteañero aspirante a fotógrafo que vuelve al hogar familiar, el de una familia de restauradores tunecinos, después de vivir un año en París. Dispuesto a observar de cerca el entorno idílico que lo rodea y a experimentar todo lo que la estación estival puede ofrecerle, se reencontrará con viejos amigos y conocerá a muchas chicas, entre ellas, a Ophélie (Ophélie Bau), con quien parece compartir un destino en común y es la única por quien muestra un verdadero interés.

En Mektoub, My Love: canto uno seguimos de cerca a un grupo de jóvenes que se deja llevar por continuos juegos de seducción.

En esta nueva epopeya de casi tres horas de duración en la que la sensualidad es palpable, el cineasta se queda al margen de cualquier temática social que sí hayamos podido ver en trabajos anteriores; a pesar de la diversidad cultural que existe entre los personajes y que se obvia.

Los azares del destino

Mektoub es una palabra árabe llena de connotaciones místicas. Se traduce como destino, lo que está escrito. Aquello contra lo que no podemos luchar ni cambiar se refleja en la cinta en forma de reiterados encuentros casuales que los personajes protagonistas no pueden -ni quieren- ignorar. Este concepto de azar y de situaciones fortuitas las ha explorado antes Kechiche en cintas como La faute à Voltaire (2000), La escurridiza, o cómo esquivar el amor (L’esquive, 2003) y en La vida de Adèle (2013).

Mektoub, el destino. Un elemento recurrente en el imaginario fílmico del director franco-tunecino.

Sea por una cuestión del destino o sea buscado, lo cierto es que el revuelo y la diversidad de críticas que levantan los últimos trabajos del director suponen siempre un aliciente más entre los espectadores para plantarse delante de la pantalla. No hay duda de que esta es la única manera de formarse una opinión propia al respecto y ampliar las miras. ¿No es esto acaso lo que esperamos del cine; de la cultura y del arte en general? Que nos sacuda y que nos rete. Hay que experimentar para opinar y, al fin y al cabo, es eso lo que Kechiche nos ofrece: una nueva experiencia. No hay que dejarla pasar.

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Québec: capital de cine

La provincia canadiense ha visto nacer y crecer a grandes personalidades del mundo del celuloide que gozan de éxito internacional como Jason Reitman (Juno), Jean-Marc Vallée (Dallas buyers club) o Denis Villeneuve (Blade runner 2049). El cine quebequés está en su mejor momento y sus autores, que no son pocos, arrasan en el circuito independiente de los festivales de cine.

Siendo Xavier Dolan uno de los exponentes principales del cine de autor de Québec no es, en absoluto, el único. Sin ir más lejos, la directora Sophie Dupuis representará a Canadá en la categoría de mejor película en idioma extranjero en los Oscars de 2019 con la cinta Chien de garde. El filme relata la vida de JP, que se encuentra desesperado por culpa de sus complicadas relaciones familiares y de su trabajo en el cártel de droga de su tío. El drama forma parte, además, de la Sección Oficial Francófona de la nueva edición del Festival de Cine Francés y Francófono de Málaga que organiza la Alianza Francesa.

Chien de garde, que representa a Canadá en los Oscars, está presente en la programación del Festival de Cine Francés y Francófono de Málaga.

Pero Chien de Garde no es el único preestreno canadiense del Festival. Charlotte a du fun, de la directora Sophie Lorain estará también en la Sección Oficial. La cinta, que obtuvo cuatro nominaciones en la pasada edición del Festival de Angulema, cuenta, en un elegante blanco y negro, cómo la adolescente Charlotte, con el corazón roto, explora su identidad a través de su sexualidad y sus nuevas amistades.

