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Un profesor en Groenlandia

Un profesor en Groenlandia es el cuarto trabajo del director de cine francés Samuel Collardey, película que nos enseña que el pueblo danés no es el único que posee el secreto de la felicidad.

Desde la calidez del clima mediterráneo que nos envuelve como una leve crisálida, pensar en los helados parajes de Groenlandia se convierte casi en un acto de fe. Es inevitable intuir la sensación sobrecogedora que generan sus inmensos paisajes nevados, acompañados de una gélida sensación de soledad y silencio. Este paraíso hostil –si se me permite el oxímoron– es el destino elegido por el protagonista de Un profesor en Groenlandia (Une année polaire, 2018).

Tiniteqiilaaq, la pequeña aldea situada en la costa este de Groenlandia que acoge a Anders, el nuevo maestro.

Qué hace un chico como tú en un lugar cómo este

El actor Anders Hvidegaard –que se interpreta a sí mismo– da vida a un joven maestro danés recién licenciado que ansía vivir una experiencia diferente y transformadora. Negando su destino como granjero impuesto por la tradición de varias generaciones familiares, decide romper con todo y pedir una plaza como docente en el lugar más alejado posible: Tiniteqiilaaq. Una remota aldea ubicada en la costa este de la isla que cuenta tan sólo con 80 habitantes, incluido un grupo de escolares difíciles de manejar.

Como es de esperar sus inicios son difíciles. Anders debe enfrentar la austeridad de las condiciones de vida locales, como la ausencia de agua corriente o de inodoros, y el escaso interés de los niños y sus familias por la educación escolar. Los pequeños son rebeldes y carecen de interés alguno por el nuevo maestro o la lengua danesa; prefieren ir a cazar o a pescar como siempre se ha hecho y continuar utilizando el dialecto groenlandés.

Con el invierno el joven maestro se encuentra aislado y poco a poco comienza a integrarse. Trineos tirados por perros, la caza y la pesca como medio de supervivencia, el idioma, las tormentas dentro de un iglú, la aurora boreal… La aventura que tanto deseaba se hace palpable y le descubre el encanto de un estilo de vida marcado por la tradición: Anders por fin comprende la belleza que encierra la vida en un medio tan duro.

Pero el danés no es el único protagonista de Un profesor en Groenlandia. También es la historia de Asser, un niño que prefiere ausentarse de la escuela para cazar focas y pescar salmón con su abuelo y que finalmente consigue acompañarle en un convoy, del que el profesor también forma parte, a través de suntuosos paisajes de nieve inmaculada con el objetivo de cazar osos polares. La cinta se torna así en una película de aventuras que muestra un entorno que hará las delicias de nuestras retinas.

La alquimia cinematográfica de Collardey

Samuel Collardey apuesta por la fotografía y la luz en su cinta y convierte cada fotograma en una oda a la naturaleza. Sin perder de vista esta premisa en ningún momento, consigue situar en 94 minutos a Un profesor en Groenlandia a medio camino entre el género documental y el de la ficción, justo en el punto en el que no es fácil distinguir el peso de uno o de otro. Lo que en ocasiones puede resultar una especie de estudio antropológico, en otras se muestra como un drama o una comedia.

Esta mezcla de géneros podría ser el pie del que cojea el filme ya que el espectador puede sentir cierta desubicación, pero es sin duda el estilo del director. Este enfoque le sirvió ya en 2015 para llevarse un premio en el festival de Venecia con la película Land Legs (Tempête).

Hasta nunca, prejuicios

La mayor isla del mundo sigue siendo una colonia. Groenlandia está políticamente constituida como una región autónoma perteneciente al Reino de Dinamarca pero no es del todo independiente. Dinamarca, como si de un padre sobreprotector se tratara, gestiona su política financiera, la de asuntos exteriores y los aspectos relacionados con la seguridad de la región.

Tal y como ocurre en otros países que tuvieron o tienen colonias, la herencia danesa de cierto complejo de superioridad hacia los inuit está latente entre sus habitantes.

¡Ves las cosas como un danés! el reproche de una de las aldeanas al protagonista por su supuesta superioridad moral.

En la película se aprecia el reflejo de este hecho en la actitud prejuiciosa de algunos de sus personajes. Por ejemplo antes de que Anders parta hacia la gélida Groenlandia, su padre cuestiona su decisión alegando que “ese lugar está lleno de alcohólicos”. El propio profesor, una vez alejado del confort que proporciona Europa, pasa por un proceso de purificación al hacer frente a los convencionalismos centroeuropeos y abrazar otra cultura.

Como espectadores, nuestros prejuicios se tambalean al mismo ritmo que los de Anders. Y la que escribe se pregunta: ¿Acaso no es este uno de los mejores atributos del cine? Que una película nos ponga en conflicto con nosotros mismos; que nos obligue a cuestionarnos nuestros propios principios y que nos haga averiguar de dónde salen y si todavía sirven. Una entrada de cine puede ser la verdadera autoayuda; el auténtico crecimiento personal. Chúpate esa, Paulo Coelho.

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Los Premios César de 2019

Porque no todo en la fiesta del cine va de los Oscar ni de Lady Gaga al piano, os traemos el palmarés de la 44ª edición de los Premios César de 2019 del cine francés y os hablamos de las dos grandes favoritas de la noche.

El pasado 22 de febrero la emoción y la expectación eran palpables en la majestuosa Salle Pleyel en París, donde se celebró la ceremonia de los premios César de 2019. Tras la elegancia y la muestra de savoir-faire francés del que hicieron gala las celebridades en la alfombra roja, el humorista y guionista franco-argelino Kad Merad se encargó de conducir una ceremonia que brilló por su sobriedad.

Ni los intentos del cómico por amenizar la gala disfrazado de Freddie Mercury en un guiño al director estadounidense Bryan Singer -sí, en serio- ni la presencia del laureado de honor Robert Redford, ni el homenaje improvisado al genio de Chanel Karl Lagerfeld fueron estímulos suficientes para levantar el nivel de audiencia más bajo al que se ha enfrentado la Academia desde 2010.

Xavier Legrand triunfa en los premios del cine galo con sun película ‘Custodia compartida’.

Mejor Película para Xavier Legrand

De los siete largometrajes que optaban a Mejor Película, el favorito ha resultado ser Custodia compartida (Jusqu’à la garde, 2018), el debut de Xavier Legrand cuyo preestreno tuvo lugar en la edición de 2017 del Festival de Cine Francés y Francófono de Málaga organizado por la Alianza Francesa de la misma ciudad.

Legrand pone la piel de gallina con este drama familiar en el que se intuyen toques de thriller clásico. En él conocemos a un matrimonio en proceso de divorcio y su lucha brutal en el juzgado por la custodia de su hijo menor. La tensión en crescendo que marca el guión pone de relieve las geniales actuaciones de sus protagonistas Léa Drucker y Denis Menochet.

La protagonista del filme, Léa Drucker, resultó ganadora del César a la Mejor Actriz.

Ambos fueron nominados a Mejor Actriz y Mejor Actor respectivamente y han realizado un trabajo memorable bajo las órdenes del director, pero sólo Léa Drucker se llevó el Premio César a casa.

No fueron estas las únicas alegrías que dio Custodia compartida a su equipo. También se llevó el César al Mejor Guión Original y a la Mejor Edición. La cinta se revela como la sorpresa de la temporada y el hecho de que se trate de una ópera prima carga de valor –aún más, si cabe– todos los merecidos reconocimientos con los que ha sido premiada.

