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Maryse Condé: la deseada

Si la sensibilidad del sujeto europeo va un poco más allá de lo básico, al pensar en la palabra Caribe, además de una playa, puede aparecer en la mente del pensador, como mucho, un puesto de fruta, una plaza ocupada, o una abuela que riñe como riñen todas las del mundo templado. No somos capaces de llegar mucho más allá si no hemos viajado a conocer otras realidades, en avión, en barco o a través del lenguaje.

Por eso, cuando Maryse Condé habla de tierra yerma, vientres vacíos y maternidades no deseadas, a quien desafía es a nuestra conciencia europea, que ha intentado redimirse reclamando el Caribe como territorio paradisíaco, libre de todo sufrimiento, antes de reconocer que fue un punto caliente en la compraventa de nuestros esclavos durante varios siglos.

Para los que nos planteamos desde hace tiempo dónde está la identidad y la memoria de las personas vendidas, La Deseada es un alivio. Para los que nos paramos a pensar por primera vez en la voz interior de los esclavos afrodescendientes como si fuesen seres humanos, La Deseada es una bofetada que se debe recibir con los ojos en alto y las manos en los bolsillos.

Con el foco cenital puesto sobre Marie-Noëlle, la protagonista de la obra, en esta novela Maryse Condé nos cuenta las Antillas a través de la historia de tres mujeres de tres generaciones diferentes. La editorial Impedimenta trae el libro a España, mucho mejor tarde que nunca. Y es que La Deseada se publicó por primera vez en 1997.

La Deseada, una isla del archipiélago de Guadalupe

Cuando la novela fue escrita, la sociedad de Guadalupe no era lo que es ahora, según relata la propia autora. En una isla de estructura y jerarquía poscolonial, marcada por la compraventa de esclavos, el mestizaje criollo, y colonizada por Francia desde el siglo XVI, la figura del padre era un privilegio reservado a las clase alta criolla y a la burguesía negra, a la cual pertenece nuestra autora.

Condé cuenta a El Cultural que (…) solamente en estos círculos se veían familias con un padre y una madre (…) los niños de las demás clases sociales ignoraban en su mayoría quién era su padre: tan solo conocían a su madre, que se mataba a trabajar para mandarlos a la escuela y vestirlos.

Sin embargo, la sociedad guadalupense es ahora más responsable: incluso algunos hombres llevan a sus hijos al colegio, y hasta juegan con ellos. Aunque hemos cambiado mucho, todavía falta un largo camino que recorrer, para salir de la injusticia y para salir de la periferia. Con este libro, quizá, algunos kilómetros se nos hagan más fáciles.

Lo curioso de la periferia es que, estrictamente, solo existe para quien vive fuera de ella. Para todos los demás, los márgenes son el centro. Uno no puede mirar hacia fuera sin antes reconocer que el centro no es una verdad absoluta sino un accidente que podría haber ocurrido en cualquier otro lado. Por eso, para los lectores continentales de Maryse Condé, La Deseada es a partes iguales necesidad pedagógica y disfrute literario.

Maryse Condé, en el centro de la periferia

Maryse Condé nació en Pointe-à-Pitre, Guadalupe. Los títulos geopolíticos que pesan sobre la isla ya resultan quirúrgicos y distantes: departamento de ultramar de la República Francesa. Región Ultraperiférica de la Unión Europea.

Dentro de este territorio RUP hay una familia que da la bienvenida a Maryse en 1937. Los padres de la escritora, funcionarios del gobierno francés pertenecientes a la pequeña burguesía, gozan de cierto estatus social en la isla. Al trabajar para el Estado, la familia tiene derecho a pasar tiempo en la metrópoli continental.

El viaje desde la isla antillana hasta París fue para la familia Boucolon (el apellido original de Maryse) también un traslado del centro al margen que acompaña a toda la obra de esta autora: al viajar a París, los padres se dan cuenta por primera vez de que son negros.

Este centro descentrado se ha traducido después en una especie de sino que parece permear no solo la obra sino la vida de Maryse Condé, que ha recibido el Premio Nobel, pero el Alternativo. Que recibe una reverencia de la comunidad lectora española cuando ya ha perdido la visión. Que ya no necesita volver a Guadalupe, porque Guadalupe ya no existe.

Guadalupe está en mis recuerdos. Ya no necesito volver, porque está conmigo.

Un grito particular

Vive rodeada de sus hijos, nietos y bisnietos en su casa del sur de Francia, y está contenta de que el público español pueda descubrir La Deseada, (a través de la traducción maravillosa de Martha Asunción Alonso). Si no estuviésemos en medio de una pandemia, seguramente habría ido a Barcelona para presentar el libro, como ya hizo en su día con Corazón que ríe, corazón que lloratambién de Impedimenta.

Maryse Condé ya no puede escribir, y sin embargo acaba de terminar su última novela. Tiene párkinson desde hace unos años, y usa sellos en lugar de bolígrafos para firmar autógrafos. Insiste en levantarse para las fotos. Le ha dictado su última novela a su marido, Richard Philcox: traductor y, aparentemente, transcriptor.

Después de leer sus novelas, escritora, lectora y personajes llegan a la misma conclusión: para poder vivir hay que tener palabras propias, metáforas, o identidad, si es que las tres cosas no son lo mismo. Lo cual significa que una parte de Maryse Condé acaba de empezar a vivir en la lengua española, y que una parte de lectores hispanohablantes ha realizado un viaje de ida a una pequeña isla del caribe antillano. Y, por eso, estamos de enhorabuena.

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Georges Brassens: 100 años de libertad

Se cumple el centenario de Georges Brassens, el cantautor francés que retrató al siglo XX como nadie

Se han escrito tesis doctorales sobre la obra de Georges Brassens. Su trabajo ha sido traducido a una veintena de idiomas, incluyendo el esperanto. Músicos y artistas de todo el mundo lo homenajean constantemente.

Ciento cincuenta escuelas públicas de Francia llevan su nombre, además de centenares de calles, plazas, parques y salas de concierto. ¿Quién era Georges Brassens? Y, ¿por qué le debemos atención?

Georges Brassens: origen mediterráneo

En el pueblo occitano de Sète, mirando al mar Mediterráneo, nació en 1921 Georges Brassens, quien, varias décadas más tarde, será descrito como uno de los mejores poetas del siglo XX en lengua francesa.

