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Kechiche, my love: la polémica y el destino

Abdellatif Kechiche (Cuscús, La vida de Adele) rinde un homenaje cargado de nostalgia y erotismo a los amores de verano y al hedonismo post-adolescente en su nueva película.

Se puede decir que el director franco-tunecino ha hecho doblete este otoño con su último trabajo Mektoub, My Love: canto uno (2017), la primera parte de lo que promete ser un díptico o trilogía separada en cantos del nuevo universo juvenil de Kechiche. Tras recibir un homenaje a su trayectoria y hacerse con la Palmera de Honor en la pasada Mostra de Valencia, el director estrenó el filme -por primera vez en España- en la última edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla, donde también recibió el Giraldillo de Honor.

Luces y sombras.

Kechiche pasó un tiempo en una especie de exilio mediático voluntario después de la controversia que suscitó en 2013 con el largometraje La vie d’Adèle. Las explícitas y prolongadas escenas de sexo entre las protagonistas, interpretadas por Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux, y el trato despótico que -según declararon las actrices más tarde- recibieron por parte del director durante el rodaje, hicieron que su reputación como cineasta se viera cuestionada en diversos medios del mundo y entre el público. No obstante, Kechiche se hizo con la Palma de Oro ese año en Cannes con esta historia de amor, de despertar sexual y de búsqueda de identidad que es en realidad La vida de Adèle. La cinta, por cierto, está basada en la novela gráfica El azul es un color cálido (Le bleu est une couleur chaude, 2010) de la francesa Julie Maroh.

Sin embargo, Mektoub, My Love ha llegado también acompañada de polémica. La cinta fue acogida entre abucheos y ovaciones en Venecia el año pasado. Una vez más acusaban a Kechiche de tener una male gaze demasiado pronunciada y mostrar una lasciva representación del cuerpo femenino más allá de lo que la propia narrativa de la película sugería. Sin embargo, estas opiniones o formas de entender el filme no eclipsaron a una película vitalista que hace gala de una elaborada puesta en escena.

El hedonismo solar de Kechiche

Inspirado muy ligeramente en una novela de François Bégaudeau y en sus propios recuerdos de juventud, el realizador nos traslada con Mektoub, My Love a las playas de arena de Sète, en la Costa Azul, en un verano de 1994 que pareciera ser eterno. La única ambición de la película se reduce a seguir de cerca la vida de un grupo de personajes durante algunos días. Kechiche nos muestra cómo juegan a seducirse entre ellos; cómo cotillean, se divierten a ritmo de pop noventero y se broncean lánguidamente bajo el sol. Y es que el director sabe cómo contar la cotidianidad de sus personajes. Nos hace perdernos en una narrativa de tomas largas y cuidadas en las que la luz es sutilmente protagonista y el foco está puesto –en exceso, para gusto de algunos- en la belleza de los cuerpos que filma.

Conoceremos entonces a Amin (Shaïn Boumedine), el héroe veinteañero aspirante a fotógrafo que vuelve al hogar familiar, el de una familia de restauradores tunecinos, después de vivir un año en París. Dispuesto a observar de cerca el entorno idílico que lo rodea y a experimentar todo lo que la estación estival puede ofrecerle, se reencontrará con viejos amigos y conocerá a muchas chicas, entre ellas, a Ophélie (Ophélie Bau), con quien parece compartir un destino en común y es la única por quien muestra un verdadero interés.

En Mektoub, My Love: canto uno seguimos de cerca a un grupo de jóvenes que se deja llevar por continuos juegos de seducción.

En esta nueva epopeya de casi tres horas de duración en la que la sensualidad es palpable, el cineasta se queda al margen de cualquier temática social que sí hayamos podido ver en trabajos anteriores; a pesar de la diversidad cultural que existe entre los personajes y que se obvia.

