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My French Film Festival: cuando Internet hace su magia

Cinéfilos, cinéfilas: estamos de enhorabuena. En menos de diez días dará comienzo la novena edición de My French Film Festival. Te contamos todo lo que necesitas saber sobre el primer festival de cine online de alcance global.

Venecia, Cannes, Sundance, Tribeca, Berlín, Toronto… Todos estos destinos por los que a muchos nos gustaría dejarnos caer a la primera oportunidad tienen en común que son cuna de prestigiosos festivales de cine. Cada vez que se aproxima la fecha de alguno de ellos los amantes del cine nos empapamos de la programación aunque no podamos asistir; leemos con avidez las noticias relacionadas con el evento y las críticas firmadas por las plumas más importantes del mundillo. Sin embargo las propias películas, que es lo que nos importa de verdad y lo que nos hace mordernos las uñas de impaciencia, no las podemos ver.

En estos casos sólo nos queda conformamos con ver el tráiler de las cintas proyectadas y esperar durante meses –muchos meses– a que, con un poco de suerte, estrenen las que nos interesan en los cines de nuestra ciudad. Por eso la iniciativa que desde 2012 impulsa Unifrance con My French Film Festival es tan interesante.

Un festival de cine a un click

Imagina poder ver toda la selección de un festival de cine desde la comodidad de tu sofá desde cualquier parte del mundo. Imagina disfrutar de las películas en primicia a la hora que mejor te venga y participar en él votándolas después. En esto consiste My French Film Festival, el primer festival de cine online de alcance global que, para nuestro gozo, está dedicado al cine francés y francófono. Un concepto inédito, totalmente revolucionario, que tiene como objetivo promocionar a las nuevas promesas del cine francés

Cartel de la novena edición de My French Film Festival

¿Dónde y cómo se pueden disfrutar las películas?

Es España la plataforma a través de la que podremos ver la selección del festival es Filmin. Desde el 18 de enero al 18 de febrero estarán disponibles los diez largometrajes y los diez cortometrajes franceses que entran a concurso. Los internautas/espectadores están invitados a puntuar todas las películas e incluso a comentarlas o reseñarlas en el sitio oficial de My French Film Festival. La selección consta también de dos cintas belgas a concurso, y, fuera de él, un filme clásico y dos películas canadienses. Una oportunidad estupenda para ponerle acento a cada nacionalidad.

La buena noticia es que, además, las películas se proyectan en numerosas salas de cine en todo el mundo. Aunque todavía no hay información sobre las ciudades afortunadas donde poder verlas, confiamos en tener alguna cerca para poder disfrutar de la experiencia en su totalidad. Por otra parte, si tienes previsto algún vuelo quizá tengas la suerte de poder ver cine francés en las nubes. Las películas del Festival se proyectan en los vuelos de numerosas compañías aéreas como es el caso, por supuesto, de Air France. Toda esta información se ampliará en los próximos días en el sitio oficial de My French Film Festival.

El Palmarés

Como en todos los festivales de cine, My French Film Festival cuenta con su propio palmarés. Son tres los premios a los que optan las películas participantes. El Premio Chopard de los Cineastas, cuyo jurado está compuesto por directores de cine internacionales; el Premio de la Prensa Internacional, que otorgan periodistas de grandes diarios; y he aquí lo más emocionante: el Premio Lacoste del Público que decidirán internautas del mundo entero a través de sus votos.

En la octava edición del festival, la de 2018 -con más de 12 millones de visionados-, el jurado del Chopard estuvo presidido por el magnífico director italiano Paolo Sorrentino (Il Divo, La Grande Bellezza). Pero no estuvo solo. Le acompañaron el director franco-marroquí Nabil Ayouch (Chevaux de dieu, Much Loved), el francés Kim Chapiron (Sheitan, Dog Pound), la directora francesa Julia Ducornau, que con su ópera prima Crudo llamó la atención del público y la crítica de todo el globo, y el prolífico director filipino Brillante Mendoza (Kinatay, Masahista).

En  ediciones anteriores siempre ha habido un director de renombre presidiendo el jurado: Jean-Pierre Jeunet, Pablo Trapero, Nicolas Winding Refn, Michel Gondry… No son precisamente cineastas inexpertos, lo que confiere cierto prestigio al Festival. Confesamos que en Lien estamos impacientes por saber qué realizadores compondrán el jurado de este año.

https://www.youtube.com/watch?v=A7mSmtyYB4U

Para todo hay un precio

Pero el de este Festival es realmente asequible. De hecho, cada año My French Film Festival es gratuito en algunas regiones que van cambiando con cada nueva edición. En 2019 se benefician de ello América Latina, Rusia, Polonia, Rumanía, Africa y la India. En el resto de regiones el coste por película es de 1’99 euros mientras que el paquete para poder acceder a todas las películas del festival tiene un coste de 7’99 euros. Además, todos los cortometrajes son completamente gratuitos en cualquier parte del mundo.

Visibilizar el trabajo de jóvenes cineastas

El principal objetivo que tiene Unifrance con este Festival es promocionar y valorar el trabajo de los nuevos talentos cinematográficos que emergen en Francia. Es de vital importancia incentivar la creación de cultura de un país y son iniciativas como esta las que lo consiguen. Vivir en un mundo globalizado, continuamente online envuelto en un exceso de información tiene sus claros y sus oscuros. Sin embargo, que cualquier persona desde cualquier rincón del mundo pueda disfrutar del CINE (si se me permiten las mayúsculas) y sentirse parte de un proyecto cultural de envergadura mundial arroja, sin duda, mucha -pero mucha- luz sobre tanta sombra.

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Diccionario Cine francés

Los premios César del cine

La ceremonia de los César premia cada año los logros más destacados del cine francés y pone de relieve el reconocimiento hacia la profesión de técnicos, artistas y directores.