Mejor dirección para Jacques Audiard

Y de un debutante pasamos a un veterano, ya que el Premio César de 2019 en la categoría de Mejor Dirección ha sido para Jacques Audiard, uno de los realizadores más consagrados del panorama cinematográfico Francés. Y lo ha conseguido gracias a su buen hacer en la coproducción franco-americana de nombre ‘chanante’ Los hermanos Sisters (Les Frères Sisters, 2018).

El director de Un profeta triunfa en la noche de los César con un western existencial cargado de imágenes preciosistas y acento americano.

Contando con la participación en la película de grandes de Hollywood como Joaquin Phoenix , John C. Reilly y Jake Gyllenhaal, Audiard adapta a la gran pantalla la novela homónima del escritor canadiense Patrick deWitt (Anagrama, 2013).

El director de Un profeta nos sumerge de lleno en el salvaje y viejo oeste en plena fiebre del oro. Nos ofrece un western existencial que va del nihilismo al humanismo cargado de imágenes visualmente preciosistas. No es de extrañar, entonces, que la cinta haya sido premiada también en las categorías de Mejor Diseño de Producción, Mejor Fotografía y Mejor Sonido, lo que ya nos da una pista a nivel técnico de la calidad y el mimo con los que Audiard ha tratado a su película.

Resumen del Palmarés

Entre el resto de laureados de la noche de los Premios César de 2019 destaca el director japonés Hirokazu Kore-eda, ganador del Mejor Film Extranjero por la película Somos una familia (Manbiki kazoku, 2018). El reconocimiento de la Academia al Mejor Actor fue para Alex Lutz por su trabajo en Guy (2018), filme que,además de protagonizar, también dirige.

Todos los premiados
    • MEJOR PELÍCULA: Custodia compartida, de Xavier Legrand
    • MEJOR DIRECCIÓN: Jacques Audiard, Les Frères Sisters
    • MEJOR ACTRIZ: Léa Drucker, Custodia compartida
    • MEJOR ACTOR: Alex Lutz, Guy
    • MEJOR ACTRIZ SECUNDARIA: Karine Viard, Les chatouilles
    • MEJOR ACTOR SECUNDARIO: Philippe Katerine, Todo o nada
    • REVELACIÓN FEMENINA: Kenza Fortas, Shéhérazade
    • REVELACIÓN MASCULINA: Dylan Robert, Shéhérazade
    • MEJOR GUION ORIGINAL: Custodia compartida, de Xavier Legrand
    • MEJOR GUION ADAPTADO: Les chatouilles, de Andrea Bescond y Eric Metayer
    • MEJOR DISEÑO DE PRODUCCIÓN: Les Frères Sisters (Michel Barthelemy)
    • MEJOR VESTUARIO: Mademoiselle de Joncquières (Pierre-Jean Larroque)
    • MEJOR FOTOGRAFÍA: Les Frères Sisters (Benoît Debie)
    • MEJOR EDICIÓN: Custodia compartida (Yorgos Lamprinos)
    • MEJOR SONIDO: Les Frères Sisters (Brigitte Taillandier, Valerie de Loof, Cyril Holts)
    • MEJOR MÚSICA ORIGINAL: Guy (Vincent Blanchard, Romain Greffe)
    • MEJOR ÓPERA PRIMA: Shéhérazade, de Jean-Bernard Marlin
    • MEJOR FILM ANIMADO: Dilili à Paris, de Michel Ocelot
    • MEJOR CORTO ANIMADO: Vilaine fille, de de Ayce Kartal
    • MEJOR FILM EXTRANJERO: Somos una familia, de Hirokazu Kore-eda
    • MEJOR CORTOMETRAJE: Les petites mains, de Rémi Allier
    • MEJOR DOCUMENTAL: Ni juge, ni soumise, de Jean Libon & Yves Hinant
    • CÉSAR DEL PÚBLICO: Les Tuche 3, de Olivier Baroux
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Festival Actualidad Cine francés

François Ozon: basado en hechos reales

François Ozon sacude al jurado del Festival de Cine de Berlín con ‘Grâce à Dieu’, la película basada en hechos reales que denuncia el abuso sexual a menores en la Iglesia.

François Ozon ha ocupado un lugar importante en el palmarés de la última edición de la Berlinale. El jurado internacional del Festival de Cine de Berlín otorgó el Oso de Plata al realizador francés por su última obra ‘Gracias a Dios  (Grâce à Dieu, 2018), una cinta que se aleja de la ficción para contar una estremecedora historia de denuncia basada en hechos reales.

LA HISTORIA REAL

Ozon se ha metido en un terreno pantanoso y complicado al basar su nueva película en un caso real de pederastia. Los hechos tuvieron lugar entre la década de los 70 y los 90 y conforman uno de los casos más flagrantes de abusos sexuales a menores perpetrados por miembros de la Iglesia Católica en Francia. Concretamente por parte del clérigo Bernard Preynard, cuyas víctimas, ya adultas, denunciaron por abuso antes de 1991.

No se trata precisamente de un caso archivado u olvidado por la sociedad francesa. El pasado enero se llevó a cabo el juicio en el que se acusa a seis responsables de la diócesis de Lyon por haber encubierto los lamentables actos de Preynard. La sentencia se espera para el próximo marzo, por lo que el estreno de la cinta en Francia se ha visto comprometido y probablemente tenga que ser aplazado.

François Ozon en su discurso tras recibir el Oso de Plata en la Berlinale

LA PELÍCULA

Conocemos a Alexandre, interpretado por Melvil Papaud, un católico practicante y padre de cinco hijos con una vida dentro de los márgenes de la normalidad. Para su estupor, un día descubre que el cura que abusó de él cuando era adolescente durante su estancia en unos campamentos de verano sigue en activo y, lo que es aun peor, sigue rodeado de niños. Alexandre se arma de valor y decide alertar a Monseñor Barbarin, encarnado por el actor François Marthouret.

Sin embargo, desde el Arzobispado de Lyon no hacen nada al respecto. Frente a la pasividad de la Iglesia, Alexandre sigue tirando del hilo hasta dar con testimonios de otras víctimas. Desde ese momento comienza la lucha en pos de la verdad y la justicia contra una institución poderosa e inamovible.

Mi película no se coloca en un aspecto legal, se coloca en el aspecto humano y el sufrimiento de las víctimas – François Ozon

Del drama familiar al thriller; del documental al drama social. Contando con la participación de actores importantes del cine francés como Denis Ménochet, Swann Arlaud o Éric Caravaca, un François Ozon totalmente renovado y alejado de su personal estilo cinematográfico, se sirve de diferentes géneros para dar forma a los 135 minutos de la cinta tratando desde diferentes ángulos el dolor, el trauma, la vergüenza o la culpa.

EL RETO DE OZON

Parece inevitable asociar ‘Gracias a Dios’ a la estadounidense Spotlight de Thomas McCarthy, pues ambas películas tratan temas muy parecidos. No obstante, mientras que la segunda se centra en la investigación periodística del caso y el silencio cómplice de una comunidad entera, el filme de François Ozon se desarrolla desde el punto de vista de las propias víctimas que, a su vez, son verdaderos creyentes que forman parte activa de la Iglesia.

Este matiz es importante porque lleva implícito el respeto por la Institución y, en mayor medida, el respeto por las creencias religiosas de las personas a partir de las cuales se creó el guión. Aún así, el director de Frantz llegó a Berlín con una bomba de relojería bajo el brazo que ha sacudido a la opinión pública y a la propia Iglesia, que vuelve a ver cómo su autoridad moral se tambalea una vez más.