Los azares del destino

Mektoub es una palabra árabe llena de connotaciones místicas. Se traduce como destino, lo que está escrito. Aquello contra lo que no podemos luchar ni cambiar se refleja en la cinta en forma de reiterados encuentros casuales que los personajes protagonistas no pueden -ni quieren- ignorar. Este concepto de azar y de situaciones fortuitas las ha explorado antes Kechiche en cintas como La faute à Voltaire (2000), La escurridiza, o cómo esquivar el amor (L’esquive, 2003) y en La vida de Adèle (2013).

Mektoub, el destino. Un elemento recurrente en el imaginario fílmico del director franco-tunecino.

Sea por una cuestión del destino o sea buscado, lo cierto es que el revuelo y la diversidad de críticas que levantan los últimos trabajos del director suponen siempre un aliciente más entre los espectadores para plantarse delante de la pantalla. No hay duda de que esta es la única manera de formarse una opinión propia al respecto y ampliar las miras. ¿No es esto acaso lo que esperamos del cine; de la cultura y del arte en general? Que nos sacuda y que nos rete. Hay que experimentar para opinar y, al fin y al cabo, es eso lo que Kechiche nos ofrece: una nueva experiencia. No hay que dejarla pasar.

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Cine francés Te recomendamos

Por qué (volver a) ver Un Profeta de Jacques Audiard

El director galo ha estrenado recientemente The sisters Brothers, una coproducción franco americana protagonizada por Joaquin Phoenix y John C. Reilly ambientada en el viejo oeste en plena fiebre del oro. Con este debut en inglés se ha vuelto a posicionar como uno de los mejores realizadores contemporáneos. En Lien aprovechamos la ocasión para repasar los motivos por los que hay que ver su obra cumbre: Un profeta.

(¡Alerta spoiler! En este artículo se revelan algunos detalles importantes de la trama)

La herencia del cine negro está muy presente en la obra de Jaques Audiard. El film noir americano y el polar francés son señas inequívocas de identidad en su trayectoria. En Un profeta (Un prophète, 2009) el director entra de lleno en el cine de género criminal para contarnos la historia de Malik El Djebena (Tahar Rahim) quien, con apenas 19 años tiene que cumplir una larga condena en la cárcel. Aparentemente frágil y sin respaldo, se ve obligado a llevar a cabo una serie de “misiones” impuestas por Luciani (Niels Arestrup), el líder de la mafia corsa, y a ganarse el respeto de la mafia árabe para sobrevivir.

Hasta aquí podríamos estar hablando de una película carcelaria más. Audiard nos cuenta cómo un chico joven, analfabeto e inexperto, consigue medrar en un ambiente hostil hasta forjarse una identidad. Un argumento que se ha explorado muchas veces antes en el cine y del que se puede pensar que no puede aportar demasiada novedad al género. Pero nada más lejos de la realidad. Lo interesante aquí no es el qué, sino el cómo. No es una película más sobre la cárcel: se trata de una obra maestra de la historia del cine.

Lo interesante de Un profeta no es lo que cuenta, sino cómo lo cuenta.

Aunque, advertimos: Un profeta no es una película apta para corazones sensibles. Se encuentra, de hecho, en las antípodas del cine amable o fácil de ver. La violencia y la brutalidad que nutren el filme son desgarradoras y casi nos obligan a apartar la mirada en algunas secuencias. Pero, de nuevo, se trata de algo más que de una historia cruda. Lo que el director nos propone en esta cinta es el viaje iniciático del héroe clásico que tiene que pasarlo mal y superar la adversidad para aprender y salir fortalecido. Este héroe parte del infierno en soledad, a través de un camino marcado por el sufrimiento y lo termina acompañado, triunfador, alcanzando su Shangri La particular. Pero, ¿qué hace tan especial al filme? Existe en él una serie de elementos y matices que destacan gracias a la singular mirada del realizador galo.

Master class sobre guión y arco dramático.

