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Cine francés Te recomendamos

Seis películas para el verano

Un repaso por el cine francés con las películas para el verano que más refrescan.

Las tardes estivales son largas y están pensadas para desconectar entre chapuzones y siestas. Las vacaciones, tan esperadas y merecidas, llegan siempre con numerosas propuestas de ocio y es buen momento para ponernos al día con aquellos disfrutes que siempre dejamos para «cuando tengamos más tiempo». El cine siempre es un buen aliado y ahora que por fin le podemos dedicar horas y energía, os proponemos un repaso por seis películas para el verano con acento francés.

Pauline en la playa

El cine que transcurre en escenarios puramente estivales siempre tiene un enorme componente nostálgico. Esto se acentúa cuando la historia nos la cuenta Eric Rohmer, uno de los grandes de la Nouvelle Vague. Pauline en la playa (Pauline à la plage, 1983) es una joya de la nueva ola ambientada en las playas de la Bretaña francesa.

A modo de vodevil encantador conocemos a la quinceañera Pauline (Amanda Langlet), que pasa sus vacaciones con su prima Marion (Arielle Dombasle), quien pronto llamará la atención de Henri (Féodor Atkine) y Pierre (Pascal Greggory), un antiguo amigo que lo pasará fatal advirtiendo a Marion sobre sus malas elecciones. Los celos y el engaño son la clave de este triángulo amoroso al que Pauline asiste como mera espectadora mientras ella misma conoce a un chico en la playa que también se verá enredado por este peculiar trío. Es inevitable que al ver a Pauline sintamos añoranza por esos días veraniegos de nuestra adolescencia.

La piscina

Porque el verano no solo sucede en las playas, añadimos en esta lista de títulos una de las películas de más éxito de la carrera de Alain Delon. Jacques Deray estrenó Le piscine en 1969, un thriller psicológico firmado por el guionista Jean-Claude Carrière, gran colaborador de Luis Buñuel.

Este oscuro filme cuenta la historia de una pareja formada por Jean-Paul (Delon) y Marianne (Romy Schneider), que disfrutan de unas pasionales vacaciones en una casa de campo en St. Tropez, en la Costa Azul. Todo marcha de manera tranquila hasta que Marianne invita a su antiguo amante Harry (Maurice Ronet) y a su hija Penélope (Jane Birkin) de 18 años para que pasen unos días con ellos. A fuego lento la tensión entre los cuatro personajes va aumentando hasta que una atmósfera cargada de celos, miradas y sospechas desembocará inevitablemente en tragedia.

Un verano en la Bretaña

Esta película de verano dirigida por Jean-Loup Hubert en 1987 resultó ser una de las comedias más exitosas de la década de los 80. Bajo el título original Le grand chemin y con más de 3 millones de espectadores en Francia, la cinta arrasó en los Premios César consiguiendo hasta 5 premios, incluyendo el de Mejor Guión, Mejor Dirección y Mejor Película, galardón que también recibió en el Festival de Montreal.

En ella conocemos a Louis (Antoine Hubert), un niño de 9 años que deja temporalmente a su madre para pasar los largos días de verano en un pueblecito de la Bretaña francesa junto a una amiga de su madre y su marido. Allí, Louis conocerá a la adorable Martine (Vanessa Guedj), una niña de 10 años que le enseñará grandes cosas de la vida, incluyendo el significado del amor y del desamor a través de la relación de los adultos.

Les combattants

Damos un salto hacia películas para el verano más recientes. Les combattants es una comedia romántica dirigida por Thomas Cailley en 2014, año en el que recibió numerosas nominaciones y premios en los festivales de cine más prestigiosos, entre los que destaca el FIPRESCI de la Quincena de los realizadores de Cannes y el de Mejor Ópera Prima en los César.

Considerada una rara avis adorable, la cinta nos lleva a la pequeña localidad de Landas, en Aquitania, para asistir al verano del joven Arnaud (Kévin Azaïs). Cargado de obligaciones al tener que ocuparse del negocio familiar, todo indica que le espera un verano aburrido más hasta que conoce a Madeleine (Adèle Haenel), una chica obsesionada con el fin del mundo, la supervivencia y los comandos de élite militar. Mientras Arnaud la sigue con calma a todas partes, ella solo piensa en hacer el curso para entrar en el ejército. Por supuesto esta es una historia de amor, pero sobre todo es un canto a la libertad juvenil.

Lolo

Todos recordamos a July Delpy como Céline, la estudiante francesa que charla apasionadamente con un joven Ethan Hawke en la mítica trilogía de Richard Linklater. Sin embargo, la actriz también cuenta con una trayectoria interesante como directora de cine. En 2016 estrenó Lolo, su cinta más sólida hasta la fecha; una comedia romántica muy personal.

En ella nos topamos con Violette (Delpy), sofisticada parisina de vacaciones en el sur de Francia. Allí conoce a Jean-René (Dany Boon), un informático apasionado y un poco freak. Por supuesto, terminan enamorándose el uno de la otra y una vez terminadas las vacaciones, Jean-René no tarda en reunirse con ella en París. Sin embargo, las diferencias sociales y el posesivo y celoso hijo de 19 años de Violette no le ponen las cosas fáciles a la pareja.

La casa de verano

En una lista de películas francesas para el verano no podía faltar una reunión de fin de semana de amigos y familiares. Les Estivants es la multipremiada comedia que estrenó la directora y actriz Valeria Bruni-Tedeschi en 2018. Con un guión excesivo, estridente e hilarante, la cineasta se ríe de ella misma y de su familia en esta entretenida autoparodia sin complejos.

De nuevo con la Costa Azul como escenario, conocemos a Anna (Bruni-Tedeschi) que llega a una idílica casa junto a su hija para descansar junto a sus seres queridos. Rodeada de ellos trata de recuperarse de su reciente ruptura sentimental mientras prepara el guión de su próxima película, perdiendo los nervios en sobremesas que se alargan y lidiando con sus demonios internos de una manera muy cómica.

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Monográficos Arte

Girbent: amor al cine desde los pinceles

A finales de mayo el CAC Málaga reabrió sus puertas con la exposición individual ‘Opus Nigrum’ del artista mallorquín Pep Girbent, una muestra rebosante de referencias al cine y con numerosos guiños a la cultura francófona.