Brassens nació en un barrio popular en el seno de una familia atípica. Su padre, Jean-Louis, era un contratista de albañilería conocido por su anticlericalismo, su generosidad y su libertad de espíritu y pensamiento.

La madre, Elvira, de origen italiano, era una devota católica que quedó viuda en la Gran Guerra, cinco años antes de re-casarse con el padre de Georges. Según contaría después el cantautor, el punto en común de esta familia tan dispar era el amor por la música.

Cualquiera que haya escuchado las canciones de Brassens no se extrañará al saber que no le gustaba ser alumno. «Tuve una infancia feliz, pero desperdiciada por el colegio», dijo a su amigo y biógrafo Victor Laville.

Su madre no le deja asistir a clases de música a no ser que mejoren sus notas, por lo que sus primeras canciones adolescentes fueron compuestas con ignorancia técnica y pura intuición poética.

Pour offrir aux filles des fleurs,
Sans vergogne,
Nous nous fîmes un peu voleurs,
Un peu voleurs

Poesía y mala reputación

En 1936, el joven Georges conoció la poesía gracias a su profesor de francés, Alphonse Bonnafé, quien le enseñó no solo a rimar versos sino a «abrirse a las cosas grandes».

Y en 1938, a los diecisiete años, Brassens conoció por primera vez la mala reputación.

En una jugarreta de chiquillos provincianos, Georges y su grupo de amigos se coordinaron para realizar pequeños hurtos en casas de amigos y familiares y así conseguir algo de dinero rápido. El pueblo de Sète se puso en estado de alerta, y al final, claro, los pillaron.

El padre de Georges, que parecía entender las inconsciencias de juventud, sacó a su hijo del calabozo y se lo llevó a casa sin reprimendas ni reproches. En la canción Les quatre bacheliers, Brassens describe así aquel momento:

Dans le silence on l’entendit, / Sans vergogne, / Qui lui disait : » Bonjour, petit, / Bonjour petit.
On le vit, on le croirait pas, / Sans vergogne, / Lui tendre sa blague à tabac, / Blague à tabac.
Je ne sais pas s’il eut raison, / Sans vergogne, / D’agir d’une telle façon, / Telle façon.
Mais je sais qu’un enfant perdu, / Sans vergogne, / A de la corde de pendu, / De pendu, / A de la chance quand il a, / Sans vergogne, / Un père de ce tonneau-là, / Ce tonneau-là.

París, los nazis y un piano

A pesar del apoyo de su familia, el nombre de Georges quedó teñido en Sète. Recluido en la casa familiar, durante aquel verano empezó a fumar en pipa y se dejó crecer por primera vez su distintivo bigote.

Y en 1940, ya bien entrada la Segunda Guerra Mundial, se mudó al 14ème arrondisement de París, donde vivía su tía materna, que tenía un piano. Allí aprendió el instrumento, a pesar de que no sabía solfeo porque nunca mejoró sus notas de colegio.

Ese mismo verano, el Tercer Reich invadió Francia. Georges pasó la primera parte de la ocupación leyendo en la biblioteca municipal: estudiando poesía y aprendiendo filosofía mientras los nazis se paseaban por las calles de París.

En 1943, el gobierno de Vichy lo destinó a un campo de trabajo en Basdorf, Alemania, donde tenía que trabajar fabricando motores para aviones militares. En el campo de Basdorf hizo algunas de las grandes amistades que le durarían toda la vida.

Tras más de un año en Alemania, consiguió un permiso de quince días para volver a Francia, y llegó a París con la intención de declinar cortésmente la invitación nazi al trabajo forzado. Como no podía quedarse en casa de su tía, por ser el primer sitio en el que la Gestapo iría a buscarlo, se refugió en casa de los Planche, un matrimonio mayor del barrio que vivía en una modesta casita sin luz eléctrica ni gas, con el patio lleno de animales.

La idea era aguardar en la casita de la calle Florimond hasta que acabase la guerra. Terminó quedándose más de veinte años.

Georges Brassens: el genio temprano, el talento tardío

A pesar de que ya es un escritor versado, de que ha publicado su primera novela y de que ha estudiado y producido poesía hasta la extenuación, en los años 40 Brassens todavía no es cantautor.

En esta década conoció a Joha Heinman, el amor de su vida: una inmigrante estonia con la que nunca se casó ni cohabitó, y a la que dedicó numerosas canciones posteriores, entre ellas, la célebre La non demande en mariage: tengo el honor de no pedir tu mano; no grabemos nuestros nombres en un pergamino. 

J’ai l’honneur de ne pas te demander ta main
Ne gravons pas nos noms au bas d’un parchemin

En esta década terminó de conformar su pensamiento político, que ya venía inclinado hacia el antimilitarismo y anticlericalismo de casa. Entró en contacto con los anarquistas y los sindicatos de trabajadores, con quienes nunca dejaría de colaborar durante el resto de su vida.

A finales de los años 40 Brassens ya escribía canciones, pero no se animaba a cantarlas. Intentó colocárselas a otros intérpretes ya consagrados, sin demasiado éxito. Y así entro en los 50.

«¡Un poeta descubierto!»

En la década de 1950, Brassens fue descubierto. Jacques Grello lo escuchó por casualidad y le regaló su guitarra para que la cambiase por el piano. También lo animó a que audicionase en diferentes cabarets y salas de la escena parisina.

Brassens, que ya había entrado en la cuarentena, estaba incómodo en el escenario. Tenía pánico escénico, sudaba la gota gorda y le costaba sacar la voz. Aún así, en 1952 cantó en una audición privada para Patachou, estrella consumada del cabaret francés que se enamoró de sus letras con feliz entusiasmo.

Patachou llevó las canciones de Brassens a la firma Philips, con quien Georges firmó su primer contrato discográfico. Su primer disco causó no pocas controversias y malestares entre los directivos de Philips, para gusto de Brassens, que nunca tuvo intención de agradar a nadie más que a su buena conciencia. Su primera crítica, publicada en el desaparecido diario France-Soir, rezaba: ¡Patachou ha descubierto a un poeta! 