A pesar de la extensión de la cinta el ritmo es impecable. Durante los 149 minutos que dura la película asistimos a una clase magistral digna de Robert Mckee en la que observamos un guión soberbio firmado por el propio director y Thomas Bidegain. Narrativamente se trata de una película muy bien construida, aunque compleja, con numerosas subtramas, que consigue atraparnos desde la primera escena hasta la última.

En pocas películas se consigue un arco dramático tan bien elaborado como el del personaje principal de Un profeta. Gracias a una dirección acertada y a la inspirada interpretación de Tahar Rahim vemos como el niño desprotegido y sin pasado que entró en la cárcel se transforma y se envilece poco a poco hasta alcanzar un grado de madurez que le permite tomar decisiones y asumir riesgos. Un ejemplo de esta evolución sería cuando, avanzada la película, en una escena en la que está reunido con la mafia árabe se permite a sí mismo la licencia de bromear (por supuesto es al único a quien le hace gracia la broma); algo impensable para el Malik al que le roban las zapatillas a golpes en el patio de la cárcel al inicio de la trama. Nuestro protagonista se vuelve paulatinamente tan astuto, aprende a moverse tan bien entre bandos que, efectivamente, termina desarrollando algo de profético en su actitud.

 

 

De pronto, el realismo mágico.

Si por algo destaca el filme es por lo sórdido y realista de su escenario. Todo lo que vemos en la pantalla nos resulta verosímil, y esto se debe en gran medida al uso de la cámara en mano que, lejos de marear o resultar artificiosa, nos procura una percepción íntima y tangible de lo que ocurre entre los muros de esa prisión. Sin embargo Audiard traspasa del todo las fronteras del género cuando introduce un elemento narrativo que contrasta con la crudeza del ambiente de la prisión.

Todo lo que vemos en la pantalla durante la película resulta verosímil.

Para ganarse la protección del líder corso, Malik debe acabar con la vida de Reyeb, testigo que se interpone en el camino de César Luciani. Esto supone un punto de inflexión para el personaje y, desde ese instante veremos cómo el fantasma de Reyeb, -que no es más que la proyección de su mala conciencia-, le acompaña en los momentos de soledad en su celda entablando conversaciones o simplemente observándole desde algún rincón de la celda en escenas con una gran carga onírica, a menudo envueltas en la neblina del humo de un cigarrillo. Este realismo mágico que de pronto irrumpe en la cinta funciona y sin duda dota al protagonista de una mayor profundidad psicológica.

Las bondades de un gran casting.

Ya hemos mencionado el buen hacer de Tahar Rahib, pero, además, el personaje antagonista, César Luciani, cabecilla de la mafia corsa, está interpretado por un soberbio Niels Arestrup que funciona como contrapunto perfecto para el joven Malik. Supone para él una figura paterna y al mismo tiempo la mayor amenaza a la que está expuesto.La relación entre ellos se basa en el control siendo Luciani quien alecciona a Malik haciendo de él, literalmente, su criado hasta que, por supuesto, las tornas cambian. La química que desprenden los dos actores en las escenas que ruedan juntos es casi tangible y hace de cada plano un fragmento tan real como la vida misma.

Y hablando de veracidad, uno de los mayores logros de una película es que el espectador llegue a creerse a los personajes. Es el caso de la que nos ocupa hoy. Los personajes de Un profeta son del todo creíbles. Vemos escenas con hombres demacrados y desaliñados procedentes de diferentes etnias llenando la prisión y los espacios de las escenas ajenas a ella. Los principales, los secundarios y hasta los extras. Todos los personajes, tanto a nivel interpretativo como estético, están a la altura de la historia que narran.

 

La multiculturalidad y el poliglotismo.

La prisión francesa de alta seguridad que nos muestra Audiard en su película es un reflejo acertado de la Francia actual, y por extensión, de Europa. La película funciona como radiografía de la multiculturalidad (que no interculturalidad, ya que los clanes están bien separados y definidos) que se vive en el viejo continente y pone de relieve las connotaciones negativas que se desprenden de este hecho (prejuicios, exclusión, xenofobia…) tan presentes en el filme.