LO QUE NO SE NOMBRA NO EXISTE

Grâce à Dieu intenta romper el silencio de las instituciones poderosas y parece que toca hueso. El realizador ha sufrido distintas ‘presiones’ e incluso retiradas de fondos para que su película no vea la luz. Afortunadamente no han sido fructíferas y el filme ha salido adelante. Por otra parte nada ha impedido que los medios europeos se hagan eco de la cinta y del escándalo que supone el caso en la Iglesia.

Que no sea fácil hablar de tabúes no quiere decir que no sea necesario hacerlo. El abuso sexual a menores es algo que lamentablemente ocurre y negarlo hace un flaco favor a las víctimas. Por eso es tan importante que desde el Cine, el Arte o la Literatura se nombre también lo que no nos gusta, lo que nos duele; porque aceptar que todavía tenemos defectos tan graves como este nos convierte en una sociedad más madura que será capaz de generar un cambio.

Gracias, François Ozon, por ser en esta ocasión un altavoz.

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Cine francés Te recomendamos

Cine en francés para escapar de San Valentín

Os traemos dos propuestas contundentes alejadas del género romántico para disfrutar de buen cine en francés.

Aunque deseamos un feliz día a todos aquellos enamorados que lo celebren, desde Lien hemos decidido no ser partícipes de la subida del nivel de glucosa que acompaña a cada San Valentín. Este artículo es precisamente para todas aquellas personas que preferirían atrincherarse en casa sin consultar sus redes sociales hasta que llegue el 15 de febrero antes que volver a recibir una imagen viral por Whatsapp de corazones y querubines.

Lo sentimos por Amélie Poulain, pero hoy no traemos paseos en moto por París. Tampoco habrá beso en Pont Neuf y ninguna llave repleta de promesas será arrojada al fondo del Sena. Lo que proponemos a cambio es todo lo contrario: dos películas muy diferentes entre sí para disfrutar de buen cine en francés y alejarnos, aunque sólo sea por hoy –o precisamente por ser hoy–, del romanticismo. Voila!

En la casa (Dans la maison, 2012): para saber lo que se siente al colarse en un hogar ajeno.

Probablemente cuando Juan Mayorga escribió la pieza teatral El chico de la última fila –cuya lectura sin duda recomendamos– no se pudo imaginar que al poco tiempo el director François Ozon quedaría fascinado por ella y la llevaría al cine en una adaptación totalmente fiel. Eso sí, lo hizo desde la mirada perturbadora a la que nos tiene acostumbrados. El experimento le valió varias nominaciones a los premios César y se alzó con la Concha de Oro en el festival de San Sebastián.

En la casa nos presenta a Germain, un profesor de literatura decepcionado por la mediocridad de los trabajos que realizan sus nuevos alumnos y el desalentador futuro que les espera. Sin embargo, se entusiasma con Claude, un alumno de perfil bajo que destaca con su trabajo por encima de los demás y a quién decide guiar para que siga desarrollando el don de la escritura.

El chico escribe sobre la extraña fascinación que despiertan en él los Rapha, la familia de clase media de otro compañero. Se obsesiona con volver una y otra vez a la casa en la que habitan y el profesor, como si se tratara de un folletín morboso por entregas, se engancha totalmente a la ambigua y perversa historia que Claude le ofrece fragmentada cada semana basada en ellos. ¿Quién enseña a quién? ¿Cuánto hay de realidad y cuánto de ficción en el texto del alumno? El duelo intelectual entre maestro y pupilo está servido.

En la casa es la opción perfecta para que olvidemos tanto estímulo pasteloso de San Valentín y recurramos a Dostoevsky.

En esta cinta Ozon se introduce de lleno en la meta-literatura. Presenta una obra dentro de otra obra en la que los límites se difuminan con facilidad. A partir de un thriller con toques de comedia teje una tela de araña que nos deja pegados a la silla durante los 102 minutos de duración del filme y consigue que nos sintamos realmente incómodos.

Crudo (Grave, 2016): para los que saben disfrutar de un filete poco hecho.

Si con En la casa llegamos a sentir incomodidad, Crudo hará que aquellos de corazón sensible –o mejor dicho, estómago– aparten la mirada en más de una escena. Con este prometedor debut, la directora francesa Julia Ducournau se hizo con varios premios en Sitges y Cannes y consiguió elaborar una fábula sobre la adolescencia que algunos calificarían, como mínimo, de extravagante.

Justine tiene 16 años y pertenece a una familia donde todos son vegetarianos. Es una buena chica centrada en sus estudios y planes educativos pero al ingresar en la misma facultad de veterinaria que su hermana para seguir con la tradición familiar, descubre un mundo despiadado donde las novatadas en el campus son rutina y sacan a la luz nuevas aristas de su personalidad.

La joven, como si de un mito clásico se tratara, se enfrenta a un viaje de autoconocimiento que inicia al probar un bocado de carne por primera vez. A partir de entonces, el ansia que llega a sentir se vuelve incontrolable y la lleva a alcanzar unos límites que ni ella misma –ni su hermana– se imaginaba.

Si todavía os quedan ganas de probar algún chocolate con forma de corazón este San Valentín, con Crudo van a desaparecer del todo.

A pesar de que la película de Ducournau está clasificada dentro del género de terror, hay que saber apartar la sangre y la carne para vislumbrar el trasfondo poético del filme que la directora deja intuir a través de la sensualidad de su cámara. Lo que nos propone a fin de cuentas es un ensayo sobre la adolescencia y el despertar sexual de Justine (el propio nombre de la protagonista ya nos da una pista) que explora, con el giro final de trama además, la determinación de la herencia y de aquello que biológicamente nos ceden nuestros progenitores, para bien y para mal.

Tanto si celebráis este día por todo lo alto como si pensáis que el 14 de febrero sólo es un día más de frío invierno, estamos seguros de que sabéis disfrutar del cine en francés y no necesitáis ninguna excusa ni festividad para poneros cómodos y pasar un rato interesante, solos o acompañados, delante de la pantalla. Es este, sin duda, es el mejor regalo que podemos hacernos a nosotros mismos: tiempo y calma para ver una buena película.

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Actualidad Cine francés Cannes

Cómo ser Jean-Luc Godard

Godard, el mítico director franco-suizo cabeza de la Nueva Ola en los 60, estrena su última película Le livre d’image, ganadora de la Palma de Oro Especial en el Festival de Cannes de 2018.

Que uno pueda regalar lo que no posee, dulce milagro de nuestras manos vacías Jean-Luc Godard

Jean-Luc Godard tiene 88 años y se ha pasado el cine. Dos veces. La primera vez durante la década de los 60 con la Nouvelle Vague, de la que fue máximo representante junto con Truffaut, Rohmer y Chabrol; la segunda, ahora. En pleno siglo XXI, posicionando sus últimos trabajos a la vanguardia de la vanguardia.

Una película que no es exactamente eso

El libro de las imágenes (Le libre d’image, 2018) llega a España el próximo 22 de febrero de la mano de Avalon y Filmin. Ha formado parte de la programación del Festival de Rotterdam, famoso por albergar contenido de corte experimental. Alejada de salas de cine convencionales, la cinta se ha proyectado en una habitación del Hotel Atlanta -uno de los pocos edificios de la ciudad que no fue arrasado en el bombardeo alemán del 40- cubierta de alfombras persas y con sillones, tal y como está decorado el propio estudio de Godard en Suiza.