Para 1953 se lo rifaban todos los cabarets de París, y a principios de los años 60 ya gozaba de la notoriedad con la que le conocemos hoy en día. Brassens compró a los Planche la casita de la calle Florimond. Compró también la parcela de al lado, y unió las dos viviendas. Instaló luz eléctrica, calefacción y agua caliente, y cuando estuvo lista, se la regaló de vuelta a la pareja que lo había acogido durante más de veinte años.

El poeta de lo cotidiano

Cien años después de que viese la luz por primera vez, Brassens sigue siendo el poeta de lo cotidiano, el escritor del francés perfecto y el defensor más acérrimo de la decencia humana. Siempre habrá quien mire por la ventana al mundo actual y eche en falta el comentario mordaz de un escritor que tenía más de filósofo que de artista, y más de artista que de filósofo.

Tantôt venant d’Espagne et tantôt d’Italie,
Tous chargés de parfums, de musiques jolies,
Le Mistral et la Tramontane

Georges Brassens cerró los ojos el 29 de octubre de 1981. Sus restos descansan junto a los de su amor en el cementerio de Sète. Es lo más cerca posible que llegamos de cumplir su plegaria. Meses antes de morir, ya enfermo de cáncer, Brassens escribió Súplica para ser enterrado en la playa de Sète:

Justo al borde del mar, a dos pasos del oleaje azul, cavad si es posible un pequeño agujero mullido, un buen nicho pequeño, cerca de mis amigos de la infancia, los delfines, a lo largo de esta playa donde la arena es tan fina(…). Esta tumba es un sándwich entre el cielo y el agua, que no dará una triste sombra al cuadro, sino un encanto indefinible. Los bañistas la usarán de paravientos, y los niños dirán: ¡qué bonito castillo de arena! Si no es mucho pedir, plantad, os lo ruego, alguna especie de pino que de sombra, que sepa proteger de la insolación a los buenos amigos que vengan con afectuosas reverencias a mi sepultura. (…) Pobres reyes faraones, pobre Napoleón, pobres ilustres desaparecidos enterrados en el Panteón, pobres cenizas de consecuencia. Envidiaréis un poco al veraneante eterno, que pedalea sobre las olas mientras sueña, que pasa su muerte de vacaciones.

Sur mon dernier sommeil verseront les échos,
De villanelle, un jour, un jour de fandango,
De tarentelle, de sardane.

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Paul Gauguin, el Mata Mua y la eterna polémica

La polémica por la salida a subasta del ‘Mata Mua’ de Gauguin nos sirve de excusa para repasar la figura de uno de los artistas franceses más influyentes del siglo XIX.

Desde el pasado 8 de junio el Mata Mua (Érase una vez), una de las piezas capitales del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, ya no se encuentra en la sala dedicada a los impresionistas y posimpresionistas de la pinacoteca. El óleo, pintado por Paul Gauguin en 1892 y valorado en más de 40 millones de euros, se encuentra actualmente en el extranjero para ser subastado.

La pintura ha sido la protagonista de una nueva desavenencia entre Carmen Cervera, propietaria del cuadro, y el Gobierno de España sobre el alquiler de la colección, disputa que ambas partes mantienen desde hace más de dos décadas. La salida del cuadro supone una enorme pérdida para la colección y una decepción para los visitantes del museo.

Fuente: Elpais.com

 

Gauguin: breve biografía de un corredor de bolsa

El eterno debate sobre si se debe separar al artista de su obra o si ambos conforman un todo indisoluble se vuelve inevitable cuando se profundiza en la vida del pintor parisino. La polémica y la leyenda negra siempre han rodeado a Paul Gauguin. Su existencia se ha asociado a escándalos sexuales, enfermedades o problemas judiciales, pero sobre todo se le ha identificado como el genio que marcó un antes y un después en el arte del siglo XX.

Nació en París en 1848 y a los cuatro años huyó con su familia a Lima tras el golpe de estado de Napoleón III. Durante su adolescencia se enroló en la marina mercante y no regresó a París hasta 1871, donde empezó a trabajar en una empresa financiera, se casó y llevó una vida acomodada como corredor de bolsa.

Fue durante este periodo cuando empezó a interesarse por el arte. Tomó clases de pintura y comenzó una colección con obras impresionistas de Manet, Cézanne , Monet o Pissarro. Con este último desarrolló una amistad que le permitió participar en una de las muchas Exhibiciones Impresionistas que se realizaban por entonces (1880).

Tras un desplome de la Bolsa parisina, Gauguin olvidó los números y las monedas para dedicarse en cuerpo y alma a la pintura hasta que, arruinado, abandonó a su esposa e hijos en Copenhague, donde residían entonces. Desde ese momento vivió en la miseria y se sintió rechazado por una sociedad a la que él mismo aborrecía.

Dos acontecimientos marcarían un punto de inflexión en su producción artística: su encuentro con Vincent van Gogh, que dio como resultado una relación marcada por la admiración y la rivalidad mutuas -más por lo segundo que por lo primero-, y su primer viaje a Martinica.

“¡Soy un gran artista y lo sé!”, gritaba a menudo Paul Gaguin.

En la colonia francesa descubrió un paisaje nuevo, exótico y repleto de los estímulos sensuales. También halló una sociedad indígena en convivencia con la naturaleza más exuberante de la que quedó prendado. Gauguin sintió urgencia por conectar con lo primitivo y exploró este camino en sus lienzos, lo que supuso una ruptura total con el impresionismo. Alejándose del naturalismo de estos y abandonado el nido para siempre, Gauguin aumentó la intensidad de su paleta para ponerla al servicio de una narrativa tribal cargada de símbolos.

Tahití, destino dorado

Finalmente se marchó a Tahití para convertirse “en un salvaje, un lobo en los bosques, sin collar”. En un encuentro con el periodista Jules Huret, de L’Echo de Paris, Gauguin afirmó que se iba para encontrar la paz, para liberarse de la influencia de la civilización. “Solo quiero crear un arte que sea sencillo, muy sencillo. Hacer lo que necesito para renovarme a mí mismo en una naturaleza que no haya sido arruinada: solo quiero ver salvajes, vivir como ellos, sin más preocupación que sacar a la luz, como un muchacho, lo que mi mente conciba, con la sola asistencia de medios de expresión primitivos”.