Uno de los valores más importantes que otorgan tanto los festivales de cine como las ceremonias de entrega de premios al mundo del celuloide es poner de manifiesto el carácter eminentemente colectivo de la creación cinematográfica. Cada película es un proyecto único que cuenta con un equipo muy amplio de profesionales que ven su trabajo y esfuerzo recompensados cada vez que un filme resulta premiado.

Un palmarés propio

La historia de los Premios César se remonta al año 1975. El fundador de la Academia de Artes y Técnicas de Cine, Georges Cravenne (1914-2009), quería para Francia lo mismo que tenía el glamuroso Hollywood. Encontró el homólogo francés perfecto de los Óscars en la escultura de su amigo César Baldaccini, cuyo nombre recibe el trofeo que se entrega a los triunfadores en cada ceremonia.

Aún así, la idea de crear un equivalente francés germinó en mí hasta el día en que el nombre de mi amigo César, escultor del genio, se impuso con su escultura. Oscar, César; cinco letras tan rimadas que el nacimiento de la segunda se había hecho evidente, por el bien de la promoción del cine. – Georges Cravenne.

Para administrar y dirigir esta Academia Cravenne creó al mismo tiempo la Asociación para la Promoción del Cine. Esta asociación, que cuenta con 13 miembros que rotan cada cinco años, reúne a los profesionales de la industria francesa que han sido distinguidos con un Oscar y a otras personalidades que destacan por su acción a favor de la misma.

Los Oscar, creo, nacieron en 1927. Tenía entonces 13 años, y desde esa edad (¡hoy muy lejos!) he estado obsesionado por la existencia de este personaje emblemático, no de carne y hueso, sino de bronce y de dorado, cuya reputación era global. ¿Eran celos? ¿Una imitación?. – Georges Cravenne.

 

Qué premian los César

Cada febrero tiene lugar la mágica Noche de los César en el impresionante Teatro de Châtelet de París. Año tras año, los miembros de la Academia distinguen con sus votos a los artistas, técnicos y películas más notables que se han estrenado en salas de cine entre el 1 de enero y el 31 de diciembre del año anterior.

Al igual que sucede con los Oscar o los Goya españoles los principales premios se entregan a la Mejor Película, la Mejor Dirección, Mejor Actriz y Mejor Actor. En sus orígenes, los Premios César contaban sólo con 13 categorías. En la actualidad suman hasta 19 las categorías en las que compiten los nominados. Entre ellas están algunas como Mejor Opera Prima, Mejor Documental, Mejor Guión Original, Mejor Adaptación, etc.

Cabe mencionar las dos películas que baten el récord con el mayor número de césares. Lo hicieron El último metro (Le dernier métro) de François Truffaut en 1980 y, una década más tarde, Cyrano de Bergerac de Jean-Paul Rappeneau. Ambas se hicieron con 10 premios y comparten podium con la célebre Un profeta (Un prophète) de Jacques Audiard que se alzó con nueve galardones en 2009.

El César Honorífico

Por supuesto, anualmente se entrega el prestigioso César de Honor en reconocimiento a la carrera de alguna figura emblemática del cine, aunque no sea necesariamente francesa. Se adjudicó por primera vez en 1977 a Jacques Tati. Desde entonces, se le ha dedicado a personalidades tan diversas y prestigiosas como Marcel Carné (1979), Michèle Morgan (1992), Jeanne Moreau (1995), Jean Rochefort y Johnny Depp (1999), Meryl Streep (2003), Will Smith y Jacques Dutronc (2005), Pierre Richard y Hugh Grant (2006), Jude Law y Marlène Jobert (2007).

Aunque de momento hay poca información sobre la edición de 2019, que será la 44ª ceremonia, sabemos que se rendirá un sentido homenaje a Charles Aznavour, fallecido el pasado octubre y que también recibió el César de Honor en 1997.

Más allá de la frivolidad de las alfombras de terciopelo, del glamour inaccesible de las celebridades; más allá de los intereses económicos o de cualquier tipo que puedan existir, que se celebren este tipo de ceremonias en diferentes países siempre es una buena noticia.

Es una manera de atraer la mirada del público hacia una industria que, como si de un iceberg se tratase, sólo nos deslumbra con los nombres más conocidos pero que necesita de un muy extenso número de profesionales para desarrollarse que se encuentran en ese lado menos brillante o lujoso, el lado oculto, pero imprescindible, del cine.

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Actualidad Cine francés

Desplechin: a vueltas con el pasado

Se acaba de estrenar el nuevo trabajo del francés Arnaud Desplechin. El director se rodea en esta ocasión del star-system galo para dar vida a los personajes de Los fantasmas de Ismaël, un drama con forma triangular.

El concepto de triángulo amoroso se ha explorado una y otra vez en la ficción. Uno de los pioneros fue Homero, cuando tuvo a bien que Ulises en la Odisea se topara con la bella Calipso mientras que su esposa, Penélope, lo esperaba en Ítaca rechazando a un pretendiente tras otro. Pero no hay que irse tan atrás ni limitarse a la literatura. En el cine se trata de un argumento recurrente que -casi- siempre funciona.

Lo vimos en Jules et Jim (1962) de François Truffaut, en Y tu mamá también (2001), el road trip a la mexicana de Alfonso Cuarón; lo vimos en la perturbadora Los soñadores (The dreamers, 2003) de Bertolucci o en Los amores imaginarios (Les amour imaginanaires, 2010) del enfant terrible canadiense Xavier Dolan. La lista podría seguir y seguir y todavía nos quedaría alguna película en el tintero para añadir. Sea como sea, la fórmula funciona. Es fácil conectar psicológicamente con lo que vemos en la pantalla si lo que nos muestran se parece de alguna manera a nuestras vivencias o fantasías. Y es que, ¿quién no tiene un amigo o amiga que se ha visto involucrado en una situación así?