Con capacidad para sólo 30 personas, durante tres pases al día y en una pantalla pequeña, El libro de las imágenes dejó boquiabiertos a sus espectadores. Lo que el director ofrece en este filme es una especie de collage de secuencias que se suceden una detrás de otra, una ensayo fílmico que continúa la línea marcada anteriormente con Historia(s) del cine (Histoire(s) du Cinéma, 1988).

Virales de Internet, comunicados del ISIS, Kim Novak cayendo al agua en la Bahía de San Francisco, una joven Joan Crawford mirando a cámara, fragmentos del noticiario e imágenes televisivas, el ojo cortado por una cuchilla de Buñuel en su Perro Andaluz… Secuencias sacadas de su contexto que cobran un nuevo significado en la coctelera de luz de Godard en la que el único hilo conductor es la inconfundible voz en off del propio director recitando aforismos, dándole profundidad a unas imágenes alteradas previamente por su mano en su estudio. Pura experimentación, pura avant-garde.

¿Una Nueva-Nueva Ola?

El director de cine francés Michel Hazanavicius dijo de Godard -a quién dedicó un prescindible biopic- que él mismo era la Nouvelle Vague. Supo anticipar el futuro del cine y desarrollar un estilo personal que no ha tenido comparación. Una genialidad así no se frena ni con la edad.

Pasa el tiempo y el nuevo Jean-Luc Godard se recrea en la innovación. Se empeña en salirse de la tradición cinematográfica, en seguir cambiando su concepto. Sigue sin identificarse con los parámetros habituales: los aborrece como ya lo hiciera en los sesenta. El realizador franco-suizo se interesa ahora por un tipo de cine a medio camino entre el documental, el ensayo y la ficción. A sus 88 años, Jean-Luc Godard resulta incombustible y casi se le intuye eterno.

Facetime desde La Croissete

En el 68 , cuando el director estaba en la cumbre, se plantó en la Croissete, donde se celebra desde siempre el Festival de Cannes, acompañado de sus colegas de Cahier du Cinéma. Tenían intención de suspender el certamen como gesto de apoyo y rebeldía en solidaridad con las protestas estudiantiles y obreras que se estaban viviendo en el París efervescente de la época.

Nosotros hablamos de solidaridad con estudiantes y trabajadores, y vosotros de primeros planos o tiros de cámara. Sois unos gilipollas Jean-Luc Godard

Con Francia absolutamente parada, que el festival siguiera su curso les parecía una ofensa a estos cineastas rebeldes. Consiguieron suspender la programación cuando aún quedaban cinco días de proyecciones y no hubo palmarés.

Medio siglo después sí lo ha habido y el mismo Godard que se colgó de las cortinas del cine Lumiére para protestar, ganó el año pasado la Palma de Oro Especial por El libro de las imágenes. Con su inseparable puro en la boca, dio una rueda de presa vía Facetime mientras él seguía en su “exilio” suizo y contestaba de esta forma una pregunta tras otra sin tan siquiera ver el rostro de los periodistas que lo entrevistaban.

Un genio irritante, sí, pero irrepetible

No, no se puede ser como Jean-Luc Godard. Conociendo la filmografía y la trayectoria vital del director de Banda a parte se deduce que es del tipo de creadores que surgen una vez cada cien años. Uno que lleva el cine –su idea tan singular del cine– bajo la piel y que no sólo busca emocionar con su obra. Quiere que reflexionemos aunque nos haga sentir incómodos para ello. Nos quiere enfadados. Quiere que no nos relajemos delante de la pantalla y que nos rebelemos en las butacas aunque sea hacia lo que estamos viendo.

Acostumbrados a consumir series y películas que se nos ofrecen ya masticadas, lo que Godard nos lleva dando todo este tiempo con su filmografía es un regalo de valor incalculable.

Por favor, Godard, no te acabes nunca.

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Monográficos Cine francés

Melville (Volumen II): tras los pasos del samurái

Nos colocamos de nuevo el sombrero de gánster y la gabardina beige para continuar con la segunda parte del monográfico en dos volúmenes dedicado a Jean-Pierre Melville, el genio del Polar francés.

Jean-Pierre Melville llenó las pantallas de humo. Contó sus historias a través de la neblina de los cigarrillos que fumaban de forma compulsiva sus personajes; esos tipos duros con pistola y una larga lista de malas decisiones sobre sus hombros. Las contó excepcionalmente bien, con toda la riqueza, sensibilidad artística y conocimiento técnico que le proporcionaron haber absorbido horas y horas de cine como espectador desde su infancia. Hizo de su pasión su profesión y he aquí su legado: una filmografía de culto con catorce largometrajes que componen uno de los universos fílmicos más ricos del cine europeo.

A esta filmografía la precede el corto 24 horas en la vida de un payaso (24 heures de la vie d’un clown, 1946) que mencionábamos en la primera parte de este monográfico. El resultado sentimentaloide de este preludio fallido disgustó tanto al director que se prometió a sí mismo un cambio de rumbo total en su futura obra. Desde entonces buscaba obsesivamente la perfección técnica, narrativa y artística en cada plano, en cada secuencia.

Yo me narro a mí mismo a través de mis películas. Hacer un film es ser todos los personajes a la vez. Jean-Pierre Melville

Lo consiguió sobre todo en El silencio de un hombre y en El ejército de las sombras, ambas películas consecutivas que desarrolló en un periodo de dos años. Suponen los títulos de mayor repercusión y los que mejor representan las dos grandes temáticas que exploró Melville: la resistencia francesa durante la ocupación nazi y la explosión del cine Polar.

Primer periodo: crónica de una invasión

Cuando su apellido aún era Grumbach y formaba parte de la Resistencia Francesa, Jean-Pierre se topó cara a cara con la miseria humana y con la muerte, naturalezas que hasta entonces, como buen cinéfilo, sólo conoció a través de la pantalla. Luchar por la liberación de su país ante la invasión nazi fue un hecho que le marcó para siempre y que quedó patente en la primera etapa de su carrera, en la que exploró el drama moral con la Segunda Guerra Mundial como decorado de fondo.

El silencio del mar (Le silence de la mer, 1949)

La singular ópera prima con tintes antibelicistas de Jean-Pierre Melville dejó clara la enorme personalidad del cineasta, que se iría perfilando con el paso del tiempo. Adaptó con éxito la novela El silencio del mar de Vércors, toda una osadía para un debutante. No era un texto fácil de llevar a la pantalla pues estaba plagado de silencios y, a su vez, de extensos monólogos; aspectos del todo anticinematográficos. Pero si algo dominó el director en sus películas fue, precisamente, el silencio.

La acción transcurre en una pequeña localidad francesa donde residen un anciano y su sobrina a quienes se les impone alojar involuntariamente a un oficial alemán en su casa. Al no poder negarse se defienden con un silencio hostil ignorando por completo al incómodo inquilino. Este, lejos de sentirse ofendido, desarrolla extensos monólogos diarios durante todo un mes mostrando todo su poder a través de las palabras.

Con esta cinta, su intención era desarrollar un lenguaje constituido de imágenes y sonidos en el que el movimiento y la acción estuvieran totalmente desterrados. Con ellos, Melville traspasó los códigos tradicionales del cine francés marcando un antes y un después.

Los tres personajes protagonizaban la totalidad de la película. Fueron interpretados por un imponente Howard Vernon, actor al quien el director consideraba indispensable para el papel y con el que desarrolló una longeva amistad; y los desconocidos pero sorprendentes Jean-Marie Robain y Nicole Stéphane –tío y sobrina respectivamente– que realizaron un trabajo impecable.