Produjo entonces numerosas obras inspiradas en la luz, la población y las leyendas de la Polinesia. Cuadros llenos de voluptuosas jóvenes semidesnudas, coloridos y sencillos. Gauguin quería vivir y narrar la vida prehistórica, y lo hizo, paradójicamente, con las técnicas pictóricas más modernas de la vanguardia parisina. Sirva esto como ejemplo de la propia naturaleza contradictoria del artista.

El resultado fue una serie de pinturas estilizadas y decorativas a partir de bloques de color bidimensionales que evocan un paraíso tropical en calma visto a través de los ojos de un converso frustrado porque, en realidad, siempre sería un occidental, un turista.

Sin embargo, su compromiso con esta nueva sociedad era firme. Ni su producción artística, ni sus numerosos conflictos personales, ni tampoco su enfermedad (se sospecha que se trataba de la sífilis), fueron un impedimento para enfrentarse una y otra vez a las autoridades locales en defensa de las comunidades indígenas.

La importancia del Mata Mua (y de su pérdida)

Solo un año después de llegar a Tahití pintó el conocido óleo Mata Mua, que en lengua maorí significa Érase una vez. La realidad es que este cuadro narra el paraíso idílico que no llegó a encontrar. Tahití no era la Arcadia soñada ni el edén libre que Gauguin esperaba. En 1891 quedaban pocos vestigios de la cultura primitiva y el control de la administración colonial y de la Iglesia habían prohibido las danzas y los ritos nativos.

En el cuadro se aprecia un valle donde tres mujeres bailan alrededor del ídolo Hina, la deidad de la luna, que se eleva sobre la vegetación. Mientras, en un primer plano, dos jóvenes descansan sobre la hierba. Un árbol divide la escena: por un lado el sensual ritmo de los tambores; por otro la calma y el reposo de los vestidos blancos y las flores.

Esta genial obra de arte fue una de las últimas adquisiciones del barón Thyssen y es, sin duda, la joya de la corona heredada por la baronesa. Ha estado expuesto durante muchos años en el Thyssen-Bornemisza y su pérdida supone una fragmentación más en una colección ya bastante mutilada. Javier Arnaldo Alcubilla, conservador y jefe de investigación del Thyssen  hasta 2011 explicaba que «es completamente excepcional encontrar piezas de Gauguin de ese calibre, del periodo de Tahití, por eso es particularmente valioso»

Dónde terminará la pieza es algo que aún no se sabe. Lo que es seguro es que desde que los museos volvieron a la vida después del estado de alarma, la sutil retirada del cuadro ha sido interpretado por muchos como un golpe bajo. Puede que aun no esté todo perdido, puede que el Mata Mua vuelva a Madrid si se llega a un nuevo acuerdo con el Ministerio de Cultura.

Gauguin en la cultura

La vida del pintor parisino siempre ha suscitado fascinación, incluso en ámbitos no relacionados directamente con las artes plásticas. En 2017, por ejemplo, el director francés Edouard Deluc llevó al cine el exilio voluntario del artista bajo el título Gauguin: Voyage de Tahiti. El filme, protagonizado por un camaleónico Vincent Cassel, recibió críticas dispares (aunque en su mayoría fueron positivas) centradas especialmente en la blancura a la que está sometido el biopic.

https://www.youtube.com/watch?v=RFgHwr5ZbdE

En el mundo de las letras también se ha visitado en numerosas ocasiones la figura del artista. Se han publicado varias biografías en diferentes idiomas. La autora Ángeles Caso publicó en 2012 Gauguin. El alma de un salvaje bajo el sello Lunwerg.

El volumen, ilustrado y editado en tapa dura, resulta interesante no solo por la calidad literaria del texto y lo riguroso de la investigación previa por parte de la escritora. Es interesante, además, por los capítulos adicionales que se han insertado tras la propia biografía en los que aparecen las obras del pintor así como algunas fotografías acompañadas por textos de su propia pluma. Estos son fragmentos de las cartas que le enviaba a Matte, su esposa de origen danés, a Émile Schuffenecker, Émile Bernard o Vincent van Gogh entre otros. Reflexiones, pensamientos y  descripciones de lugares. Al fin y al cabo, quién mejor para narrar su vida y sus pensamientos que él mismo.

Aunque, para eso, nada como adentrarse en su autobiografía Oviri: Écrits d’un sauvage (Folio. Essais), publicada en español por Akal con traducción de Marta Sánchez-Eguibar y titulada Escritos de un salvaje. A través de los textos recogidos en este libro, la mayoría escritos durante su estancia en los Mares del Sur, podemos profundizar en el pensamiento del genio irreverente que revolucionó el arte en Europa durante las últimas décadas de 1800 dejando tras de sí un legado incomparable.

Solo cabe esperar que el Mata Mua vuelva a casa y que podamos sumergirnos de nuevo -o por primera vez- en ese paisaje brillante y sugerente que Gauguin ideó a través de sus pinceles.

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Girbent: amor al cine desde los pinceles

A finales de mayo el CAC Málaga reabrió sus puertas con la exposición individual ‘Opus Nigrum’ del artista mallorquín Pep Girbent, una muestra rebosante de referencias al cine y con numerosos guiños a la cultura francófona.

Tras dos meses y medio de confinamiento en los que la gran mayoría de imágenes que hemos consumido, o mejor dicho, disfrutado, han sido digitales, la reapertura de los museos ha supuesto para muchos un soplo de aire fresco. Para su vuelta a la vida, el pasado 22 de mayo el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga acogió en su sala central la exposición ‘Opus Nigrum’ del artista mallorquín Pep Girbent.

La muestra, comisariada por Helena Juncosa, directora del centro, podrá visitarse hasta el 23 de agosto. ‘Opus Nigrum’ está compuesta por una decena de obras en un elegante blanco y negro, la mayoría de gran formato, creadas a partir de óleo y carboncillo. Varias son inéditas y han sido realizadas desde el 2014 hasta la actualidad.

Smoke. Políptico, óleo sobre tela. Ocho tentativas de copia de una misma escena.

 

La copia más original

Girbent disfruta en ese terreno fronterizo entre la pintura y la fotografía, pues sus lienzos, de lejos, parecen fotografías. Sin embargo, al acercarnos, podemos observar el trazo, la materia. De cerca podemos apreciar que son obras vivas alejadas de lo estático.

