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Cine francés

Las actrices de la Nouvelle Vague, mucho más que ‘musas’

Destacamos el trabajo de las actrices más influyentes de la Nouvelle Vague y de otras mujeres que se mantuvieron detrás de las cámaras durante la nueva ola.

En el París de finales de los 50 tuvieron lugar tres acontecimientos muy concretos que marcaron un antes y un después en la manera de hacer cine: Truffaut fue elegido como Mejor Director en Cannes por Los 400 golpes (1959), Resnais presentó la cinta Hiroshima mon amour (1959) y Godard hizo lo propio tan sólo un año después con Al final de la escapada (1960). Voilà! Quedó inaugurada la Nouvelle Vague.

Esta rompedora corriente cinematográfica agrupó a una serie de personalidades que destacaron en diferentes ámbitos del mundo del celuloide y, como consecuencia, surgieron verdaderas obras de arte que hoy son un patrimonio cultural incomparable.

Para los chicos de la nueva ola la autoría era lo único que importaba. Entendían al director como creador y como responsable último del resultado de una película. No cabe duda de que dejaron una impronta indeleble en la historia del cine. Sin embargo, no se puede obviar el hecho de que trabajaron en equipo; que otras personas participaron en el desarrollo de esas películas que ahora están envueltas por un halo casi sagrado.

Entre estas personas están, cómo no, las actrices de la Nouvelle Vague, a menudo relegadas al papel pasivo de las musas, que, sin embargo, volcaron su trabajo, esfuerzo y talento en el desarrollo de unas películas exigentes y muy peculiares para la época. Pero no fueron las únicas mujeres que dieron forma al nuevo movimiento.

Tras las cámaras

Agnès Varda

El universo de la dama de la Nouvelle Vague abarca películas de ficción, documentales y video-instalaciones. Es la única mujer fundadora del movimiento y también la única que estuvo detrás de la cámara durante el mismo.

Sugerí a las mujeres que estudiasen cine. Les dije: salid de las cocinas, de vuestras casas, haceos con las herramientas para hacer películas Agnès Varda

Su primera película, La Pointe Courte (1956), ya contaba con todas las características con las que los críticos de Cahier du Cinéma definirían sus filmes poco después: localizaciones exteriores, bajo presupuesto, cámara de mano, actores no profesionales… El trabajo de Varda fue una anticipación de todo lo que vendría en la década de los 60.

Marguerite Duras

Esta prolífica creadora francesa nació en Saigón. Es conocida sobre todo por su faceta como escritora, especialmente desde que ganara el Premio Goncourt en 1984 con El amante. Llegó a publicar decenas de novelas y textos teatrales. Ella misma tuvo una vida de novela; el peso autobiográfico se percibe en su extensa obra, que también dedicó a la cinematografía.

Duras dirigió una veintena de películas, entre largometrajes y cortos, y realizó una aportación fundamental a la Nouvelle Vague firmando el magnífico guión de Hiroshima mon amour (1959), que tuvo listo en apenas dos meses. La película de Alain Resnais no hubiese sido la misma sin la visión de Maguerite Duras, que le imprimió al texto un estilo literario cargado de musicalidad y mostró a la protagonista del filme (interpretada por Emmanuelle Riva) como un personaje independiente, activo y potente.

Las actrices de la nueva ola francesa

Anna Karina

Icono por excelencia de la Nueva Ola, con su interpretación reflejó a la perfección a la mujer espontánea y romántica que los directores buscaban en sus películas. Trabajó hasta siete veces bajo la dirección de Jean-Luc Godard y ganó el premio a Mejor Actriz en el Festival de Cine de Berlín por su papel en Una mujer es una mujer (Une femme est une femme, 1961). Además trabajó con otros directores de renombre como Jacques Rivette, Luchino Visconti e Ingmar Bergman.