Los niños terribles (Les enfants terribles, 1950)

Melville compró los derechos de la obra homónima escrita por Jean Cocteau tan sólo un día antes de iniciar el rodaje de Los niños terribles. De nuevo la adaptación de un texto literario; una novela cuya lectura sedujo a un Jean-Pierre adolescente allá por 1930 y que jamás pudo sacarse de la cabeza. Sin embargo, el escritor y el director, que comparten la autoría del guión, no se llevaron especialmente bien durante el rodaje y vivieron una tormentosa relación de amor y odio que los desesperaba continuamente.

Los niños terribles a los que se alude en el título son los hermanos Lise (de nuevo una maravillosa Nicole Stéphane) y Paul (Edouard Dermithe). Ambos adolescentes crean un universo privado de peleas y juegos en la caótica habitación que comparten y que alimentan una malsana obsesión mutua que roza, tímidamente, lo erótico, lo que propició una avalancha de malas críticas en la época. El mundo exterior irrumpe en sus vidas cuando dos amigos de los chicos, Gerard y Agathe, van a vivir con ellos y desatan los celos y la maldad de Lise.

Con su segundo largometraje, Melville siguió buscando nuevos recursos narrativos con los que presentar sus historias. Lo onírico y lo surrealista están presentes en planos que a menudo resultan trágicamente hermosos a lo largo de la cinta.

Cuando leas esta carta (Quand tu liras cette lettre, 1953)

La tercera película del cineasta francés –que no se llegó a estrenar en España– significó el acercamiento a un género muy alejado del que lo consolidaría como maestro del Polar: el melodrama. Dejando de momento las adaptaciones cinematográficas de las novelas, optó por adaptar un guión cargado de intensidad emocional y de connotaciones religiosas firmado por el dramaturgo Jacques Deval.

Para darle forma a esta historia maniquea contó con la mirada de la actriz Juliette Greco en el papel de Thérèse, quien cargó con todo el peso del filme, y con Irène Galter en el de Denise. Ambas hermanas son totalmente opuestas, el bien y el mal, lo sacro y lo maldito; y el director lo deja patente en e tratamiento de los planos que dedica a cada una. Luminosos para una, oscuros y casi grotescos para la otra.

Las dos protagonistas conforman un triangulo sentimental con el arrogante Max, interpretado por Philippe Lemaire. En este intenso drama, Melville ya nos deja intuir ciertas trazas de thriller y de noir como adelanto a la deriva que iba a adoptar su carrera en futuras películas.

Bob el jugador (Bob le flambeur, 1956)

«Esta es, como la cuentan en Montmartre, la curiosa historia de…»

A pesar de que la cuarta película del realizador fue bastante ignorada por público y crítica durante años, hoy se considera como el germen del cine Polar; el nacimiento del género (lo que la acerca más a la temática que exploró en el segundo periodo de su producción fílmica). Se trata, en palabras del propio director, de una “carta de amor a París”, concretamente al barrio de Montmartre. Melville rodó en las localizaciones reales en plena calle adelantándose así a la Nueva Ola, sentando un precedente.

Es en este filme en el que por fin sale a la luz la vida del hampa, de las criaturas urbanas nocturnas que se hacinan en clubs y se refugian en las sombras y en el humo del tabaco. El apuesto Roger Duchesne interpreta a Robert Montagné, conocido por casi todos como Bob, el tipo duro de origen humilde; de rostro infranqueable que se ha ganado el respeto de todos. Y, como no podía ser de otra manera, Bob pretende dar el golpe de su vida: quiere los 800 millones que contiene la caja fuerte del Casino de Deauville.

El universo de Bob el jugador está ocupado eminentemente por hombres e incide en la amistad entre ellos. De hecho este se convirtió en un aspecto característico de la producción de Melville, cuyo interés por lo masculino es inversamente proporcional a su desinterés por lo femenino.

Dos hombres en Manhattan (Deux hommes dans Manhattan, 1959)

El director francés había coqueteado con el noir en su anterior película y lo había disfrutado mucho. Decidió entonces homenajear el cine de gánsteres americano de los 40 que tanto le fascinaba, por lo que ambientó su sexta película en la ciudad de Nueva York.

En esta ocasión los protagonistas no serían policías ni delincuentes, sino un periodista y un fotógrafo que investigaban la inexplicable desaparición de un delegado francés en la ONU y que fueron interpretados por –oh lá lá!– el propio Jean-Pierre Melville y Pierre Delmas respectivamente.

A pesar del atractivo argumento a lo Hitchcock, el estreno de Dos hombres en Manhattan resultó un estrepitoso fracaso. Apenas tuvo público y recibió comentarios muy negativos, lo que hizo mella en el orgullo del genial director. Sin embargo, le sirvió para redirigir sus objetivos y sobre todo sacar dos conclusiones importantes: la primera, que los personajes paseaban demasiado en la película, lo que no agiliza la narración precisamente. La segunda, que bien le hubiese valido contar con una súper estrella en el reparto para obtener una atención mayor. Y eso es lo que haría en adelante: rodearse del star-system francés de la época.

Léon Morin, sacerdote (Léon Morin, prêtre, 1961)

Esta fue la película que hizo que Melville recuperase su autoestima. Significó la vuelta al melodrama y la vuelta a la adaptación literaria, en esta ocasión de novela de la prestigiosa ganadora del Premio Goncourt en 1952 Beatrix Beck. Con esta cinta retrocedemos en el tiempo y volvemos a la época de la Segunda Guerra Mundial. Pero en esta ocasión lo hacemos acompañados de dos estrellas como Emmanuelle Riva y Jean-Paul Belmondo, que además de ofrecer un trabajo excepcional, le darían cierto caché al cinta.

Es la historia de Barny (Riva), un atractiva viuda que trabaja como secretaria de dirección de una chica llamada Sabine Lévy (Nicole Mirel) y que quedará fascinada por la elegancia y la presencia de su joven jefa hasta el punto de convertirlo en una obsesión con tintes sexuales y románticos, todo un atrevimiento en la recién estrenada época de los 60. Para aliviar su conducta de alguna manera, decide entrar en una Iglesia, donde conoce al sacerdote Léon Morin (Belmondo). Ambos comienzan una relación que se basa en el estímulo intelectual y en la filosofía donde la espiritualidad –y la ausencia de ella– es protagonista.

Barny es el personaje femenino más importante y al que más ha cuidado el director. La dota de trascendencia y profundidad interior como no lo hace con ninguna otra mujer en su filmografía.

Segundo periodo: tipos malos y asuntos sucios

El héroe de mis films noirs siempre es un héroe armado. Siempre lleva una pistola. Es un hombre armado, y ya casi es un soldado, lleva un uniforme.Jean-Pierre Melvile

Justo en el meridiano de su carrera tiene lugar la explosión de cine noir que consagra a Melville como el Maestro del cine Polar, aquella derivación francesa del cine de gánsteres americano. Es sin duda donde el cineasta se siente más cómodo y donde explora esa visión de samurái que dotará a sus películas de la técnica y la forma perfectas y que situará al director galo en la atalaya donde descansan los mejores directores de la historia del cine.

El confidente (Le doulos, 1962)

El profundo amor y respeto que sentía el joven Jean-Pierre por la literatura universal se materializó con el tiempo en sus películas. De nuevo, el director adaptó la novela negra del escritor francés Pierre Lesou, de quien era un gran admirador. Para ello volvió a contar entre el reparto con Belmondo, su particular “as en la manga”.