Tras dos meses y medio de confinamiento en los que la gran mayoría de imágenes que hemos consumido, o mejor dicho, disfrutado, han sido digitales, la reapertura de los museos ha supuesto para muchos un soplo de aire fresco. Para su vuelta a la vida, el pasado 22 de mayo el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga acogió en su sala central la exposición ‘Opus Nigrum’ del artista mallorquín Pep Girbent.

La muestra, comisariada por Helena Juncosa, directora del centro, podrá visitarse hasta el 23 de agosto. ‘Opus Nigrum’ está compuesta por una decena de obras en un elegante blanco y negro, la mayoría de gran formato, creadas a partir de óleo y carboncillo. Varias son inéditas y han sido realizadas desde el 2014 hasta la actualidad.

Smoke. Políptico, óleo sobre tela. Ocho tentativas de copia de una misma escena.

 

La copia más original

Girbent disfruta en ese terreno fronterizo entre la pintura y la fotografía, pues sus lienzos, de lejos, parecen fotografías. Sin embargo, al acercarnos, podemos observar el trazo, la materia. De cerca podemos apreciar que son obras vivas alejadas de lo estático.

Es magnífica la sensación que se tiene durante los primeros segundos en los que nos enfrentamos por primera vez a sus cuadros. Rápidamente el deja-vu deja paso al asombro. La escena representada nos resulta familiar y no tardamos en caer en la en la cuenta de que ya la hemos visto antes. Sí, ¡en el cine! Si no es esta imagen exacta, al menos una muy parecida. Casi idéntica. ¿Hay diferencia?

Girbent selecciona y extrae imágenes del cine para realizar con ellas, una vez separadas de su flujo narrativo original, una operación de transfiguración. Así, fantasmas procedentes de un mundo bidimensional adquieren un cuerpo, se convierten en presencias sensuales en medio de la marea digital.Helena Juncosa, comisaria de la exposición y directora del CAC Málaga

La obra del mallorquín se alimenta de la tradición pictórica occidental y del amor al cine. A través de una técnica plástica depurada e impecable, el artista ofrece fotogramas de películas de Jim Jarmusch, Wong Kar-Wai, Jean-Luc Godard François Truffaut. Copias de escenas de aquellas cintas tan emblemáticas del siglo XX que, bajo su pincel o su carbón, sufren ciertas transformaciones.

El rito, 2017

 

Los escenarios y su protagonistas se enredan con los intereses artísticos de Girbent hasta convertirse «en otra cosa». Otras escenas alejadas del plano secuencia que las contenían originariamente. Diferentes niveles de profundidad, diferentes lecturas. Entre el original y la copia, susurros de voces; entre ellas las del filósofo Leibniz recordándonos que no hay en el universo dos cosas iguales.

La Nouvelle Vague al óleo

Esta exposición deja al descubierto los referentes cinematográficos del artista (también los literarios y filosóficos, explicados por él mismo en cada uno de los archivos PDF que acompañan a las obra y que se pueden descargar fácilmente a través de un lector de QR). Entre ellos, imposible pasar por alto el homenaje a Jean-Luc Godard y a François Truffaut, dos de los grandes nombres de la Nouvelle Vague, y a tres de sus títulos más importantes: À bout de souffle (1960), Bande à part (1964) y Jules et Jim (1961)

En la pintura titulada El espacio / El tiempo V vemos a Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg (o mejor dicho, a sus doppelgängers pictóricos), actor y actriz de Al final de la escapada de Godard. Iconos de la Nueva Ola compartiendo un espacio interior e íntimo; como “un Adán y una Eva en el paraíso acotado de una habitación, una cápsula-refugio donde es posible reiniciar una vez más el origen del mundo”. En este óleo de grandes dimensiones destaca la luz que baña a ambos y que casi recuerda al modelo atemporal de las anunciaciones que se han repetido a lo largo de la historia del arte occidental, consiguiendo una atmósfera casi metafísica bañada por reflejos y volutas de humo.

El segundo homenaje al director lo observamos en el cuadro Fantasmagoría / La irrupción, en el que se representa el célebre plano secuencia de Banda aparte rodado en el Museo del Louvre, cuando los tres protagonistas del film atraviesan galerías y pasillos a la carrera, tratando de recorrer la pinacoteca en el menor tiempo posible (escena que recreó años más tarde Bertolucci en The Dreamers. De nuevo la copia como expresión original).

Fantasmagoría / La irrupción, 2015

 

Es interesante el contrapunto que ofrecen las pinturas auténticas -desde dentro de la obra- que se observan, inmóviles y enigmáticas, en las paredes del Museo. Tres líneas temporales protagonizadas por estas, por los actores de la secuencia cinematográfica y por el espectador que admira el óleo de Girbent. Espacio, tiempo, cine y pintura; un único hilo.

Truffaut también tiene lugar en el imaginario del artista. Reconocemos con rapidez el fotograma de la película Jules y Jim en el lienzo The race VII  “donde una mujer ataviada de pillo y con el bigote pintado, corre junto a dos hombres por un puente.” De nuevo el trazo difuminado; la representación de la velocidad, del instante que se evapora.

The race, 2020

 

Opus Nigrum: Yourcenar y la alquimia

En medio de esta experiencia sensorial también encontramos un guiño a la literatura francófona en propio título de la muestra. Opus Nigrum es el nombre de una de las obras más reconocidas de la novelista, ensayista, poeta, dramaturga y traductora belga Marguerite Yourcenar, en la que se narran las peripecias de un médico y alquimista llamado Zenó. Girbent asegura que esta novela es para él una obra literaria de referencia.

A la izquierda: El espacio / El tiempo V, 2019. A la derecha: The race VIII, 2020

 

El término Opus Nigrum alude a una vieja fórmula de alquimia que permite la separación y la disolución de la materia original para la creación de otra materia nueva, diferente. Precisamente da nombre a esa transfiguración de los fantasmas luminosos extraídos de las películas llevada a cabo por el artista. Entes puramente visuales que adquieren un cuerpo tangible bajo el pincel o el carbón de Girbent. Sus cuadros se pueden contemplar, en efecto, como un proceso alquímico. Ficción y realidad, lo tangible y lo intangible.