El realizador indaga en la idea de valerse del idioma y sobrevivir a través de él.

Pero desde el punto de vista de la lingüística es muy interesante apreciar en una misma película hasta tres idiomas diferentes: el francés, el árabe y el corso, (lo que seguro ha supuesto todo un reto para los subtituladores del filme). El realizador indaga en la idea de valerse del idioma y sobrevivir a través de él. El francés es la lengua oficial de la prisión, pero, como si de un embajador se tratara, es el dominio de Malik sobre los otros dos idiomas lo que le confiere poder y lo que le permite revertir la situación para hacerse con el control adquiriendo la visión profética de quien ve más allá gracias al lenguaje.

Nuestro héroe se nos presenta al principio de la película como un huérfano francés de ascendencia magrebí rechazado por la sociedad, víctima del desarraigo; pues tampoco conecta con sus raíces árabes. Como si estuviese abandonado en tierra de nadie, es el profeta mestizo que tiene que valerse por sí mismo; representa la realidad multicultural que enriquece Europa y que está rompiendo con los -casi siempre- arcaicos parámetros establecidos. En este sentido, Malik es el futuro.

Al final, lo más genial de la película es el hecho de que está basada en una paradoja. Es la historia de un hombre que alcanza una posición a la que nunca habría llegado de no haber ingresado en prisión. Un hombre al que como espectadores cuestionamos todo el tiempo y a quien, a pesar de todo, sólo queremos proteger y asegurarle que al final todo -o casi todo- le saldrá bien.

 

 

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El Cine Polar Francés

Con una identidad propia e inconfundible, el Polar surgió en Francia como un subgénero del cine policíaco durante los años de posguerra influenciado por el film noir hollywoodiense.

Pocos géneros cinematográficos cuentan con una iconografía tan evidente como el policíaco. Sabemos qué película nos espera si en la pantalla vemos a un tipo con cara de pocos amigos que lleva gabardina y sombrero de fieltro que, además, apunta con un revolver a otro pobre diablo mientras le envuelve el humo de su cigarrillo. Por supuesto, también sabemos de inmediato que el tipo en cuestión no va a terminar bien. Que se dirige inevitablemente hacia el fracaso; que seguro perderá el dinero, a la chica y, lo más probable, también la vida.

Durante el visionado de estos filmes cargados de arquetipos, calamos pronto a la femme fatale, al policía de moral dudosa o al estafador. Nos encontramos cómodos en un local de jazz sospechoso o en una timba ilegal de póker. Reconocemos las miradas aviesas y entendemos los silencios hostiles y las pausas de los personajes. Por culpa de la literatura y sobre todo del cine tenemos un maravilloso universo noir grabado a fuego en nuestra mente colectiva.

En la Francia de la segunda mitad de siglo XX se adoptó incluso un término propio para hablar de estas películas de gánsteres: el Cine Polar. Se trata de una apócope de ‘policier’, es decir, el cine negro francés; combinado con el realismo poético, que era la corriente cinematográfica imperante en el país galo antes de la Segunda Guerra Mundial. El detonante que hizo surgir el subgénero Polar fueron, cómo no, las películas policíacas de los años treinta y cuarenta importadas de Hollywood que tanto influyeron a espectadores y críticos franceses.

El Polar se queda con las gabardinas y los coches americanos, pero no nos habla de héroes ni de finales felices.

A través de este género se adaptaron los cánones del noir clásico a la tradición y a la narrativa del cine francés dotándolo de una singularidad inconfundible. El Polar se queda con las gabardinas y los coches americanos, pero no nos habla de héroes ni de finales felices, sino que se aleja del maniqueísmo y lo que nos ofrece a cambio son personajes fatalistas con una mayor profundidad psicológica que la que muestran los protagonistas del policíaco estadounidense. Son personajes ambiguos y fríos, del todo lacónicos, que se mueven en escenarios en los que abunda la corrupción y donde siempre es demasiado tarde para cambiar las cosas. El Polar pone al mismo nivel al delincuente y al policía y es ahí donde radica su interés y el punto exacto en el que se distancia del film noir americano.