 

Maurice (Serge Reggiani) y Silien (Belmondo) son los protagonistas, “dos hombres en París”. El primero, es un ladrón y ex-convicto que planea dar otro golpe; el segundo, un informante de la policía. El robo, por supuesto, sale mal y el destino ambos se cruza cuando se ven involucrados en dos crímenes.

Polar puro. Es en El confidente donde Melville encontrará las pautas y las características que definirán su cine desde ese momento, el ejemplo perfecto para entender este subgénero. La realización del filme rozó la perfección, por lo que le sirvió de patrón para las siguientes cintas.

El guardaespaldas (L’aîné des Ferchaux, 1963)

De nuevo una adaptación literaria. La obra del belga George Simenon se revela como punto de partida para una obra totalmente melviliana. El guardaespaldas fue una obra desconocida dentro de la filmografía del director, casi incómoda; casi menor. De hecho, recopiló más críticas negativas que positivas.

En su octava película, Melville decide que es hora de volver a su adorada América. De nuevo aparece Belmondo, dando vida en esta ocasión a Michel Maudet, a quien conocemos durante su último día como boxeador. Lo encontramos derrotado, tirando la toalla tras un combate que vemos bajo la presentación de los títulos de crédito del filme. En su peor momento y condenado a mal vivir, aparece el banquero Dieudonné Ferchaux, interpretado por el otoñal Charles Vanel, y le ofrece trabajar para él como guardaespaldas en EE.UU. El joven terminará traicionando a su protector y arrepintiéndose después.

En esta cinta y por primera vez en toda su trayectoria, se intuye un matiz de interés homosexual entre los personajes masculinos que la protagonizan, lo que provoco no pocas teorías sobre la relación del propio Melville con el actor Alain Delon, quien protagonizaría varios de los siguientes largometrajes del director.

Hasta el último aliento (Le deuxième soufflé, 1966)

Gustave Minda, “Gu”, interpretado por el gran Lino Ventura, consigue evadirse de la prisión en la que se encontraba encerrado y huye a París para reunirse con sus socios. Pronto se verá envuelto en una guerra entre bandas rivales. Para abandonar el país Gu necesita dar un último golpe y conseguir la pasta –siempre es la pasta–, aunque en su camino se interpone el Comisario Blot, a quien da vida Paul Meurisse, y ya nada le saldrá a Gu como tenía diseñado en su plan.

Se trata la película con más escenas de acción de toda la producción melviliana, y al mismo tiempo, se trata de una de las más complejas a nivel narrativo. También es la que tiene un metraje más largo y en la que casi no aparecen personajes secundarios, pues todos ellos son cruciales en la trama sin más alternativa que matar o morir.

El silencio de un hombre (Le samouraï, 1967)

«No hay soledad más profunda que la del samurái salvo la de un tigre en la selva… tal vez». Frase atribuida al Bushido, o libro de los samuráis, pero que realmente fue inventada por Melville.

Y llegamos, por fin, a la cúspide. A la quintaesencia melviliana. Si una película ha servido como emblema del director francés, sin duda ha sido El silencio de un hombre. La cinta abre con la falsa cita sobreimpresionada en un bellísimo plano fijo donde vemos a un hombre tumbado en la cama, fumando, sin más sonido que el de los coches en la calle y le silbido de un pajarillo dentro de una jaula. El hombre es Jef Costelo, interpretado por un enorme Alain Delon, y vive encerrado en sí mismo, envuelto en una atmósfera silenciosa y con una actitud lacónica. Sólo se relaciona con los clientes que le encargan “trabajos” que Costelo, como buen asesino freelance, ejecuta sin errar. Aunque no tarda mucho en levantar sospechas y ser perseguido infatigablemente por el Comisario de Policía, a quien pone cara el actor François Périer.

Estamos ante un trabajo de cuidados detalles enmarcados con precisión. Encontramos al tipo duro que se acicala ante el espejo y se ajusta el sombrero como en un ritual; la figura arquetípica del gánster fusionada con la figura legendaria del samurái. Esta película es una radiografía de toda la esencia del cine de Melville, y es la única unánimemente admirada por la crítica, público, estudiosos y cinéfilos, por tanto; es la obra que más ha favorecido al cineasta internacionalmente.

El ejército de las sombras (L’armée des ombres, 1969)

He mostrado por primera vez cosas que no he visto, que he vivido. Claro está que mi verdad es, entiéndase bien, subjetiva y no corresponde claramente a la vida real. Jean-Pierre Melville

“Malos recuerdos, pero bienvenidos… sois mi juventud lejana”. Esta película supone el cierre definitivo de su etapa de exploración de la Resistencia Francesa. Se trata de una de las obras más consagradas del autor no solo por su calidad técnica y artística, si no, además, por su carácter pedagógico. Es sin duda una de las películas que mejor aguanta el paso del tiempo y se considera un referente de la memoria histórica del país vecino. La repercusión que ha obtenido la cinta a lo largo del tiempo es realmente asombrosa.

El filme lo protagoniza Philippe Gerbier (Lino Ventura), ingeniero del Departamento de Obras Públicas que colabora con la valerosa Resistencia. Un día la policía colaboracionista le captura y lo retienen en un campo de concentración donde la vigilancia es constante. Sin embargo, un comunista con quien comparte desdicha le propone un plan de fuga. Durante un traslado consigue escapar y desde ese momento seguimos a través de sus ojos el día a día de la Resistencia y su lucha contra la ocupación alemana.

 

Como en todas sus películas, el peso de los actores es fundamental –Jean-Pierre Melville sabía lo que se hacía elaborando los castings–. En El ejército de las sombras destaca el trabajo de Lino Ventura, quien llevó a cabo una de las mejores actuaciones de su carrera. En la que fuera segunda y última colaboración con el director, el papel parecía estar hecho a su medida. Pero no fue la única estrella que brilló. La excelente actriz Simone Signoret dio vida a un personaje fascinante cuya mirada tenía un lenguaje propio que el espectador descifraba de manera natural y sin esfuerzo.

Círculo rojo (Le cercle rouge, 1970)

“Cuando dos hombres, incluso si lo ignoran, están destinados a encontrarse un día, cualquier cosa puede pasarles y pueden seguir caminos divergentes, pero cuando llegue el día, inevitablemente serán reunidos en el círculo rojo”. Esta película nace bajo la premisa de esta cita budista surgida de los versos del religioso indio Ramakrishna. La cita, como ya ocurrió en El silencio del un hombre, aparece durante los títulos de crédito iniciales marcando el destino ineludible que espera a los protagonistas del filme.

Bajo una narración casi onírica conocemos a los tres personajes que habrán de encontrarse fatídicamente dentro del círculo: Vogel (Gian Maria Volonté), Mattei (André Bourvil) y Corey (Alain Delon). Dos ladrones, un policía y una persecución en espiral hacen de esta cinta un espectáculo perfecto, una envolvente intriga policial en la que la dirección de los actores demuestra el rigor con el que Melville desempeñaba su trabajo.

Crónica negra (Un flic, 1972)

Esta película, considerada obra menor por la crítica, cierra la filmografía del genio francés. Destaca, por supuesto, por ser auténtico Polar, cine policíaco de intriga frío y seco; pero sobre todo, destaca por ser una idea que surge íntegramente del intelecto del director. Cero adaptaciones, cero colaboraciones en la creación del guión.

