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Arte

París Photo convierte a la capital francesa en el corazón de la fotografía internacional

Paris Photo es la feria internacional de arte dedicada la fotografía más importante del mundo. Se celebra cada mes de noviembre en el corazón de París desde 1997, y su misión es promover el trabajo de creadores, galerías y espacios de trabajo.

La imagen elegida para el cartel de esta edición es “American Document (Trio), 1983’ de la artista Barbara Morgan. Hasta el 14 de noviembre se celebra este gran evento de la fotografía en el Grand Palais Ephémère de París, con un programa que incluye muchas actividades y exhibiciones online.

Para su edición número 24 contará con 177 expositores de 25 países. La feria se plantea con una sección principal y otra llamada ‘Curiosa’ con lo más destacado de la fotografía emergente a nivel mundial.

Sección principal

La feria da la bienvenida a 29 nuevas galerías del sector principal que en sus distintos expositores mostrarán obras recientes de jóvenes fotógrafas sudafricanas como Mounir Fatmi, Tania Mouraud, Orla, Aurélie Pétrel o el trabajo multimedia de Joana Choumali.

Destaca, además, la presencia de galerías internacionales que mostrarán las obras de Paul Mpagi Sepuya, que exploran la política corporal; y de Tomasz Machcinski, que presenta un proyecto sobre identidad. Los trabajos experimentales de Douglas Mandry que reflexionan sobre el cambio climático y abordan cuestiones ambientales y geopolíticas; Latif Al Ani analiza el panorama sociopolítico en la década de 1950-70 en Irak; se podrán ver por primera vez en cuatro décadas fotografías inéditas de Bill Brandt, Brassaï e Irving Penn. Completan la propuesta de la feria en 2021 las imágenes de compromiso social de Pilar Albarracín; y una exposición dedicada al fundador del movimiento NO! art, Boris Lurie.

Reconocida por su selección de alto nivel que ofrece lo mejor de la fotografía, desde sus orígenes hasta sus formas más contemporáneas, Paris Photo presentará 17 exposiciones individuales y 10 exposiciones a dúo. De esta forma se podrá conocer de cerca a la artista Ilit Azoulay y su trabajo sobre fotografía e histeria; la investigación de los viajes por el Mediterráneo del icónico fotógrafo Herbert List; la serie sobre identidad brasileña de Claudio Edinger; la nueva serie con carga política “Allegoria” de Omar Victor Diop; y una presentación única de fotografías de Cy Twombly.

Los aspectos más inesperados de las exposiciones colectivas incluyen obras nuevas y raras, como las de Tod Papageorge, Carrie Mae Weems, o Bruce Davidson. Entre las características sobre las mujeres en la fotografía se incluyen propuestas de Kicken (Berlín) con las «heroínas» Diane Arbus, Gertrud Arndt y Sibylle Bergemann, entre otras; y Bruce Silverstein (Nueva York) con las modernistas Berenice Abbott, Ilse Bing, Germaine Krull y Helen Levitt.

Se presentan los nuevos trabajos que exploran el género y la identidad de Zanele Muholi, así como los de Yolanda Andrade, quien documentó el movimiento LGBT de los 80 en México.

Artistas emergentes y Foto Elle

La sección Curiosa, inaugurada en 2018 y dedicado a artistas emergentes, presenta una selección de 20 proyectos comisariados por Shoair Mavlian, director de Photoworks y excomisario asistente de fotografía en la Tate Modern.

La selección de Mavlian incluye presentaciones individuales de veinte artistas de once países diferentes, algunos de los cuales exponen en Francia por primera vez, como Maisie Cousins, y Jošt Dolinšek. Este año Curiosa destaca las nuevas tendencias en la práctica fotográfica contemporánea, incluyendo nuevos enfoques y temas documentales centrados en la identidad y el medio natural.

La feria continúa su compromiso con las mujeres en la fotografía con Elles x Paris Photo, un programa iniciado en 2019 en asociación con el Ministerio de Cultura francés y apoyado por Kering / Women in Motion para promover la visibilidad de las mujeres artistas y su contribución a la historia de fotografía. Para esta edición de 2021, Nathalie Herschdorfer, historiadora del arte especializada en fotografía y directora del Musée du Locle, Suiza, presenta una selección de obras elegidas entre las propuestas de las galerías.

 

Fotolibros y feria online

Finalmente, para completar esta edición en el Grand Palais Ephémère, Paris Photo lanza su primera Sala de exposiciones online, que se abre al público hasta el 17 de noviembre. Una oportunidad para adquirir fácilmente obras de arte, enumerar las favoritas, descubrir nuevos talentos, examinar las selecciones de los curadores y forjar nuevas conexiones con galerías y distribuidores de libros de arte de cualquier parte del mundo. Esta sección incluye encuentros con artistas como Hinde Haest, Victoria Pidust, Shoair Mavlian, Zoë Ghertner, Simon Lehner o John Yuyi.

Así mismo, la feria presentará este fin de semana a los ganadores de su certamen de Fotolibro, que se podrán conocer en su web, dónde se puede acceder a todas las actividades online y más información de la feria internacional.

 

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Literatura Arte

Suburbia recomienda cinco esenciales de la filosofía francófona en el Día de las Librerías

Hoy desde el blog de la Alianza Francesa en Málaga nos acercamos a conocer un poco mejor el nuevo espacio literario de referencia en nuestra ciudad: la librería Suburbia.

Y es que hoy se celebra el Día de las Librerías en España, una iniciativa en la que el Ministerio de Cultura apuesta por reivindicar el carácter cultural y la capacidad de resistencia y de arraigo de estos espacios. Las librerías son lugares de adaptación y de atracción de lectores con sus recomendaciones y su atención personalizada.

Abierta al público en C/ Ana Bernal desde el pasado 23 de abril, esta librería asociativa está especializada en pensamiento crítico, filosofía política, (trans)feminismos, LGTBIQ+, antirracismo, arte/ciudad y movimientos. Se trata de un espacio común de producción de conocimientos alrededor y a través de los libros.

Filosofía y ensayo

Gilles Deleuze, Michel Foucault, Anne Querrien, Henri Lefebvre… La base conceptual de las publicaciones que trabajan es la filosofía postestructuralista francesa, pero también los estudios urbanos. Hace unos días nos acercamos a visitar el espacio, y sus creadores nos hicieron estas recomendaciones indispensables:

El hecho de que sea una librería asociativa supone que el sostenimiento y el sentido de la librería depende de sus socios. Se trata de una forma de cuidar este espacio de pensamiento y debate, dónde además se celebran seminarios, grupos de lectura y presentaciones.

