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Melville (Volumen II): tras los pasos del samurái

Nos colocamos de nuevo el sombrero de gánster y la gabardina beige para continuar con la segunda parte del monográfico en dos volúmenes dedicado a Jean-Pierre Melville, el genio del Polar francés.

Jean-Pierre Melville llenó las pantallas de humo. Contó sus historias a través de la neblina de los cigarrillos que fumaban de forma compulsiva sus personajes; esos tipos duros con pistola y una larga lista de malas decisiones sobre sus hombros. Las contó excepcionalmente bien, con toda la riqueza, sensibilidad artística y conocimiento técnico que le proporcionaron haber absorbido horas y horas de cine como espectador desde su infancia. Hizo de su pasión su profesión y he aquí su legado: una filmografía de culto con catorce largometrajes que componen uno de los universos fílmicos más ricos del cine europeo.

A esta filmografía la precede el corto 24 horas en la vida de un payaso (24 heures de la vie d’un clown, 1946) que mencionábamos en la primera parte de este monográfico. El resultado sentimentaloide de este preludio fallido disgustó tanto al director que se prometió a sí mismo un cambio de rumbo total en su futura obra. Desde entonces buscaba obsesivamente la perfección técnica, narrativa y artística en cada plano, en cada secuencia.

Yo me narro a mí mismo a través de mis películas. Hacer un film es ser todos los personajes a la vez. Jean-Pierre Melville

Lo consiguió sobre todo en El silencio de un hombre y en El ejército de las sombras, ambas películas consecutivas que desarrolló en un periodo de dos años. Suponen los títulos de mayor repercusión y los que mejor representan las dos grandes temáticas que exploró Melville: la resistencia francesa durante la ocupación nazi y la explosión del cine Polar.

Primer periodo: crónica de una invasión

Cuando su apellido aún era Grumbach y formaba parte de la Resistencia Francesa, Jean-Pierre se topó cara a cara con la miseria humana y con la muerte, naturalezas que hasta entonces, como buen cinéfilo, sólo conoció a través de la pantalla. Luchar por la liberación de su país ante la invasión nazi fue un hecho que le marcó para siempre y que quedó patente en la primera etapa de su carrera, en la que exploró el drama moral con la Segunda Guerra Mundial como decorado de fondo.

El silencio del mar (Le silence de la mer, 1949)

La singular ópera prima con tintes antibelicistas de Jean-Pierre Melville dejó clara la enorme personalidad del cineasta, que se iría perfilando con el paso del tiempo. Adaptó con éxito la novela El silencio del mar de Vércors, toda una osadía para un debutante. No era un texto fácil de llevar a la pantalla pues estaba plagado de silencios y, a su vez, de extensos monólogos; aspectos del todo anticinematográficos. Pero si algo dominó el director en sus películas fue, precisamente, el silencio.

La acción transcurre en una pequeña localidad francesa donde residen un anciano y su sobrina a quienes se les impone alojar involuntariamente a un oficial alemán en su casa. Al no poder negarse se defienden con un silencio hostil ignorando por completo al incómodo inquilino. Este, lejos de sentirse ofendido, desarrolla extensos monólogos diarios durante todo un mes mostrando todo su poder a través de las palabras.

Con esta cinta, su intención era desarrollar un lenguaje constituido de imágenes y sonidos en el que el movimiento y la acción estuvieran totalmente desterrados. Con ellos, Melville traspasó los códigos tradicionales del cine francés marcando un antes y un después.

Los tres personajes protagonizaban la totalidad de la película. Fueron interpretados por un imponente Howard Vernon, actor al quien el director consideraba indispensable para el papel y con el que desarrolló una longeva amistad; y los desconocidos pero sorprendentes Jean-Marie Robain y Nicole Stéphane –tío y sobrina respectivamente– que realizaron un trabajo impecable.

Los niños terribles (Les enfants terribles, 1950)

Melville compró los derechos de la obra homónima escrita por Jean Cocteau tan sólo un día antes de iniciar el rodaje de Los niños terribles. De nuevo la adaptación de un texto literario; una novela cuya lectura sedujo a un Jean-Pierre adolescente allá por 1930 y que jamás pudo sacarse de la cabeza. Sin embargo, el escritor y el director, que comparten la autoría del guión, no se llevaron especialmente bien durante el rodaje y vivieron una tormentosa relación de amor y odio que los desesperaba continuamente.

Los niños terribles a los que se alude en el título son los hermanos Lise (de nuevo una maravillosa Nicole Stéphane) y Paul (Edouard Dermithe). Ambos adolescentes crean un universo privado de peleas y juegos en la caótica habitación que comparten y que alimentan una malsana obsesión mutua que roza, tímidamente, lo erótico, lo que propició una avalancha de malas críticas en la época. El mundo exterior irrumpe en sus vidas cuando dos amigos de los chicos, Gerard y Agathe, van a vivir con ellos y desatan los celos y la maldad de Lise.

Con su segundo largometraje, Melville siguió buscando nuevos recursos narrativos con los que presentar sus historias. Lo onírico y lo surrealista están presentes en planos que a menudo resultan trágicamente hermosos a lo largo de la cinta.

Cuando leas esta carta (Quand tu liras cette lettre, 1953)

La tercera película del cineasta francés –que no se llegó a estrenar en España– significó el acercamiento a un género muy alejado del que lo consolidaría como maestro del Polar: el melodrama. Dejando de momento las adaptaciones cinematográficas de las novelas, optó por adaptar un guión cargado de intensidad emocional y de connotaciones religiosas firmado por el dramaturgo Jacques Deval.

Para darle forma a esta historia maniquea contó con la mirada de la actriz Juliette Greco en el papel de Thérèse, quien cargó con todo el peso del filme, y con Irène Galter en el de Denise. Ambas hermanas son totalmente opuestas, el bien y el mal, lo sacro y lo maldito; y el director lo deja patente en e tratamiento de los planos que dedica a cada una. Luminosos para una, oscuros y casi grotescos para la otra.

Las dos protagonistas conforman un triangulo sentimental con el arrogante Max, interpretado por Philippe Lemaire. En este intenso drama, Melville ya nos deja intuir ciertas trazas de thriller y de noir como adelanto a la deriva que iba a adoptar su carrera en futuras películas.

Bob el jugador (Bob le flambeur, 1956)

«Esta es, como la cuentan en Montmartre, la curiosa historia de…»

A pesar de que la cuarta película del realizador fue bastante ignorada por público y crítica durante años, hoy se considera como el germen del cine Polar; el nacimiento del género (lo que la acerca más a la temática que exploró en el segundo periodo de su producción fílmica). Se trata, en palabras del propio director, de una “carta de amor a París”, concretamente al barrio de Montmartre. Melville rodó en las localizaciones reales en plena calle adelantándose así a la Nueva Ola, sentando un precedente.

Es en este filme en el que por fin sale a la luz la vida del hampa, de las criaturas urbanas nocturnas que se hacinan en clubs y se refugian en las sombras y en el humo del tabaco. El apuesto Roger Duchesne interpreta a Robert Montagné, conocido por casi todos como Bob, el tipo duro de origen humilde; de rostro infranqueable que se ha ganado el respeto de todos. Y, como no podía ser de otra manera, Bob pretende dar el golpe de su vida: quiere los 800 millones que contiene la caja fuerte del Casino de Deauville.

El universo de Bob el jugador está ocupado eminentemente por hombres e incide en la amistad entre ellos. De hecho este se convirtió en un aspecto característico de la producción de Melville, cuyo interés por lo masculino es inversamente proporcional a su desinterés por lo femenino.