Se trata de una historia clásica de policías y ladrones que cuenta el robo a un banco. Volvió a contar con la fría mirada de Alain Delon, pero esta vez, como policía, no como criminal; demostró que su registro como actor era amplio. Catherine Denueve y Richard Crenna acompañan a Delon y terminan de perfilar la atmósfera hostil del filme. Una voz en off, como ya ocurriese en anteriores películas, hace de hilo conductor de una trepidante investigación que enfrenta a dos viejos amigos, cada uno a un lado de la ley.

En Crónica negra vuelven a aparecer confidentes y chantajes que salpican al cuerpo de policía, y es que en las películas de Melville ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos. Esta manera de humanizar a los personajes y de dotarles de profundidad psicológica y dualidad es lo convierte a esta cinta en un deleite para el espectador.

Melville inmortal

Jean-Pierre murió el 2 de agosto de 1973, cuando contaba sólo con 55 años. Estaba preparando la adaptación de una novela de André Mairaux que jamás llegó a terminar. Es inevitable preguntarse cómo habría evolucionado la carrera de un director brillante que contaba con una experiencia vital y profesional tan dilatada, sobre todo a las puertas de una década que abría numerosas posibilidades en cuanto a técnica para innovar en el cine.

Nos dejó una obra hermética pero apasionante de la que han bebido numerosos directores actuales, lo que demuestra la magnitud de su trabajo. Dejó claro que se podía hacer cine de otra manera y que podía hacerse partiendo con muy pocos recursos. Pero lo que realmente diferencia a Melville de otros realizadores es el haber moldeado un subgénero y haberse convertido en su máxima representación.

Afortunadamente, su obra lo ha convertido en una figura inmortal; podemos revisitarla tantas veces como queramos y, sí, seguro que cada vez que lo hagamos nos resultará fresco y estimulante. Qué alivio pensar que sus silencios y sus sombras son ya nuestros para siempre.

 

Para la redacción de este artículo y del que lo precede se ha consultado la siguiente bibliografía que recomendamos para profundizar en el universo melviliano:

  • Jean-Pierre Melville. Sombras y silencios. Albert Galera, Editorial Rosetta.
  • Jean-Pierre Melville. Crónica de un Samurái. José Francisco Montero, Shangrila ediciones.
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Festival Cine francés Te recomendamos

La película que se bebió a Vincent Cassel

El director francés Erick Zonca vuelve para dirigir a los actores Vincent Cassel y Romain Duris en su última película ‘Sin dejar huellas’.

Dentro de la programación de My French Film Festival nos topamos en la sección oficial con el esperado regreso al cine del director de La vida soñada de los ángeles (Vie rêvée des Anges, 1998). Después de 20 años de ausencia Erick Zonca vuelve con la cinta Fleuve noir (2018), presentada en español bajo el título menos críptico Sin dejar huellas, un retorcido polar de corte clásico basado en la novela policíaca Expediente de desaparición del escritor israelí Dror Mishani. En él,  Zonca ha dirigido a un elenco de actores ya consagrado compuesto por Vincent Cassel, Romain Duris y Sandrine Kiberlain.

El argumento

El hijo adolescente de la familia Arnault, Dany, desaparece sin dejar rastro de la noche a la mañana. Su madre, Solange acude desesperada a la policía. El encargado de investigar el caso es François Visconti, un policía desengañado, con problemas graves de alcoholismo y un hijo adolescente que tontea con el narcotráfico. Durante el proceso de recabar información, Visconti conoce a Yan Bellaille, el vecino de la familia Arnault que fue profesor del joven Dany y que está interesado por la investigación. Quizá demasiado interesado.

La atmósfera y el guión

Cuando se trata de un thriller, ¿es más importante la atmósfera o la intriga de la trama? ¿Las situaciones que plantea o cómo están interpretadas? Probablemente haya tantas opiniones al respecto como espectadores. En el caso de Sin dejar huellas Erick Zonca ha estado más acertado con la ambientación de la película que con el propio guión.

Por una parte, el ambiente. La fotografía en la película está cargada de la oscuridad propia del género y es llevada a través de una cámara en continuo movimiento que enfoca y desenfoca, que abre y cierra planos; con una banda sonora lúgubre que destaca por su sutileza: acompaña pero no sobresalta. El director consigue así que entremos de lleno en la atmósfera fría, casi hostil, que nos ofrece.

Para cuando llega el giro final ya nos hemos olvidado de lo que nos había chirriado por el camino y nos quedamos con ese sabor de boca tan amargo que pretendía el director desde el principio.

Por otra parte, el guión. La trama se desarrolla a fuego lento hasta que nos vemos atrapados en una telaraña donde todos son sospechosos en la que las pistas no llevan a ninguna parte. Zonca consigue crear incertidumbre, pero por desgracia deja algunos cabos sueltos y tramas secundarias sin resolver de las que se podría prescindir. Sin embargo, tanto este obstáculo como el ritmo lento de los acontecimientos no impiden que la tensión se apodere de una en la butaca, sobre todo cuando se acerca el sorprendente giro final que cae como un jarro de agua fría. Para entonces ya nos hemos olvidado de lo que nos había chirriado por el camino y nos quedamos con ese sabor de boca tan amargo que pretendía el director desde el principio. Porque a estas alturas nadie puede ser tan ingenuo como para esperar un final feliz de un buen noir francés, ¿verdad?.

Los personajes y la interpretación

Ya sea en la literatura o en el cine, una historia de intriga policíaca bien construida necesita clichés que la sitúen dentro del género. Y no hay mayor cliché que el del inspector solitario, demacrado y alcohólico; con traumas sin resolver y mal carácter. El personaje del inspector François Visconti –que estaba pensado en un principio para el mismísimo Gerard Depardieu– eleva el estereotipo a la enésima potencia.

No es fácil desarrollar un personaje así y que resulte natural. Si esta fuese una película española el papel hubiese sido seguramente para José Coronado y quizá no hubiese resultado tan creíble. Afortunadamente es un deslumbrante Vincent Cassel quien da vida al torturado detective –gracias, Erick Zonca-.

Lo encontramos continuamente ebrio; porque Visconti se bebe todo el whisky de Francia en esta película.

Lo encontramos envejecido, desaliñado, con pinta de necesitar una ducha y unas cuantas horas de sueño. Nos repele por su actitud xenófoba y misógina (hasta llegar a unos límites que hieren sensibilidades). Lo encontramos continuamente ebrio; porque Visconti se bebe todo el whisky de Francia en esta película. Y lo encontramos abandonado, tocado y hundido; pero sobre todo nos resulta hipnótico. Ya sea volcando la botella sin disimulo en un vasito de papel para café en la oficina, interrogando a su propio hijo a base de insultos o bailando en su cocina al ritmo de la Cumbia sobre el río de Celso Piña, Vincent Cassel carga con el peso de la película y hace que merezca la pena verla.

Romain Duris está totalmente acertado cuando interpreta al personaje del típico vecino que siempre saludaba.

Pero él no es el único que brilla en pantalla. La némesis del detective está encarnada en un preciso e irreconocible Romain Duris. El actor pone cara a Yan Bellaille, el profesor particular del chico desaparecido, que insiste –demasiado– en que la situación familiar de los Arnault ha propiciado la huída del joven.Se trata de un intelectual con pretensiones. Un escritor del tipo quiero y no puedo –con un retrato de Franz Kafka enmarcado en su improvisado despacho– que rápidamente se revela como el principal sospechoso con el que se obsesiona el inspector. Y es que, por supuesto, algo hace para que sospeche de él.