Es magnífica la sensación que se tiene durante los primeros segundos en los que nos enfrentamos por primera vez a sus cuadros. Rápidamente el deja-vu deja paso al asombro. La escena representada nos resulta familiar y no tardamos en caer en la en la cuenta de que ya la hemos visto antes. Sí, ¡en el cine! Si no es esta imagen exacta, al menos una muy parecida. Casi idéntica. ¿Hay diferencia?

Girbent selecciona y extrae imágenes del cine para realizar con ellas, una vez separadas de su flujo narrativo original, una operación de transfiguración. Así, fantasmas procedentes de un mundo bidimensional adquieren un cuerpo, se convierten en presencias sensuales en medio de la marea digital.Helena Juncosa, comisaria de la exposición y directora del CAC Málaga

La obra del mallorquín se alimenta de la tradición pictórica occidental y del amor al cine. A través de una técnica plástica depurada e impecable, el artista ofrece fotogramas de películas de Jim Jarmusch, Wong Kar-Wai, Jean-Luc Godard François Truffaut. Copias de escenas de aquellas cintas tan emblemáticas del siglo XX que, bajo su pincel o su carbón, sufren ciertas transformaciones.

El rito, 2017

 

Los escenarios y su protagonistas se enredan con los intereses artísticos de Girbent hasta convertirse «en otra cosa». Otras escenas alejadas del plano secuencia que las contenían originariamente. Diferentes niveles de profundidad, diferentes lecturas. Entre el original y la copia, susurros de voces; entre ellas las del filósofo Leibniz recordándonos que no hay en el universo dos cosas iguales.

La Nouvelle Vague al óleo

Esta exposición deja al descubierto los referentes cinematográficos del artista (también los literarios y filosóficos, explicados por él mismo en cada uno de los archivos PDF que acompañan a las obra y que se pueden descargar fácilmente a través de un lector de QR). Entre ellos, imposible pasar por alto el homenaje a Jean-Luc Godard y a François Truffaut, dos de los grandes nombres de la Nouvelle Vague, y a tres de sus títulos más importantes: À bout de souffle (1960), Bande à part (1964) y Jules et Jim (1961)

En la pintura titulada El espacio / El tiempo V vemos a Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg (o mejor dicho, a sus doppelgängers pictóricos), actor y actriz de Al final de la escapada de Godard. Iconos de la Nueva Ola compartiendo un espacio interior e íntimo; como “un Adán y una Eva en el paraíso acotado de una habitación, una cápsula-refugio donde es posible reiniciar una vez más el origen del mundo”. En este óleo de grandes dimensiones destaca la luz que baña a ambos y que casi recuerda al modelo atemporal de las anunciaciones que se han repetido a lo largo de la historia del arte occidental, consiguiendo una atmósfera casi metafísica bañada por reflejos y volutas de humo.

El segundo homenaje al director lo observamos en el cuadro Fantasmagoría / La irrupción, en el que se representa el célebre plano secuencia de Banda aparte rodado en el Museo del Louvre, cuando los tres protagonistas del film atraviesan galerías y pasillos a la carrera, tratando de recorrer la pinacoteca en el menor tiempo posible (escena que recreó años más tarde Bertolucci en The Dreamers. De nuevo la copia como expresión original).

Fantasmagoría / La irrupción, 2015

 

Es interesante el contrapunto que ofrecen las pinturas auténticas -desde dentro de la obra- que se observan, inmóviles y enigmáticas, en las paredes del Museo. Tres líneas temporales protagonizadas por estas, por los actores de la secuencia cinematográfica y por el espectador que admira el óleo de Girbent. Espacio, tiempo, cine y pintura; un único hilo.

Truffaut también tiene lugar en el imaginario del artista. Reconocemos con rapidez el fotograma de la película Jules y Jim en el lienzo The race VII  “donde una mujer ataviada de pillo y con el bigote pintado, corre junto a dos hombres por un puente.” De nuevo el trazo difuminado; la representación de la velocidad, del instante que se evapora.

The race, 2020

 

Opus Nigrum: Yourcenar y la alquimia

En medio de esta experiencia sensorial también encontramos un guiño a la literatura francófona en propio título de la muestra. Opus Nigrum es el nombre de una de las obras más reconocidas de la novelista, ensayista, poeta, dramaturga y traductora belga Marguerite Yourcenar, en la que se narran las peripecias de un médico y alquimista llamado Zenó. Girbent asegura que esta novela es para él una obra literaria de referencia.

A la izquierda: El espacio / El tiempo V, 2019. A la derecha: The race VIII, 2020

 

El término Opus Nigrum alude a una vieja fórmula de alquimia que permite la separación y la disolución de la materia original para la creación de otra materia nueva, diferente. Precisamente da nombre a esa transfiguración de los fantasmas luminosos extraídos de las películas llevada a cabo por el artista. Entes puramente visuales que adquieren un cuerpo tangible bajo el pincel o el carbón de Girbent. Sus cuadros se pueden contemplar, en efecto, como un proceso alquímico. Ficción y realidad, lo tangible y lo intangible.

Lo verdadero, lo falso y la copia se entremezcla en un discurso artístico que, como dicen en el propio CAC, a veces no se pueden distinguir.

‘Opus Nigrum’ estará presidiendo la sala central del CAC hasta finales de agosto. No dejéis pasar la oportunidad de visitarla.

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¡Despertaos! Vuelve la primavera

El 20 de marzo es el Día Internacional de la Francofonía. Christian Ubago, Coordinador FOS y Pedagogía y Profesor Examinador de Alianza Francesa de Málaga, nos trae un nuevo artículo muy especial cargado de cultura francófona, lenguaje y, como siempre, sabiduría

En breve llegará la primavera con sus perfumes de naturaleza, de flores y de incienso en nuestras calles. Y también dos fechas que marcar y celebrar: el 8 de marzo y el 20 de marzo, “Fête de la Francophonie” (Fiesta de la Francofonía).

Un compromiso total con los derechos

Si la participación y el compromiso de la Alianza Francesa parece evidente para esta jornada del 20 por razones obvias de defensa y promoción de la lengua francesa y de las culturas francófonas en el mundo, lo es también y con la misma fuerza para el día 8, Día Internacional de la Mujer.