Lo verdadero, lo falso y la copia se entremezcla en un discurso artístico que, como dicen en el propio CAC, a veces no se pueden distinguir.

‘Opus Nigrum’ estará presidiendo la sala central del CAC hasta finales de agosto. No dejéis pasar la oportunidad de visitarla.

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Cine francés

Anna Karina, la leyenda de la Nouvelle Vague

El pasado sábado 14 de diciembre le dijimos adiós a la mítica Anna Karina, una de las actrices más importantes de la nueva ola francesa.

Imagina que tienes 17 años y decides abandonar tu Dinamarca natal para alejarte de la violencia de tu padrastro. Imagina que haces autoestop y llegas hasta París a finales de la década de los 50 sin saber qué será de ti. Imagina que entonces te descubren como modelo y que la mismísima Coco Chanel decide rebautizarte, eligiendo para ti un nombre tolstiano con mucho gancho. Imagina que Godard te quiere en sus películas y que en poco tiempo te conviertes en el icono de la Nouvelle Vague. Imagina que eres Anna Karina, la leyenda de mirada verdiazul del cine francés.

Y el cine se topó con su musa

Una joven e irresistible Anna Karina se encontraba cubierta de espuma y metida en una bañera cuando Jean-Luc Godard se fijó en ella mientras rodaba un anuncio de jabón. Totalmente prendado, decidió que la quería en Al final de la escapada (À bout de soufflé, 1960) y se apresuró en ofrecerle el papel protagonista. Sin embargo, para fortuna de Jean Seberg, la actriz rechazó la propuesta.

Pero Godard no se rindió. Ocho meses después, el cineasta volvió a contactar con ella para ofrecerle de nuevo ser la actriz principal de su nuevo proyecto, El soldadito (Le petit soldat, 1963), y en esta ocasión la joven promesa del celuloide aceptó sin saber que no sólo trabajaría con el director, sino que uniría su vida sentimentalmente al cineasta durante muchos años.

Esta cinta supuso el inicio de una colaboración profesional y personal que culminó con siete títulos -y un divorcio traumático-, la mayoría de ellos imprescindibles para entender la historia del cine europeo. Una mujer es una mujer (Une femme est une femme, 1961) –película con la que Karina ganó el premio de interpretación en la Berlinale de 1962–, Vivir su vida (Vivre sa vie: Film en douze tableaux, 1962), Banda aparte (Bande à part 1964) o Pierrot, el loco (Pierrot le fou, 1965) fueron algunos de ellos.

La década de los 60 resultó gloriosa para ella, pero no todo fue Godard. También participó en producciones tanto francesas como de otros países, proyectando su carrera internacionalmente.

Trabajó, por ejemplo, con Jacques Rivette en La religiosa (Suzanne Simonin, la Religieuse de Diderot, 1966); con el mítico Luchino Visconti en la adaptación al cine de la obra de Albert Camus El extranjero (Lo straniero, 1967); con el americano George Cukor en Justine (1969),  adaptación de la novela homónima de Lawerence Durrell. Más tarde, durante los 70 y los 80 llegó a participar en las películas La ruleta china (Chinesisches Roulette, 1976) del alemán R.W. Fassbinder o en La isla del tesoro (L’Île au trésor (1985) del chileno Raoul Ruiz, película de la que Anna Karina dijo textualmente que nunca entendió nada.

Anna Karina, cantante

Como si triunfar en el cine no fuera suficiente, Anna Karina también dedicó espacio en su trayectoria profesional a la música. Aunque su carrera como cantante nunca llegó a ser prolífica, teniendo en cuenta la belleza de su voz y el carisma innato que siempre la caracterizaron, era inevitable que destacara también en este ámbito.

En las películas Una mujer es una mujer y Pierrot el loco pudimos disfrutar de su voz por primera vez en dos escenas míticas que cualquier cinéfilo tiene grabadas a fuego en su retina. Pero fue en el 67 cuando obtuvo un éxito real con la comedia musical. La televisión francesa emitió Anna, un musical realizado por Pierre Koralnik. Poco después llegó a grabar un LP, de nuevo bajo el título Anna, compuesto y realizado por el emblemático icono de la canción francesa Serge Gainsbourg, con quien interpretó a dúo algunos de los temas.

Ya en la década de los 2000 el también cantante y compositor Philippe Katerine produjo y compuso para Anna Karina el disco Une histoire d’amour, que fue acompañado de una gira de conciertos. Pero esto seguía sin ser suficiente para todo el talento que contenía en su interior. Llegó a dirigir dos películas: Vivre ensemble (1973) y Victoria (2008); y escribió cuatro novelas (aunque no demasiado buenas, ¡algo se le tenía que dar mal!).

El cine de la nueva ola se mantiene vivo

Durante esta década que llega a su fin hemos asistido a la pérdida de otras figuras imprescindibles de la Nouvelle Vague (sin ir más lejos, ocurrió con la incomparable Agnès Varda durante marzo de este mismo año).

Aunque suene paradójico, con cada una de estas desapariciones el cine clásico revive un poco más. Los sentidos homenajes y el espacio que se dedica en los medios a repasar filmografías y biografías vuelve a poner de relieve la creación y el trabajo de todos aquellos cineastas que se atrevieron a cambiar el paradigma del cine francés durante la década de los 60.

Sirva, pues, esta despedida a Anna Karina para ver de nuevo sus películas; para volver a verla llena de juventud y vitalidad delante de la cámara. Solo hay una manera de otorgarle la inmortalidad: revisitando y recomendando sus películas a las nuevas generaciones:

Anna, seguiremos cayendo rendidos a tus pies desde el otro lado de la pantalla por muchos, muchos años más.

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Cinco títulos para iniciarse en el cine polar francés

Os proponemos una visita a los bajos fondos a través de una selección de películas perfectas para entrar en el apasionante mundo del cine polar clásico.