Dos hombres en Manhattan (Deux hommes dans Manhattan, 1959)

El director francés había coqueteado con el noir en su anterior película y lo había disfrutado mucho. Decidió entonces homenajear el cine de gánsteres americano de los 40 que tanto le fascinaba, por lo que ambientó su sexta película en la ciudad de Nueva York.

En esta ocasión los protagonistas no serían policías ni delincuentes, sino un periodista y un fotógrafo que investigaban la inexplicable desaparición de un delegado francés en la ONU y que fueron interpretados por –oh lá lá!– el propio Jean-Pierre Melville y Pierre Delmas respectivamente.

A pesar del atractivo argumento a lo Hitchcock, el estreno de Dos hombres en Manhattan resultó un estrepitoso fracaso. Apenas tuvo público y recibió comentarios muy negativos, lo que hizo mella en el orgullo del genial director. Sin embargo, le sirvió para redirigir sus objetivos y sobre todo sacar dos conclusiones importantes: la primera, que los personajes paseaban demasiado en la película, lo que no agiliza la narración precisamente. La segunda, que bien le hubiese valido contar con una súper estrella en el reparto para obtener una atención mayor. Y eso es lo que haría en adelante: rodearse del star-system francés de la época.

Léon Morin, sacerdote (Léon Morin, prêtre, 1961)

Esta fue la película que hizo que Melville recuperase su autoestima. Significó la vuelta al melodrama y la vuelta a la adaptación literaria, en esta ocasión de novela de la prestigiosa ganadora del Premio Goncourt en 1952 Beatrix Beck. Con esta cinta retrocedemos en el tiempo y volvemos a la época de la Segunda Guerra Mundial. Pero en esta ocasión lo hacemos acompañados de dos estrellas como Emmanuelle Riva y Jean-Paul Belmondo, que además de ofrecer un trabajo excepcional, le darían cierto caché al cinta.

Es la historia de Barny (Riva), un atractiva viuda que trabaja como secretaria de dirección de una chica llamada Sabine Lévy (Nicole Mirel) y que quedará fascinada por la elegancia y la presencia de su joven jefa hasta el punto de convertirlo en una obsesión con tintes sexuales y románticos, todo un atrevimiento en la recién estrenada época de los 60. Para aliviar su conducta de alguna manera, decide entrar en una Iglesia, donde conoce al sacerdote Léon Morin (Belmondo). Ambos comienzan una relación que se basa en el estímulo intelectual y en la filosofía donde la espiritualidad –y la ausencia de ella– es protagonista.

Barny es el personaje femenino más importante y al que más ha cuidado el director. La dota de trascendencia y profundidad interior como no lo hace con ninguna otra mujer en su filmografía.

Segundo periodo: tipos malos y asuntos sucios

El héroe de mis films noirs siempre es un héroe armado. Siempre lleva una pistola. Es un hombre armado, y ya casi es un soldado, lleva un uniforme.Jean-Pierre Melvile

Justo en el meridiano de su carrera tiene lugar la explosión de cine noir que consagra a Melville como el Maestro del cine Polar, aquella derivación francesa del cine de gánsteres americano. Es sin duda donde el cineasta se siente más cómodo y donde explora esa visión de samurái que dotará a sus películas de la técnica y la forma perfectas y que situará al director galo en la atalaya donde descansan los mejores directores de la historia del cine.

El confidente (Le doulos, 1962)

El profundo amor y respeto que sentía el joven Jean-Pierre por la literatura universal se materializó con el tiempo en sus películas. De nuevo, el director adaptó la novela negra del escritor francés Pierre Lesou, de quien era un gran admirador. Para ello volvió a contar entre el reparto con Belmondo, su particular “as en la manga”.

 

Maurice (Serge Reggiani) y Silien (Belmondo) son los protagonistas, “dos hombres en París”. El primero, es un ladrón y ex-convicto que planea dar otro golpe; el segundo, un informante de la policía. El robo, por supuesto, sale mal y el destino ambos se cruza cuando se ven involucrados en dos crímenes.

Polar puro. Es en El confidente donde Melville encontrará las pautas y las características que definirán su cine desde ese momento, el ejemplo perfecto para entender este subgénero. La realización del filme rozó la perfección, por lo que le sirvió de patrón para las siguientes cintas.

El guardaespaldas (L’aîné des Ferchaux, 1963)

De nuevo una adaptación literaria. La obra del belga George Simenon se revela como punto de partida para una obra totalmente melviliana. El guardaespaldas fue una obra desconocida dentro de la filmografía del director, casi incómoda; casi menor. De hecho, recopiló más críticas negativas que positivas.

En su octava película, Melville decide que es hora de volver a su adorada América. De nuevo aparece Belmondo, dando vida en esta ocasión a Michel Maudet, a quien conocemos durante su último día como boxeador. Lo encontramos derrotado, tirando la toalla tras un combate que vemos bajo la presentación de los títulos de crédito del filme. En su peor momento y condenado a mal vivir, aparece el banquero Dieudonné Ferchaux, interpretado por el otoñal Charles Vanel, y le ofrece trabajar para él como guardaespaldas en EE.UU. El joven terminará traicionando a su protector y arrepintiéndose después.

En esta cinta y por primera vez en toda su trayectoria, se intuye un matiz de interés homosexual entre los personajes masculinos que la protagonizan, lo que provoco no pocas teorías sobre la relación del propio Melville con el actor Alain Delon, quien protagonizaría varios de los siguientes largometrajes del director.

Hasta el último aliento (Le deuxième soufflé, 1966)

Gustave Minda, “Gu”, interpretado por el gran Lino Ventura, consigue evadirse de la prisión en la que se encontraba encerrado y huye a París para reunirse con sus socios. Pronto se verá envuelto en una guerra entre bandas rivales. Para abandonar el país Gu necesita dar un último golpe y conseguir la pasta –siempre es la pasta–, aunque en su camino se interpone el Comisario Blot, a quien da vida Paul Meurisse, y ya nada le saldrá a Gu como tenía diseñado en su plan.

Se trata la película con más escenas de acción de toda la producción melviliana, y al mismo tiempo, se trata de una de las más complejas a nivel narrativo. También es la que tiene un metraje más largo y en la que casi no aparecen personajes secundarios, pues todos ellos son cruciales en la trama sin más alternativa que matar o morir.

El silencio de un hombre (Le samouraï, 1967)

«No hay soledad más profunda que la del samurái salvo la de un tigre en la selva… tal vez». Frase atribuida al Bushido, o libro de los samuráis, pero que realmente fue inventada por Melville.

Y llegamos, por fin, a la cúspide. A la quintaesencia melviliana. Si una película ha servido como emblema del director francés, sin duda ha sido El silencio de un hombre. La cinta abre con la falsa cita sobreimpresionada en un bellísimo plano fijo donde vemos a un hombre tumbado en la cama, fumando, sin más sonido que el de los coches en la calle y le silbido de un pajarillo dentro de una jaula. El hombre es Jef Costelo, interpretado por un enorme Alain Delon, y vive encerrado en sí mismo, envuelto en una atmósfera silenciosa y con una actitud lacónica. Sólo se relaciona con los clientes que le encargan “trabajos” que Costelo, como buen asesino freelance, ejecuta sin errar. Aunque no tarda mucho en levantar sospechas y ser perseguido infatigablemente por el Comisario de Policía, a quien pone cara el actor François Périer.

Estamos ante un trabajo de cuidados detalles enmarcados con precisión. Encontramos al tipo duro que se acicala ante el espejo y se ajusta el sombrero como en un ritual; la figura arquetípica del gánster fusionada con la figura legendaria del samurái. Esta película es una radiografía de toda la esencia del cine de Melville, y es la única unánimemente admirada por la crítica, público, estudiosos y cinéfilos, por tanto; es la obra que más ha favorecido al cineasta internacionalmente.