Colaboran con el EIPCP (European Institute for Progressive Cultural Policies) y con Transversal. Situados de forma adyacente a La Casa Azul, el espacio está en plena evolución y en los próximos meses prevé desarrollar su parte más lúdica, con un fantástico espacio de encuentro y experimentación artística.

Un espació común de producción cultural

Además, la librería comenzará en breve a vender libros escritos en francés, y trabajará con editoriales como La Fabrique. De esta forma pretenden potenciar una línea ensayos, con un posicionamiento europeo. Suburbia cuenta, también, con su propia editorial: Subtextos, que ya tiene publicado “Lo absoluto de la democracia”, de Raúl Sánchez Cedillo, editado el pasado mes de mayo.

Una buena oportunidad para conocerlos es visitar el stand nº 43 de la Feria del Libro de Málaga, dónde Suburbia participa con su propio expositor hasta el próximo domingo 14 de noviembre.

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Monográficos Arte

Los veranos de Malika Favre

Dicen que es la ilustradora viva más plagiada de nuestro tiempo. Malika Favre ha diseñado portadas e ilustraciones para las publicaciones más importantes del mundo moderno. Miramos la estación del año que se acerca a través de sus ojos.

Malika Favre, o el éxito en la vida

Hay virtud en saber identificar (y admitir) que la máxima expresión de privilegio es no tener que poner nunca el despertador. Malika Favre reconoció en El País que lo ha conseguido: hace cinco años que se despierta cuando se lo pide el cuerpo.

Este cuerpo en cuestión nació en París, en 1982, de una madre que pintaba y que puso empeño en que ella también lo hiciera. A Malika le apasionaba dibujar, pero lo que le decía la experiencia familiar era que los artistas no ganan dinero.

Así que, cuando tuvo edad de estudiar, puso rumbo a las ciencias puras, destino: Ingeniería Cuántica. Pone un pie en el mundo de las decisiones prácticas le bastó para darse cuenta de que tenía que abandonarlo todo y encontrar una escuela de arte en París.

«Sunshine gets me in the flow» © Malika Favre para WeTransfer

 

Cuando terminó de estudiar en l’École nationale supérieure des arts appliqués et des métiers d’art, se mudó a Londres. Allí descubrió el diseño gráfico, a través de unas prácticas con el estudio Airside (que cerró en 2012), donde, dice, desarrolló su estilo.

De Airside echó a volar sola como freelance, y como se suele decir, el resto es historia.

No se le conocen grandes ostentaciones, además del apartamento ideal y la ropa impecable. Es difícil encontrar información sobre ella que no haya sido cuidadosamente cedida por la misma artista.

Y es que es lógico que cuando una cura y protege con tanto mimo su obra haga lo mismo con su imagen pública.

Formas, color, mujeres y síntesis

Dicen algunos teóricos que todos los artistas son interpretados desde donde ellos quieren que los interpretemos, y que para eso las entrevistas y reportajes son un escaparate a través del cual construir no solo una imagen sino un imaginario.

«Rendez vous» © Malika Favre para Domain Hollywood

 

Si es así, el imaginario que Favre ha construido alrededor de sí misma es uno cuidadosamente seleccionado. De su vida privada se sabe poco o nada, y sin embargo transmite con nitidez la sensación de tener los pies bien puestos en la tierra.

Es fácil envidiarla pero difícil que no caiga bien inmediatamente. Reclama sus orígenes con frecuencia, no le quita mérito a la suerte, y reconoce que el éxito es la capacidad de elegir cuándo trabajas y para quién.

Dice  que empezó a sentirse a gusto en su propia obra cuando se animó a trasladar a la pantalla lo que había en sus cuadernos de sketch: mujeres desnudas y sugerencias eróticas. Pensó en tratar sus ideas desde la perspectiva del diseño gráfico, y jugar con las formas y la síntesis para buscar la mezcla perfecta entre dibujo y logo.

La traducción de todas estas intenciones unos pocos años más tarde es un portafolio lleno de figuras femeninas, estampadas en un estilo único que, sin embargo, parecemos conocer desde siempre.

No es que el estilo de Malika no sea original, es que, de unos años a esta parte, lo hemos visto en todos sitios. Por eso, cuando una se asoma a su portafolio poniendo por fin nombre a una combinación conocida tiene la sensación de leer por primera vez la letra de una canción que ya se sabe de memoria.

Un equipo de abogados defiende a capa y espada los derechos de la obra de Favre cada vez que se usan de forma ilícita. Por lo visto, tienen mucho trabajo.

«Bigger Splash» © Malika Favre para The Newyorker

Los veranos de Malika Favre

Al igual que la mayoría de su obra, las ilustraciones veraniegas de esta diseñadora (que ahora, por cierto, vive en Barcelona, dice que por las horas de sol) son sorprendentemente capaces de contar historias.

O, más bien, de pintar postales completas. Playas, piscinas, montañas o terrazas: en todas las escenas se comparten los elementos justos para identificar no sólo una estación del año sino toda la simbología poética y visual que la acompaña.

Una optimización máxima del espacio que usa positivos y negativos en cada contraposición de colores sirve en las ilustraciones de Malika Favre para crear un universo que se expande más allá de los márgenes de la pantalla. Es imposible no imaginarse qué hay más allá del bordillo de la piscina, hacia dónde navega el velero o quién vive en esa terraza.

«On the draw» series © Malika Favre para la Junta de Turismo de las Islas Canarias

 

En los veranos de Favre hace calor, pero siempre nos los presenta desde un refugio. No hay un sofoco sin escapatoria como al que estamos acostumbrados en el sur. Personajes y lectores están siempre a salvo de la incomodidad, porque ese es el reino que nos regala Malika Favre, y para qué vamos a sufrir en él.

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Cultura francófona Arte

Brassaï: Paris de nuit

El Museo Picasso de Málaga trae para el invierno de 2021 las fotografías de Brassaï; uno de los testimonios sobre París más icónicos y sensibles del siglo XX. Descubrimos la figura del fotógrafo húngaro que capturó la esencia de la capital francesa mejor que ningún parisino.