Pero la inquieta Anna Karina no se conformó con su trabajo como actriz. Llegó a dirigir dos películas: Vivre ensemble (1973) y Victoria (2008); y escribió dos novelas: Jusqu’au bout de hazard y Golden City.

Catherine Deneuve

Sin duda es una de las actrices francesas más reconocidas mundialmente. Esto se debe a su interpretación bajo la dirección de varios directores como Roman Polanski, Luis Buñuel o Lars Von Trier. También actuó en La sirena del Mississippi (La Sirene du Mississipi, 1969) de François Truffaut.

Pero fue con Jacques Demy, integrante de la Nouvelle Vague, con quien se lanzó al estrellato durante los 60. El colorido y las canciones que son el estandarte del cine de Demy la hicieron brillar con luz propia en Los paraguas de Cheburgo (Les Parapluies de Cherbourg, 1964) y Las señoritas de Rochefort (Les demoiselles de Rochefort, 1967).

Denueve supo construirse un aura de misterio y sofisticación que la siguen acompañando hoy en día después de toda una vida delante de las cámaras. Martin Scorsese lo resumía así: “Catherine Deneuve es el cine francés”.

Emmanuelle Riva

Se inició en el cine con 32 años en Hiroshima mon amour, película que le dio la nominación a Mejor Actriz Extranjera en los premios BAFTA de 1959. Provenía del mundo del teatro y, además, llegó a publicar tres colecciones de poesía, hecho que probablemente fue toda una ventaja a la hora de darle vida al texto de Marguerite Duras.

Aunque ese fue su único trabajo como una de las actrices de la Nouvelle Vague, supuso el lanzamiento de una carrera en la que ha trabajado con directores como Krzysztof Kieslowski, cuya interpretación en la Trilogía de los Colores del director la hizo ganadora del premio a Mejor Actriz en el Festival de Venecia en el 62. También interpretó uno de los escasos personajes femeninos de Jean-Pierre Melville, padrino de la Nouvelle Vague, en Lèon Morin, sacerdote (Lèon Morin, prêtre, 1961).

Con 85 años de edad demostró seguir en plena forma poniéndose bajo la dirección del emblemático director austriaco Michael Haneke en Amor (Amour), una de las películas más importantes del 2012.

Jean Seberg

Jean Seberg protagonizó junto a un joven Jean-Paul Belmondo una de las películas más representativas de la nueva ola francesa. Al final de la escapada (À bout de soufflé, 1960) de Jean-Luc Godard fue clave en la filmografía de esta actriz americana con corte de pelo a lo garçon que se convirtió automáticamente en un icono de la modernidad del siglo XX.

Estrella rebelde y apasionada, concentró su carrera interpretativa entre EE.UU. y Francia, aunque también hizo una incursión en el cine español en la película La corrupción de Chris Miller, dirigida en el 73 por Juan Antonio Bardem.

La renovación de un estilo de actuación

Las actrices de la Nouvelle Vague, y también los actores, rompieron totalmente con los cánones clásicos que regían la manera de actuar antes de que naciera el movimiento. La improvisación y la libertad de interpretación que les permitían los directores supusieron una explosión de talento que ha influido de manera inevitable en las generaciones posteriores.

Estas mujeres, y muchas otras como Brigitte Bardot, Jeanne Moreau O Fanny Ardant, con su trabajo y su actitud ante él, se convirtieron en auténticas celebridades. No sólo influyeron en la moda; su irrupción significó algo mucho más profundo en la sociedad francesa de los 60. Más allá de la fascinación que generaban, establecieron un nuevo modelo de mujer que rompía con las expectativas tradicionales y, sobre todo, que sabía cómo ocupar un nuevo lugar en el mundo.