Cualquier persona con inquietudes cinéfilas que piense en el Polar francés seguro que visualizará a Jean-Pierre Belmondo o  Alain Delon ajustándose sus sombreros.

Cualquier persona con inquietudes cinéfilas que piense en el Polar francés seguro que visualizará a Jean-Pierre Belmondo o Alain Delon ajustándose sus sombreros, ambos actores que protagonizaron varias películas de Jean-Pierre Melville. Títulos como El confidente (Le doulos, 1962), El silencio de un hombre (Le samurái, 1967) o Círculo rojo (Le cercle rouge, 1970) elevaron al legendario cineasta a la figura de máximo representante del género. Pero no fue el único, claro. Cabe destacar la gran aportación de otros directores con filmes como París, bajos fondos (Casque d’or, 1952) y No tocar la pasta (Touchez pasa u grisbi) de Jacques Becker; El clan de los sicilianos (Le clan des Siciliens, 1969) de Henri Verneuil; o las obras de los representantes de la Nouvelle Vague La novia vestía de negro (La mariee était en noir, 1967) y Accidente sin huella (Que la bete meure, 1969) de François Truffaut y Claude Chabrol respectivamente.

Por supuesto la influencia de estas películas dedicadas al hampa más auténtica ha servido de inspiración a numerosos realizadores contemporáneos archiconocidos, como es el caso de Tarantino o Scorsese. Y es que es inevitable que así sea, el cine se retroalimenta y todo cineasta le debe parte de su obra a un predecesor que, a su vez, también fue influenciado por otro anterior.

Hoy ya se habla de neo-polar o de post-noir. Obviaremos los términos siempre y cuando el concepto perdure; siempre que podamos seguir disfrutando de personajes que vivan al límite, que guarden una pistola en el bolsillo y estén dispuestos a cualquier cosa por obtener un buen pellizco. Que sean ellos quienes se porten mal y nos enseñen las consecuencias de una vida al margen de la ley para evitar, así, convertirnos nosotros en los tipos malos.

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Actualidad Cine francés

Charuel y su héroe singular

Con una puesta en escena muy particular, el debut de Hubert Charuel se abre paso entre el drama social y el thriller psicológico.

El debut del director francés formó parte de la Sección Oficial del XXIII Festival de Cine Francés y Francófono de Málaga en 2017. Tras su exitoso preestreno , la cinta se alzó ganadora con el Premio del Público. Un año después llega a las pantallas españolas.

El medio rural ha sido escenario de numerosas películas francesas en los últimos años. Cintas como La ritournelle (2014) de Marc Fitoussi, Médecin de campagne (2016) de Thomas Lilti o Ce qui nous lie (2017) de Cédric Klapisch se desarrollan en amplios entornos naturales que, al igual que en el primer largo de Charuel, son tan protagonistas en las películas como los propios personajes. La tierra, el campo, los animales… son elementos con la capacidad de generar algo parecido a la nostalgia en los espectadores y de convertir casi en utopía la vida agreste.

La combinación de drama naturalista y thriller estaba ahí desde el principio. – Hubert Charuel

En el caso de Petit Paysan (Un héroe singular en España), opera prima del realizador francés, la utopía pronto se torna en algo más cercano a la pesadilla. La película cuenta la historia de Pierre, un joven y solitario ganadero, interpretado magistralmente por Swann Arlaud, cuya existencia gira exclusivamente en torno a sus vacas. Pronto verá su apacible rutina interrumpida al descubrir que una de sus reses está infectada por la letal fiebre hemorrágica dorsal (FHD), epidemia que se extiende irremediablemente por toda Francia. La angustia se apodera del granjero de forma obsesiva. Pierre se verá sobrepasado por las circunstancias y cruzará violentamente algunos límites a pesar de la sensatez que muestra como contrapunto su hermana veterinaria Pascale, a quien da vida la actriz Sara Giraudeau.