El apátrida de Brassó

El 9 de Septiembre de 1899 alguna campana sonaría en Brassó para anunciar el nacimiento Gyula Hálasz. Cuando abriera los ojos por primera vez, debió de enfocar la vista en las múltiples fronteras que rodearon su nacimiento: el Imperio Austrohúngaro estaba a punto de desaparecer, y el siglo XX a la vuelta de la esquina.

Tanto cambiarían el tiempo y el espacio que el suelo húngaro que vio nacer a Hálasz es ahora territorio rumano. Algunas décadas después de su nacimiento, Guyla Hálasz firmaría por primera vez su trabajo con el patronímico de una ciudad que hoy se escribe de forma diferente y en una lengua diferente.

El padre era profesor de literatura en la universidad y de su madre es difícil encontrar algo más de información que «de origen armenio«. Guyla, a quien a partir de ahora nos referiremos como Brassaï por el bienestar de la claridad, pisa París por primera vez cuando es demasiado joven para recordarla. En 1903 la familia se traslada a la capital francesa, mientras su padre enseña en la Sorbona.

Unos años más tarde, cuando tiene que ser estudiante, un joven Brassaï se traslada a Budapest para estudiar en la Escuela de Bellas Artes. Cuando empezó la Primera Guerra Mundial, se alistó en la caballería del Imperio Austrohúngaro y luchó hasta el final de la guerra (para entonces tendría apenas 19 años).

Al fin de la Gran Guerra se trasladó a Berlín, donde siguió estudiando artes aplicadas. Allí empezó a trabajar como reportero y es entonces donde comienza a hacer fotografías para ilustrar sus propios artículos. En 1924, se mudó a Francia.

París, periodismo, personajes

Cuando Brassaï llegó a París, tenía veinticuatro años y continuaba con su incipiente carrera de periodista. Si hay algún período en el que el arte y la cultura hayan bullido con furia es el París de los años veinte. Pronto descubre que su amor por París necesita ser documentado más allá de los retratos ocasionales y planeados que toma para el periodismo.

En un contexto de efervescencia creativa, donde convergieron la mayoría de grandes nombres artísticos del siglo XX, el underground parisino debía ser tan excitante y bohemio como quepa imaginar.  Lo fascinante de la obra de Brassaï salta a la vista, y no es necesario tener un ojo experto en fotografía ni conocimientos historiográficos para apreciar que la inmensísima variedad de personajes que aparecen entre las páginas de sus libros de fotografía es en sí misma un valor propio.

A lo largo de la carrera de Brassaï, podemos encontrar retratos a casi todas las grandes personalidades artísticas del siglo XX, y también las caras anónimas de los márgenes de la sociedad respetable. Las calles de París son tan protagonistas como los rostros que los habitan, y la niebla, el agua, las luces y las sombras terminan componiendo a cuatro manos el primer libro que Gyula Hálasz publicó, en 1933, bajo el pseudónimo Brassaï: París de noche.

Para finales de la década de los años 30, ya se lo conocía como «el ojo de París» (dicen que gracias a Henry Miller), y llegó a mediados de siglo siendo uno de los fotógrafos más reconocidos de su tiempo. Trabajó para Haper’s Bazar, expuso su obra en todos los grandes museos de Europa y Estados Unidos, y viajó por todo el mundo (incluyendo a la Semana Santa de Sevilla en los años 50).

Como es muy raro encontrar un artista tan brillante que no traspase las fronteras de las disciplinas, Brassaï publicó cerca de una veintena de libros y en 1956 ganó una estatuilla del Festival de Cannes por el cortometraje «Tant qu’il y aura des bêtes».

Gilberte y Pablo

En 1948 contrajo matrimonio con Gilberte Boyer, una figura fundamental en el desarrollo de su carrera. Gracias a ella, y después de dos años como apátrida, Brassaï adquirió la nacionalidad francesa en 1948. Además de ayudarlo con sus habilidades sociales, que según cuenta Henry Miller, eran por demás flacas, Gilberte lo ayudaba a revelar fotografías y componer sus exposiciones, álbumes y libros.

Entre ellos, se encuentra «Conversaciones con Picasso«; un libro publicado por la editorial Gallimard en 1964 que recoge, desde el objetivo y la pluma de Brassaï, la relación de amistad que unió a los dos artistas durante más de treinta años.

Brassaï en Málaga

El Museo Picasso inaugura el 18 de octubre la exposición temporal «El París de Brassaï. Fotos de la ciudad que amó Picasso«, que podrá verse hasta abril del año que viene.

La exposición estará compuesta por más de dos centenares de fotografías de la ciudad que ayudó a inmortalizar en la memoria colectiva como la capital mundial de la bohemia y el arte. Estas se podrán en diálogo permanente con otras piezas de Picasso, además de dibujos y esculturas del propio Brassaï.

La relación entre ambos artistas se ve inevitablemente intricada por la acogida de una ciudad que, salvo el lamentable paréntesis de las ocupaciones fascistas, dio cobijo y cabida durante todo el siglo XX a personas de todo el mundo.

Pablo nació en España, y Gyula en Hungría, pero ambos murieron siendo parisinos, el primero en 1973, y el segundo en 1984. Ahora se reencuentran en Málaga para que podamos ver las conversaciones entre Brassaï y Picasso a través del eco de la historia.

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Cultura francófona Cine francés Arte Festival de Cine Francés de Málaga

Alice Guy: el faro del cine francés

Aprovechamos la cuadragésima edición de los Premios César para rescatar la figura de Alice Guy: la mujer que ideó, dio forma y desarrolló la narrativa de ficción en el cine.

Recuerdo de Alice Guy Blaché

Que el cine es un producto cultural que se compra y se vende es algo que todos tenemos claro. En el inconsciente colectivo, la cinematografía está arraigada como una de las disciplinas artísticas más costosas. Probablemente lo sea. Sacar adelante una producción y llevarla hasta una sala de cine es una empresa titánica que termina en disgusto mucho más a menudo de lo que pensamos quienes no nos dedicamos a ello.

La cantidad de personal, esfuerzo, dedicación y entrega que requiere levantar una película es inimaginable, a menos que se trabaje en una. Por eso, cualquier dificultad añadida a una actividad ya de por sí dificultosa parece siempre la gota que colma el vaso. Aunque, después, el vaso sea más hondo de lo que pensamos.

Este fue el espíritu que se respiró en la última gran noche del cine francés. Evidentemente, la pandemia de coronavirus ha estado una vez en el centro de donde nadie querría que estuviera. Y es que los premios César 2021 han tenido como protagonista el fantasma de todas las películas que no se han hecho en el año 2020.