El francés Arnaud Desplechin apuesta precisamente por un triángulo amoroso en su recién estrenada Los fantasmas de Ismaël.

El francés Arnaud Desplechin apuesta precisamente por un triángulo amoroso en su recién estrenada Los fantasmas de Ismaël (Les fantômes d’Ismaël, 2018). En esta película nos retrata a Ismaël, alter ego de Desplechin e interpretado por el actor Mathieu Amalric, un director de cine sumido en una profunda crisis personal y profesional que mantiene una relación con la dulce Sylvia, una astrofísica a quien da vida la gran Charlotte Gainsbourg. Pero pronto, como si fuese un fantasma, irrumpe en escena Carlotta, en la piel de Marion Cotillard, la mujer de Ismaël desaparecida, dada por muerta desde hace más de 20 años. En ese momento todo parece volverse inestable e Ismaël oscila entre el pasado y el presente. Entre Sylvia, que representa lo tangible y el ahora, la establidad; y Carlotta, la pasión inolvidable del pasado envuelta en un halo misterioso.

El filme, que fue la película de apertura del Festival Internacional de Cine de Cannes de este año, está enmarcado en el género de la tragicomedia y revela ciertos toques del cine de espías clásico. Está cargado de autoreferencias a la obra anterior de Desplechin y, a pesar de lo críptica que pueda resultar la cinta en ese sentido, el director derrocha libertad creativa durante toda la película. La abre en varias direcciones dándole diferentes significados a lo que narra; llevándonos de lo real a lo onírico sin casi darnos cuenta, sobreponiendo unas capas sobre otras al más puro estilo impresionista. Y aunque suene a maraña complicada, sólo por ver a Cotillard y a Gainsbourg compartiendo pantalla y entretejiéndose en la trama de la cinta, ya merece la pena ir al cine a ver lo último de Desplechin.

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Monográficos Cine francés

Melville (Volumen I): llamadme Jean-Pierre

Nos sumamos al homenaje que el Festival de Cine Francés de Málaga rindió a Jean-Pierre Melville el pasado octubre en su XXIV edición con un monográfico en dos volúmenes dedicado a uno de los directores más brillantes de la historia del cine europeo.

Todos los directores de cine tienen el mismo sueño. Anhelan crear con total libertad y dar con el equilibrio perfecto entre lo artístico y lo técnico; buscan trascender a través de su obra y, por supuesto, hacer historia. Pero no todos pueden ser Fellini o Bergman, claro. Sólo unos pocos cuentan con la disciplina, el talento y, sí, la obsesión necesaria para ello. Es el caso de Jean-Pierre Melville, una rareza en el panorama cinematográfico francés de los 50. Fue un cineasta autodidacta, creó su propio estudio de cine y terminó siendo todo un referente del género policíaco europeo.

Para los chicos de la Nouvelle Vague Melville fue una especie de gurú o padrino en el que inspirarse. No tanto por sus películas, que no casaban en absoluto con el estilo que adoptó la nueva ola, sino por la libertad y la radicalidad de las que el director hacía gala. Tanto es así que en 1960 Godard le propuso un breve cameo en Al final de la escapada (À bout de soufflé). En la escena que rodaron juntos el maestro galo aparece, cómo no, con ese sombrero convertido en icono y sus inseparables gafas de sol. Inspirándose en el ruso Navokov interpreta el papel de Parvulesco, un escritor de éxito que está dando una rueda de prensa al aire libre. Entre los periodistas que le lanzan una pregunta tras otra observamos a una prudente Jean Serberg. “¿Cuál es su principal ambición en la vida?”, le pregunta la chica. El escritor se quita las gafas y mirándola directamente contesta: “volverme inmortal y, después, morir”.

Lo más probable es que esta respuesta la improvisara al margen del guión original de Chabrol y Truffaut, que seguro estarían encantados con tal licencia. Y también es probable, o al menos es lógico pensarlo, que tal ambición fuese la del propio Melville y no sólo la del personaje que interpretaba. Sea como fuere, lo consiguió. Alcanzó la inmortalidad con los trece largometrajes que componen su filmografía.

Chez Melville

Ante todo, Melville fue un cinéfilo declarado. En su infancia estuvo obsesionado con Keaton, Chaplin y Lloyd. Pero cuando el cine se volvió sonoro algo cambió para el joven Jean-Pierre y la única realidad que le interesaba era la que se proyectaba en la pantalla. Todo cuanto hacía era ver más y más cine. Totalmente abducido, absorbió tanta información durante esos años que para cuando debutó con El silencio del mar (Le silence de la mer) en 1949 ya tenía muchos más conocimientos a nivel técnico que cualquier director en activo en toda Francia.

“Cada vez que veo una de mis películas de nuevo, entonces y sólo entonces puedo ver lo que debería haber hecho” – Jean-Pierre Melville.

Pero no tuvo más remedio que renunciar a su pasión cuando le llamaron a filas en el 37 para, tres años más tarde, vivir en primera línea la invasión nazi. El largo tiempo que pasó en la Resistencia y su experiencia directa con la violencia fueron cruciales a muchos niveles para él, y se refleja sobre todo en los primeros años de su carrera fílmica -como veremos en la segunda parte de este monográfico-.

Fue durante esos años cuando decidió abandonar para siempre el apellido familiar heredado, Grumbach, y adoptar el del autor de Moby Dick, por quien sentía especial devoción. Melville, el director, buscaba obsesivamente la perfección en el desarrollo de sus películas. Por ello resulta casi natural asociar esta obsesión con la del infatigable Capitán Ahab por la gran ballena blanca de la historia de Melville, el escritor.