De hecho queremos mostrar nuestra solidaridad y apoyo a las mujeres víctimas de discriminación en el mundo y de la lacra de la violencia de género. En efecto, en un contexto social donde las cuestiones de igualdad entre hombres y mujeres y los debates sobre violencia de genero están muy presentes, el papel pedagógico de nuestras clases de francés y nuestra posición como docente es fundamental.

Enseñar un idioma es enseñar una cultura, un pensamiento y valores de convivencia. Y eso aún más en un mundo donde unas decisiones políticas pueden poner en peligro los mecanismos de protección de las mujeres. Una vez más, la enseñanza del francés que proporcionamos reposa sobre los pilares de la república francesa imprescindibles a la defensa de la igualdad y fraternidad. También queremos informarles (o recordarles) que la gran mayoría de nuestros estudiantes así como los candidatos de las sesiones de exámenes DELF/DALF son mujeres.

Aprender un idioma es así abrirse a una nueva forma de pensar, de compartir y por eso hay que defender el plurilingüismo como manera de entender, crear igualdades y dialogar entre culturas, entre personas de diferentes horizontes, entre hombres y mujeres…

Un mes dedicado la francofonía

Por eso ya calentamos motores para preparar el 20 de marzo, Día Internacional de la Francofonía organizado por la OIF (Organisation Internationale de la Francophonie) que celebra este año su 50 aniversario).

En un mundo globalizado, convulso, lleno de incertidumbres y de amenazas de todo tipo (guerras, violaciones de los derechos humanos, agresiones al medio ambiente, pérdidas de culturas, etc…) la OIF, con sus 88 estados y gobiernos (54 miembros, 7 estados asociados y 27 observadores), quiere tener protagonismo en un proyecto de un mundo mejor, libre, democrático y solidario.

Esta visión de la sociedad a través de la lengua francesa en común (5ª lengua hablada en el mundo , 4ª en Internet, segundo idioma más aprendido en el mundo detrás del inglés) se articula sobre varios ejes que son:

    • El desarrollo de la ciencia y de la investigación con objetivos humanos
    • La importancia de la educación para todos y todas, elemento fundamental para la realización y la integración en la sociedad.
    • La promoción de la diversidad cultural y lingüística.
    • La defensa de la democracia, de la orientación sexual y la igualdad entre hombres y mujeres.
    • El compromiso con el medioambiente y la lucha contra el cambio climático.

Con los 285 milliones de francófonos repartidos en los 5 continentes del mundo os invitamos a celebrar este 20 de marzo, Día Internacional de la Francofonía.

Desde la Alianza Francesa de Málaga celebraremos varios eventos francófonos durante el mes marzo: el sábado 7 de marzo a las 19:00h tendrá lugar una charla aperitivo con Grupo de Estudios Africanos de la UMA (GEAF-UMA) seguida a las 21:00h de un concierto en nuestra azotea de Danza Percusión de Borom Tamba.

También se podrá visitar la Exposición Colectivo Buenguema (Colectivo mestizo formado por Justo A. P. Nguema y María Bueno) hasta el 12 de marzo 2020.

Como cada año 10 palabras fueron seleccionadas alrededor de un concepto.
Esta vez, la temática “Dime 10 palabras al hilo del agua”  nos recuerda que el agua es un bien común de la humanidad y nos invita a saciar nuestra sed de palabras francesas más allá de los mares.

Christian Ubago

Coordinador FOS y Pedagogía / Profesor Examinador

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Los rebeldes del impresionismo francés

La segunda mitad del siglo XIX estuvo marcada por una generación de artistas que mandaron a paseo el establishment de la época para dar paso al impresionismo francés y descubrir una nueva manera de plasmar la realidad en el lienzo.

Al observar los motivos románticos -y algo cursis- elegidos por los artistas del impresionismo francés para sus obras, cuesta pensar que todos esos paisajes floridos, esas imágenes parisinas de elegantes picnics en el bosque o esas escenas de burgueses disfrutando de la absenta en los bares, fueran símbolo de rebelión y subversión ante el paradigma artístico imperante de la época en Francia.

Los impresionistas fueron el grupo más radical, combativo y rompedor de la historia del arte y con su lucha marcaron el inicio del arte moderno. Manet, Degas, Renoir, Braquemond, Pisarro, Cézanne, Monet… Todos los hombres y mujeres que antes o después se adscribieron al movimiento rompieron las reglas del juego y desarrollaron un complejo modo de pintar nunca antes visto que reflejaba la vida moderna de un París efervescente en pleno crecimiento económico y cultural.

Las bailarinas de Edgar Degas

Cazadores de luz

Ahora a nadie le sorprendería ver a una persona pintando en plein air en un mirador, un paseo marítimo o en el campo. Pero a mediados del siglo XIX que alguien sacara su paleta y sus pinceles a la calle y montara un caballete en cualquier parte no era en absoluto habitual ni estaba bien visto. Pero a los impresionistas franceses las convenciones sociales no les decían nada.

Rompieron la pared que separaba sus estudios del mundo real y pasaron más tiempo creando fuera de ellos que dentro. Esto significaba que pintaban bajo constantes cambios de luz y con condiciones ambientales que se escapaban de su control. Querían captar un instante fugaz en el que el color brillaba de una manera determinada o las sombras se encontraban en el lugar preciso. El trazo no tenía más remedio que ser rápido, la velocidad pasaba a ser parte del proceso. Las pinceladas eran intencionadamente evidentes y llenaban el lienzo de vibración: aparecieron gamas más amplias de color, más matices. Realmente se trataba de algo rompedor en aquel momento.

«Almuerzo sobre la hierba» de Manet

Academia versus impresionismo francés

Para los impresionistas no fue fácil ingresar en el mundo del arte. Sus problemas empezaron cuando se toparon con la poderosa y conservadora Académie des Beaux Arts. Para los académicos todo lo que no fuesen representaciones mitológicas, iconografía religiosa o Antigüedad Clásica, no tenía cabida en su prestigiosa institución. Pero estos jóvenes artistas del impresionismo francés no tenían interés en estos temas: ellos querían documentar el mundo tangible y real que los rodeaba.