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Diccionario Cine francés

Antoine Doinel: de niño rebelde a adulto descarado en cinco cómodos pasos

Hace 60 años François Truffaut creó a Antoine Doinel, uno de los personajes de ficción más emblemáticos de la historia del cine francés

Al genio de la Nouvelle Vague le bastaron sólo cuatro largometrajes y un corto para contarnos la historia de su alter-ego Antoine Doinel, personaje semi-autobiográfico cuya personalidad a lo largo de 20 años ha ido madurando de manera coherente con el paso del tiempo en la piel del actor Jean-Pierre Léaud.

A través de él, Truffaut nos cuenta su propia historia –y también la de París– de manera progresiva y sin ningún tipo de planificación previa. Lejos de explorar el paso del tiempo en un mismo personaje de manera intencionada –pienso ahora en Richard Linklater y su Boyhood, por ejemplo–, la figura de Antoine Doinel responde al devenir natural de la creación cinematográfica del director de la Nueva Ola.

Lo conoceremos  en blanco y negro a finales de los 50, durante su –no tan– tierna infancia y lo despediremos a todo color casi entrando en la década de los 80. Cinco cintas para ser testigos del difícil tránsito de la adolescencia a la juventud y de esta a la frustrante madurez sin perdernos ni un ápice de la excepcional personalidad de Antoine Doinel; siempre enérgico, torpe, despistado pero, sobre todo, encantador.

Será imposible no empatizar con él; no descubrirnos con media sonrisa mientras lo acompañamos en sus peripecias vitales y románticas, pues con él Truffaut nos da una lección de humanidad en el sentido más literal de la palabra.

Primer Paso: Los 400 golpes (Les quatre cents coups, 1959)

Truffaut fue elegido como Mejor Director en Cannes gracias a la primera de las aventuras de Doinel. Esta película, quizá la más conocida, supuso el inicio de una etapa excepcional en la historia del cine y se convirtió en una de las más representativas del nuevo movimiento.

El cineasta cuenta episodios de su propia infancia a través de un jovencísimo Antoine que se rebela contra su familia y contra la escuela, que se refugia entre las páginas de Balzac y que disfruta de la libertad que siente recorriendo las calles de París como un fugitivo. Todos los golpes que se da contra la realidad –incluidos los físicos– lo llevan a revolverse ante cualquier norma. Nuestro protagonista desarrolla un agudo sentido de la supervivencia en este sentido y huye del reformatorio donde ha ido a parar.

El travelling que lo sigue en su carrera hacia el mar con el que Truffaut cierra la película culmina con la mirada Antoine clavándose en la del espectador en un final tan abierto como extraordinario.

Segundo Paso: Antoine et Colette (1962)

Tres años después Truffaut recupera a Antoine Doinel en el cortometraje incluido en El amor a los veinte años (L’amour à vingt ans), una película colaborativa en la que el director participó junto con Renzo Rossellini, Shintarô Ishihara, Marcel Ophüls y Andrzej Wajda.

Se sabe que se está enamorado cuando se actúa contra el propio interés Antoine Doinel

Volvemos a un inexperto Antoine que se ha independizado, que trabaja en una tienda de discos y que, por supuesto, se enamora por primera vez. Con la música como telón de fondo, conoce a Colette (la actriz Marie-France Pisier), la primera chica que le causa un verdadero impacto. Con la misma esencia realista y con el mismo decorado que vemos en Los 400 golpes –oh, París– asistiremos al primer desengaño amoroso de nuestro querido Doinel.

A pesar de que Colette se convierte rápidamente en una continua frustración –la chica lo deja continuamente relegado a la friendzone–, Antoine se siente a gusto en compañía de la familia de ella, algo que no ha vivido nunca con la suya propia y que nos da algunas pistas sobre su futuro.

Tercer Paso: Besos robados (Baisers volés, 1968)

Sobrepasados los 20 años, Antoine es ahora un ex soldado que acaba de abandonar el ejército y ha de comenzar una nueva vida. Instalado en su nuevo apartamento se encuentra viviendo en frente de la familia de una antigua amiga, la violinista Christine (Claude Jade).