Los premios César 2021 piden un poco de norte

En los premios César, homólogos a los premios Goya en España, se premian las mejores películas de temporada anterior. Uno de los requisitos para optar a cualquiera de los galardones es que la película en cuestión haya sido estrenada en cines francesas durante el periodo previo. Esta es una de las dificultades añadidas que mencionábamos antes, ya que, de los doce meses de 2020, las salas de cine francesas han estado cerradas ocho.

El malestar por las estrictas restricciones impuestas sobre el sector cultural y las discrepancias con Roselyne Bachelot, Ministra de Cultura, se hicieron con el protagonismo de la gala. El cine francés pide un poco de norte para navegar la tormenta de la pandemia sin naufragar en el intento.

Al igual que todos los demás sectores sociales, las artes también están sufriendo las consecuencias de lo que ya es el segundo año de pandemia. Más allá de medidas políticas y sanitarias, lo único que podemos hacer los consumidores de cultura y amantes del cine, es esperar.

Mientras esperamos a que la industria recupere su ritmo para seguir disfrutando de uno de los mejores cines del mundo, aprovechamos para traer a la luz a la madre del cine. La primera persona que vio un cinematógrafo y pensó en filmar algo salido de su imaginación en lugar de simplemente documentar la realidad fue una mujer francesa.

Alice Guy en el país del cine

Resulta que Francia es el país más cinéfilo de Europa. Hasta el año 2019, tenían el mayor número de salas de cine, de espectadores y de estrenos anuales: hasta 700 cintas estrenadas cada temporada. Podemos, por el bien de la narración, pensar que no es casualidad que la primera persona en dirigir una película de ficción nació en Saint-Mandé, a las afueras de París, en 1873.

Decir que Alice Guy fue una pionera resulta reduccionista. El diccionario define el adjetivo pionera como persona que da los primeros pasos en alguna actividad humana. Alice Guy no dio los primeros pasos en la ficción cinematográfica: se inventó el cine. No exploró ni descubrió un territorio desconocido: lo dibujó ella misma, sin brújula ni mapa ni rastro de migas que seguir para volver en caso de pérdida.

Descubrir una cámara de cine como objeto de creación es algo que interpretamos como la propia naturaleza del artefacto. Lente y creación parecen dos conceptos indivisibles que se definen el uno al otro. Y, sin embargo, en la concepción del aparato tan solo se escondía la intención de documentar el movimiento, en el marco de una época positivista que si bien veía su fin todavía encontraba nicho y refugio en los avances tecnológicos de finales del siglo XIX.

Para saber si el uso de una cámara como realizadora de sueños fue serendipia o intención, habría que leer las memorias de Alice. La edición original reposa en la Biblioteca Pública de Boston, la versión en papel es difícil de conseguir, y la traducción al castellano más todavía.

Chile, Suiza, Francia, internados, y Gaumont

Alice fue la única de los hermanos Guy en nacer en Francia. Su padre tenía una editorial en Chile, y su madre era una pequeño-burguesía parisina. Se casaron en 1865. La familia vivía en Valparaíso cuando una epidemia de viruela los convenció rápido para mudarse a París, donde nació Alice en 1873.

Probablemente fue hija ilegítima, o al menos eso pensaba su padre, que se volvió a Chile unos días después de su nacimiento. Su madre lo siguió unos meses más tarde, y Alice fue enviada a vivir con la abuela materna a Suiza.

Las circunstancias o indecisiones paternales llevaron a la joven Alice en barcos de ida y vuelta de Sudamérica a Europa durante varios años, hasta que en 1879 fue internada en el colegio de monjas donde estudiaban sus hermanas mayores, a los pies de los Alpes franceses.

Cuando tenía dieciocho años, en 1891, estudió mecanografía para apoyar a su recién enviudada madre, y encontró trabajo enseguida como secretaria de un tal Léon Gaumont, que trabajaba entonces en la Comptoir général de la photographie.

 

Para cuando Gaumont se hizo con la empresa, Alice ya había demostrado que el puesto de secretaria le venía tan pequeño como un dedal de sombrero. Había cultivado relaciones con los Lumière, Georges Demenÿ, Gustave Eiffel, y, en definitiva, con cualquiera que estuviera inventando cosas en la Belle Époque.

En 1895, pidió permiso a Gaumont para grabar su primera película. Este, por suerte, se lo concedió. Guy filmó La fée aux choux, y desde entonces se convirtió en la directora de producción de Gaumont. Compaginaba su labor de productora con la dirección de ficción. En sus primeras cintas, se dedicó a explorar las posibilidades estéticas que el movimiento y la imagen ponían al servicio de la narrativa.

En 1906 hizo su primera película de gran presupuesto, empezó a usar el cronófono, y se inventó algunos de los efectos especiales que se usaron durante décadas posteriores.

Blaché, Simone, y The Solax Company

En 1907, cuando ya llevaba más de diez años trabajando para Gaumont, Alice se casó con Herbert Blaché. El joven matrimonio se trasladó a Estados Unidos, donde ambos trabajaban para la sede norteamericana de la compañía.

Tres años más tarde, la pareja Guy-Blaché decidió armar su propia fiesta y abandonaron la madre nodriza para fundar su propio estudio. The Solax Company se convirtió en el estudio más grande de la América pre-Hollywood.

Con la sede de su compañía en Nueva York, Blaché era el jefe de producción del estudio, mientras que Alice era la directora artística y creativa. La pareja tuvo dos hijos, Simone y Reginald, y Alice los criaba mientras seguía dirigiendo entre dos y tres películas a la semana.

En 1913, hizo a su marido presidente de The Solax Company, con la intención de concentrarse en la escritura y la dirección. A finales de la década, sin embargo, Blaché dejó a su familia en Nueva York para irse a perseguir una carrera en Hollywood.

Sola y con dos niños pequeños, Alice casi pierde la vida por la gripe española en 1919. Ese mismo año, la nave donde The Solax Company almacenaba todo su material se incendió, y en 1921 tuvo que subastar todo lo que tenía para poder salir de la bancarrota.

La deuda que tenemos con el hada de los repollos

La primera película de ficción de la Historia de la Humanidad se llama «La fée aux choux» (o «El hada de los repollos»), y se filmó en 1896. Representa una leyenda popular francesa, según la cual los niños nacen de los repollos, y las niñas de las rosas.