Melville Productions presents

Pero el cambio de apellido no fue la única decisión importante que tomó durante estos años: quería montar sus propios estudios de cine y trabajar con total libertad creativa. Se aferró a este nuevo objetivo vital y cuando terminó la guerra, después de algunos encontronazos con el sindicato de técnicos cinematográficos y comprobar lo difícil que era obtener producción para sus películas, decidió formar su propia productora. Melville Productions creció y el director, por supuesto, no se conformó solo con su sello. Fundó por fin sus propios estudios y así comenzó su carrera. Sin duda, una de las más singulares de la historia del cine europeo. Desafortunadamente y para desesperación del realizador, un incendio destruyó todo su imperio. Dicen las malas lenguas que tal vez ese fuego fuera intencionado, ya que el carácter de Melville, tan inaccesible y soberbio, le hizo ganarse algún que otro enemigo en el mundillo.

Sin embargo, sólo le tomó un año recuperarse y retomar sus proyectos. En total realizó catorce películas. La primera de ellas consistió en un corto llamado 24 horas en la vida de un payaso (24 heures de la vie d’un clown, 1946) que funcionó como una especie de extraño prólogo a su obra en el que el director rendía un nostálgico homenaje al mundo del circo, que tan importante fue para él durante su infancia más temprana. Pero el tono del corto no funcionó muy bien para el exigente director. Se prometió a sí mismo que en el futuro se ceñiría a una narración más fría y hermética; y lo hizo sin ninguna transigencia hacia lo sentimental.

Un universo singular

Y cumplió su promesa. Tras el fiasco del cortometraje Melville perfiló su hermético estilo y jamás lo relajó. Se puede observar en su filmografía que las escenas de amor, prácticamente, brillan por su ausencia y las connotaciones sexuales son anecdóticas. La comedia, ni que decir tiene, era algo que en absoluto tenía cabida en el imaginario fílmico del cineasta.

“Una escena de amor, con un hombre y una mujer en la cama, es difícil de filmar y todas las que he visto están mal filmadas. Por eso yo no las ruedo nunca.” – Jean-Pierre Melville.

Sobre todo dos elementos influenciaron la obra de realizador por encima de otros: la literatura universal, que recibe numerosos guiños y adaptaciones en sus películas, y el noir norteamericano de los años 30 y 40 que consumía compulsivamente. Por algo era conocido como “el más americano de los realizadores franceses y el más francés de los realizadores americanos”. Jamás abandonó la influencia estética del cine clásico de Hollywood, aunque tampoco perdió nunca el respeto por las convenciones narrativas francesas. Como buen maestro del cine Polar, logró el tándem perfecto entre los dos mundos.

Los hombres que amaban a Melville

Llama la atención el hecho de que el universo melviliano es eminentemente masculino. Desde luego, los personajes femeninos han tenido cabida en su repertorio. Por ejemplo en filmes como Los niños terribles (Les enfants terribles, 1950) o Léon Marin, sacerdote (Léon Marin, pêtre, 1961) están protagonizados por mujeres de carácter, activas y fuertes. Pero a grandes rasgos sus personajes principales son siempre masculinos. Generalmente se trata de hombres infranqueables, lacónicos, solitarios, introvertidos, pesimistas, alcohólicos… y es que Melville exploró como nadie a esas balas perdidas del hampa más cruel que habitan al margen de la ley y se mofan del orden establecido.

“El vestuario del hombre tienen una importancia capital en mis películas, estoy muy ligado al fetichismo del vestuario. El vestuario de una mujer me importa menos.” – Jean-Pierre Melville.

Trabajó a menudo con actores desconocidos, pero también con verdaderas estrellas del momento como Henri Decae, Jean-Paul Belmondo o Alain Delon, a lo que se acostumbró pronto y llegó a considerar a las celebridades cocreadoras de sus películas. Sin embargo, al igual que ocurría con Stanley Kubrick, otro pez gordo del celuloide, Melville tenía cierta fama de maltratar a sus actores y llevarlos al extremo. No obstante, llegó a declarar que para él era “preciso que los actores se sientan bien en una película, esto es indispensable”. Pero lo cierto es que en su –enfermizo– afán por alcanzar la perfección a menudo el trato hacia estos era despótico y desagradable.

Un sello inconfundible

Es incuestionable la rigurosidad técnica que exhibía el parisino en sus obras. El realizador hacía las veces de coreógrafo: cada movimiento que aparecía en la pantalla estaba profundamente estudiado. Nada era improvisación ni casualidad. Los encuadres de los planos siempre lograban sacar los mejor de los actores, pero también del set. Esto, junto con la voz en off que a menudo guía al espectador a lo largo de la película, genera una atmósfera del todo magnética capaz de atrapar a cualquiera con un mínimo de sensibilidad artística.

La iluminación, la cámara en mano, los jump cuts en la edición… Melville dirigía de manera extraordinaria. Este hecho se apreciaba a través del trabajo de su equipo de intérpretes. Al parisino le encantaba el underplay, es decir, que los actores no expresaran nada con el rostro, salvo el comportamiento, para añadir así misterio a la gestión del personaje. Hace falta ser muy buen actor para resolver una técnica así de compleja y con tantos matices, pero también es necesario ser muy bien dirigido para conseguir brillar con ella.

Consejo para cinéfilos

Hoy hablamos de ese tipo de director del que uno podría elegir cualquier película de su filmografía y acertaría. Directores contemporáneos tan dispares como Pedro Almodóvar, Nicolas Winding Refn, Carlos Vermut, Quentin Tarantino o John Woo, por mencionar sólo a unos pocos, han manifestado abiertamente la admiración que sienten hacia el director galo y la influencia que sus películas, especialmente las de gánsteres, han tenido en ellos.