El ejército de las sombras (L’armée des ombres, 1969)

He mostrado por primera vez cosas que no he visto, que he vivido. Claro está que mi verdad es, entiéndase bien, subjetiva y no corresponde claramente a la vida real. Jean-Pierre Melville

“Malos recuerdos, pero bienvenidos… sois mi juventud lejana”. Esta película supone el cierre definitivo de su etapa de exploración de la Resistencia Francesa. Se trata de una de las obras más consagradas del autor no solo por su calidad técnica y artística, si no, además, por su carácter pedagógico. Es sin duda una de las películas que mejor aguanta el paso del tiempo y se considera un referente de la memoria histórica del país vecino. La repercusión que ha obtenido la cinta a lo largo del tiempo es realmente asombrosa.

El filme lo protagoniza Philippe Gerbier (Lino Ventura), ingeniero del Departamento de Obras Públicas que colabora con la valerosa Resistencia. Un día la policía colaboracionista le captura y lo retienen en un campo de concentración donde la vigilancia es constante. Sin embargo, un comunista con quien comparte desdicha le propone un plan de fuga. Durante un traslado consigue escapar y desde ese momento seguimos a través de sus ojos el día a día de la Resistencia y su lucha contra la ocupación alemana.

 

Como en todas sus películas, el peso de los actores es fundamental –Jean-Pierre Melville sabía lo que se hacía elaborando los castings–. En El ejército de las sombras destaca el trabajo de Lino Ventura, quien llevó a cabo una de las mejores actuaciones de su carrera. En la que fuera segunda y última colaboración con el director, el papel parecía estar hecho a su medida. Pero no fue la única estrella que brilló. La excelente actriz Simone Signoret dio vida a un personaje fascinante cuya mirada tenía un lenguaje propio que el espectador descifraba de manera natural y sin esfuerzo.

Círculo rojo (Le cercle rouge, 1970)

“Cuando dos hombres, incluso si lo ignoran, están destinados a encontrarse un día, cualquier cosa puede pasarles y pueden seguir caminos divergentes, pero cuando llegue el día, inevitablemente serán reunidos en el círculo rojo”. Esta película nace bajo la premisa de esta cita budista surgida de los versos del religioso indio Ramakrishna. La cita, como ya ocurrió en El silencio del un hombre, aparece durante los títulos de crédito iniciales marcando el destino ineludible que espera a los protagonistas del filme.

Bajo una narración casi onírica conocemos a los tres personajes que habrán de encontrarse fatídicamente dentro del círculo: Vogel (Gian Maria Volonté), Mattei (André Bourvil) y Corey (Alain Delon). Dos ladrones, un policía y una persecución en espiral hacen de esta cinta un espectáculo perfecto, una envolvente intriga policial en la que la dirección de los actores demuestra el rigor con el que Melville desempeñaba su trabajo.

Crónica negra (Un flic, 1972)

Esta película, considerada obra menor por la crítica, cierra la filmografía del genio francés. Destaca, por supuesto, por ser auténtico Polar, cine policíaco de intriga frío y seco; pero sobre todo, destaca por ser una idea que surge íntegramente del intelecto del director. Cero adaptaciones, cero colaboraciones en la creación del guión.

Se trata de una historia clásica de policías y ladrones que cuenta el robo a un banco. Volvió a contar con la fría mirada de Alain Delon, pero esta vez, como policía, no como criminal; demostró que su registro como actor era amplio. Catherine Denueve y Richard Crenna acompañan a Delon y terminan de perfilar la atmósfera hostil del filme. Una voz en off, como ya ocurriese en anteriores películas, hace de hilo conductor de una trepidante investigación que enfrenta a dos viejos amigos, cada uno a un lado de la ley.

En Crónica negra vuelven a aparecer confidentes y chantajes que salpican al cuerpo de policía, y es que en las películas de Melville ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos. Esta manera de humanizar a los personajes y de dotarles de profundidad psicológica y dualidad es lo convierte a esta cinta en un deleite para el espectador.

Melville inmortal

Jean-Pierre murió el 2 de agosto de 1973, cuando contaba sólo con 55 años. Estaba preparando la adaptación de una novela de André Mairaux que jamás llegó a terminar. Es inevitable preguntarse cómo habría evolucionado la carrera de un director brillante que contaba con una experiencia vital y profesional tan dilatada, sobre todo a las puertas de una década que abría numerosas posibilidades en cuanto a técnica para innovar en el cine.

Nos dejó una obra hermética pero apasionante de la que han bebido numerosos directores actuales, lo que demuestra la magnitud de su trabajo. Dejó claro que se podía hacer cine de otra manera y que podía hacerse partiendo con muy pocos recursos. Pero lo que realmente diferencia a Melville de otros realizadores es el haber moldeado un subgénero y haberse convertido en su máxima representación.

Afortunadamente, su obra lo ha convertido en una figura inmortal; podemos revisitarla tantas veces como queramos y, sí, seguro que cada vez que lo hagamos nos resultará fresco y estimulante. Qué alivio pensar que sus silencios y sus sombras son ya nuestros para siempre.

 

Para la redacción de este artículo y del que lo precede se ha consultado la siguiente bibliografía que recomendamos para profundizar en el universo melviliano:

  • Jean-Pierre Melville. Sombras y silencios. Albert Galera, Editorial Rosetta.
  • Jean-Pierre Melville. Crónica de un Samurái. José Francisco Montero, Shangrila ediciones.
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Festival Cine francés Te recomendamos

La película que se bebió a Vincent Cassel

El director francés Erick Zonca vuelve para dirigir a los actores Vincent Cassel y Romain Duris en su última película ‘Sin dejar huellas’.

Dentro de la programación de My French Film Festival nos topamos en la sección oficial con el esperado regreso al cine del director de La vida soñada de los ángeles (Vie rêvée des Anges, 1998). Después de 20 años de ausencia Erick Zonca vuelve con la cinta Fleuve noir (2018), presentada en español bajo el título menos críptico Sin dejar huellas, un retorcido polar de corte clásico basado en la novela policíaca Expediente de desaparición del escritor israelí Dror Mishani. En él,  Zonca ha dirigido a un elenco de actores ya consagrado compuesto por Vincent Cassel, Romain Duris y Sandrine Kiberlain.

El argumento

El hijo adolescente de la familia Arnault, Dany, desaparece sin dejar rastro de la noche a la mañana. Su madre, Solange acude desesperada a la policía. El encargado de investigar el caso es François Visconti, un policía desengañado, con problemas graves de alcoholismo y un hijo adolescente que tontea con el narcotráfico. Durante el proceso de recabar información, Visconti conoce a Yan Bellaille, el vecino de la familia Arnault que fue profesor del joven Dany y que está interesado por la investigación. Quizá demasiado interesado.

La atmósfera y el guión

Cuando se trata de un thriller, ¿es más importante la atmósfera o la intriga de la trama? ¿Las situaciones que plantea o cómo están interpretadas? Probablemente haya tantas opiniones al respecto como espectadores. En el caso de Sin dejar huellas Erick Zonca ha estado más acertado con la ambientación de la película que con el propio guión.

Por una parte, el ambiente. La fotografía en la película está cargada de la oscuridad propia del género y es llevada a través de una cámara en continuo movimiento que enfoca y desenfoca, que abre y cierra planos; con una banda sonora lúgubre que destaca por su sutileza: acompaña pero no sobresalta. El director consigue así que entremos de lleno en la atmósfera fría, casi hostil, que nos ofrece.

Para cuando llega el giro final ya nos hemos olvidado de lo que nos había chirriado por el camino y nos quedamos con ese sabor de boca tan amargo que pretendía el director desde el principio.