Tipos en gabardina, matones, policías corruptos y muchos disparos. El cine polar francés de los 60 desarrolló la figura del anti-héroe como ningún otro género. Nos puso del lado del tipo malo y nos demostró lo fascinante que puede llegar a resultar el lado oscuro de la vida. Una repleta de personajes carismáticos, lacónicos y atractivos pasándolo realmente mal bajo sus borsalinos.

Perder el interés en una película polar una vez que hemos pulsado el play es casi imposible. Las tramas resultan trepidantes y quedamos atrapados irremediablemente por el protagonista. Y es que, aunque intuimos que lo va a pasar muy mal –o precisamente por eso–, queremos acompañarle hasta el fatídico final que le espera y, con el corazón en un puño, albergamos la secreta esperanza de que se salve.

Nadie mostró el peligroso mundo del hampa en la pantalla como lo hizo el gran Jean-Pierre Melville. Películas inolvidables como El silencio de un hombre (Le samuraï, 1967) o Círculo rojo (Le cercle rouge, 1970) –cintas que todo cinéfilo que se jacte de serlo debe haber visto alguna vez– elevaron al director a máximo representante del cine polar. Sin duda fue el mejor, pero, por supuesto, no fue el único.

Gran jugada en la costa azul (Mélodie en sous-sol, 1963)

Henri Verneuil se basó en la novela del autor americano Zekial Marko para desarrollar esta cinta; auténtica semilla de las grandes películas de atracos que hemos visto en los últimos años. Está protagonizada por Jean Gabin y un maravilloso Alain Delon –actor de mirada gélida nacido para interpretar al gánster perfecto–. Ambos dan vida a dos ex-convictos que no han aprendido la lección y quieren dar un último gran golpe.

Charles (Gabin) desoye a su esposa, quien le propone emplear sus ahorros en montar un chiringuito en la Costa azul y empezar de cero ahora que ha salido de prisión. Pero Charles tiene en mente un futuro algo más brillante: pretende asaltar la cámara acorazada de uno de los casinos más importantes de Cannes y hacerse con los millones de francos alojados en ella. No es plan para un solo hombre, así que contará con la ayuda de Francis (Delon).

La película le valió a su director el Globo de Oro a la Mejor Película de habla no inglesa en el 63 y ocupó lugar en el top de las mejores películas extranjeras del National Board of Review.

El profesional (Le professionnel, 1981)

Georges Lautner dirige a un maduro Jean-Paul Belmondo en uno de los mayores éxitos del cine francés del 81. De nuevo se trata de una adaptación de  novela, en este caso de la del autor Patrick Alexander, Además, la cinta contó con una música original espectacular brindada por el genial Ennio Morricone por la que obtuvo una nominación a Mejor Banda Sonora en los Premios César de ese año.

Belmondo pone cara a Joss Beaumont, un agente secreto del servicio francés que es enviado a Malagawi, un pequeño país africano. Tiene órdenes de acabar con el presidente N’Jala, dictador y enemigo de Francia. Sin embargo, Joss es detenido y torturado durante dos años. Cuando consigue escapar decide vengarse de todos y cada uno de los superiores que le enviaron a aquella misión suicida.

París, bajos fondos (Casque d’or, 1952)

Tildada por la crítica como obra maestra absoluta y reivindicada por los chicos de la Nouvelle Vague, esta película del cineasta francés Jacques Becker supuso su mejor trabajo y él mismo hablaba de ella como su cénit profesional.

Ambientada en el París de 1898, la formidable Simone Signoret interpreta a Marie, una prostituta bellísima con una melena rubia recogida en un característico moño con el que se gana el apodo de Casco de oro. Signoret ganó el reconocimiento a Mejor Actriz Extranjera en los premios BAFTA del 52 gracias al formidable trabajo que realizó durante el rodaje de la película.

En ella vemos como Marie trae de cabeza a los hombres del viejo barrio Montmartre, incluyendo a su novio Roland. Sin embargo, encuentra el amor verdadero al conocer a un humilde carpintero que, además, la corresponde. En ese momento empieza una terrible pelea, con bandas criminales implicadas, por hacerse con el favor de la legendaria Casco de oro.

Rififi (Du rififi chez les hommes, 1955)

El norteamericano Jules Dassin firma esta magnífica cinta. Una de las obras cumbres del cine polar europeo que el mismo Francois Truffaut calificó como “el mejor cine noir que jamás había visto”. No es de extrañar, entonces, que se alzase con el premio a la Mejor Dirección en Cannes en el 55 y que cuente con una de las mejores secuencias sobre robos rodada en la historia del cine.

Rififi en francés es un término que significa trifulca, pelea entre maleantes, lo que ya nos da una pista sobre lo que vamos a encontrar. Después de cumplir cinco años de condena, Tony Le Stephanois (Jean Servais) se vuelve a encontrar con sus compinches, quienes le proponen dar el golpe definitivo a una importante joyería parisina. Esto es más que suficiente para que el protagonista abandone el honrado propósito de cambiar de vida que se había propuesto a sí mismo. Ahora su objetivo es recuperar su posición como líder del hampa y recuperar a su chica, que se ha cobijado bajo la protección de un gánster rival

Vivamente el domingo (Vivement dimanche!, 1983)

Esta fue la última película de François Truffaut. Está basada en la novela “The long Saturday night” (1962) de Charles Williams. Un verdadero homenaje al cine negro de Alfred Hitchcock donde no faltan notas de comedia y del romanticismo que caracterizó al mítico director francés durante toda su carrera.

En este filme nos cuenta la historia de Julien Vergel, en la piel de Jean-Louis Trintignant, propiertario de una agencia inmobiliaria que ha sido acusado del asesinato de su mujer. Su secretaria, Barbara, una espléndida Fanny Ardant, secretamente enamorada de su jefe, confía ciegamente en su inocencia y decide investigar el crimen por su cuenta para encontrar al verdadero asesino, lo que la llevará a vivir situaciones peligrosas y totalmente nuevas para ella.

La nostalgia de la vida nocturna y del asfalto mojado

El cine polar clásico cuenta con un alto componente nostálgico en todas esas aceras mojadas por la lluvia, en ese vestuario y estilismo de una época analógica que se intuye más romántica que la nuestra y, por supuesto, en el encanto que irradia el rostro de las celebridades del momento. Elementos que, a menudo, actúan como repelente entre las generaciones más jóvenes.