Que profesionales del cine que rozan la genialidad en estilos tan diferentes tengan como punto de referencia común la obra del francés sólo puede significar una cosa: Melville es bueno. Realmente muy bueno. Por eso, cinéfila, cinéfilo: si todavía no has visto ninguna sus películas tienes que hacerlo cuanto antes. Todo lo que tienes que saber sobre cine está en sus películas. Déjate seducir por todo lo que el tipo de sombrero y gafas oscuras tiene para ti.

 

Para la redacción de este artículo y del que lo continúa se ha consultado la siguiente bibliografía que recomendamos para profundizar en el universo melviliano:

  • Jean-Pierre Melville. Sombras y silencios. Albert Galera, Editorial Rosetta.
  • Jean-Pierre Melville. Crónica de un Samurái. José Francisco Montero, Shangrila ediciones.
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Actualidad Cine francés

Cine en francés a la sombra de la Giralda

En la numeración de las artes el cine ocupa el séptimo lugar. Pero lo más probable es que en Francia se encuentre algunos puestos más arriba. La industria cinematográfica francesa está en auge y muestra de ello es la programación del reciente Festival de Cine Europeo de Sevilla.

En su XV edición el Festival ha contado con 115 estrenos nacionales y 35 mundiales, una cifra nada desdeñable. De hecho, es como asomarse a la ventana perfecta para tener una panorámica completa de lo que se cuece en el cine europeo, desde el más tradicional al más vanguardista. Pero lo interesante es que 11 de las películas que se han presentado en la Sección Oficial son producciones o coproducciones francesas; y que en la Sección Oficial Fuera de Competición 4 de las 5 cintas proyectadas tenían también acento francés.

Entre las coproducciones se encuentra la ucraniana Donbass de Sergei Loznitsa, que se alzó victoriosa con el Giraldillo de Oro y que muestra una reflexión sobre el conflicto entre Ucrania y Rusia a medio camino entre el género documental y la ficción. Pero este no es el único premio del Festival. El Palmarés es amplio y el cine francés ha tenido su espacio en él.

Es el caso de M  (2018), el documental rodado en yiddish de estilo cinéma verité de Yolande Zauberman. Resultó premiado en la categoría de mejor dirección. La realizadora, tras siete años de ausencia, vuelve a entrar al circuito de los festivales europeos dando voz a un hombre que sufrió abuso sexual en su infancia dentro de una comunidad judía ortodoxa en Israel. Zauberman, con su cámara en mano, consigue acompañarle a través de un universo hermético y hostil para arrojar algo de luz y esperanza sobre un asunto tan doloroso.

El premio al mejor actor se ha entregado por partida doble a Vincent Lacoste y Pierre Deladonchamps, protagonistas de Vivir deprisa, amar despacio (Plaire, aimer et courir vite, 2018). El largometraje, firmado por el transgresor Christophe Honoré, nos traslada a 1990 para mostrarnos, en una historia marcada por la fatalidad del SIDA, como el primer amor y el último no son incompatibles.

Por otro lado, y por cuarto año consecutivo, la Asociación Andaluza de Mujeres de los Medios Audiovisuales (AAMMA) otorga el premio Women in focus. En esta ocasión ha sido para Pearl (2018), el debut de la francesa Elsa Amiel. La directora nos muestra las luces y las sombras de la vida de una mujer, interpretada por la culturista suiza Julia Föry, que ha consagrado su existencia al bodybuilding.

Aunque no ha resultado premiada en esta ocasión, hay que destacar el estreno del último trabajo de uno de los nombres más importantes del panorama cinematográfico francés actual. La cineasta Mia Hansen-Love presentó Maya (2018) en la Sección Oficial. La cinta, protagonizada por Suzan Anbeh y Roman Kolinka nos lleva hasta los exóticos paisajes de la India, donde seremos testigos de la atracción casi mística que experimentan sus personajes, un reportero de guerra que arrastra la oscuridad de quién ha presenciado el horror en primera persona y una joven llena de vitalidad que le hará replantearse cada aspecto de su vida.

Fuera de competición encontramos cintas como Mektoub, My Love: canto uno (2018), el último filme del director franco-tunecino Abdellatif Kechiche sobre el que os hablábamos la semana pasada. Además se presentó el drama At War (En guerre, 2018) de Stéphane Brizé y la trepidante Close Enemies (Frères ennemis, 2018) de David Oelhoffen. En el primer filme Vincent Lindon se pone al frente de la lucha obrera cuando el director de la fábrica en la que trabaja decide cerrarla repentinamente dejando en la calle a más de 1100 empleados.  En el segundo, Matthias Schoenaerts y Reda Kateb dan vida a dos amigos que toman caminos muy diferentes: el de la ley y el de la delincuencia.

Teniendo en cuenta la gran cantidad de festivales de cine que tienen lugar en diferentes ciudades a lo largo del mapa; sumados a los numerosos estrenos en blu-ray y dvd que semanalmente llegan a nuestro país y las plataformas digitales que proliferan para fortuna y gozo de los millenials (y los no tan millenials), cada vez es más sencillo disfrutar del séptimo arte. Aunque en el corazón de muchos cinéfilos siempre será el primero.

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Cannes Actualidad Cine francés

Kechiche, my love: la polémica y el destino

Abdellatif Kechiche (Cuscús, La vida de Adele) rinde un homenaje cargado de nostalgia y erotismo a los amores de verano y al hedonismo post-adolescente en su nueva película.

Se puede decir que el director franco-tunecino ha hecho doblete este otoño con su último trabajo Mektoub, My Love: canto uno (2017), la primera parte de lo que promete ser un díptico o trilogía separada en cantos del nuevo universo juvenil de Kechiche. Tras recibir un homenaje a su trayectoria y hacerse con la Palmera de Honor en la pasada Mostra de Valencia, el director estrenó el filme -por primera vez en España- en la última edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla, donde también recibió el Giraldillo de Honor.