Por otra parte, el guión. La trama se desarrolla a fuego lento hasta que nos vemos atrapados en una telaraña donde todos son sospechosos en la que las pistas no llevan a ninguna parte. Zonca consigue crear incertidumbre, pero por desgracia deja algunos cabos sueltos y tramas secundarias sin resolver de las que se podría prescindir. Sin embargo, tanto este obstáculo como el ritmo lento de los acontecimientos no impiden que la tensión se apodere de una en la butaca, sobre todo cuando se acerca el sorprendente giro final que cae como un jarro de agua fría. Para entonces ya nos hemos olvidado de lo que nos había chirriado por el camino y nos quedamos con ese sabor de boca tan amargo que pretendía el director desde el principio. Porque a estas alturas nadie puede ser tan ingenuo como para esperar un final feliz de un buen noir francés, ¿verdad?.

Los personajes y la interpretación

Ya sea en la literatura o en el cine, una historia de intriga policíaca bien construida necesita clichés que la sitúen dentro del género. Y no hay mayor cliché que el del inspector solitario, demacrado y alcohólico; con traumas sin resolver y mal carácter. El personaje del inspector François Visconti –que estaba pensado en un principio para el mismísimo Gerard Depardieu– eleva el estereotipo a la enésima potencia.

No es fácil desarrollar un personaje así y que resulte natural. Si esta fuese una película española el papel hubiese sido seguramente para José Coronado y quizá no hubiese resultado tan creíble. Afortunadamente es un deslumbrante Vincent Cassel quien da vida al torturado detective –gracias, Erick Zonca-.

Lo encontramos continuamente ebrio; porque Visconti se bebe todo el whisky de Francia en esta película.

Lo encontramos envejecido, desaliñado, con pinta de necesitar una ducha y unas cuantas horas de sueño. Nos repele por su actitud xenófoba y misógina (hasta llegar a unos límites que hieren sensibilidades). Lo encontramos continuamente ebrio; porque Visconti se bebe todo el whisky de Francia en esta película. Y lo encontramos abandonado, tocado y hundido; pero sobre todo nos resulta hipnótico. Ya sea volcando la botella sin disimulo en un vasito de papel para café en la oficina, interrogando a su propio hijo a base de insultos o bailando en su cocina al ritmo de la Cumbia sobre el río de Celso Piña, Vincent Cassel carga con el peso de la película y hace que merezca la pena verla.

Romain Duris está totalmente acertado cuando interpreta al personaje del típico vecino que siempre saludaba.

Pero él no es el único que brilla en pantalla. La némesis del detective está encarnada en un preciso e irreconocible Romain Duris. El actor pone cara a Yan Bellaille, el profesor particular del chico desaparecido, que insiste –demasiado– en que la situación familiar de los Arnault ha propiciado la huída del joven.Se trata de un intelectual con pretensiones. Un escritor del tipo quiero y no puedo –con un retrato de Franz Kafka enmarcado en su improvisado despacho– que rápidamente se revela como el principal sospechoso con el que se obsesiona el inspector. Y es que, por supuesto, algo hace para que sospeche de él.

Duris está totalmente acertado cuando interpreta al personaje del típico vecino que siempre saludaba. Educado, correcto; pero maniático. Optimista, entusiasta, excesivo incluso; pero contenido de cara a su mujer o al policía, intrigante. Un personaje que, como buen titiritero, oculta demasiadas cosas.

El tercer vértice del triángulo se trata de Solange Arnault, la madre de la víctima, que se muestra sumergida en una especie de trance doloroso desde la desaparición de su hijo. Está interpretada por una maravillosa y lacónica Sandrine Kiberlain cuya mirada expresa todo lo que tiene que callar su personaje y muestra a una mujer sobrepasada por las circunstancias, a punto de explotar.

En definitiva, el trabajo de los actores (incluyendo los secundarios) rescatan el filme, que no destaca por tener un guión brillante pero que, sin embargo, atrapa desde la primera escena.

¿Por qué ver una película más de detectives y asesinatos?

Como cinéfilos seguro que hemos visto muchas -muchísimas-, películas policíacas. Thrillers con un asesino astuto, un detective sin afeitar, alguna persecución… y sí, a menudo tenemos la sensación de haber visto el mismo filme una y otra vez. Entonces, ¿por qué seguimos enganchados al suspense, al misterio, si casi siempre sabemos cómo termina? Precisamente en esta pregunta está la clave.

Sabemos lo que pasa, pero no cómo pasa. Cada cineasta ejecuta su historia de una manera diferente. Casi todas empiezan igual pero la duda es cómo van a terminar. Por eso tiene mucho mérito hacer cine de género: nos hemos convertido en consumidores exigentes y ya no nos vale cualquier resolución. Queremos originalidad, sorpresa y emoción. Por eso seguimos viendo cine policíaco. Porque esperamos que cada película nos sorprenda casi tanto como lo hizo la primera.

¿Será el caso de la película de Erick Zonca? Sólo hay una manera de averiguarlo.

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Cine francés

Francia y el cine documental

El cine documental francés ha dado grandes películas en las últimas décadas y ha posicionado al país galo dentro del género. Os traemos algunos ejemplos muy interesantes como muestra de ello.

El origen del cine documental

El primer documental de la historia de la cinematografía lo brindó el estadounidense Robert J. Flaherty en el año 1922 y se llamó Nanuk el esquimal (Nanook of the North). El inhóspito y desconocido paraje de la Bahía de Hudson, en Canadá, llegó a las retinas de cientos de personas a través de sus pantallas y pudieron conocer la dura rutina de la vida de Nanuk y su familia gracias a este filme.

Esta cinta fue la semilla que daría lugar a otras expediciones filmadas por auténticos aventureros convertidos en documentalistas. Descubrir nuevos paisajes y nuevas culturas con una cámara en la mochila desveló la inquietud de estos –también nuevos–cineastas por contar otras realidades.

En lo que respecta a este género es más importante el objeto a tratar y su narrativa que los medios con los que se cuenta. Aunque esta premisa no ha evitado en absoluto que con el paso de las décadas el cine documental haya ido cogiendo peso y prestigio en el mundo del celuloide hasta ocupar un lugar propio en el palmarés de los grandes festivales de cine.

Algunos números interesantes

Europa es uno de los continentes que más documentales de autor produce. En el caso concreto de Francia la producción superó las 2.500 horas en 2002 y sólo una década después, entre 2012 y 2014, un estudio elaborado por la agencia The Wit para la SCAM (Société Civile des Auteurs Multimédia) situó al país vecino en el top 3 de países productores de cine documental con mayor impacto a escala mundial.

Francia y el cine documental

Naturaleza, ecología, historia, investigación, arte, sociedad, política…Hay para todos los gustos e intereses. El género documental francés es amplio en cuanto a las materias que trata y, de hecho, en los últimos años el país galo ha sabido imponerse frente a la competencia gracias a producciones muy logradas.

‘Sacrificio (Sacrifice)’ de Isabelle Clarke y Daniel Costelle, 2013.

Esta miniserie documental narra los hechos y acontecimientos relacionados con el desembarco de Normandía el 6 de junio de 1944 y los cien días que le siguieron hasta la liberación de parís. Lo interesante es que lo hace a través del relato de soldados, oficiales y ciudadanos que lo vivieron en primera persona. Supuso un gran éxito en todo el mundo y se consagró como el tercer documental más visto del mundo. En la misma semana se emitió en más de un centenar de países entre Estados Unidos, Europa, Asia y Australia.

Nómadas del viento (Le peuple migrateur, 2001) de Jacques Perrin.