Doinel va de un trabajo otro, primero como vigilante, después como detective y más tarde como técnico de televisores. Truffaut deja ver a través de estas pesquisas los defectos y las contradicciones de su personaje, que se encuentra sumido en una encrucijada sentimental. En una escena en la que aparece frente al espejo repite una y otra vez el nombre de las dos mujeres entre las que se debate y el suyo propio en un intento desesperado de poner orden en su vida (o al menos en su cabeza).

Pero nuestro (anti)héroe, después de algunos tira y afloja y de algunas carreras –Doinel, siempre corriendo, no parece ver el tráfico entre el que se cuela para cruzar de una calle a otra–, ve de una vez el futuro con optimismo y, encuentra por fin cierta estabilidad con la chica del violín, aunque en las escenas finales podemos ver el atisbo de la duda en su gesto.

Cuarto paso: Domicilio conyugal (Domicile conjugal, 1970)

En esta entrega encontramos a Doinel felizmente casado con Christine y no tardarán en tener un hijo. Además, gracias a un golpe de suerte, ha encontrado un trabajo estable en una multinacional americana. La vida parece que finalmente le sonríe.

Sin embargo, su incorregible carácter le impulsa continuamente a huir, como aquel día que vio el mar por primera vez en Los 400 golpes. Truffaut reconoció que en el guión de esta película vio a Doinel desde una perspectiva más severa. Ya no era el adolescente atolondrado y soñador, sino un adulto. Y como tal él es el principal responsable de su crisis matrimonial.

Conoce a Kioko en el trabajo, una japonesa que se cruza en su camino. Pero Christine pronto descubrirá la aventura y deciden que el divorcio es la mejor opción. Entre tanto, la ambición literaria de Doinel supone un nuevo aliciente para él, que se lanza a la escritura de una novela.

Quinto paso: El amor en fuga (L’amour en fuite,1979)

La quinta y última entrega de la saga Doinel fue totalmente inesperada. Tardaría nueve años en llegar, siendo una especie de caballo ganador que le haría a Truffaut recaudar fondos tras el escaso éxito de sus últimos trabajos. En esta ocasión el director omite cualquier tipo de señal autobiográfica siendo la única fuente de inspiración el propio personaje y su historia.

Antoine Doinel tiene ahora 34 años y trabaja en una imprenta. Vive separado de Christine y mantiene una relación sentimental con Sabine (Frédérique Hoschedé), más joven que él y vendedora en una tienda de discos. Parece que por sin madurado lo suficiente para haber encontrado a una mujer con quien realmente le apetece quedarse, una que no tiene una familia de la que enamorarse también.

Esta cinta, a modo de recapitulación, recupera el metraje de las anteriores y permite a Antoine reencontrarse con todas las mujeres que han sido importantes en su vida. O lo que es lo mismo, el Doinel del presente hace balanza con el Doinel del pasado en un ejercicio de intertextualidad narrativa del que Truffaut no estuvo especialmente orgulloso.

Las aventuras de Antoine Doinel son un hito en la historia del cine. Truffaut fue un pionero capturando el paso del tiempo y la evolución natural de un personaje que se desenvuelve en el drama, en la comedia, en el realismo; que nos recuerda continuamente con sus rasgos humanos e imperfectos el peso de los nuestros. Pero que, sobre todo, nos advierte que no hay una edad difícil. Todas las edades lo son.

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Actualidad Cine francés

High life: La odisea espacial de Claire Denis

El pasado febrero se estrenó High life, la primera y provocativa incursión en la ciencia ficción de una de las directoras más consagradas del panorama cinematográfico contemporáneo.

Claire Denis recorrió con High life las secciones oficiales de algunos de los festivales de cine más importantes en 2018: el Festival de Toronto, el de Sitges – aunque lo hizo fuera de concurso– y el Festival de Cine de San Sebastián, donde se alzó con el prestigioso FIPRESCI.