Petit Paysan se alzó con tres premios Cesar en 2017: mejor opera prima, mejor actor para Swann Arlaud y mejor actriz secundaria para Sara Giraudeau.

El filme, ganador de tres premios Cesar de la Academia Francesa (mejor opera prima, mejor actor y mejor actriz secundaria) no se desarrolla en una granja cualquiera, sino en la granja de la familia Charuel, donde el cineasta creció y trabajó rodeado de vacas. De hecho, los propios padres del realizador aparecen como personajes en la película. Con todos estos elementos que tan bien conoce, el cineasta nos ofrece un drama rural cargado de suspense, con cierto aire documental, en el que vemos la desesperación y la decadencia de un hombre solitario abocado a perder su medio de vida. “La combinación de drama naturalista y thriller estaba ahí desde el principio”, explicaba el director a la prensa. “Lo que surgió después, al escribir, fue la configuración más concreta del personaje de Pierre como héroe asesino”.

Con este pequeño campesino Charuel ha recolectado tanto críticas positivas como negativas. Sin embargo, nadie querría perderse la evolución de una carrera cinematográfica que acaba de despegar y que seguro dará mucho de qué hablar en el futuro. Hasta entonces podemos perdernos en la granja de Pierre con sus vacas y desconectar, al menos durante 90 minutos, del ruidoso asfalto y de todo lo urbano.

 

La cinta se estrenó el pasado 11 de octubre en España junto con Climax, del controvertido Gaspar Noé, que resultó premiada como mejor película en la reciente edición del Festival de Sitges.

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Festival Actualidad Cine francés

Tres directoras francesas

El 15 de Octubre se celebra el Día Internacional de las Escritoras con la intención de dar visibilidad al trabajo y la creación de las mujeres en la literatura. En Lien extendemos la iniciativa hasta el cine y os presentamos a tres directoras a las que no hay que perder de vista.

 

La imprescindible Claire Denis cuenta con 13 largometrajes a sus espaldas que la han consagrado como una de las principales directoras de la escena francesa actual. Antes de debutar con Chocolat en 1988 trabajó como asistente de dirección para iconos del cine como Wim Wenders o Jim Jarmusch. Pasó su adolescencia en África, hecho que se ve reflejado en sus películas, llenas de choques culturales y raciales. Entre ellas destacan títulos como Beau Travail (1999), L’intrus (2004) o Les salauds (2013). Denis estudia al ser humano en sus películas. Lo hace físicamente, a través de los cuerpos a los cuales se refiere a menudo con primeros planos; y psicológicamente, escrutando el comportamiento de sus personajes y dejando poco lugar al diálogo. Su última película, High life, enmarcada dentro de la ciencia ficción low cost, es la primera de su carrera rodada en inglés y formó parte de la Sección Oficial en la reciente edición del Festival de Cine de San Sebastián.

 

Tenía ganas de hablar de la infancia, de hacer una película luminosa y dinámica, con una puesta en escena arriesgada. – Céline Sciamma

Céline Sciamma irrumpió por todo lo alto en Cannes de 2007 con su ópera prima Naissance des pieuvres. Más tarde estrenó la laureada Tomboy (2011) y Girlhood (2014). Las tres películas cuentan con una serie de elementos que permiten entenderlas como una trilogía. En todas ellas los personajes son chicas, que luchan por definirse y alcanzar su identidad. Son casi viajes iniciáticos que se desarrollan durante la época estival, con todo lo que aporta de nostálgico el verano. Lo que caracteriza la obra de Sciamma no son los grandes giros argumentales o la acción en la trama, sino un estilo minimalista perfilado en sus películas a través de planos cercanos, atmósferas íntimas y ritmo pausado. La cineasta ya ha iniciado el rodaje de su siguiente trabajo, el filme de época Portrait de la jeune fille en feu, que empezará a rodarse este otoño en Bretaña.