No obstante, los críticos y la prensa se les echaban encima continuamente. Recibieron burlas y fueron acusados de no generar arte comme il faut. Las reglas eran estrictas y esta nueva técnica amenazaba con cambiarlas para siempre, algo que la Academia no podía permitir. En consecuencia, la mayoría de los impresionistas no podían vender su obra y estaban condenados a una vida de pobreza. Su reacción fue de la indignación al enfado pero, aun así, siguieron adelante y no se rindieron. Al fin y al cabo, se encontraban en el mejor momento histórico posible para rebelarse: cambios políticos violentos, avances tecnológicos, el nacimiento de la fotografía, nuevas ideas filosóficas… París se estaba convirtiendo en una capital urbana y artística sin precedentes.

Rue de Batignolles, 11

Un grupo de unos 30 artistas pertenecientes al impresionismo francés se reunían en su café favorito en el número 11 de la calle Batignolles –hoy el número 9 de la avenida Clichy– para discutir sobre el arte y sus técnicas, la vida y -muy especialmente- la animadversión general que sentían hacia la Académie que casi era palpable en el ambiente.

Claude Manet, que tenía un estudio cerca y pasaba mucho tiempo animando a los jóvenes y nuevos talentos, terminó llamando a esta generación de artistas rebeldes a la que pertenecía y para la que fue una especie de gurú  El grupo de Batignolles.

Las grandes bañistas de Paul Cézanne

El salón de los rechazados

Uno de los acontecimientos artísticos más importantes del momento era el Salón de París, una exposición anual organizada por la Academia a donde los impresionistas, por supuesto, jamás llegarían. El jurado negaba obra tras obra hasta que en 1863 los artistas protestaron cuando más de 3000 lienzos fueron rechazados. Napoleón III, el último monarca de Francia, cuyo régimen no gozaba de popularidad precisamente, trató de tender puentes creando el Salon des Refusés (Salón de los Rechazados). Allí fueron a parar todas las pinturas que no tenían cabida en el Salón de París y gracias a ello fue el público quien juzgó la legitimidad de las obras “malditas”.

A partir del 74, los impresionistas, animados por Manet, siempre motor del movimiento, expusieron en ese salón y comenzaron a recibir la atención que merecían. El impresionismo francés se había hecho un nombre por fin en la historia del arte y con sus artistas, había llegado el mundo moderno.

Bibliografía

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Fotógrafos franceses que deberías conocer

Hay muchas maneras de conocer la cultura de un país. Una de las más satisfactorias es hacerlo a través de sus artistas. Por ello, y aprovechando la excusa que nos brinda la exposición de Edouard Taufenbach alojada en nuestra sede de Málaga, queremos hablaros de algunos fotógrafos franceses.

En un solo día podemos llegar a ver la misma cantidad de fotografías que veía una persona del siglo pasado a lo largo de toda su vida. Nos encontramos en pleno auge tecnológico, somos una sociedad hiperconectada, abusamos de Internet y estamos… enganchados a Instagram, la red social dedicada a la imagen con la que pasamos el tiempo haciendo scroll hacia abajo en la pantalla, consumiendo imágenes sin parar. Pero, ¿cuántas permanecen en tu memoria o llegan a conmoverte de alguna manera? Quizá sea el momento de ser más selectivos y de encontrar material que realmente nos resulte estimulante. Nosotros queremos ponerlo fácil, por eso os vamos a hablar en este post de algunos fotógrafos franceses contemporáneos y actuales.

Lo importante no es cómo el fotógrafo mira el mundo, sino su íntima relación con él. Antoine D´Agata

La mirada del siglo XX

Robert Doisneau (1912-1994)

Por las calles del París del siglo XX un hombre se mantiene alerta. Tiene su cámara preparada para capturar cualquier detalle o escena con ella. Se trata de Robert Doisneau, el fotógrafo humanista que disfrutaba recorriendo las aceras y los callejones a la caza del “instante decisivo”.

Aprendió de forma autodidacta y leyendo las instrucciones de los líquidos para revelar las películas, trabajó en un estudio fotográfico que llegó a regentar y terminó siendo uno de los fotógrafos más importantes y con mayor repercusión internacional de Francia. Disfrutaba fotografiando a personas y, de hecho, definía así sus fotos: «Los gestos corrientes de gente corriente en situaciones corrientes». Esa era su especialidad, no importaba si se trataba de personas anónimas con las que se topaba por casualidad o si eran celebridades del momento como Picasso, Giacometti o Camus.

Su fotografía más conocida, El beso del Hotel de Ville, se convirtió en un icono de la posguerra. La escena de un par de enamorados besándose apasionadamente en mitad del barullo de la calle terminó dando la vuelta al mundo. Aunque años después de que la instantánea fuese tomada se desveló la verdad: no fue un beso espontáneo. Doisneau planeo la foto y pidió colaboración a la pareja. Aún así, la fuerza de la fotografía permanece intacta.

Marc Ribaud (1923-2016)

El joven Marc de apenas 17 años que comenzó a tomar sus primeras fotografías con la cámara que le regaló su padre, poco podía imaginar que terminaría perteneciendo a esa generación de fotoperiodistas que engrosan las filas de la prestigiosa agencia Magnum Photos. Su obra siempre estuvo marcada por sus viajes y consiguió encontrar gracia y belleza en los escenarios más desoladores, en las situaciones más difíciles.

Fue reconocido por crear bellas composiciones en blanco y negro que se centraban más en las personas y los lugares que en el evento determinado que las contextualizaba. Un ejemplo claro sería su icónica imagen de 1967 de una joven ofreciendo una flor a los guardias nacionales con bayoneta en una protesta contra la Guerra de Vietnam en el Pentágono.

Uno de los trabajos a los que dedicó más tiempo y por lo que ha sido muy reconocido, fue su serie de fotografías en China. A partir de los años 50 Ribaud visitó este país casi todos los años para documentar cómo la población salía adelante y forjaba su crecimiento económico. Sus fotografías se han convertido en un documento histórico de alto valor.

Fotógrafos franceses en la actualidad

Mucho más que un medio figurativo, la fotografía me ofrece la posibilidad de sondear las fronteras evanescentes entre la realidad y la ilusión, para revelar el profundo supernaturalismo de mi trabajo. Valérie Belin

Valérie Belin (1964)

Belin es una de las artistas más destacadas de su generación. Desde los 90, su obra ha sido expuesta año tras año en numerosos países de al menos 3 continentes. La única manera de explicar este éxito es a través de su exquisito trabajo, marcado por un estilo muy particular que a menudo recuerda a los dibujos hechos a tinta.