Fotograma de «La fée aux choux», la primera película de ficción de la Historia.

 

Fue la primera vez que se empleó a una actriz para ser filmada con un guion previo. El trabajo de producción artística no tiene nada que envidiarle al audiovisual del siglo XXI. Alice Guy inauguró la figura que hoy conocemos como Dirección de Producción. Experimentó con la ciencia ficción. Dirigió más de 1.000 cintas. Estrenó el primer film con un casting íntegro de actores afroamericanos.

El 14 de marzo de 1920 se estrenó Tarnished Reputations, la última película de Alice Guy. Tras perder su estudio, volvió con sus hijos a Francia en 1922. Nunca volvió a trabajar en cine.

En 1930, Gaumont publicó una historia de la compañía donde no la mencionaba. Alice le pidió que enmendara el error, cosa a la que Gaumont accedió. Tardó dieciséis años en publicar la versión corregida. Su hijo, Louis, trató de enmendar las omisiones del padre, organizando en 1954 un discurso titulado: Madame Alice Guy Blaché, la primera mujer cineasta.

Como suele ocurrir con las narrativas que dejan un poso lejano de justicia poética, la historia de Alice terminó siendo fijada para la posteridad por su hija Simone. Esta la ayudó a escribir sus memorias y tradujo el manuscrito al inglés. Además, cuidó de ella hasta su muerte, en 1968, a la edad de 95 años.

Alice Guy llegó a ser una artista reconocida durante sus años en activo. Pero en cuanto apagó la cámara, los Méliès, Griffiths y Lumières del mundo extendieron sus imágenes de genios pioneros sobre la figura de Alice, que se pasó los últimos treinta años de su vida intentando infructuosamente recuperar las primeras cintas de su carrera, perdidas por los archivos de Europa y Norteamérica.

La constancia que nos queda de su obra se encuentra en su mayoría en crónicas de la prensa. Imaginamos que para la paz de su credibilidad, los periódicos y revistas de la época dejaron un registro escrito de las proezas de esta genia, que no fue la primera mujer cineasta, sino la primera cineasta, a secas.

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Maryse Condé: la deseada

Si la sensibilidad del sujeto europeo va un poco más allá de lo básico, al pensar en la palabra Caribe, además de una playa, puede aparecer en la mente del pensador, como mucho, un puesto de fruta, una plaza ocupada, o una abuela que riñe como riñen todas las del mundo templado. No somos capaces de llegar mucho más allá si no hemos viajado a conocer otras realidades, en avión, en barco o a través del lenguaje.

Por eso, cuando Maryse Condé habla de tierra yerma, vientres vacíos y maternidades no deseadas, a quien desafía es a nuestra conciencia europea, que ha intentado redimirse reclamando el Caribe como territorio paradisíaco, libre de todo sufrimiento, antes de reconocer que fue un punto caliente en la compraventa de nuestros esclavos durante varios siglos.

Para los que nos planteamos desde hace tiempo dónde está la identidad y la memoria de las personas vendidas, La Deseada es un alivio. Para los que nos paramos a pensar por primera vez en la voz interior de los esclavos afrodescendientes como si fuesen seres humanos, La Deseada es una bofetada que se debe recibir con los ojos en alto y las manos en los bolsillos.

Con el foco cenital puesto sobre Marie-Noëlle, la protagonista de la obra, en esta novela Maryse Condé nos cuenta las Antillas a través de la historia de tres mujeres de tres generaciones diferentes. La editorial Impedimenta trae el libro a España, mucho mejor tarde que nunca. Y es que La Deseada se publicó por primera vez en 1997.

La Deseada, una isla del archipiélago de Guadalupe

Cuando la novela fue escrita, la sociedad de Guadalupe no era lo que es ahora, según relata la propia autora. En una isla de estructura y jerarquía poscolonial, marcada por la compraventa de esclavos, el mestizaje criollo, y colonizada por Francia desde el siglo XVI, la figura del padre era un privilegio reservado a las clase alta criolla y a la burguesía negra, a la cual pertenece nuestra autora.

Condé cuenta a El Cultural que (…) solamente en estos círculos se veían familias con un padre y una madre (…) los niños de las demás clases sociales ignoraban en su mayoría quién era su padre: tan solo conocían a su madre, que se mataba a trabajar para mandarlos a la escuela y vestirlos.

Sin embargo, la sociedad guadalupense es ahora más responsable: incluso algunos hombres llevan a sus hijos al colegio, y hasta juegan con ellos. Aunque hemos cambiado mucho, todavía falta un largo camino que recorrer, para salir de la injusticia y para salir de la periferia. Con este libro, quizá, algunos kilómetros se nos hagan más fáciles.

Lo curioso de la periferia es que, estrictamente, solo existe para quien vive fuera de ella. Para todos los demás, los márgenes son el centro. Uno no puede mirar hacia fuera sin antes reconocer que el centro no es una verdad absoluta sino un accidente que podría haber ocurrido en cualquier otro lado. Por eso, para los lectores continentales de Maryse Condé, La Deseada es a partes iguales necesidad pedagógica y disfrute literario.

Maryse Condé, en el centro de la periferia

Maryse Condé nació en Pointe-à-Pitre, Guadalupe. Los títulos geopolíticos que pesan sobre la isla ya resultan quirúrgicos y distantes: departamento de ultramar de la República Francesa. Región Ultraperiférica de la Unión Europea.

Dentro de este territorio RUP hay una familia que da la bienvenida a Maryse en 1937. Los padres de la escritora, funcionarios del gobierno francés pertenecientes a la pequeña burguesía, gozan de cierto estatus social en la isla. Al trabajar para el Estado, la familia tiene derecho a pasar tiempo en la metrópoli continental.

El viaje desde la isla antillana hasta París fue para la familia Boucolon (el apellido original de Maryse) también un traslado del centro al margen que acompaña a toda la obra de esta autora: al viajar a París, los padres se dan cuenta por primera vez de que son negros.

Este centro descentrado se ha traducido después en una especie de sino que parece permear no solo la obra sino la vida de Maryse Condé, que ha recibido el Premio Nobel, pero el Alternativo. Que recibe una reverencia de la comunidad lectora española cuando ya ha perdido la visión. Que ya no necesita volver a Guadalupe, porque Guadalupe ya no existe.

Guadalupe está en mis recuerdos. Ya no necesito volver, porque está conmigo.