 

Nunca sabré contar historias sobre gente feliz. – Mia Hansen-Love

Como ya hicieron algunos de los grandes del cine francés, Mia Hansen-Love empezó colaborando en la mítica revista Cahiers du Cinéma para dar el salto a la dirección en 2007 con el filme Tout est pardonné. Cinco películas después, entre las que destaca la gloriosa odisea tecno Eden (2014), se puede afirmar que la mirada de Hansen-Love, compuesta por tomas largas y cámara fluida, es única. En su obra se intuye un alto contenido autobiográfico y el gran leitmotiv es, sin duda, la familia. Concretamente, su propia familia, cuyas diferentes figuras se ven reflejadas en cada filme de la realizadora. Otro aspecto clave en su narrativa es el paso del tiempo. La directora explora las relaciones afectivas y el propio crecimiento personal a través de él, lo que dota de mayor profundidad a sus personajes. El pasado mes de septiembre se estrenó en Toronto su última película, Maya, ambientada en la India, y ya tiene en fase de pre-producción su siguiente trabajo.

 

Este año la programación de la Sección Oficial Francófona del Festival de Cine Francés de Málaga ofrece cuatro películas dirigidas por mujeres. Las cintas canadienses Charlotte a du fun de Sophie Lorain y Chien de Garde de Sophie Dupuis; y las francesas Luna de Elsa Diringer y Joueurs de Marie Monge. Ya que octubre es el mes dedicado a las autoras y a las creadoras, ir a ver estas películas resultará una oportunidad perfecta para disfrutar y conocer el universo de estas cuatro cineastas. ¡No te quedes sin entradas!

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El bosque: el pasado siempre vuelve

Cuando hace unos años la ficción televisiva francesa puso sobre la mesa Les revenants, la aceptación mundial resultó casi instantánea. Incluso la industria estadounidense -vieja vara de medir la proyección de las producciones en el viejo continente- la adoptó como suya y replicó el formato trasladando Annecy a British Columbia. Sin embargo, tras una primera temporada brillante -escrita por Emmanuel Carrère-, la segunda perdió pie y, a su conclusión, la producción se dio por amortizada.

Varios años después, y partiendo de unos mimbres similares, Netflix ha incluido en su catálogo El bosque. Una producción francesa de nuevo a caballo entre el suspense y la ciencia ficción -en este caso, con más de lo primero que de lo segundo- en el que la acción se traslada al bosque de las Ardenas: una adolescente desaparece y la búsqueda atropellada por todo el pueblo comienza a levantar todo un entramado de secretos.

Con sólo seis capítulos, El bosque demuestra ser un elaborado artefacto de guión. Con los toques adecuados de artificio -los cliffhungers son marca de la casa-, pero sin regustos tramposos en los tramos finales.

La actriz canadiense Suzanne Clément, habitual de Dolan, protagoniza la nueva serie francesa de Netflix

En sólo seis capítulos, El bosque demuestra ser un artefacto de guión muy elaborado. Con los toques adecuados de artificio -los cliffhungers son marca de la casa-, pero sin regustos tramposos en sus tramos finales.

El fino trabajo actoral, cuyo peso recae particularmente en Samuel Labarthe y Suzanne Clément (en la foto) -habitual en las cintas de Xavier Dolan-, junto a la enigmática Alexia Barlier, destaca sobre una producción por lo demás, muy solvente y ajustada al género. Que no reinventa la rueda, pero tampoco lo pretende más allá de ser una pieza de entretenimiento de primer orden.

Dónde ver El bosque

Tras ser estrenada en Francia en 2017, en España la serie ya está disponible en la plataforma digital Netflix.

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