Este filme hace de la divulgación poesía. Sus directores nos cuentan la historia de las aves migratorias y sus rutas de vuelto con una fotografía espectacular, una banda sonora perfecta para acompañar el movimiento del batir de alas y grandes dosis de lirismo visual. Lo consiguieron no sólo gracias al equipo humano y técnico que hay detrás de la película. Tuvo mucho más que ver la espera y la paciencia de la que hicieron gala sus directores para poder obtener imágenes nunca vistas del vuelo de las aves.

Para poder aproximarse a ellas en una era sin drones tele-dirigidos y rodar estas escenas mágicas acostumbraron a las aves desde su nacimiento al sonido del ultraligero del que se sirvieron para volar junto a ellas y evitar que se asustaran o se sintieran invadidas durante su migración. No es de extrañar que ganase un premio César al Mejor Montaje y que obtuviera una nominación a los Oscar y los Goya en la categoría de Mejor Documental.

Mañana (Demain, 2016) de Mélanie Laurent y Cyril Dion.

Este documental ecologista y alterconsumista se convirtió en un fenómeno viral con más de 750.000 espectadores en Francia. La actriz Mélanie Laurent recorre 10 países junto con Cyril Dion y dos cámaras para entrevistar a numerosas personas que, a través de acciones individuales están revirtiendo el impacto de la contaminación en el planeta. Mañana batió el récord mundial de captación colaborativa a través de un crowdfundind para su realización (444.390 euros en dos meses gracias a donaciones particulares). Es necesario verlo y difundirlo porque en él se demuestra que reinventar la agricultura, la energía y la economía es posible.

Caras y lugares (Visages Villages, 2017) de Agnès Varda y Jean René.

Pudimos ver este documental en la edición 23 del Festival de Cine francés y Francófono de Málaga que organiza cada año la Alianza Francesa. Las figuras creativas de la gran pionera y cineasta belga Agnés Varda y el artista gráfico Jean René se unen para dar forma a una película imprescindible que formó parte de la selección oficial de Cannes.

Ambos son autores y protagonistas de esta road-movie y ambos sienten un profundo amor hacia el arte. Es la diferencia de edad y de perspectiva lo que hace del documental un encuentro intergeneracional tan enriquecedor. A su paso se topan con personas anónimas dedicadas a diferentes oficios y gremios, y esto propicia una conversación continua sobre la creatividad y la posición del artista en el mundo entre estas dos grandes personalidades.

Con el cine documental llegamos a conocer la realidad o, si se prefiere la no-ficción, a través de los sonidos y las imágenes que provienen del punto de vista único de un realizador o una realizadora. Tanto crear como consumir documentales supone una manera de registrar el mundo en el que vivimos y las infinitas situaciones que se dan en él. Cada región tiene una manera particular de hacer documentales que estará más o menos sesgada por su cultura, y por tanto profundizar en el género significa profundizar en la realidad global y cultural del mundo. El cine documental, no nos quema duda, nos hace mejores seres humanos.

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Actualidad Cine francés Festival

My French Film Festival: cuando Internet hace su magia

Cinéfilos, cinéfilas: estamos de enhorabuena. En menos de diez días dará comienzo la novena edición de My French Film Festival. Te contamos todo lo que necesitas saber sobre el primer festival de cine online de alcance global.

Venecia, Cannes, Sundance, Tribeca, Berlín, Toronto… Todos estos destinos por los que a muchos nos gustaría dejarnos caer a la primera oportunidad tienen en común que son cuna de prestigiosos festivales de cine. Cada vez que se aproxima la fecha de alguno de ellos los amantes del cine nos empapamos de la programación aunque no podamos asistir; leemos con avidez las noticias relacionadas con el evento y las críticas firmadas por las plumas más importantes del mundillo. Sin embargo las propias películas, que es lo que nos importa de verdad y lo que nos hace mordernos las uñas de impaciencia, no las podemos ver.

En estos casos sólo nos queda conformamos con ver el tráiler de las cintas proyectadas y esperar durante meses –muchos meses– a que, con un poco de suerte, estrenen las que nos interesan en los cines de nuestra ciudad. Por eso la iniciativa que desde 2012 impulsa Unifrance con My French Film Festival es tan interesante.

Un festival de cine a un click

Imagina poder ver toda la selección de un festival de cine desde la comodidad de tu sofá desde cualquier parte del mundo. Imagina disfrutar de las películas en primicia a la hora que mejor te venga y participar en él votándolas después. En esto consiste My French Film Festival, el primer festival de cine online de alcance global que, para nuestro gozo, está dedicado al cine francés y francófono. Un concepto inédito, totalmente revolucionario, que tiene como objetivo promocionar a las nuevas promesas del cine francés

Cartel de la novena edición de My French Film Festival

¿Dónde y cómo se pueden disfrutar las películas?

Es España la plataforma a través de la que podremos ver la selección del festival es Filmin. Desde el 18 de enero al 18 de febrero estarán disponibles los diez largometrajes y los diez cortometrajes franceses que entran a concurso. Los internautas/espectadores están invitados a puntuar todas las películas e incluso a comentarlas o reseñarlas en el sitio oficial de My French Film Festival. La selección consta también de dos cintas belgas a concurso, y, fuera de él, un filme clásico y dos películas canadienses. Una oportunidad estupenda para ponerle acento a cada nacionalidad.

La buena noticia es que, además, las películas se proyectan en numerosas salas de cine en todo el mundo. Aunque todavía no hay información sobre las ciudades afortunadas donde poder verlas, confiamos en tener alguna cerca para poder disfrutar de la experiencia en su totalidad. Por otra parte, si tienes previsto algún vuelo quizá tengas la suerte de poder ver cine francés en las nubes. Las películas del Festival se proyectan en los vuelos de numerosas compañías aéreas como es el caso, por supuesto, de Air France. Toda esta información se ampliará en los próximos días en el sitio oficial de My French Film Festival.

El Palmarés

Como en todos los festivales de cine, My French Film Festival cuenta con su propio palmarés. Son tres los premios a los que optan las películas participantes. El Premio Chopard de los Cineastas, cuyo jurado está compuesto por directores de cine internacionales; el Premio de la Prensa Internacional, que otorgan periodistas de grandes diarios; y he aquí lo más emocionante: el Premio Lacoste del Público que decidirán internautas del mundo entero a través de sus votos.

En la octava edición del festival, la de 2018 -con más de 12 millones de visionados-, el jurado del Chopard estuvo presidido por el magnífico director italiano Paolo Sorrentino (Il Divo, La Grande Bellezza). Pero no estuvo solo. Le acompañaron el director franco-marroquí Nabil Ayouch (Chevaux de dieu, Much Loved), el francés Kim Chapiron (Sheitan, Dog Pound), la directora francesa Julia Ducornau, que con su ópera prima Crudo llamó la atención del público y la crítica de todo el globo, y el prolífico director filipino Brillante Mendoza (Kinatay, Masahista).

En  ediciones anteriores siempre ha habido un director de renombre presidiendo el jurado: Jean-Pierre Jeunet, Pablo Trapero, Nicolas Winding Refn, Michel Gondry… No son precisamente cineastas inexpertos, lo que confiere cierto prestigio al Festival. Confesamos que en Lien estamos impacientes por saber qué realizadores compondrán el jurado de este año.

https://www.youtube.com/watch?v=A7mSmtyYB4U

Para todo hay un precio

Pero el de este Festival es realmente asequible. De hecho, cada año My French Film Festival es gratuito en algunas regiones que van cambiando con cada nueva edición. En 2019 se benefician de ello América Latina, Rusia, Polonia, Rumanía, Africa y la India. En el resto de regiones el coste por película es de 1’99 euros mientras que el paquete para poder acceder a todas las películas del festival tiene un coste de 7’99 euros. Además, todos los cortometrajes son completamente gratuitos en cualquier parte del mundo.