Su último trabajo, el primero rodado en lengua inglesa, supone también la primera inmersión en el género de la ciencia ficción de la realizadora. Ella misma firma el guión junto con su mano derecha, Jean-Pol Fargeau y los novelistas Zadie Smith y Nick Laird.

La vida espacial es la vida mejor

Dentro de la ciencia ficción las películas que se desarrollan en el espacio suponen un subgénero en sí mismas. La curiosidad y el deseo del ser humano por explorar, conquistar o buscar refugio en otros planetas lleva años plasmándose en el cine y plantándose como una semilla en nuestro imaginario colectivo.

Pero la aventura espacial ha evolucionado desde los años 60 y ahora va mucho más allá del mero entretenimiento. Abordar cuestiones existencialistas, políticas, ecológicas o incluso sociales desde la intimidad claustrofóbica de una nave espacial, es algo que Hollywood nos ofrece una y otra vez.

Buena parte del género se apoya en la idea de la conquista y la dominación del espacio, y es un concepto que no me interesa en absoluto
Claire Denis

En los últimos años, y de manera consecutiva, el gigante del cine nos ha brindado grandes epopeyas espaciales. Gravity de Alfonso Cuarón en 2013; la épica cuántica de la Interestellar de Christopher Nolan en 2014, The martian de Ridley Scott en 2015, The arrival en 2016 firmada por el canadiense Denis Villeneuve… La lista es extensa y demuestra que el género espacial todavía da para mucho y se puede profundizar en él desde numerosos puntos de vista.

El de Claire Denis en High life trasciende el escenario futurista para profundizar en la condición humana. El viaje que propone es de fuera a dentro; del espacio exterior hacia ese espacio interior, íntimo de cada uno. Y lo hace a través de un grupo de condenados a muerte que aceptan conmutar sus sentencias por formar parte de una misión con destino al agujero negro más cercano a la Tierra.

El argumento: conejillos de indias, probetas y angustia existencial

En una realidad distópica, la necesidad de conseguir nuevas fuentes de energía es alarmante. Se llevan cabo misiones espaciales en naves-cárcel tripuladas por convictos para extraerla de remotos agujeros negros. Denis comienza la película mostrando la rutina de Monte (Robert Pattinson) y su hija de pocos meses Willow, el primer ser humano que no ha conocido la Tierra.

Sobreviven en una de esas naves completamente solos; totalmente aislados en mitad del cosmos. Sabemos que lo peor ya ha ocurrido, pero no qué pasó. Poco a poco la madeja se va desenredando hacia atrás y conocemos a Dibs (Juliette Bicnoche), una doctora genetista de dudosa moral empeñada en crear vida en un entorno hostil y condenado a la muerte.

Experimenta con sus compañeros de viaje como si fuesen conejillos de indias hasta que consigue fecundar a una de las tripulantes contra su voluntad. El grupo poco a poco ha ido aniquilándose en el interior de la nave y cuando sólo quedan Monte y Willow, el espectador ya se ha enfrentado a lo más oscuro, pero Claire Denis todavía guarda un bonus track.

Una leyenda viva

Desde que en 1988 se diera a conocer con su ópera prima Chocolat, la realizadora francesa ha ido construyendo una carrera cinematográfica sólida y arriesgada. Con trece largometrajes a su espalda, Claire Denis es una de las directoras en activo más importantes del panorama del cine contemporáneo.

Antes de firmar su primera película trabajó como asistente de dirección con los legendarios Wim Wenders y Jim Jarmush. Su estilo, espontáneo pero contundente donde lo sensual y lo físico están presentes, se deja ver en este acercamiento la ciencia ficción –eso sí, low cost–. Esta aproximación al género no sorprende, pues la directora se siente cómoda en cualquier ámbito cinematográfico, como demostró con el polar en No puedo dormir (J’ai pas sommeil, 1994), con el bélico en Buen trabajo (Beau travail, 1999) o con la comedia en Un bello sol interior (Un beau soleil intérieur, 2017).