Duris está totalmente acertado cuando interpreta al personaje del típico vecino que siempre saludaba. Educado, correcto; pero maniático. Optimista, entusiasta, excesivo incluso; pero contenido de cara a su mujer o al policía, intrigante. Un personaje que, como buen titiritero, oculta demasiadas cosas.

El tercer vértice del triángulo se trata de Solange Arnault, la madre de la víctima, que se muestra sumergida en una especie de trance doloroso desde la desaparición de su hijo. Está interpretada por una maravillosa y lacónica Sandrine Kiberlain cuya mirada expresa todo lo que tiene que callar su personaje y muestra a una mujer sobrepasada por las circunstancias, a punto de explotar.

En definitiva, el trabajo de los actores (incluyendo los secundarios) rescatan el filme, que no destaca por tener un guión brillante pero que, sin embargo, atrapa desde la primera escena.

¿Por qué ver una película más de detectives y asesinatos?

Como cinéfilos seguro que hemos visto muchas -muchísimas-, películas policíacas. Thrillers con un asesino astuto, un detective sin afeitar, alguna persecución… y sí, a menudo tenemos la sensación de haber visto el mismo filme una y otra vez. Entonces, ¿por qué seguimos enganchados al suspense, al misterio, si casi siempre sabemos cómo termina? Precisamente en esta pregunta está la clave.

Sabemos lo que pasa, pero no cómo pasa. Cada cineasta ejecuta su historia de una manera diferente. Casi todas empiezan igual pero la duda es cómo van a terminar. Por eso tiene mucho mérito hacer cine de género: nos hemos convertido en consumidores exigentes y ya no nos vale cualquier resolución. Queremos originalidad, sorpresa y emoción. Por eso seguimos viendo cine policíaco. Porque esperamos que cada película nos sorprenda casi tanto como lo hizo la primera.

¿Será el caso de la película de Erick Zonca? Sólo hay una manera de averiguarlo.

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Cine francés

Francia y el cine documental

El cine documental francés ha dado grandes películas en las últimas décadas y ha posicionado al país galo dentro del género. Os traemos algunos ejemplos muy interesantes como muestra de ello.

El origen del cine documental

El primer documental de la historia de la cinematografía lo brindó el estadounidense Robert J. Flaherty en el año 1922 y se llamó Nanuk el esquimal (Nanook of the North). El inhóspito y desconocido paraje de la Bahía de Hudson, en Canadá, llegó a las retinas de cientos de personas a través de sus pantallas y pudieron conocer la dura rutina de la vida de Nanuk y su familia gracias a este filme.

Esta cinta fue la semilla que daría lugar a otras expediciones filmadas por auténticos aventureros convertidos en documentalistas. Descubrir nuevos paisajes y nuevas culturas con una cámara en la mochila desveló la inquietud de estos –también nuevos–cineastas por contar otras realidades.

En lo que respecta a este género es más importante el objeto a tratar y su narrativa que los medios con los que se cuenta. Aunque esta premisa no ha evitado en absoluto que con el paso de las décadas el cine documental haya ido cogiendo peso y prestigio en el mundo del celuloide hasta ocupar un lugar propio en el palmarés de los grandes festivales de cine.

Algunos números interesantes

Europa es uno de los continentes que más documentales de autor produce. En el caso concreto de Francia la producción superó las 2.500 horas en 2002 y sólo una década después, entre 2012 y 2014, un estudio elaborado por la agencia The Wit para la SCAM (Société Civile des Auteurs Multimédia) situó al país vecino en el top 3 de países productores de cine documental con mayor impacto a escala mundial.

Francia y el cine documental

Naturaleza, ecología, historia, investigación, arte, sociedad, política…Hay para todos los gustos e intereses. El género documental francés es amplio en cuanto a las materias que trata y, de hecho, en los últimos años el país galo ha sabido imponerse frente a la competencia gracias a producciones muy logradas.

‘Sacrificio (Sacrifice)’ de Isabelle Clarke y Daniel Costelle, 2013.

Esta miniserie documental narra los hechos y acontecimientos relacionados con el desembarco de Normandía el 6 de junio de 1944 y los cien días que le siguieron hasta la liberación de parís. Lo interesante es que lo hace a través del relato de soldados, oficiales y ciudadanos que lo vivieron en primera persona. Supuso un gran éxito en todo el mundo y se consagró como el tercer documental más visto del mundo. En la misma semana se emitió en más de un centenar de países entre Estados Unidos, Europa, Asia y Australia.

Nómadas del viento (Le peuple migrateur, 2001) de Jacques Perrin.

Este filme hace de la divulgación poesía. Sus directores nos cuentan la historia de las aves migratorias y sus rutas de vuelto con una fotografía espectacular, una banda sonora perfecta para acompañar el movimiento del batir de alas y grandes dosis de lirismo visual. Lo consiguieron no sólo gracias al equipo humano y técnico que hay detrás de la película. Tuvo mucho más que ver la espera y la paciencia de la que hicieron gala sus directores para poder obtener imágenes nunca vistas del vuelo de las aves.

Para poder aproximarse a ellas en una era sin drones tele-dirigidos y rodar estas escenas mágicas acostumbraron a las aves desde su nacimiento al sonido del ultraligero del que se sirvieron para volar junto a ellas y evitar que se asustaran o se sintieran invadidas durante su migración. No es de extrañar que ganase un premio César al Mejor Montaje y que obtuviera una nominación a los Oscar y los Goya en la categoría de Mejor Documental.

Mañana (Demain, 2016) de Mélanie Laurent y Cyril Dion.

Este documental ecologista y alterconsumista se convirtió en un fenómeno viral con más de 750.000 espectadores en Francia. La actriz Mélanie Laurent recorre 10 países junto con Cyril Dion y dos cámaras para entrevistar a numerosas personas que, a través de acciones individuales están revirtiendo el impacto de la contaminación en el planeta. Mañana batió el récord mundial de captación colaborativa a través de un crowdfundind para su realización (444.390 euros en dos meses gracias a donaciones particulares). Es necesario verlo y difundirlo porque en él se demuestra que reinventar la agricultura, la energía y la economía es posible.

Caras y lugares (Visages Villages, 2017) de Agnès Varda y Jean René.

Pudimos ver este documental en la edición 23 del Festival de Cine francés y Francófono de Málaga que organiza cada año la Alianza Francesa. Las figuras creativas de la gran pionera y cineasta belga Agnés Varda y el artista gráfico Jean René se unen para dar forma a una película imprescindible que formó parte de la selección oficial de Cannes.

Ambos son autores y protagonistas de esta road-movie y ambos sienten un profundo amor hacia el arte. Es la diferencia de edad y de perspectiva lo que hace del documental un encuentro intergeneracional tan enriquecedor. A su paso se topan con personas anónimas dedicadas a diferentes oficios y gremios, y esto propicia una conversación continua sobre la creatividad y la posición del artista en el mundo entre estas dos grandes personalidades.

Con el cine documental llegamos a conocer la realidad o, si se prefiere la no-ficción, a través de los sonidos y las imágenes que provienen del punto de vista único de un realizador o una realizadora. Tanto crear como consumir documentales supone una manera de registrar el mundo en el que vivimos y las infinitas situaciones que se dan en él. Cada región tiene una manera particular de hacer documentales que estará más o menos sesgada por su cultura, y por tanto profundizar en el género significa profundizar en la realidad global y cultural del mundo. El cine documental, no nos quema duda, nos hace mejores seres humanos.

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