Luces y sombras.

Kechiche pasó un tiempo en una especie de exilio mediático voluntario después de la controversia que suscitó en 2013 con el largometraje La vie d’Adèle. Las explícitas y prolongadas escenas de sexo entre las protagonistas, interpretadas por Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux, y el trato despótico que -según declararon las actrices más tarde- recibieron por parte del director durante el rodaje, hicieron que su reputación como cineasta se viera cuestionada en diversos medios del mundo y entre el público. No obstante, Kechiche se hizo con la Palma de Oro ese año en Cannes con esta historia de amor, de despertar sexual y de búsqueda de identidad que es en realidad La vida de Adèle. La cinta, por cierto, está basada en la novela gráfica El azul es un color cálido (Le bleu est une couleur chaude, 2010) de la francesa Julie Maroh.

Sin embargo, Mektoub, My Love ha llegado también acompañada de polémica. La cinta fue acogida entre abucheos y ovaciones en Venecia el año pasado. Una vez más acusaban a Kechiche de tener una male gaze demasiado pronunciada y mostrar una lasciva representación del cuerpo femenino más allá de lo que la propia narrativa de la película sugería. Sin embargo, estas opiniones o formas de entender el filme no eclipsaron a una película vitalista que hace gala de una elaborada puesta en escena.

El hedonismo solar de Kechiche

Inspirado muy ligeramente en una novela de François Bégaudeau y en sus propios recuerdos de juventud, el realizador nos traslada con Mektoub, My Love a las playas de arena de Sète, en la Costa Azul, en un verano de 1994 que pareciera ser eterno. La única ambición de la película se reduce a seguir de cerca la vida de un grupo de personajes durante algunos días. Kechiche nos muestra cómo juegan a seducirse entre ellos; cómo cotillean, se divierten a ritmo de pop noventero y se broncean lánguidamente bajo el sol. Y es que el director sabe cómo contar la cotidianidad de sus personajes. Nos hace perdernos en una narrativa de tomas largas y cuidadas en las que la luz es sutilmente protagonista y el foco está puesto –en exceso, para gusto de algunos- en la belleza de los cuerpos que filma.

Conoceremos entonces a Amin (Shaïn Boumedine), el héroe veinteañero aspirante a fotógrafo que vuelve al hogar familiar, el de una familia de restauradores tunecinos, después de vivir un año en París. Dispuesto a observar de cerca el entorno idílico que lo rodea y a experimentar todo lo que la estación estival puede ofrecerle, se reencontrará con viejos amigos y conocerá a muchas chicas, entre ellas, a Ophélie (Ophélie Bau), con quien parece compartir un destino en común y es la única por quien muestra un verdadero interés.

En Mektoub, My Love: canto uno seguimos de cerca a un grupo de jóvenes que se deja llevar por continuos juegos de seducción.

En esta nueva epopeya de casi tres horas de duración en la que la sensualidad es palpable, el cineasta se queda al margen de cualquier temática social que sí hayamos podido ver en trabajos anteriores; a pesar de la diversidad cultural que existe entre los personajes y que se obvia.

Los azares del destino

Mektoub es una palabra árabe llena de connotaciones místicas. Se traduce como destino, lo que está escrito. Aquello contra lo que no podemos luchar ni cambiar se refleja en la cinta en forma de reiterados encuentros casuales que los personajes protagonistas no pueden -ni quieren- ignorar. Este concepto de azar y de situaciones fortuitas las ha explorado antes Kechiche en cintas como La faute à Voltaire (2000), La escurridiza, o cómo esquivar el amor (L’esquive, 2003) y en La vida de Adèle (2013).

Mektoub, el destino. Un elemento recurrente en el imaginario fílmico del director franco-tunecino.

Sea por una cuestión del destino o sea buscado, lo cierto es que el revuelo y la diversidad de críticas que levantan los últimos trabajos del director suponen siempre un aliciente más entre los espectadores para plantarse delante de la pantalla. No hay duda de que esta es la única manera de formarse una opinión propia al respecto y ampliar las miras. ¿No es esto acaso lo que esperamos del cine; de la cultura y del arte en general? Que nos sacuda y que nos rete. Hay que experimentar para opinar y, al fin y al cabo, es eso lo que Kechiche nos ofrece: una nueva experiencia. No hay que dejarla pasar.

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Por qué (volver a) ver Un Profeta de Jacques Audiard

El director galo ha estrenado recientemente The sisters Brothers, una coproducción franco americana protagonizada por Joaquin Phoenix y John C. Reilly ambientada en el viejo oeste en plena fiebre del oro. Con este debut en inglés se ha vuelto a posicionar como uno de los mejores realizadores contemporáneos. En Lien aprovechamos la ocasión para repasar los motivos por los que hay que ver su obra cumbre: Un profeta.

(¡Alerta spoiler! En este artículo se revelan algunos detalles importantes de la trama)

La herencia del cine negro está muy presente en la obra de Jaques Audiard. El film noir americano y el polar francés son señas inequívocas de identidad en su trayectoria. En Un profeta (Un prophète, 2009) el director entra de lleno en el cine de género criminal para contarnos la historia de Malik El Djebena (Tahar Rahim) quien, con apenas 19 años tiene que cumplir una larga condena en la cárcel. Aparentemente frágil y sin respaldo, se ve obligado a llevar a cabo una serie de “misiones” impuestas por Luciani (Niels Arestrup), el líder de la mafia corsa, y a ganarse el respeto de la mafia árabe para sobrevivir.