Con High life Claire Denis ha conseguido una cinta difícil de definir alejada de los cánones comerciales y de la pirotécnica propia de las películas espaciales. Nos brinda, en cambio, una historia fragmentada que se aleja también así, en su forma, de la cómoda tradición narrativa para ponernos a prueba y explorar a base de flashbacks los aspectos más viscerales de la condición humana como la soledad, los impulsos sexuales o los vínculos afectivos entre padres e hijos.

Sí: Robert Pattinson y Juliette Binoche en la misma película

En el trabajo interpretativo de Robert Pattinson queda ya muy poco del joven vampiro con aire emo que conquistó el corazón de miles de adolescentes en la saga Crepúsculo. Siendo mucho más selectivo con sus trabajos, fue él mismo quien le pidió a Claire Denis trabajar con ella convencido de que surgiría química entre actor y directora. No se equivocaba.

El triángulo ganador lo completa la maravillosa Juliette Binoche, actriz francesa reconocida internacionalmente que ya se había puesto bajo la batuta de la realizadora en trabajos anteriores.

La actuación de ambos funciona y arrastra al espectador hacia una bizarra y poética espiral. Una exploración del deseo que surge entre dos personajes que ya están desahuciados y derrotados desde el principio. Pero no son los únicos que aportan su talento para generar la atmósfera asfixiante de que se respira en la nave. Al reparto se unen la británica Mia Goth, a quien pudimos ver en Nynphomaniac: Volumen II de Lars Von Trier, el rapero André 3000 y la pequeña bebé Scarlett Lindsay.

Un canto ecologista subliminal

High life da la impresión de ir al hueso de nuestro tiempo. Bajo todo su discurso de moral humana atrofiada, de ausencia de ética científica, bajo el existencialismo que plantea hay presente una denuncia ecologista. La catástrofe medioambiental es una nota de fondo que se nutre del temor que vivimos al llevar a nuestro planeta al límite y al saber que casi es demasiado tarde.

Una vez más el cine nos muestra el espacio exterior como la última oportunidad, como un terreno a conquistar. Pero el trayecto del viaje debe hacerse al inverso, hay que viajar al espacio interior, a lo más íntimo y oculto de nosotros mismos para despertar nuestra conciencia colectiva y hacerlo ya. De una vez por todas.

 

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Actualidad Cine francés

Un profesor en Groenlandia

Un profesor en Groenlandia es el cuarto trabajo del director de cine francés Samuel Collardey, película que nos enseña que el pueblo danés no es el único que posee el secreto de la felicidad.

Desde la calidez del clima mediterráneo que nos envuelve como una leve crisálida, pensar en los helados parajes de Groenlandia se convierte casi en un acto de fe. Es inevitable intuir la sensación sobrecogedora que generan sus inmensos paisajes nevados, acompañados de una gélida sensación de soledad y silencio. Este paraíso hostil –si se me permite el oxímoron– es el destino elegido por el protagonista de Un profesor en Groenlandia (Une année polaire, 2018).

Tiniteqiilaaq, la pequeña aldea situada en la costa este de Groenlandia que acoge a Anders, el nuevo maestro.

Qué hace un chico como tú en un lugar cómo este

El actor Anders Hvidegaard –que se interpreta a sí mismo– da vida a un joven maestro danés recién licenciado que ansía vivir una experiencia diferente y transformadora. Negando su destino como granjero impuesto por la tradición de varias generaciones familiares, decide romper con todo y pedir una plaza como docente en el lugar más alejado posible: Tiniteqiilaaq. Una remota aldea ubicada en la costa este de la isla que cuenta tan sólo con 80 habitantes, incluido un grupo de escolares difíciles de manejar.