El leitmotiv alrededor del que gira su obra es el cuerpo y su lugar en la cultura contemporánea. La artista explora el tema fotografiando a personas que parecen estatuas o robots y, por otro lado, a maniquís a los que humaniza por completo. Le gusta trabajar en gran formato y en blanco y negro, dotando de dramatismo cada uno de los retratos capturados por su lente.

Ha realizado numerosas series. Quizá una de la más llamativas sea Bodybuilders (1999). En ella muestra cuerpos hiperbolizados de culturistas que destacan por el brillo metalizado que les confiere el aceite. Este trabajo contrasta con el que llevó a cabo en la serie Moroccan Brides (2000) donde también juega con el exceso de lo visible.

Antoine D’Agata (1961)

A menudo mi trabajo ha sido mal entendido, reducido a una simple estética. Y eso es frustrante, porque lo que persigo es una dimensión política, teórica, y una ambición de destruir la fotografía tal y como la conocemos, pero la gente prefiere hablar del romanticismo de la noche, de la autodestrucción, de la droga… Antoine D’Agata

A pesar de formar parte de Magnum, el estilo de D’Agata tiene poco que ver con el fotoperiodismo, aunque sí con el diario fotográfico. Su trabajo es introspectivo y está precedido por una vida entregada a las drogas, el sexo y la autodestrucción, aunque, en medio de esa vorágine siempre hubo lugar para la pasión que despierta en él la cámara.

Desde hace más de 25 años sus obras se han definido dentro de temas considerados tabú para la mayoría. Destaca entre el resto de fotógrafos franceses por hacer de sus actos pura política involucrándose en ellos hasta las últimas consecuencias. Es decir, si va a fotografiar algo relacionado con drogas lo hace consumiéndolas, porque según él “un artista auténtico ha de pagar con su cuerpo, con su muerte, con su daño».

Esta intensidad vital se refleja en una obra compleja y oscura en la que se explora a sí mismo por medio del autorretrato. No sólo ha movido su obra por galerías de todo el mundo, sino que, además, ha editado varios fotolibros en los que muestra los rincones más oscuros en los que se ha visto inmerso mientras viajaba.

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Edouard Taufenbach: vibraciones fotográficas

La Alianza Francesa de Málaga acoge la primera exposición en España del artista parisino Edouard Taufenbach (1988). Bajo el nombre L’été dernier, diecisiete piezas de collage evocan los placeres de la temporada estival.

La inauguración tendrá lugar el próximo jueves 12 de septiembre a las 20:00 horas en la sede de la Alianza.

Decía el crítico de arte y pintor británico John Berger que nuestra apreciación sobre una obra no sólo depende de lo que esta nos muestra, sino que también influye nuestro propio modo de ver; nuestra biografía. Esto explica la tendencia a buscar el reflejo de la propia experiencia cuando nos enfrentamos a una obra artística. Las piezas que componen la exposición L’été dernier de Edouard Taufenbach tienen ese poder de abstracción. Al observarlas, es inevitable encontrar en ellas algún destello nostálgico de aquellas largas tardes de verano que todos hemos disfrutado alguna vez.

La colección de fotos de Sébastien Lifshitz

Para poder hablar del trabajo plástico realizado en L’été dernier es necesario mencionar antes al director de cine francés Sébastien Lifshitz, cuyo documental  Les invisibles (2012), ganador de un premio Cesar, se presentó en el Festival de Cine Francés de Málaga en el año 2013.

Desde su adolescencia, el cineasta ha estado coleccionando fotografías de personas anónimas realizadas entre 1890 y 1970 centrando su atención en la identidad queer de aquella época. Buscar y recopilar estas imágenes durante más de 30 años ha dado como resultado un documento histórico sin precedentes que Lifshitz ha procurado compartir con el mundo exponiéndolas por primera vez en el importante festival fotográfico que se celebra al sur de Francia, el Rencontres d’Arles.

Edouard Taufenbach trabaja normalmente con la apropiación de imágenes ya existentes. Gracias a la acumulación, el encuadre, la yuxtaposición y la repetición, consigue dotarlas de un nuevo significado. Para preparar la serie Spéculaire (2018), de la que extrae la exposición L’été dernier, ha buceado en los fondos de la colección de Lifshitz rescatando fotografías para manipularlas y crear a partir de ellas un material totalmente novedoso.

La propuesta collage de Edouard Taufenbach

El parisino empezó con la técnica del collage en 2014, tras descubrir fotografías vernáculas abandonadas. A partir de la observación constante de imágenes sintió la necesidad de contar una historia a través de ellas y se sumergió en una narrativa de apariencia fragmentada que nos llega como si mirásemos a través de un caleidoscopio o a través de un cristal esmerilado.

Con esta técnica añade ritmo cinematográfico a las imágenes que el ojo del espectador percibe de manera casi hipnótica, dotando a cada collage de movimiento. A través de escenas sugerentes de cuerpos en libertad y con el agua como un elemento recurrente, Edouard Taufenbach explora momentos de ocio, de placer y de deseo. Los multiplica y los fragmenta, creando un nuevo orden; juega con las escalas y las perspectivas, lo que está arriba, está, al mismo tiempo, abajo. La imagen se reinventa una y otra vez en un loop del que no se puede apartar la mirada hasta que las fotografías rápidamente adquieren una dimensión eterna, congeladas en el tiempo.

Una cita ineludible en la Alianza Francesa de Málaga

Tratándose de uno de los artistas jóvenes franceses de mayor proyección internacional (y es que el currículum de Taufenbach quita el hipo), acoger su obra es todo un honor para la sede de Málaga de la Alianza Francesa. El evento, que está comisariado por el colectivo artístico Los Interventores, sirve como anticipo de la XXV edición del Festival de Cine Francés que cada año la institución francesa organiza en la ciudad y cuya programación comienza el día 11 de octubre.

La inauguración de L’été dernier tendrá lugar el jueves 12 de septiembre a las 20:00 horas y podrá visitarse hasta el 12 de enero 2020. Con ella, el tránsito hacia las estaciones frías será más llevadero, ya que podremos volver al calor estival que se esconde entre los fragmentos de los collages de Edouard Taufenbach tantas veces como queramos.

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