Los realizadores quebequenses, imparables, continúan acaparando las pantallas españolas. La Sección oficial de la Seminci de Valladolid cuenta también con dos preestrenos. Por un lado, el del veterano Denys Arcand, que se hizo con un Oscar en 2004 por Les invasions barbares (donde actuó, precisamente, Sophie Lorain), presenta el largometraje La Chute de l’empire américain en el que un repartidor con vocación de filósofo se ve envuelto en un atraco que acaba bastante mal. Por otra parte, el director Philippe Lesage presenta Gènese, un filme donde tres adolescentes son sacudidos por el primer amor.

No hay duda de que una nueva generación de realizadores está renovando el lenguaje cinematográfico a través de películas cargadas de identidad y cierto aire intelectual en las que, a menudo, la denuncia social está presente. Se trata, además, de un proceso casi simbiótico: estos jóvenes talentos dirigen a Québec hacia lo cosmopolita; se nutren de la cultura de la ciudad y, al mismo tiempo, la transforman. Algo grande está pasando al otro lado del Atlántico y nosotros como espectadores, una vez más, tenemos la oportunidad de ser testigos de ello a través del Cine.

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Charuel y su héroe singular

Con una puesta en escena muy particular, el debut de Hubert Charuel se abre paso entre el drama social y el thriller psicológico.

El debut del director francés formó parte de la Sección Oficial del XXIII Festival de Cine Francés y Francófono de Málaga en 2017. Tras su exitoso preestreno , la cinta se alzó ganadora con el Premio del Público. Un año después llega a las pantallas españolas.

El medio rural ha sido escenario de numerosas películas francesas en los últimos años. Cintas como La ritournelle (2014) de Marc Fitoussi, Médecin de campagne (2016) de Thomas Lilti o Ce qui nous lie (2017) de Cédric Klapisch se desarrollan en amplios entornos naturales que, al igual que en el primer largo de Charuel, son tan protagonistas en las películas como los propios personajes. La tierra, el campo, los animales… son elementos con la capacidad de generar algo parecido a la nostalgia en los espectadores y de convertir casi en utopía la vida agreste.

La combinación de drama naturalista y thriller estaba ahí desde el principio. – Hubert Charuel

En el caso de Petit Paysan (Un héroe singular en España), opera prima del realizador francés, la utopía pronto se torna en algo más cercano a la pesadilla. La película cuenta la historia de Pierre, un joven y solitario ganadero, interpretado magistralmente por Swann Arlaud, cuya existencia gira exclusivamente en torno a sus vacas. Pronto verá su apacible rutina interrumpida al descubrir que una de sus reses está infectada por la letal fiebre hemorrágica dorsal (FHD), epidemia que se extiende irremediablemente por toda Francia. La angustia se apodera del granjero de forma obsesiva. Pierre se verá sobrepasado por las circunstancias y cruzará violentamente algunos límites a pesar de la sensatez que muestra como contrapunto su hermana veterinaria Pascale, a quien da vida la actriz Sara Giraudeau.

Petit Paysan se alzó con tres premios Cesar en 2017: mejor opera prima, mejor actor para Swann Arlaud y mejor actriz secundaria para Sara Giraudeau.

El filme, ganador de tres premios Cesar de la Academia Francesa (mejor opera prima, mejor actor y mejor actriz secundaria) no se desarrolla en una granja cualquiera, sino en la granja de la familia Charuel, donde el cineasta creció y trabajó rodeado de vacas. De hecho, los propios padres del realizador aparecen como personajes en la película. Con todos estos elementos que tan bien conoce, el cineasta nos ofrece un drama rural cargado de suspense, con cierto aire documental, en el que vemos la desesperación y la decadencia de un hombre solitario abocado a perder su medio de vida. “La combinación de drama naturalista y thriller estaba ahí desde el principio”, explicaba el director a la prensa. “Lo que surgió después, al escribir, fue la configuración más concreta del personaje de Pierre como héroe asesino”.