Hasta aquí podríamos estar hablando de una película carcelaria más. Audiard nos cuenta cómo un chico joven, analfabeto e inexperto, consigue medrar en un ambiente hostil hasta forjarse una identidad. Un argumento que se ha explorado muchas veces antes en el cine y del que se puede pensar que no puede aportar demasiada novedad al género. Pero nada más lejos de la realidad. Lo interesante aquí no es el qué, sino el cómo. No es una película más sobre la cárcel: se trata de una obra maestra de la historia del cine.

Lo interesante de Un profeta no es lo que cuenta, sino cómo lo cuenta.

Aunque, advertimos: Un profeta no es una película apta para corazones sensibles. Se encuentra, de hecho, en las antípodas del cine amable o fácil de ver. La violencia y la brutalidad que nutren el filme son desgarradoras y casi nos obligan a apartar la mirada en algunas secuencias. Pero, de nuevo, se trata de algo más que de una historia cruda. Lo que el director nos propone en esta cinta es el viaje iniciático del héroe clásico que tiene que pasarlo mal y superar la adversidad para aprender y salir fortalecido. Este héroe parte del infierno en soledad, a través de un camino marcado por el sufrimiento y lo termina acompañado, triunfador, alcanzando su Shangri La particular. Pero, ¿qué hace tan especial al filme? Existe en él una serie de elementos y matices que destacan gracias a la singular mirada del realizador galo.

Master class sobre guión y arco dramático.

A pesar de la extensión de la cinta el ritmo es impecable. Durante los 149 minutos que dura la película asistimos a una clase magistral digna de Robert Mckee en la que observamos un guión soberbio firmado por el propio director y Thomas Bidegain. Narrativamente se trata de una película muy bien construida, aunque compleja, con numerosas subtramas, que consigue atraparnos desde la primera escena hasta la última.

En pocas películas se consigue un arco dramático tan bien elaborado como el del personaje principal de Un profeta. Gracias a una dirección acertada y a la inspirada interpretación de Tahar Rahim vemos como el niño desprotegido y sin pasado que entró en la cárcel se transforma y se envilece poco a poco hasta alcanzar un grado de madurez que le permite tomar decisiones y asumir riesgos. Un ejemplo de esta evolución sería cuando, avanzada la película, en una escena en la que está reunido con la mafia árabe se permite a sí mismo la licencia de bromear (por supuesto es al único a quien le hace gracia la broma); algo impensable para el Malik al que le roban las zapatillas a golpes en el patio de la cárcel al inicio de la trama. Nuestro protagonista se vuelve paulatinamente tan astuto, aprende a moverse tan bien entre bandos que, efectivamente, termina desarrollando algo de profético en su actitud.

 

 

De pronto, el realismo mágico.

Si por algo destaca el filme es por lo sórdido y realista de su escenario. Todo lo que vemos en la pantalla nos resulta verosímil, y esto se debe en gran medida al uso de la cámara en mano que, lejos de marear o resultar artificiosa, nos procura una percepción íntima y tangible de lo que ocurre entre los muros de esa prisión. Sin embargo Audiard traspasa del todo las fronteras del género cuando introduce un elemento narrativo que contrasta con la crudeza del ambiente de la prisión.

Todo lo que vemos en la pantalla durante la película resulta verosímil.

Para ganarse la protección del líder corso, Malik debe acabar con la vida de Reyeb, testigo que se interpone en el camino de César Luciani. Esto supone un punto de inflexión para el personaje y, desde ese instante veremos cómo el fantasma de Reyeb, -que no es más que la proyección de su mala conciencia-, le acompaña en los momentos de soledad en su celda entablando conversaciones o simplemente observándole desde algún rincón de la celda en escenas con una gran carga onírica, a menudo envueltas en la neblina del humo de un cigarrillo. Este realismo mágico que de pronto irrumpe en la cinta funciona y sin duda dota al protagonista de una mayor profundidad psicológica.

Las bondades de un gran casting.

Ya hemos mencionado el buen hacer de Tahar Rahib, pero, además, el personaje antagonista, César Luciani, cabecilla de la mafia corsa, está interpretado por un soberbio Niels Arestrup que funciona como contrapunto perfecto para el joven Malik. Supone para él una figura paterna y al mismo tiempo la mayor amenaza a la que está expuesto.La relación entre ellos se basa en el control siendo Luciani quien alecciona a Malik haciendo de él, literalmente, su criado hasta que, por supuesto, las tornas cambian. La química que desprenden los dos actores en las escenas que ruedan juntos es casi tangible y hace de cada plano un fragmento tan real como la vida misma.

Y hablando de veracidad, uno de los mayores logros de una película es que el espectador llegue a creerse a los personajes. Es el caso de la que nos ocupa hoy. Los personajes de Un profeta son del todo creíbles. Vemos escenas con hombres demacrados y desaliñados procedentes de diferentes etnias llenando la prisión y los espacios de las escenas ajenas a ella. Los principales, los secundarios y hasta los extras. Todos los personajes, tanto a nivel interpretativo como estético, están a la altura de la historia que narran.

 

La multiculturalidad y el poliglotismo.

La prisión francesa de alta seguridad que nos muestra Audiard en su película es un reflejo acertado de la Francia actual, y por extensión, de Europa. La película funciona como radiografía de la multiculturalidad (que no interculturalidad, ya que los clanes están bien separados y definidos) que se vive en el viejo continente y pone de relieve las connotaciones negativas que se desprenden de este hecho (prejuicios, exclusión, xenofobia…) tan presentes en el filme.

El realizador indaga en la idea de valerse del idioma y sobrevivir a través de él.