Un grito particular

Vive rodeada de sus hijos, nietos y bisnietos en su casa del sur de Francia, y está contenta de que el público español pueda descubrir La Deseada, (a través de la traducción maravillosa de Martha Asunción Alonso). Si no estuviésemos en medio de una pandemia, seguramente habría ido a Barcelona para presentar el libro, como ya hizo en su día con Corazón que ríe, corazón que lloratambién de Impedimenta.

Maryse Condé ya no puede escribir, y sin embargo acaba de terminar su última novela. Tiene párkinson desde hace unos años, y usa sellos en lugar de bolígrafos para firmar autógrafos. Insiste en levantarse para las fotos. Le ha dictado su última novela a su marido, Richard Philcox: traductor y, aparentemente, transcriptor.

Después de leer sus novelas, escritora, lectora y personajes llegan a la misma conclusión: para poder vivir hay que tener palabras propias, metáforas, o identidad, si es que las tres cosas no son lo mismo. Lo cual significa que una parte de Maryse Condé acaba de empezar a vivir en la lengua española, y que una parte de lectores hispanohablantes ha realizado un viaje de ida a una pequeña isla del caribe antillano. Y, por eso, estamos de enhorabuena.

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Georges Brassens: 100 años de libertad

Se cumple el centenario de Georges Brassens, el cantautor francés que retrató al siglo XX como nadie

Se han escrito tesis doctorales sobre la obra de Georges Brassens. Su trabajo ha sido traducido a una veintena de idiomas, incluyendo el esperanto. Músicos y artistas de todo el mundo lo homenajean constantemente.

Ciento cincuenta escuelas públicas de Francia llevan su nombre, además de centenares de calles, plazas, parques y salas de concierto. ¿Quién era Georges Brassens? Y, ¿por qué le debemos atención?

Georges Brassens: origen mediterráneo

En el pueblo occitano de Sète, mirando al mar Mediterráneo, nació en 1921 Georges Brassens, quien, varias décadas más tarde, será descrito como uno de los mejores poetas del siglo XX en lengua francesa.

Brassens nació en un barrio popular en el seno de una familia atípica. Su padre, Jean-Louis, era un contratista de albañilería conocido por su anticlericalismo, su generosidad y su libertad de espíritu y pensamiento.

La madre, Elvira, de origen italiano, era una devota católica que quedó viuda en la Gran Guerra, cinco años antes de re-casarse con el padre de Georges. Según contaría después el cantautor, el punto en común de esta familia tan dispar era el amor por la música.

Cualquiera que haya escuchado las canciones de Brassens no se extrañará al saber que no le gustaba ser alumno. «Tuve una infancia feliz, pero desperdiciada por el colegio», dijo a su amigo y biógrafo Victor Laville.

Su madre no le deja asistir a clases de música a no ser que mejoren sus notas, por lo que sus primeras canciones adolescentes fueron compuestas con ignorancia técnica y pura intuición poética.

Pour offrir aux filles des fleurs,
Sans vergogne,
Nous nous fîmes un peu voleurs,
Un peu voleurs

Poesía y mala reputación

En 1936, el joven Georges conoció la poesía gracias a su profesor de francés, Alphonse Bonnafé, quien le enseñó no solo a rimar versos sino a «abrirse a las cosas grandes».

Y en 1938, a los diecisiete años, Brassens conoció por primera vez la mala reputación.

En una jugarreta de chiquillos provincianos, Georges y su grupo de amigos se coordinaron para realizar pequeños hurtos en casas de amigos y familiares y así conseguir algo de dinero rápido. El pueblo de Sète se puso en estado de alerta, y al final, claro, los pillaron.

El padre de Georges, que parecía entender las inconsciencias de juventud, sacó a su hijo del calabozo y se lo llevó a casa sin reprimendas ni reproches. En la canción Les quatre bacheliers, Brassens describe así aquel momento:

Dans le silence on l’entendit, / Sans vergogne, / Qui lui disait : » Bonjour, petit, / Bonjour petit.
On le vit, on le croirait pas, / Sans vergogne, / Lui tendre sa blague à tabac, / Blague à tabac.
Je ne sais pas s’il eut raison, / Sans vergogne, / D’agir d’une telle façon, / Telle façon.
Mais je sais qu’un enfant perdu, / Sans vergogne, / A de la corde de pendu, / De pendu, / A de la chance quand il a, / Sans vergogne, / Un père de ce tonneau-là, / Ce tonneau-là.

París, los nazis y un piano

A pesar del apoyo de su familia, el nombre de Georges quedó teñido en Sète. Recluido en la casa familiar, durante aquel verano empezó a fumar en pipa y se dejó crecer por primera vez su distintivo bigote.

Y en 1940, ya bien entrada la Segunda Guerra Mundial, se mudó al 14ème arrondisement de París, donde vivía su tía materna, que tenía un piano. Allí aprendió el instrumento, a pesar de que no sabía solfeo porque nunca mejoró sus notas de colegio.

Ese mismo verano, el Tercer Reich invadió Francia. Georges pasó la primera parte de la ocupación leyendo en la biblioteca municipal: estudiando poesía y aprendiendo filosofía mientras los nazis se paseaban por las calles de París.

En 1943, el gobierno de Vichy lo destinó a un campo de trabajo en Basdorf, Alemania, donde tenía que trabajar fabricando motores para aviones militares. En el campo de Basdorf hizo algunas de las grandes amistades que le durarían toda la vida.

Tras más de un año en Alemania, consiguió un permiso de quince días para volver a Francia, y llegó a París con la intención de declinar cortésmente la invitación nazi al trabajo forzado. Como no podía quedarse en casa de su tía, por ser el primer sitio en el que la Gestapo iría a buscarlo, se refugió en casa de los Planche, un matrimonio mayor del barrio que vivía en una modesta casita sin luz eléctrica ni gas, con el patio lleno de animales.

La idea era aguardar en la casita de la calle Florimond hasta que acabase la guerra. Terminó quedándose más de veinte años.

Georges Brassens: el genio temprano, el talento tardío

A pesar de que ya es un escritor versado, de que ha publicado su primera novela y de que ha estudiado y producido poesía hasta la extenuación, en los años 40 Brassens todavía no es cantautor.

En esta década conoció a Joha Heinman, el amor de su vida: una inmigrante estonia con la que nunca se casó ni cohabitó, y a la que dedicó numerosas canciones posteriores, entre ellas, la célebre La non demande en mariage: tengo el honor de no pedir tu mano; no grabemos nuestros nombres en un pergamino. 