Visibilizar el trabajo de jóvenes cineastas

El principal objetivo que tiene Unifrance con este Festival es promocionar y valorar el trabajo de los nuevos talentos cinematográficos que emergen en Francia. Es de vital importancia incentivar la creación de cultura de un país y son iniciativas como esta las que lo consiguen. Vivir en un mundo globalizado, continuamente online envuelto en un exceso de información tiene sus claros y sus oscuros. Sin embargo, que cualquier persona desde cualquier rincón del mundo pueda disfrutar del CINE (si se me permiten las mayúsculas) y sentirse parte de un proyecto cultural de envergadura mundial arroja, sin duda, mucha -pero mucha- luz sobre tanta sombra.

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Diccionario Cine francés

Los premios César del cine

La ceremonia de los César premia cada año los logros más destacados del cine francés y pone de relieve el reconocimiento hacia la profesión de técnicos, artistas y directores.

Uno de los valores más importantes que otorgan tanto los festivales de cine como las ceremonias de entrega de premios al mundo del celuloide es poner de manifiesto el carácter eminentemente colectivo de la creación cinematográfica. Cada película es un proyecto único que cuenta con un equipo muy amplio de profesionales que ven su trabajo y esfuerzo recompensados cada vez que un filme resulta premiado.

Un palmarés propio

La historia de los Premios César se remonta al año 1975. El fundador de la Academia de Artes y Técnicas de Cine, Georges Cravenne (1914-2009), quería para Francia lo mismo que tenía el glamuroso Hollywood. Encontró el homólogo francés perfecto de los Óscars en la escultura de su amigo César Baldaccini, cuyo nombre recibe el trofeo que se entrega a los triunfadores en cada ceremonia.

Aún así, la idea de crear un equivalente francés germinó en mí hasta el día en que el nombre de mi amigo César, escultor del genio, se impuso con su escultura. Oscar, César; cinco letras tan rimadas que el nacimiento de la segunda se había hecho evidente, por el bien de la promoción del cine. – Georges Cravenne.

Para administrar y dirigir esta Academia Cravenne creó al mismo tiempo la Asociación para la Promoción del Cine. Esta asociación, que cuenta con 13 miembros que rotan cada cinco años, reúne a los profesionales de la industria francesa que han sido distinguidos con un Oscar y a otras personalidades que destacan por su acción a favor de la misma.

Los Oscar, creo, nacieron en 1927. Tenía entonces 13 años, y desde esa edad (¡hoy muy lejos!) he estado obsesionado por la existencia de este personaje emblemático, no de carne y hueso, sino de bronce y de dorado, cuya reputación era global. ¿Eran celos? ¿Una imitación?. – Georges Cravenne.

 

Qué premian los César

Cada febrero tiene lugar la mágica Noche de los César en el impresionante Teatro de Châtelet de París. Año tras año, los miembros de la Academia distinguen con sus votos a los artistas, técnicos y películas más notables que se han estrenado en salas de cine entre el 1 de enero y el 31 de diciembre del año anterior.

Al igual que sucede con los Oscar o los Goya españoles los principales premios se entregan a la Mejor Película, la Mejor Dirección, Mejor Actriz y Mejor Actor. En sus orígenes, los Premios César contaban sólo con 13 categorías. En la actualidad suman hasta 19 las categorías en las que compiten los nominados. Entre ellas están algunas como Mejor Opera Prima, Mejor Documental, Mejor Guión Original, Mejor Adaptación, etc.

Cabe mencionar las dos películas que baten el récord con el mayor número de césares. Lo hicieron El último metro (Le dernier métro) de François Truffaut en 1980 y, una década más tarde, Cyrano de Bergerac de Jean-Paul Rappeneau. Ambas se hicieron con 10 premios y comparten podium con la célebre Un profeta (Un prophète) de Jacques Audiard que se alzó con nueve galardones en 2009.

El César Honorífico

Por supuesto, anualmente se entrega el prestigioso César de Honor en reconocimiento a la carrera de alguna figura emblemática del cine, aunque no sea necesariamente francesa. Se adjudicó por primera vez en 1977 a Jacques Tati. Desde entonces, se le ha dedicado a personalidades tan diversas y prestigiosas como Marcel Carné (1979), Michèle Morgan (1992), Jeanne Moreau (1995), Jean Rochefort y Johnny Depp (1999), Meryl Streep (2003), Will Smith y Jacques Dutronc (2005), Pierre Richard y Hugh Grant (2006), Jude Law y Marlène Jobert (2007).

Aunque de momento hay poca información sobre la edición de 2019, que será la 44ª ceremonia, sabemos que se rendirá un sentido homenaje a Charles Aznavour, fallecido el pasado octubre y que también recibió el César de Honor en 1997.

Más allá de la frivolidad de las alfombras de terciopelo, del glamour inaccesible de las celebridades; más allá de los intereses económicos o de cualquier tipo que puedan existir, que se celebren este tipo de ceremonias en diferentes países siempre es una buena noticia.

Es una manera de atraer la mirada del público hacia una industria que, como si de un iceberg se tratase, sólo nos deslumbra con los nombres más conocidos pero que necesita de un muy extenso número de profesionales para desarrollarse que se encuentran en ese lado menos brillante o lujoso, el lado oculto, pero imprescindible, del cine.

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Actualidad Cine francés

Desplechin: a vueltas con el pasado

Se acaba de estrenar el nuevo trabajo del francés Arnaud Desplechin. El director se rodea en esta ocasión del star-system galo para dar vida a los personajes de Los fantasmas de Ismaël, un drama con forma triangular.

El concepto de triángulo amoroso se ha explorado una y otra vez en la ficción. Uno de los pioneros fue Homero, cuando tuvo a bien que Ulises en la Odisea se topara con la bella Calipso mientras que su esposa, Penélope, lo esperaba en Ítaca rechazando a un pretendiente tras otro. Pero no hay que irse tan atrás ni limitarse a la literatura. En el cine se trata de un argumento recurrente que -casi- siempre funciona.

Lo vimos en Jules et Jim (1962) de François Truffaut, en Y tu mamá también (2001), el road trip a la mexicana de Alfonso Cuarón; lo vimos en la perturbadora Los soñadores (The dreamers, 2003) de Bertolucci o en Los amores imaginarios (Les amour imaginanaires, 2010) del enfant terrible canadiense Xavier Dolan. La lista podría seguir y seguir y todavía nos quedaría alguna película en el tintero para añadir. Sea como sea, la fórmula funciona. Es fácil conectar psicológicamente con lo que vemos en la pantalla si lo que nos muestran se parece de alguna manera a nuestras vivencias o fantasías. Y es que, ¿quién no tiene un amigo o amiga que se ha visto involucrado en una situación así?

El francés Arnaud Desplechin apuesta precisamente por un triángulo amoroso en su recién estrenada Los fantasmas de Ismaël.

El francés Arnaud Desplechin apuesta precisamente por un triángulo amoroso en su recién estrenada Los fantasmas de Ismaël (Les fantômes d’Ismaël, 2018). En esta película nos retrata a Ismaël, alter ego de Desplechin e interpretado por el actor Mathieu Amalric, un director de cine sumido en una profunda crisis personal y profesional que mantiene una relación con la dulce Sylvia, una astrofísica a quien da vida la gran Charlotte Gainsbourg. Pero pronto, como si fuese un fantasma, irrumpe en escena Carlotta, en la piel de Marion Cotillard, la mujer de Ismaël desaparecida, dada por muerta desde hace más de 20 años. En ese momento todo parece volverse inestable e Ismaël oscila entre el pasado y el presente. Entre Sylvia, que representa lo tangible y el ahora, la establidad; y Carlotta, la pasión inolvidable del pasado envuelta en un halo misterioso.