Sin embargo, la diversión que promete el polar clásico puede sorprender a los neófitos que, quizá, tengan algún prejuicio hacia el cine clásico y echen de menos el color digital o algunos efectos especiales. Pero los magistrales claroscuros que empleaban en la fotografía de estas películas suplen con creces la falta de pirotecnia más moderna. Nosotros estamos convencidos de que se puede comprender el presente desde el pasado y recomendamos ver estas películas como ejercicio para profundizar en las raíces del cine noir de los últimos 20 años, algo que, sin duda, Scorsese o Tarantino pusieron en práctica hace mucho, mucho tiempo.

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Cine francés

Las actrices de la Nouvelle Vague, mucho más que ‘musas’

Destacamos el trabajo de las actrices más influyentes de la Nouvelle Vague y de otras mujeres que se mantuvieron detrás de las cámaras durante la nueva ola.

En el París de finales de los 50 tuvieron lugar tres acontecimientos muy concretos que marcaron un antes y un después en la manera de hacer cine: Truffaut fue elegido como Mejor Director en Cannes por Los 400 golpes (1959), Resnais presentó la cinta Hiroshima mon amour (1959) y Godard hizo lo propio tan sólo un año después con Al final de la escapada (1960). Voilà! Quedó inaugurada la Nouvelle Vague.

Esta rompedora corriente cinematográfica agrupó a una serie de personalidades que destacaron en diferentes ámbitos del mundo del celuloide y, como consecuencia, surgieron verdaderas obras de arte que hoy son un patrimonio cultural incomparable.

Para los chicos de la nueva ola la autoría era lo único que importaba. Entendían al director como creador y como responsable último del resultado de una película. No cabe duda de que dejaron una impronta indeleble en la historia del cine. Sin embargo, no se puede obviar el hecho de que trabajaron en equipo; que otras personas participaron en el desarrollo de esas películas que ahora están envueltas por un halo casi sagrado.

Entre estas personas están, cómo no, las actrices de la Nouvelle Vague, a menudo relegadas al papel pasivo de las musas, que, sin embargo, volcaron su trabajo, esfuerzo y talento en el desarrollo de unas películas exigentes y muy peculiares para la época. Pero no fueron las únicas mujeres que dieron forma al nuevo movimiento.

Tras las cámaras

Agnès Varda

El universo de la dama de la Nouvelle Vague abarca películas de ficción, documentales y video-instalaciones. Es la única mujer fundadora del movimiento y también la única que estuvo detrás de la cámara durante el mismo.

Sugerí a las mujeres que estudiasen cine. Les dije: salid de las cocinas, de vuestras casas, haceos con las herramientas para hacer películas Agnès Varda

Su primera película, La Pointe Courte (1956), ya contaba con todas las características con las que los críticos de Cahier du Cinéma definirían sus filmes poco después: localizaciones exteriores, bajo presupuesto, cámara de mano, actores no profesionales… El trabajo de Varda fue una anticipación de todo lo que vendría en la década de los 60.

Marguerite Duras

Esta prolífica creadora francesa nació en Saigón. Es conocida sobre todo por su faceta como escritora, especialmente desde que ganara el Premio Goncourt en 1984 con El amante. Llegó a publicar decenas de novelas y textos teatrales. Ella misma tuvo una vida de novela; el peso autobiográfico se percibe en su extensa obra, que también dedicó a la cinematografía.

Duras dirigió una veintena de películas, entre largometrajes y cortos, y realizó una aportación fundamental a la Nouvelle Vague firmando el magnífico guión de Hiroshima mon amour (1959), que tuvo listo en apenas dos meses. La película de Alain Resnais no hubiese sido la misma sin la visión de Maguerite Duras, que le imprimió al texto un estilo literario cargado de musicalidad y mostró a la protagonista del filme (interpretada por Emmanuelle Riva) como un personaje independiente, activo y potente.

Las actrices de la nueva ola francesa

Anna Karina

Icono por excelencia de la Nueva Ola, con su interpretación reflejó a la perfección a la mujer espontánea y romántica que los directores buscaban en sus películas. Trabajó hasta siete veces bajo la dirección de Jean-Luc Godard y ganó el premio a Mejor Actriz en el Festival de Cine de Berlín por su papel en Una mujer es una mujer (Une femme est une femme, 1961). Además trabajó con otros directores de renombre como Jacques Rivette, Luchino Visconti e Ingmar Bergman.

Pero la inquieta Anna Karina no se conformó con su trabajo como actriz. Llegó a dirigir dos películas: Vivre ensemble (1973) y Victoria (2008); y escribió dos novelas: Jusqu’au bout de hazard y Golden City.

Catherine Deneuve

Sin duda es una de las actrices francesas más reconocidas mundialmente. Esto se debe a su interpretación bajo la dirección de varios directores como Roman Polanski, Luis Buñuel o Lars Von Trier. También actuó en La sirena del Mississippi (La Sirene du Mississipi, 1969) de François Truffaut.

Pero fue con Jacques Demy, integrante de la Nouvelle Vague, con quien se lanzó al estrellato durante los 60. El colorido y las canciones que son el estandarte del cine de Demy la hicieron brillar con luz propia en Los paraguas de Cheburgo (Les Parapluies de Cherbourg, 1964) y Las señoritas de Rochefort (Les demoiselles de Rochefort, 1967).

Denueve supo construirse un aura de misterio y sofisticación que la siguen acompañando hoy en día después de toda una vida delante de las cámaras. Martin Scorsese lo resumía así: “Catherine Deneuve es el cine francés”.

Emmanuelle Riva

Se inició en el cine con 32 años en Hiroshima mon amour, película que le dio la nominación a Mejor Actriz Extranjera en los premios BAFTA de 1959. Provenía del mundo del teatro y, además, llegó a publicar tres colecciones de poesía, hecho que probablemente fue toda una ventaja a la hora de darle vida al texto de Marguerite Duras.