Pero desde el punto de vista de la lingüística es muy interesante apreciar en una misma película hasta tres idiomas diferentes: el francés, el árabe y el corso, (lo que seguro ha supuesto todo un reto para los subtituladores del filme). El realizador indaga en la idea de valerse del idioma y sobrevivir a través de él. El francés es la lengua oficial de la prisión, pero, como si de un embajador se tratara, es el dominio de Malik sobre los otros dos idiomas lo que le confiere poder y lo que le permite revertir la situación para hacerse con el control adquiriendo la visión profética de quien ve más allá gracias al lenguaje.

Nuestro héroe se nos presenta al principio de la película como un huérfano francés de ascendencia magrebí rechazado por la sociedad, víctima del desarraigo; pues tampoco conecta con sus raíces árabes. Como si estuviese abandonado en tierra de nadie, es el profeta mestizo que tiene que valerse por sí mismo; representa la realidad multicultural que enriquece Europa y que está rompiendo con los -casi siempre- arcaicos parámetros establecidos. En este sentido, Malik es el futuro.

Al final, lo más genial de la película es el hecho de que está basada en una paradoja. Es la historia de un hombre que alcanza una posición a la que nunca habría llegado de no haber ingresado en prisión. Un hombre al que como espectadores cuestionamos todo el tiempo y a quien, a pesar de todo, sólo queremos proteger y asegurarle que al final todo -o casi todo- le saldrá bien.

 

 

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Diccionario Cine francés

El Cine Polar Francés

Con una identidad propia e inconfundible, el Polar surgió en Francia como un subgénero del cine policíaco durante los años de posguerra influenciado por el film noir hollywoodiense.

Pocos géneros cinematográficos cuentan con una iconografía tan evidente como el policíaco. Sabemos qué película nos espera si en la pantalla vemos a un tipo con cara de pocos amigos que lleva gabardina y sombrero de fieltro que, además, apunta con un revolver a otro pobre diablo mientras le envuelve el humo de su cigarrillo. Por supuesto, también sabemos de inmediato que el tipo en cuestión no va a terminar bien. Que se dirige inevitablemente hacia el fracaso; que seguro perderá el dinero, a la chica y, lo más probable, también la vida.

Durante el visionado de estos filmes cargados de arquetipos, calamos pronto a la femme fatale, al policía de moral dudosa o al estafador. Nos encontramos cómodos en un local de jazz sospechoso o en una timba ilegal de póker. Reconocemos las miradas aviesas y entendemos los silencios hostiles y las pausas de los personajes. Por culpa de la literatura y sobre todo del cine tenemos un maravilloso universo noir grabado a fuego en nuestra mente colectiva.

En la Francia de la segunda mitad de siglo XX se adoptó incluso un término propio para hablar de estas películas de gánsteres: el Cine Polar. Se trata de una apócope de ‘policier’, es decir, el cine negro francés; combinado con el realismo poético, que era la corriente cinematográfica imperante en el país galo antes de la Segunda Guerra Mundial. El detonante que hizo surgir el subgénero Polar fueron, cómo no, las películas policíacas de los años treinta y cuarenta importadas de Hollywood que tanto influyeron a espectadores y críticos franceses.

El Polar se queda con las gabardinas y los coches americanos, pero no nos habla de héroes ni de finales felices.

A través de este género se adaptaron los cánones del noir clásico a la tradición y a la narrativa del cine francés dotándolo de una singularidad inconfundible. El Polar se queda con las gabardinas y los coches americanos, pero no nos habla de héroes ni de finales felices, sino que se aleja del maniqueísmo y lo que nos ofrece a cambio son personajes fatalistas con una mayor profundidad psicológica que la que muestran los protagonistas del policíaco estadounidense. Son personajes ambiguos y fríos, del todo lacónicos, que se mueven en escenarios en los que abunda la corrupción y donde siempre es demasiado tarde para cambiar las cosas. El Polar pone al mismo nivel al delincuente y al policía y es ahí donde radica su interés y el punto exacto en el que se distancia del film noir americano.

Cualquier persona con inquietudes cinéfilas que piense en el Polar francés seguro que visualizará a Jean-Pierre Belmondo o  Alain Delon ajustándose sus sombreros.

Cualquier persona con inquietudes cinéfilas que piense en el Polar francés seguro que visualizará a Jean-Pierre Belmondo o Alain Delon ajustándose sus sombreros, ambos actores que protagonizaron varias películas de Jean-Pierre Melville. Títulos como El confidente (Le doulos, 1962), El silencio de un hombre (Le samurái, 1967) o Círculo rojo (Le cercle rouge, 1970) elevaron al legendario cineasta a la figura de máximo representante del género. Pero no fue el único, claro. Cabe destacar la gran aportación de otros directores con filmes como París, bajos fondos (Casque d’or, 1952) y No tocar la pasta (Touchez pasa u grisbi) de Jacques Becker; El clan de los sicilianos (Le clan des Siciliens, 1969) de Henri Verneuil; o las obras de los representantes de la Nouvelle Vague La novia vestía de negro (La mariee était en noir, 1967) y Accidente sin huella (Que la bete meure, 1969) de François Truffaut y Claude Chabrol respectivamente.

Por supuesto la influencia de estas películas dedicadas al hampa más auténtica ha servido de inspiración a numerosos realizadores contemporáneos archiconocidos, como es el caso de Tarantino o Scorsese. Y es que es inevitable que así sea, el cine se retroalimenta y todo cineasta le debe parte de su obra a un predecesor que, a su vez, también fue influenciado por otro anterior.

Hoy ya se habla de neo-polar o de post-noir. Obviaremos los términos siempre y cuando el concepto perdure; siempre que podamos seguir disfrutando de personajes que vivan al límite, que guarden una pistola en el bolsillo y estén dispuestos a cualquier cosa por obtener un buen pellizco. Que sean ellos quienes se porten mal y nos enseñen las consecuencias de una vida al margen de la ley para evitar, así, convertirnos nosotros en los tipos malos.

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