J’ai l’honneur de ne pas te demander ta main
Ne gravons pas nos noms au bas d’un parchemin

En esta década terminó de conformar su pensamiento político, que ya venía inclinado hacia el antimilitarismo y anticlericalismo de casa. Entró en contacto con los anarquistas y los sindicatos de trabajadores, con quienes nunca dejaría de colaborar durante el resto de su vida.

A finales de los años 40 Brassens ya escribía canciones, pero no se animaba a cantarlas. Intentó colocárselas a otros intérpretes ya consagrados, sin demasiado éxito. Y así entro en los 50.

«¡Un poeta descubierto!»

En la década de 1950, Brassens fue descubierto. Jacques Grello lo escuchó por casualidad y le regaló su guitarra para que la cambiase por el piano. También lo animó a que audicionase en diferentes cabarets y salas de la escena parisina.

Brassens, que ya había entrado en la cuarentena, estaba incómodo en el escenario. Tenía pánico escénico, sudaba la gota gorda y le costaba sacar la voz. Aún así, en 1952 cantó en una audición privada para Patachou, estrella consumada del cabaret francés que se enamoró de sus letras con feliz entusiasmo.

Patachou llevó las canciones de Brassens a la firma Philips, con quien Georges firmó su primer contrato discográfico. Su primer disco causó no pocas controversias y malestares entre los directivos de Philips, para gusto de Brassens, que nunca tuvo intención de agradar a nadie más que a su buena conciencia. Su primera crítica, publicada en el desaparecido diario France-Soir, rezaba: ¡Patachou ha descubierto a un poeta! 

Para 1953 se lo rifaban todos los cabarets de París, y a principios de los años 60 ya gozaba de la notoriedad con la que le conocemos hoy en día. Brassens compró a los Planche la casita de la calle Florimond. Compró también la parcela de al lado, y unió las dos viviendas. Instaló luz eléctrica, calefacción y agua caliente, y cuando estuvo lista, se la regaló de vuelta a la pareja que lo había acogido durante más de veinte años.

El poeta de lo cotidiano

Cien años después de que viese la luz por primera vez, Brassens sigue siendo el poeta de lo cotidiano, el escritor del francés perfecto y el defensor más acérrimo de la decencia humana. Siempre habrá quien mire por la ventana al mundo actual y eche en falta el comentario mordaz de un escritor que tenía más de filósofo que de artista, y más de artista que de filósofo.

Tantôt venant d’Espagne et tantôt d’Italie,
Tous chargés de parfums, de musiques jolies,
Le Mistral et la Tramontane

Georges Brassens cerró los ojos el 29 de octubre de 1981. Sus restos descansan junto a los de su amor en el cementerio de Sète. Es lo más cerca posible que llegamos de cumplir su plegaria. Meses antes de morir, ya enfermo de cáncer, Brassens escribió Súplica para ser enterrado en la playa de Sète:

Justo al borde del mar, a dos pasos del oleaje azul, cavad si es posible un pequeño agujero mullido, un buen nicho pequeño, cerca de mis amigos de la infancia, los delfines, a lo largo de esta playa donde la arena es tan fina(…). Esta tumba es un sándwich entre el cielo y el agua, que no dará una triste sombra al cuadro, sino un encanto indefinible. Los bañistas la usarán de paravientos, y los niños dirán: ¡qué bonito castillo de arena! Si no es mucho pedir, plantad, os lo ruego, alguna especie de pino que de sombra, que sepa proteger de la insolación a los buenos amigos que vengan con afectuosas reverencias a mi sepultura. (…) Pobres reyes faraones, pobre Napoleón, pobres ilustres desaparecidos enterrados en el Panteón, pobres cenizas de consecuencia. Envidiaréis un poco al veraneante eterno, que pedalea sobre las olas mientras sueña, que pasa su muerte de vacaciones.

Sur mon dernier sommeil verseront les échos,
De villanelle, un jour, un jour de fandango,
De tarentelle, de sardane.

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Paul Gauguin, el Mata Mua y la eterna polémica

La polémica por la salida a subasta del ‘Mata Mua’ de Gauguin nos sirve de excusa para repasar la figura de uno de los artistas franceses más influyentes del siglo XIX.

Desde el pasado 8 de junio el Mata Mua (Érase una vez), una de las piezas capitales del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, ya no se encuentra en la sala dedicada a los impresionistas y posimpresionistas de la pinacoteca. El óleo, pintado por Paul Gauguin en 1892 y valorado en más de 40 millones de euros, se encuentra actualmente en el extranjero para ser subastado.

La pintura ha sido la protagonista de una nueva desavenencia entre Carmen Cervera, propietaria del cuadro, y el Gobierno de España sobre el alquiler de la colección, disputa que ambas partes mantienen desde hace más de dos décadas. La salida del cuadro supone una enorme pérdida para la colección y una decepción para los visitantes del museo.

Fuente: Elpais.com

 

Gauguin: breve biografía de un corredor de bolsa

El eterno debate sobre si se debe separar al artista de su obra o si ambos conforman un todo indisoluble se vuelve inevitable cuando se profundiza en la vida del pintor parisino. La polémica y la leyenda negra siempre han rodeado a Paul Gauguin. Su existencia se ha asociado a escándalos sexuales, enfermedades o problemas judiciales, pero sobre todo se le ha identificado como el genio que marcó un antes y un después en el arte del siglo XX.

Nació en París en 1848 y a los cuatro años huyó con su familia a Lima tras el golpe de estado de Napoleón III. Durante su adolescencia se enroló en la marina mercante y no regresó a París hasta 1871, donde empezó a trabajar en una empresa financiera, se casó y llevó una vida acomodada como corredor de bolsa.

Fue durante este periodo cuando empezó a interesarse por el arte. Tomó clases de pintura y comenzó una colección con obras impresionistas de Manet, Cézanne , Monet o Pissarro. Con este último desarrolló una amistad que le permitió participar en una de las muchas Exhibiciones Impresionistas que se realizaban por entonces (1880).

Tras un desplome de la Bolsa parisina, Gauguin olvidó los números y las monedas para dedicarse en cuerpo y alma a la pintura hasta que, arruinado, abandonó a su esposa e hijos en Copenhague, donde residían entonces. Desde ese momento vivió en la miseria y se sintió rechazado por una sociedad a la que él mismo aborrecía.