Como es de esperar sus inicios son difíciles. Anders debe enfrentar la austeridad de las condiciones de vida locales, como la ausencia de agua corriente o de inodoros, y el escaso interés de los niños y sus familias por la educación escolar. Los pequeños son rebeldes y carecen de interés alguno por el nuevo maestro o la lengua danesa; prefieren ir a cazar o a pescar como siempre se ha hecho y continuar utilizando el dialecto groenlandés.

Con el invierno el joven maestro se encuentra aislado y poco a poco comienza a integrarse. Trineos tirados por perros, la caza y la pesca como medio de supervivencia, el idioma, las tormentas dentro de un iglú, la aurora boreal… La aventura que tanto deseaba se hace palpable y le descubre el encanto de un estilo de vida marcado por la tradición: Anders por fin comprende la belleza que encierra la vida en un medio tan duro.

Pero el danés no es el único protagonista de Un profesor en Groenlandia. También es la historia de Asser, un niño que prefiere ausentarse de la escuela para cazar focas y pescar salmón con su abuelo y que finalmente consigue acompañarle en un convoy, del que el profesor también forma parte, a través de suntuosos paisajes de nieve inmaculada con el objetivo de cazar osos polares. La cinta se torna así en una película de aventuras que muestra un entorno que hará las delicias de nuestras retinas.

La alquimia cinematográfica de Collardey

Samuel Collardey apuesta por la fotografía y la luz en su cinta y convierte cada fotograma en una oda a la naturaleza. Sin perder de vista esta premisa en ningún momento, consigue situar en 94 minutos a Un profesor en Groenlandia a medio camino entre el género documental y el de la ficción, justo en el punto en el que no es fácil distinguir el peso de uno o de otro. Lo que en ocasiones puede resultar una especie de estudio antropológico, en otras se muestra como un drama o una comedia.

Esta mezcla de géneros podría ser el pie del que cojea el filme ya que el espectador puede sentir cierta desubicación, pero es sin duda el estilo del director. Este enfoque le sirvió ya en 2015 para llevarse un premio en el festival de Venecia con la película Land Legs (Tempête).

Hasta nunca, prejuicios

La mayor isla del mundo sigue siendo una colonia. Groenlandia está políticamente constituida como una región autónoma perteneciente al Reino de Dinamarca pero no es del todo independiente. Dinamarca, como si de un padre sobreprotector se tratara, gestiona su política financiera, la de asuntos exteriores y los aspectos relacionados con la seguridad de la región.

Tal y como ocurre en otros países que tuvieron o tienen colonias, la herencia danesa de cierto complejo de superioridad hacia los inuit está latente entre sus habitantes.

¡Ves las cosas como un danés! el reproche de una de las aldeanas al protagonista por su supuesta superioridad moral.

En la película se aprecia el reflejo de este hecho en la actitud prejuiciosa de algunos de sus personajes. Por ejemplo antes de que Anders parta hacia la gélida Groenlandia, su padre cuestiona su decisión alegando que “ese lugar está lleno de alcohólicos”. El propio profesor, una vez alejado del confort que proporciona Europa, pasa por un proceso de purificación al hacer frente a los convencionalismos centroeuropeos y abrazar otra cultura.

Como espectadores, nuestros prejuicios se tambalean al mismo ritmo que los de Anders. Y la que escribe se pregunta: ¿Acaso no es este uno de los mejores atributos del cine? Que una película nos ponga en conflicto con nosotros mismos; que nos obligue a cuestionarnos nuestros propios principios y que nos haga averiguar de dónde salen y si todavía sirven. Una entrada de cine puede ser la verdadera autoayuda; el auténtico crecimiento personal. Chúpate esa, Paulo Coelho.

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Festival Actualidad Cine francés

Los Premios César de 2019

Porque no todo en la fiesta del cine va de los Oscar ni de Lady Gaga al piano, os traemos el palmarés de la 44ª edición de los Premios César de 2019 del cine francés y os hablamos de las dos grandes favoritas de la noche.