Aunque ese fue su único trabajo como una de las actrices de la Nouvelle Vague, supuso el lanzamiento de una carrera en la que ha trabajado con directores como Krzysztof Kieslowski, cuya interpretación en la Trilogía de los Colores del director la hizo ganadora del premio a Mejor Actriz en el Festival de Venecia en el 62. También interpretó uno de los escasos personajes femeninos de Jean-Pierre Melville, padrino de la Nouvelle Vague, en Lèon Morin, sacerdote (Lèon Morin, prêtre, 1961).

Con 85 años de edad demostró seguir en plena forma poniéndose bajo la dirección del emblemático director austriaco Michael Haneke en Amor (Amour), una de las películas más importantes del 2012.

Jean Seberg

Jean Seberg protagonizó junto a un joven Jean-Paul Belmondo una de las películas más representativas de la nueva ola francesa. Al final de la escapada (À bout de soufflé, 1960) de Jean-Luc Godard fue clave en la filmografía de esta actriz americana con corte de pelo a lo garçon que se convirtió automáticamente en un icono de la modernidad del siglo XX.

Estrella rebelde y apasionada, concentró su carrera interpretativa entre EE.UU. y Francia, aunque también hizo una incursión en el cine español en la película La corrupción de Chris Miller, dirigida en el 73 por Juan Antonio Bardem.

La renovación de un estilo de actuación

Las actrices de la Nouvelle Vague, y también los actores, rompieron totalmente con los cánones clásicos que regían la manera de actuar antes de que naciera el movimiento. La improvisación y la libertad de interpretación que les permitían los directores supusieron una explosión de talento que ha influido de manera inevitable en las generaciones posteriores.

Estas mujeres, y muchas otras como Brigitte Bardot, Jeanne Moreau O Fanny Ardant, con su trabajo y su actitud ante él, se convirtieron en auténticas celebridades. No sólo influyeron en la moda; su irrupción significó algo mucho más profundo en la sociedad francesa de los 60. Más allá de la fascinación que generaban, establecieron un nuevo modelo de mujer que rompía con las expectativas tradicionales y, sobre todo, que sabía cómo ocupar un nuevo lugar en el mundo.

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Cine francés Diccionario

Antoine Doinel: de niño rebelde a adulto descarado en cinco cómodos pasos

Hace 60 años François Truffaut creó a Antoine Doinel, uno de los personajes de ficción más emblemáticos de la historia del cine francés

Al genio de la Nouvelle Vague le bastaron sólo cuatro largometrajes y un corto para contarnos la historia de su alter-ego Antoine Doinel, personaje semi-autobiográfico cuya personalidad a lo largo de 20 años ha ido madurando de manera coherente con el paso del tiempo en la piel del actor Jean-Pierre Léaud.

A través de él, Truffaut nos cuenta su propia historia –y también la de París– de manera progresiva y sin ningún tipo de planificación previa. Lejos de explorar el paso del tiempo en un mismo personaje de manera intencionada –pienso ahora en Richard Linklater y su Boyhood, por ejemplo–, la figura de Antoine Doinel responde al devenir natural de la creación cinematográfica del director de la Nueva Ola.

Lo conoceremos  en blanco y negro a finales de los 50, durante su –no tan– tierna infancia y lo despediremos a todo color casi entrando en la década de los 80. Cinco cintas para ser testigos del difícil tránsito de la adolescencia a la juventud y de esta a la frustrante madurez sin perdernos ni un ápice de la excepcional personalidad de Antoine Doinel; siempre enérgico, torpe, despistado pero, sobre todo, encantador.

Será imposible no empatizar con él; no descubrirnos con media sonrisa mientras lo acompañamos en sus peripecias vitales y románticas, pues con él Truffaut nos da una lección de humanidad en el sentido más literal de la palabra.

Primer Paso: Los 400 golpes (Les quatre cents coups, 1959)

Truffaut fue elegido como Mejor Director en Cannes gracias a la primera de las aventuras de Doinel. Esta película, quizá la más conocida, supuso el inicio de una etapa excepcional en la historia del cine y se convirtió en una de las más representativas del nuevo movimiento.

El cineasta cuenta episodios de su propia infancia a través de un jovencísimo Antoine que se rebela contra su familia y contra la escuela, que se refugia entre las páginas de Balzac y que disfruta de la libertad que siente recorriendo las calles de París como un fugitivo. Todos los golpes que se da contra la realidad –incluidos los físicos– lo llevan a revolverse ante cualquier norma. Nuestro protagonista desarrolla un agudo sentido de la supervivencia en este sentido y huye del reformatorio donde ha ido a parar.

El travelling que lo sigue en su carrera hacia el mar con el que Truffaut cierra la película culmina con la mirada Antoine clavándose en la del espectador en un final tan abierto como extraordinario.

Segundo Paso: Antoine et Colette (1962)

Tres años después Truffaut recupera a Antoine Doinel en el cortometraje incluido en El amor a los veinte años (L’amour à vingt ans), una película colaborativa en la que el director participó junto con Renzo Rossellini, Shintarô Ishihara, Marcel Ophüls y Andrzej Wajda.

Se sabe que se está enamorado cuando se actúa contra el propio interés Antoine Doinel

Volvemos a un inexperto Antoine que se ha independizado, que trabaja en una tienda de discos y que, por supuesto, se enamora por primera vez. Con la música como telón de fondo, conoce a Colette (la actriz Marie-France Pisier), la primera chica que le causa un verdadero impacto. Con la misma esencia realista y con el mismo decorado que vemos en Los 400 golpes –oh, París– asistiremos al primer desengaño amoroso de nuestro querido Doinel.

A pesar de que Colette se convierte rápidamente en una continua frustración –la chica lo deja continuamente relegado a la friendzone–, Antoine se siente a gusto en compañía de la familia de ella, algo que no ha vivido nunca con la suya propia y que nos da algunas pistas sobre su futuro.

Tercer Paso: Besos robados (Baisers volés, 1968)

Sobrepasados los 20 años, Antoine es ahora un ex soldado que acaba de abandonar el ejército y ha de comenzar una nueva vida. Instalado en su nuevo apartamento se encuentra viviendo en frente de la familia de una antigua amiga, la violinista Christine (Claude Jade).