Dos acontecimientos marcarían un punto de inflexión en su producción artística: su encuentro con Vincent van Gogh, que dio como resultado una relación marcada por la admiración y la rivalidad mutuas -más por lo segundo que por lo primero-, y su primer viaje a Martinica.

“¡Soy un gran artista y lo sé!”, gritaba a menudo Paul Gaguin.

En la colonia francesa descubrió un paisaje nuevo, exótico y repleto de los estímulos sensuales. También halló una sociedad indígena en convivencia con la naturaleza más exuberante de la que quedó prendado. Gauguin sintió urgencia por conectar con lo primitivo y exploró este camino en sus lienzos, lo que supuso una ruptura total con el impresionismo. Alejándose del naturalismo de estos y abandonado el nido para siempre, Gauguin aumentó la intensidad de su paleta para ponerla al servicio de una narrativa tribal cargada de símbolos.

Tahití, destino dorado

Finalmente se marchó a Tahití para convertirse “en un salvaje, un lobo en los bosques, sin collar”. En un encuentro con el periodista Jules Huret, de L’Echo de Paris, Gauguin afirmó que se iba para encontrar la paz, para liberarse de la influencia de la civilización. “Solo quiero crear un arte que sea sencillo, muy sencillo. Hacer lo que necesito para renovarme a mí mismo en una naturaleza que no haya sido arruinada: solo quiero ver salvajes, vivir como ellos, sin más preocupación que sacar a la luz, como un muchacho, lo que mi mente conciba, con la sola asistencia de medios de expresión primitivos”.

Produjo entonces numerosas obras inspiradas en la luz, la población y las leyendas de la Polinesia. Cuadros llenos de voluptuosas jóvenes semidesnudas, coloridos y sencillos. Gauguin quería vivir y narrar la vida prehistórica, y lo hizo, paradójicamente, con las técnicas pictóricas más modernas de la vanguardia parisina. Sirva esto como ejemplo de la propia naturaleza contradictoria del artista.

El resultado fue una serie de pinturas estilizadas y decorativas a partir de bloques de color bidimensionales que evocan un paraíso tropical en calma visto a través de los ojos de un converso frustrado porque, en realidad, siempre sería un occidental, un turista.

Sin embargo, su compromiso con esta nueva sociedad era firme. Ni su producción artística, ni sus numerosos conflictos personales, ni tampoco su enfermedad (se sospecha que se trataba de la sífilis), fueron un impedimento para enfrentarse una y otra vez a las autoridades locales en defensa de las comunidades indígenas.

La importancia del Mata Mua (y de su pérdida)

Solo un año después de llegar a Tahití pintó el conocido óleo Mata Mua, que en lengua maorí significa Érase una vez. La realidad es que este cuadro narra el paraíso idílico que no llegó a encontrar. Tahití no era la Arcadia soñada ni el edén libre que Gauguin esperaba. En 1891 quedaban pocos vestigios de la cultura primitiva y el control de la administración colonial y de la Iglesia habían prohibido las danzas y los ritos nativos.

En el cuadro se aprecia un valle donde tres mujeres bailan alrededor del ídolo Hina, la deidad de la luna, que se eleva sobre la vegetación. Mientras, en un primer plano, dos jóvenes descansan sobre la hierba. Un árbol divide la escena: por un lado el sensual ritmo de los tambores; por otro la calma y el reposo de los vestidos blancos y las flores.

Esta genial obra de arte fue una de las últimas adquisiciones del barón Thyssen y es, sin duda, la joya de la corona heredada por la baronesa. Ha estado expuesto durante muchos años en el Thyssen-Bornemisza y su pérdida supone una fragmentación más en una colección ya bastante mutilada. Javier Arnaldo Alcubilla, conservador y jefe de investigación del Thyssen  hasta 2011 explicaba que «es completamente excepcional encontrar piezas de Gauguin de ese calibre, del periodo de Tahití, por eso es particularmente valioso»

Dónde terminará la pieza es algo que aún no se sabe. Lo que es seguro es que desde que los museos volvieron a la vida después del estado de alarma, la sutil retirada del cuadro ha sido interpretado por muchos como un golpe bajo. Puede que aun no esté todo perdido, puede que el Mata Mua vuelva a Madrid si se llega a un nuevo acuerdo con el Ministerio de Cultura.

Gauguin en la cultura

La vida del pintor parisino siempre ha suscitado fascinación, incluso en ámbitos no relacionados directamente con las artes plásticas. En 2017, por ejemplo, el director francés Edouard Deluc llevó al cine el exilio voluntario del artista bajo el título Gauguin: Voyage de Tahiti. El filme, protagonizado por un camaleónico Vincent Cassel, recibió críticas dispares (aunque en su mayoría fueron positivas) centradas especialmente en la blancura a la que está sometido el biopic.

https://www.youtube.com/watch?v=RFgHwr5ZbdE

En el mundo de las letras también se ha visitado en numerosas ocasiones la figura del artista. Se han publicado varias biografías en diferentes idiomas. La autora Ángeles Caso publicó en 2012 Gauguin. El alma de un salvaje bajo el sello Lunwerg.

El volumen, ilustrado y editado en tapa dura, resulta interesante no solo por la calidad literaria del texto y lo riguroso de la investigación previa por parte de la escritora. Es interesante, además, por los capítulos adicionales que se han insertado tras la propia biografía en los que aparecen las obras del pintor así como algunas fotografías acompañadas por textos de su propia pluma. Estos son fragmentos de las cartas que le enviaba a Matte, su esposa de origen danés, a Émile Schuffenecker, Émile Bernard o Vincent van Gogh entre otros. Reflexiones, pensamientos y  descripciones de lugares. Al fin y al cabo, quién mejor para narrar su vida y sus pensamientos que él mismo.

Aunque, para eso, nada como adentrarse en su autobiografía Oviri: Écrits d’un sauvage (Folio. Essais), publicada en español por Akal con traducción de Marta Sánchez-Eguibar y titulada Escritos de un salvaje. A través de los textos recogidos en este libro, la mayoría escritos durante su estancia en los Mares del Sur, podemos profundizar en el pensamiento del genio irreverente que revolucionó el arte en Europa durante las últimas décadas de 1800 dejando tras de sí un legado incomparable.

Solo cabe esperar que el Mata Mua vuelva a casa y que podamos sumergirnos de nuevo -o por primera vez- en ese paisaje brillante y sugerente que Gauguin ideó a través de sus pinceles.

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