Con este pequeño campesino Charuel ha recolectado tanto críticas positivas como negativas. Sin embargo, nadie querría perderse la evolución de una carrera cinematográfica que acaba de despegar y que seguro dará mucho de qué hablar en el futuro. Hasta entonces podemos perdernos en la granja de Pierre con sus vacas y desconectar, al menos durante 90 minutos, del ruidoso asfalto y de todo lo urbano.

 

La cinta se estrenó el pasado 11 de octubre en España junto con Climax, del controvertido Gaspar Noé, que resultó premiada como mejor película en la reciente edición del Festival de Sitges.

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Tres directoras francesas

El 15 de Octubre se celebra el Día Internacional de las Escritoras con la intención de dar visibilidad al trabajo y la creación de las mujeres en la literatura. En Lien extendemos la iniciativa hasta el cine y os presentamos a tres directoras a las que no hay que perder de vista.

 

La imprescindible Claire Denis cuenta con 13 largometrajes a sus espaldas que la han consagrado como una de las principales directoras de la escena francesa actual. Antes de debutar con Chocolat en 1988 trabajó como asistente de dirección para iconos del cine como Wim Wenders o Jim Jarmusch. Pasó su adolescencia en África, hecho que se ve reflejado en sus películas, llenas de choques culturales y raciales. Entre ellas destacan títulos como Beau Travail (1999), L’intrus (2004) o Les salauds (2013). Denis estudia al ser humano en sus películas. Lo hace físicamente, a través de los cuerpos a los cuales se refiere a menudo con primeros planos; y psicológicamente, escrutando el comportamiento de sus personajes y dejando poco lugar al diálogo. Su última película, High life, enmarcada dentro de la ciencia ficción low cost, es la primera de su carrera rodada en inglés y formó parte de la Sección Oficial en la reciente edición del Festival de Cine de San Sebastián.

 

Tenía ganas de hablar de la infancia, de hacer una película luminosa y dinámica, con una puesta en escena arriesgada. – Céline Sciamma

Céline Sciamma irrumpió por todo lo alto en Cannes de 2007 con su ópera prima Naissance des pieuvres. Más tarde estrenó la laureada Tomboy (2011) y Girlhood (2014). Las tres películas cuentan con una serie de elementos que permiten entenderlas como una trilogía. En todas ellas los personajes son chicas, que luchan por definirse y alcanzar su identidad. Son casi viajes iniciáticos que se desarrollan durante la época estival, con todo lo que aporta de nostálgico el verano. Lo que caracteriza la obra de Sciamma no son los grandes giros argumentales o la acción en la trama, sino un estilo minimalista perfilado en sus películas a través de planos cercanos, atmósferas íntimas y ritmo pausado. La cineasta ya ha iniciado el rodaje de su siguiente trabajo, el filme de época Portrait de la jeune fille en feu, que empezará a rodarse este otoño en Bretaña.

 

Nunca sabré contar historias sobre gente feliz. – Mia Hansen-Love

Como ya hicieron algunos de los grandes del cine francés, Mia Hansen-Love empezó colaborando en la mítica revista Cahiers du Cinéma para dar el salto a la dirección en 2007 con el filme Tout est pardonné. Cinco películas después, entre las que destaca la gloriosa odisea tecno Eden (2014), se puede afirmar que la mirada de Hansen-Love, compuesta por tomas largas y cámara fluida, es única. En su obra se intuye un alto contenido autobiográfico y el gran leitmotiv es, sin duda, la familia. Concretamente, su propia familia, cuyas diferentes figuras se ven reflejadas en cada filme de la realizadora. Otro aspecto clave en su narrativa es el paso del tiempo. La directora explora las relaciones afectivas y el propio crecimiento personal a través de él, lo que dota de mayor profundidad a sus personajes. El pasado mes de septiembre se estrenó en Toronto su última película, Maya, ambientada en la India, y ya tiene en fase de pre-producción su siguiente trabajo.