Doinel va de un trabajo otro, primero como vigilante, después como detective y más tarde como técnico de televisores. Truffaut deja ver a través de estas pesquisas los defectos y las contradicciones de su personaje, que se encuentra sumido en una encrucijada sentimental. En una escena en la que aparece frente al espejo repite una y otra vez el nombre de las dos mujeres entre las que se debate y el suyo propio en un intento desesperado de poner orden en su vida (o al menos en su cabeza).

Pero nuestro (anti)héroe, después de algunos tira y afloja y de algunas carreras –Doinel, siempre corriendo, no parece ver el tráfico entre el que se cuela para cruzar de una calle a otra–, ve de una vez el futuro con optimismo y, encuentra por fin cierta estabilidad con la chica del violín, aunque en las escenas finales podemos ver el atisbo de la duda en su gesto.

Cuarto paso: Domicilio conyugal (Domicile conjugal, 1970)

En esta entrega encontramos a Doinel felizmente casado con Christine y no tardarán en tener un hijo. Además, gracias a un golpe de suerte, ha encontrado un trabajo estable en una multinacional americana. La vida parece que finalmente le sonríe.

Sin embargo, su incorregible carácter le impulsa continuamente a huir, como aquel día que vio el mar por primera vez en Los 400 golpes. Truffaut reconoció que en el guión de esta película vio a Doinel desde una perspectiva más severa. Ya no era el adolescente atolondrado y soñador, sino un adulto. Y como tal él es el principal responsable de su crisis matrimonial.

Conoce a Kioko en el trabajo, una japonesa que se cruza en su camino. Pero Christine pronto descubrirá la aventura y deciden que el divorcio es la mejor opción. Entre tanto, la ambición literaria de Doinel supone un nuevo aliciente para él, que se lanza a la escritura de una novela.

Quinto paso: El amor en fuga (L’amour en fuite,1979)

La quinta y última entrega de la saga Doinel fue totalmente inesperada. Tardaría nueve años en llegar, siendo una especie de caballo ganador que le haría a Truffaut recaudar fondos tras el escaso éxito de sus últimos trabajos. En esta ocasión el director omite cualquier tipo de señal autobiográfica siendo la única fuente de inspiración el propio personaje y su historia.

Antoine Doinel tiene ahora 34 años y trabaja en una imprenta. Vive separado de Christine y mantiene una relación sentimental con Sabine (Frédérique Hoschedé), más joven que él y vendedora en una tienda de discos. Parece que por sin madurado lo suficiente para haber encontrado a una mujer con quien realmente le apetece quedarse, una que no tiene una familia de la que enamorarse también.

Esta cinta, a modo de recapitulación, recupera el metraje de las anteriores y permite a Antoine reencontrarse con todas las mujeres que han sido importantes en su vida. O lo que es lo mismo, el Doinel del presente hace balanza con el Doinel del pasado en un ejercicio de intertextualidad narrativa del que Truffaut no estuvo especialmente orgulloso.

Las aventuras de Antoine Doinel son un hito en la historia del cine. Truffaut fue un pionero capturando el paso del tiempo y la evolución natural de un personaje que se desenvuelve en el drama, en la comedia, en el realismo; que nos recuerda continuamente con sus rasgos humanos e imperfectos el peso de los nuestros. Pero que, sobre todo, nos advierte que no hay una edad difícil. Todas las edades lo son.

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Actualidad Cine francés Cannes

Cómo ser Jean-Luc Godard

Godard, el mítico director franco-suizo cabeza de la Nueva Ola en los 60, estrena su última película Le livre d’image, ganadora de la Palma de Oro Especial en el Festival de Cannes de 2018.

Que uno pueda regalar lo que no posee, dulce milagro de nuestras manos vacías Jean-Luc Godard

Jean-Luc Godard tiene 88 años y se ha pasado el cine. Dos veces. La primera vez durante la década de los 60 con la Nouvelle Vague, de la que fue máximo representante junto con Truffaut, Rohmer y Chabrol; la segunda, ahora. En pleno siglo XXI, posicionando sus últimos trabajos a la vanguardia de la vanguardia.

Una película que no es exactamente eso

El libro de las imágenes (Le libre d’image, 2018) llega a España el próximo 22 de febrero de la mano de Avalon y Filmin. Ha formado parte de la programación del Festival de Rotterdam, famoso por albergar contenido de corte experimental. Alejada de salas de cine convencionales, la cinta se ha proyectado en una habitación del Hotel Atlanta -uno de los pocos edificios de la ciudad que no fue arrasado en el bombardeo alemán del 40- cubierta de alfombras persas y con sillones, tal y como está decorado el propio estudio de Godard en Suiza.

Con capacidad para sólo 30 personas, durante tres pases al día y en una pantalla pequeña, El libro de las imágenes dejó boquiabiertos a sus espectadores. Lo que el director ofrece en este filme es una especie de collage de secuencias que se suceden una detrás de otra, una ensayo fílmico que continúa la línea marcada anteriormente con Historia(s) del cine (Histoire(s) du Cinéma, 1988).

Virales de Internet, comunicados del ISIS, Kim Novak cayendo al agua en la Bahía de San Francisco, una joven Joan Crawford mirando a cámara, fragmentos del noticiario e imágenes televisivas, el ojo cortado por una cuchilla de Buñuel en su Perro Andaluz… Secuencias sacadas de su contexto que cobran un nuevo significado en la coctelera de luz de Godard en la que el único hilo conductor es la inconfundible voz en off del propio director recitando aforismos, dándole profundidad a unas imágenes alteradas previamente por su mano en su estudio. Pura experimentación, pura avant-garde.

¿Una Nueva-Nueva Ola?

El director de cine francés Michel Hazanavicius dijo de Godard -a quién dedicó un prescindible biopic- que él mismo era la Nouvelle Vague. Supo anticipar el futuro del cine y desarrollar un estilo personal que no ha tenido comparación. Una genialidad así no se frena ni con la edad.

Pasa el tiempo y el nuevo Jean-Luc Godard se recrea en la innovación. Se empeña en salirse de la tradición cinematográfica, en seguir cambiando su concepto. Sigue sin identificarse con los parámetros habituales: los aborrece como ya lo hiciera en los sesenta. El realizador franco-suizo se interesa ahora por un tipo de cine a medio camino entre el documental, el ensayo y la ficción. A sus 88 años, Jean-Luc Godard resulta incombustible y casi se le intuye eterno.