El filme, que fue la película de apertura del Festival Internacional de Cine de Cannes de este año, está enmarcado en el género de la tragicomedia y revela ciertos toques del cine de espías clásico. Está cargado de autoreferencias a la obra anterior de Desplechin y, a pesar de lo críptica que pueda resultar la cinta en ese sentido, el director derrocha libertad creativa durante toda la película. La abre en varias direcciones dándole diferentes significados a lo que narra; llevándonos de lo real a lo onírico sin casi darnos cuenta, sobreponiendo unas capas sobre otras al más puro estilo impresionista. Y aunque suene a maraña complicada, sólo por ver a Cotillard y a Gainsbourg compartiendo pantalla y entretejiéndose en la trama de la cinta, ya merece la pena ir al cine a ver lo último de Desplechin.

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Monográficos Cine francés

Melville (Volumen I): llamadme Jean-Pierre

Nos sumamos al homenaje que el Festival de Cine Francés de Málaga rindió a Jean-Pierre Melville el pasado octubre en su XXIV edición con un monográfico en dos volúmenes dedicado a uno de los directores más brillantes de la historia del cine europeo.

Todos los directores de cine tienen el mismo sueño. Anhelan crear con total libertad y dar con el equilibrio perfecto entre lo artístico y lo técnico; buscan trascender a través de su obra y, por supuesto, hacer historia. Pero no todos pueden ser Fellini o Bergman, claro. Sólo unos pocos cuentan con la disciplina, el talento y, sí, la obsesión necesaria para ello. Es el caso de Jean-Pierre Melville, una rareza en el panorama cinematográfico francés de los 50. Fue un cineasta autodidacta, creó su propio estudio de cine y terminó siendo todo un referente del género policíaco europeo.

Para los chicos de la Nouvelle Vague Melville fue una especie de gurú o padrino en el que inspirarse. No tanto por sus películas, que no casaban en absoluto con el estilo que adoptó la nueva ola, sino por la libertad y la radicalidad de las que el director hacía gala. Tanto es así que en 1960 Godard le propuso un breve cameo en Al final de la escapada (À bout de soufflé). En la escena que rodaron juntos el maestro galo aparece, cómo no, con ese sombrero convertido en icono y sus inseparables gafas de sol. Inspirándose en el ruso Navokov interpreta el papel de Parvulesco, un escritor de éxito que está dando una rueda de prensa al aire libre. Entre los periodistas que le lanzan una pregunta tras otra observamos a una prudente Jean Serberg. “¿Cuál es su principal ambición en la vida?”, le pregunta la chica. El escritor se quita las gafas y mirándola directamente contesta: “volverme inmortal y, después, morir”.

Lo más probable es que esta respuesta la improvisara al margen del guión original de Chabrol y Truffaut, que seguro estarían encantados con tal licencia. Y también es probable, o al menos es lógico pensarlo, que tal ambición fuese la del propio Melville y no sólo la del personaje que interpretaba. Sea como fuere, lo consiguió. Alcanzó la inmortalidad con los trece largometrajes que componen su filmografía.

Chez Melville

Ante todo, Melville fue un cinéfilo declarado. En su infancia estuvo obsesionado con Keaton, Chaplin y Lloyd. Pero cuando el cine se volvió sonoro algo cambió para el joven Jean-Pierre y la única realidad que le interesaba era la que se proyectaba en la pantalla. Todo cuanto hacía era ver más y más cine. Totalmente abducido, absorbió tanta información durante esos años que para cuando debutó con El silencio del mar (Le silence de la mer) en 1949 ya tenía muchos más conocimientos a nivel técnico que cualquier director en activo en toda Francia.

“Cada vez que veo una de mis películas de nuevo, entonces y sólo entonces puedo ver lo que debería haber hecho” – Jean-Pierre Melville.

Pero no tuvo más remedio que renunciar a su pasión cuando le llamaron a filas en el 37 para, tres años más tarde, vivir en primera línea la invasión nazi. El largo tiempo que pasó en la Resistencia y su experiencia directa con la violencia fueron cruciales a muchos niveles para él, y se refleja sobre todo en los primeros años de su carrera fílmica -como veremos en la segunda parte de este monográfico-.

Fue durante esos años cuando decidió abandonar para siempre el apellido familiar heredado, Grumbach, y adoptar el del autor de Moby Dick, por quien sentía especial devoción. Melville, el director, buscaba obsesivamente la perfección en el desarrollo de sus películas. Por ello resulta casi natural asociar esta obsesión con la del infatigable Capitán Ahab por la gran ballena blanca de la historia de Melville, el escritor.

Melville Productions presents

Pero el cambio de apellido no fue la única decisión importante que tomó durante estos años: quería montar sus propios estudios de cine y trabajar con total libertad creativa. Se aferró a este nuevo objetivo vital y cuando terminó la guerra, después de algunos encontronazos con el sindicato de técnicos cinematográficos y comprobar lo difícil que era obtener producción para sus películas, decidió formar su propia productora. Melville Productions creció y el director, por supuesto, no se conformó solo con su sello. Fundó por fin sus propios estudios y así comenzó su carrera. Sin duda, una de las más singulares de la historia del cine europeo. Desafortunadamente y para desesperación del realizador, un incendio destruyó todo su imperio. Dicen las malas lenguas que tal vez ese fuego fuera intencionado, ya que el carácter de Melville, tan inaccesible y soberbio, le hizo ganarse algún que otro enemigo en el mundillo.

Sin embargo, sólo le tomó un año recuperarse y retomar sus proyectos. En total realizó catorce películas. La primera de ellas consistió en un corto llamado 24 horas en la vida de un payaso (24 heures de la vie d’un clown, 1946) que funcionó como una especie de extraño prólogo a su obra en el que el director rendía un nostálgico homenaje al mundo del circo, que tan importante fue para él durante su infancia más temprana. Pero el tono del corto no funcionó muy bien para el exigente director. Se prometió a sí mismo que en el futuro se ceñiría a una narración más fría y hermética; y lo hizo sin ninguna transigencia hacia lo sentimental.

Un universo singular

Y cumplió su promesa. Tras el fiasco del cortometraje Melville perfiló su hermético estilo y jamás lo relajó. Se puede observar en su filmografía que las escenas de amor, prácticamente, brillan por su ausencia y las connotaciones sexuales son anecdóticas. La comedia, ni que decir tiene, era algo que en absoluto tenía cabida en el imaginario fílmico del cineasta.

“Una escena de amor, con un hombre y una mujer en la cama, es difícil de filmar y todas las que he visto están mal filmadas. Por eso yo no las ruedo nunca.” – Jean-Pierre Melville.

Sobre todo dos elementos influenciaron la obra de realizador por encima de otros: la literatura universal, que recibe numerosos guiños y adaptaciones en sus películas, y el noir norteamericano de los años 30 y 40 que consumía compulsivamente. Por algo era conocido como “el más americano de los realizadores franceses y el más francés de los realizadores americanos”. Jamás abandonó la influencia estética del cine clásico de Hollywood, aunque tampoco perdió nunca el respeto por las convenciones narrativas francesas. Como buen maestro del cine Polar, logró el tándem perfecto entre los dos mundos.

Los hombres que amaban a Melville

Llama la atención el hecho de que el universo melviliano es eminentemente masculino. Desde luego, los personajes femeninos han tenido cabida en su repertorio. Por ejemplo en filmes como Los niños terribles (Les enfants terribles, 1950) o Léon Marin, sacerdote (Léon Marin, pêtre, 1961) están protagonizados por mujeres de carácter, activas y fuertes. Pero a grandes rasgos sus personajes principales son siempre masculinos. Generalmente se trata de hombres infranqueables, lacónicos, solitarios, introvertidos, pesimistas, alcohólicos… y es que Melville exploró como nadie a esas balas perdidas del hampa más cruel que habitan al margen de la ley y se mofan del orden establecido.