 

Este año la programación de la Sección Oficial Francófona del Festival de Cine Francés de Málaga ofrece cuatro películas dirigidas por mujeres. Las cintas canadienses Charlotte a du fun de Sophie Lorain y Chien de Garde de Sophie Dupuis; y las francesas Luna de Elsa Diringer y Joueurs de Marie Monge. Ya que octubre es el mes dedicado a las autoras y a las creadoras, ir a ver estas películas resultará una oportunidad perfecta para disfrutar y conocer el universo de estas cuatro cineastas. ¡No te quedes sin entradas!

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El bosque: el pasado siempre vuelve

Cuando hace unos años la ficción televisiva francesa puso sobre la mesa Les revenants, la aceptación mundial resultó casi instantánea. Incluso la industria estadounidense -vieja vara de medir la proyección de las producciones en el viejo continente- la adoptó como suya y replicó el formato trasladando Annecy a British Columbia. Sin embargo, tras una primera temporada brillante -escrita por Emmanuel Carrère-, la segunda perdió pie y, a su conclusión, la producción se dio por amortizada.

Varios años después, y partiendo de unos mimbres similares, Netflix ha incluido en su catálogo El bosque. Una producción francesa de nuevo a caballo entre el suspense y la ciencia ficción -en este caso, con más de lo primero que de lo segundo- en el que la acción se traslada al bosque de las Ardenas: una adolescente desaparece y la búsqueda atropellada por todo el pueblo comienza a levantar todo un entramado de secretos.

Con sólo seis capítulos, El bosque demuestra ser un elaborado artefacto de guión. Con los toques adecuados de artificio -los cliffhungers son marca de la casa-, pero sin regustos tramposos en los tramos finales.

La actriz canadiense Suzanne Clément, habitual de Dolan, protagoniza la nueva serie francesa de Netflix

En sólo seis capítulos, El bosque demuestra ser un artefacto de guión muy elaborado. Con los toques adecuados de artificio -los cliffhungers son marca de la casa-, pero sin regustos tramposos en sus tramos finales.

El fino trabajo actoral, cuyo peso recae particularmente en Samuel Labarthe y Suzanne Clément (en la foto) -habitual en las cintas de Xavier Dolan-, junto a la enigmática Alexia Barlier, destaca sobre una producción por lo demás, muy solvente y ajustada al género. Que no reinventa la rueda, pero tampoco lo pretende más allá de ser una pieza de entretenimiento de primer orden.

Dónde ver El bosque

Tras ser estrenada en Francia en 2017, en España la serie ya está disponible en la plataforma digital Netflix.

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Clímax

Gaspar Noé consigue que nos revolvamos en las butacas, una vez más, con su último trabajo: Climax. El filme, premiado por la Quincena de Realizadores en Cannes y que compite en la Sección Oficial del Festival de Sitges, se estrena hoy en España.

Imaginemos una película rodada en apenas quince días, sin un guión formal sobre la mesa y que, además, es un musical. En eso consiste la última apuesta del director franco-argentino Gaspar Noé (Love, Enter the void), en la que un grupo de bailarines de danza urbana llega al límite de sus miedos y deseos más profundos durante una fiesta cuando una sangría alterada con LSD entra en juego. Los vasos pasan de unas manos a otras mientras que la paranoia crece entre ellos al ritmo de la música hasta desembocar en un momento de clímax colectivo.

La actriz argentina Sofía Boutella protagoniza la película junto con una veintena de bailarines profesionales, responsables de las grandes dosis de improvisación que se dieron durante el rodaje. Siempre provocador, Noé desciende a los infiernos para mostrarnos la cara más depravada del ser humano en una atmósfera lisérgica e hipnótica que ofrece una experiencia, más que narrativa, sensorial.

Con Daft Punk y Aphex Twin sonando a todo volumen, proyectores rojos iluminando la escena y un movimiento de cámara que acompaña la sensación de caos en la pantalla, nos bebemos de un trago esta delirante sangría de 95 minutos que seguro nos dejará imágenes grabadas en la retina por mucho, mucho tiempo.

 

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