Facetime desde La Croissete

En el 68 , cuando el director estaba en la cumbre, se plantó en la Croissete, donde se celebra desde siempre el Festival de Cannes, acompañado de sus colegas de Cahier du Cinéma. Tenían intención de suspender el certamen como gesto de apoyo y rebeldía en solidaridad con las protestas estudiantiles y obreras que se estaban viviendo en el París efervescente de la época.

Nosotros hablamos de solidaridad con estudiantes y trabajadores, y vosotros de primeros planos o tiros de cámara. Sois unos gilipollas Jean-Luc Godard

Con Francia absolutamente parada, que el festival siguiera su curso les parecía una ofensa a estos cineastas rebeldes. Consiguieron suspender la programación cuando aún quedaban cinco días de proyecciones y no hubo palmarés.

Medio siglo después sí lo ha habido y el mismo Godard que se colgó de las cortinas del cine Lumiére para protestar, ganó el año pasado la Palma de Oro Especial por El libro de las imágenes. Con su inseparable puro en la boca, dio una rueda de presa vía Facetime mientras él seguía en su “exilio” suizo y contestaba de esta forma una pregunta tras otra sin tan siquiera ver el rostro de los periodistas que lo entrevistaban.

Un genio irritante, sí, pero irrepetible

No, no se puede ser como Jean-Luc Godard. Conociendo la filmografía y la trayectoria vital del director de Banda a parte se deduce que es del tipo de creadores que surgen una vez cada cien años. Uno que lleva el cine –su idea tan singular del cine– bajo la piel y que no sólo busca emocionar con su obra. Quiere que reflexionemos aunque nos haga sentir incómodos para ello. Nos quiere enfadados. Quiere que no nos relajemos delante de la pantalla y que nos rebelemos en las butacas aunque sea hacia lo que estamos viendo.

Acostumbrados a consumir series y películas que se nos ofrecen ya masticadas, lo que Godard nos lleva dando todo este tiempo con su filmografía es un regalo de valor incalculable.

Por favor, Godard, no te acabes nunca.

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Diccionario

Cahiers du Cinéma

La publicación más longeva e influyente de la historia es referente del cine de autor, dentro y fuera de Europa, desde hace siete décadas.

Corría el año 1951. La vanguardia americana llegaba como un huracán hasta el viejo continente a través de la pintura de Jackson Pollock, la obra  del excéntrico Andy Warhol o los filmes de Hitchcock. Francia asistía a un fervor artístico e intelectual sin precedentes. Camus y Sartre se convirtieron poco menos que en estrellas del rock del existencialismo al mismo tiempo que Mademoiselle Chanel renovaba el vestuario de las jóvenes parisinas. Estaba claro que en el aire se percibía cierto aroma a cambio y la cultura cinematográfica no se iba a quedar atrás.

Cahiers du Cinéma nace con la intención de ser testigo de los «más altos y valiosos esfuerzos» del Cine.

Existían por aquel entonces varios cine clubes que reunían a la crème de la crème intelectual de París. En ellos se exhibían copias de películas en sesiones privadas a un público que disfrutaba estudiando y debatiendo con pasión cada cinta. Decía Godard que “hablar de cine, escribir de cine, ya era como hacer cine”, y es justo la sensación colectiva, casi contagiosa, que desprendían estos encuentros. El fenómeno, alejado del circuito comercial, tuvo mucho que ver en el nacimiento de la célebre revista.

André Bazin, Jacques Doniol-Valcroze y Joseph-Marie Lo Duca fundaron en abril de ese año Cahiers du Cinéma. A través de los míticos cuadernos amarillos se aseguraron de que el séptimo arte tuviera “un fiel testigo de sus más altos y valiosos esfuerzos” y lo hicieron rodeándose de colaboradores como Truffaut, Godard o Rohmer. Los críticos se convirtieron en cineastas y revolucionaron la manera de hacer cine en Francia dando lugar a la Nouvelle Vague.

Cahiers du Cinéma se estuvo publicando en España hasta 2011. Justo después, sus colaboradores mantienen su espíritu crítico y cinéfilo fundando Caimán, cuadernos de cine.

La revista siguió creciendo con la misma rapidez con la que evolucionaba la sociedad francesa. Durante la década de los 60, un cambio en la dirección desbancó a Éric Rohmer y puso al frente a Jaqcues Rivette. En ese momento la publicación empezó a prestar atención al cine de Buñuel y Pasolini. Se miraba más allá de América y del propio país galo; el cine brasileño, polaco o checo llenaba las páginas de los Cahiers para deleite de cinéfilos. A mediados de los 70 centraron su mirada en un visceral Maurice Pialat y el maoísmo parisino se hizo presente en la línea de la publicación politizándose por primera vez, aunque esta radicalización llegó a su fin en los años 80, cuando cogió velocidad de crucero y empezó a adquirir las dimensiones que tiene hoy. La revista en la actualidad cuenta, de hecho, con ediciones en varios idiomas. En España se estuvo publicando hasta 2011. Tras su desaparición, a causa de un aburrido conflicto con la editora, los antiguos colaboradores fundaron Caimán, cuadernos de cine y siguen desarrollando su labor en la misma línea en la que lo hacían antes.

No cabe duda de que una publicación que ha sabido mantenerse en el tiempo hasta el presente haya sido testigo de una larga lista de personalidades influyentes de la segunda mitad del siglo XX y, desde luego, se hace eco de las que llegan y de las que están por venir. Cahiers du Cinéma sigue vigente y poderosa; ha sobrevivido a la historia y a sus propias fricciones internas.

Cada año sus colaboradores elaboran una lista con las diez mejores películas de autor del panorama cinematográfico. Esa criba es una crítica en sí misma. Marca la tendencia, lo que hay que ver. Son la élite cinéfila, título que se han ganado a pulso, década tras década, durante casi 70 años, convirtiéndose así en una entidad potente a la que acercarse con estupor y temblores.

 

 

 

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