“El vestuario del hombre tienen una importancia capital en mis películas, estoy muy ligado al fetichismo del vestuario. El vestuario de una mujer me importa menos.” – Jean-Pierre Melville.

Trabajó a menudo con actores desconocidos, pero también con verdaderas estrellas del momento como Henri Decae, Jean-Paul Belmondo o Alain Delon, a lo que se acostumbró pronto y llegó a considerar a las celebridades cocreadoras de sus películas. Sin embargo, al igual que ocurría con Stanley Kubrick, otro pez gordo del celuloide, Melville tenía cierta fama de maltratar a sus actores y llevarlos al extremo. No obstante, llegó a declarar que para él era “preciso que los actores se sientan bien en una película, esto es indispensable”. Pero lo cierto es que en su –enfermizo– afán por alcanzar la perfección a menudo el trato hacia estos era despótico y desagradable.

Un sello inconfundible

Es incuestionable la rigurosidad técnica que exhibía el parisino en sus obras. El realizador hacía las veces de coreógrafo: cada movimiento que aparecía en la pantalla estaba profundamente estudiado. Nada era improvisación ni casualidad. Los encuadres de los planos siempre lograban sacar los mejor de los actores, pero también del set. Esto, junto con la voz en off que a menudo guía al espectador a lo largo de la película, genera una atmósfera del todo magnética capaz de atrapar a cualquiera con un mínimo de sensibilidad artística.

La iluminación, la cámara en mano, los jump cuts en la edición… Melville dirigía de manera extraordinaria. Este hecho se apreciaba a través del trabajo de su equipo de intérpretes. Al parisino le encantaba el underplay, es decir, que los actores no expresaran nada con el rostro, salvo el comportamiento, para añadir así misterio a la gestión del personaje. Hace falta ser muy buen actor para resolver una técnica así de compleja y con tantos matices, pero también es necesario ser muy bien dirigido para conseguir brillar con ella.

Consejo para cinéfilos

Hoy hablamos de ese tipo de director del que uno podría elegir cualquier película de su filmografía y acertaría. Directores contemporáneos tan dispares como Pedro Almodóvar, Nicolas Winding Refn, Carlos Vermut, Quentin Tarantino o John Woo, por mencionar sólo a unos pocos, han manifestado abiertamente la admiración que sienten hacia el director galo y la influencia que sus películas, especialmente las de gánsteres, han tenido en ellos.

Que profesionales del cine que rozan la genialidad en estilos tan diferentes tengan como punto de referencia común la obra del francés sólo puede significar una cosa: Melville es bueno. Realmente muy bueno. Por eso, cinéfila, cinéfilo: si todavía no has visto ninguna sus películas tienes que hacerlo cuanto antes. Todo lo que tienes que saber sobre cine está en sus películas. Déjate seducir por todo lo que el tipo de sombrero y gafas oscuras tiene para ti.

 

Para la redacción de este artículo y del que lo continúa se ha consultado la siguiente bibliografía que recomendamos para profundizar en el universo melviliano:

  • Jean-Pierre Melville. Sombras y silencios. Albert Galera, Editorial Rosetta.
  • Jean-Pierre Melville. Crónica de un Samurái. José Francisco Montero, Shangrila ediciones.
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Actualidad Cine francés

Cine en francés a la sombra de la Giralda

En la numeración de las artes el cine ocupa el séptimo lugar. Pero lo más probable es que en Francia se encuentre algunos puestos más arriba. La industria cinematográfica francesa está en auge y muestra de ello es la programación del reciente Festival de Cine Europeo de Sevilla.

En su XV edición el Festival ha contado con 115 estrenos nacionales y 35 mundiales, una cifra nada desdeñable. De hecho, es como asomarse a la ventana perfecta para tener una panorámica completa de lo que se cuece en el cine europeo, desde el más tradicional al más vanguardista. Pero lo interesante es que 11 de las películas que se han presentado en la Sección Oficial son producciones o coproducciones francesas; y que en la Sección Oficial Fuera de Competición 4 de las 5 cintas proyectadas tenían también acento francés.

Entre las coproducciones se encuentra la ucraniana Donbass de Sergei Loznitsa, que se alzó victoriosa con el Giraldillo de Oro y que muestra una reflexión sobre el conflicto entre Ucrania y Rusia a medio camino entre el género documental y la ficción. Pero este no es el único premio del Festival. El Palmarés es amplio y el cine francés ha tenido su espacio en él.

Es el caso de M  (2018), el documental rodado en yiddish de estilo cinéma verité de Yolande Zauberman. Resultó premiado en la categoría de mejor dirección. La realizadora, tras siete años de ausencia, vuelve a entrar al circuito de los festivales europeos dando voz a un hombre que sufrió abuso sexual en su infancia dentro de una comunidad judía ortodoxa en Israel. Zauberman, con su cámara en mano, consigue acompañarle a través de un universo hermético y hostil para arrojar algo de luz y esperanza sobre un asunto tan doloroso.

El premio al mejor actor se ha entregado por partida doble a Vincent Lacoste y Pierre Deladonchamps, protagonistas de Vivir deprisa, amar despacio (Plaire, aimer et courir vite, 2018). El largometraje, firmado por el transgresor Christophe Honoré, nos traslada a 1990 para mostrarnos, en una historia marcada por la fatalidad del SIDA, como el primer amor y el último no son incompatibles.

Por otro lado, y por cuarto año consecutivo, la Asociación Andaluza de Mujeres de los Medios Audiovisuales (AAMMA) otorga el premio Women in focus. En esta ocasión ha sido para Pearl (2018), el debut de la francesa Elsa Amiel. La directora nos muestra las luces y las sombras de la vida de una mujer, interpretada por la culturista suiza Julia Föry, que ha consagrado su existencia al bodybuilding.

Aunque no ha resultado premiada en esta ocasión, hay que destacar el estreno del último trabajo de uno de los nombres más importantes del panorama cinematográfico francés actual. La cineasta Mia Hansen-Love presentó Maya (2018) en la Sección Oficial. La cinta, protagonizada por Suzan Anbeh y Roman Kolinka nos lleva hasta los exóticos paisajes de la India, donde seremos testigos de la atracción casi mística que experimentan sus personajes, un reportero de guerra que arrastra la oscuridad de quién ha presenciado el horror en primera persona y una joven llena de vitalidad que le hará replantearse cada aspecto de su vida.

Fuera de competición encontramos cintas como Mektoub, My Love: canto uno (2018), el último filme del director franco-tunecino Abdellatif Kechiche sobre el que os hablábamos la semana pasada. Además se presentó el drama At War (En guerre, 2018) de Stéphane Brizé y la trepidante Close Enemies (Frères ennemis, 2018) de David Oelhoffen. En el primer filme Vincent Lindon se pone al frente de la lucha obrera cuando el director de la fábrica en la que trabaja decide cerrarla repentinamente dejando en la calle a más de 1100 empleados.  En el segundo, Matthias Schoenaerts y Reda Kateb dan vida a dos amigos que toman caminos muy diferentes: el de la ley y el de la delincuencia.

Teniendo en cuenta la gran cantidad de festivales de cine que tienen lugar en diferentes ciudades a lo largo del mapa; sumados a los numerosos estrenos en blu-ray y dvd que semanalmente llegan a nuestro país y las plataformas digitales que proliferan para fortuna y gozo de los millenials (y los no tan millenials), cada vez es más sencillo disfrutar del séptimo arte. Aunque en el corazón de muchos cinéfilos siempre será el primero.

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