El pasado 22 de febrero la emoción y la expectación eran palpables en la majestuosa Salle Pleyel en París, donde se celebró la ceremonia de los premios César de 2019. Tras la elegancia y la muestra de savoir-faire francés del que hicieron gala las celebridades en la alfombra roja, el humorista y guionista franco-argelino Kad Merad se encargó de conducir una ceremonia que brilló por su sobriedad.

Ni los intentos del cómico por amenizar la gala disfrazado de Freddie Mercury en un guiño al director estadounidense Bryan Singer -sí, en serio- ni la presencia del laureado de honor Robert Redford, ni el homenaje improvisado al genio de Chanel Karl Lagerfeld fueron estímulos suficientes para levantar el nivel de audiencia más bajo al que se ha enfrentado la Academia desde 2010.

Xavier Legrand triunfa en los premios del cine galo con sun película ‘Custodia compartida’.

Mejor Película para Xavier Legrand

De los siete largometrajes que optaban a Mejor Película, el favorito ha resultado ser Custodia compartida (Jusqu’à la garde, 2018), el debut de Xavier Legrand cuyo preestreno tuvo lugar en la edición de 2017 del Festival de Cine Francés y Francófono de Málaga organizado por la Alianza Francesa de la misma ciudad.

Legrand pone la piel de gallina con este drama familiar en el que se intuyen toques de thriller clásico. En él conocemos a un matrimonio en proceso de divorcio y su lucha brutal en el juzgado por la custodia de su hijo menor. La tensión en crescendo que marca el guión pone de relieve las geniales actuaciones de sus protagonistas Léa Drucker y Denis Menochet.

La protagonista del filme, Léa Drucker, resultó ganadora del César a la Mejor Actriz.

Ambos fueron nominados a Mejor Actriz y Mejor Actor respectivamente y han realizado un trabajo memorable bajo las órdenes del director, pero sólo Léa Drucker se llevó el Premio César a casa.

No fueron estas las únicas alegrías que dio Custodia compartida a su equipo. También se llevó el César al Mejor Guión Original y a la Mejor Edición. La cinta se revela como la sorpresa de la temporada y el hecho de que se trate de una ópera prima carga de valor –aún más, si cabe– todos los merecidos reconocimientos con los que ha sido premiada.

Mejor dirección para Jacques Audiard

Y de un debutante pasamos a un veterano, ya que el Premio César de 2019 en la categoría de Mejor Dirección ha sido para Jacques Audiard, uno de los realizadores más consagrados del panorama cinematográfico Francés. Y lo ha conseguido gracias a su buen hacer en la coproducción franco-americana de nombre ‘chanante’ Los hermanos Sisters (Les Frères Sisters, 2018).

El director de Un profeta triunfa en la noche de los César con un western existencial cargado de imágenes preciosistas y acento americano.

Contando con la participación en la película de grandes de Hollywood como Joaquin Phoenix , John C. Reilly y Jake Gyllenhaal, Audiard adapta a la gran pantalla la novela homónima del escritor canadiense Patrick deWitt (Anagrama, 2013).

El director de Un profeta nos sumerge de lleno en el salvaje y viejo oeste en plena fiebre del oro. Nos ofrece un western existencial que va del nihilismo al humanismo cargado de imágenes visualmente preciosistas. No es de extrañar, entonces, que la cinta haya sido premiada también en las categorías de Mejor Diseño de Producción, Mejor Fotografía y Mejor Sonido, lo que ya nos da una pista a nivel técnico de la calidad y el mimo con los que Audiard ha tratado a su película.

Resumen del Palmarés

Entre el resto de laureados de la noche de los Premios César de 2019 destaca el director japonés Hirokazu Kore-eda, ganador del Mejor Film Extranjero por la película Somos una familia (Manbiki kazoku, 2018). El reconocimiento de la Academia al Mejor Actor fue para Alex Lutz por su trabajo en Guy (2018), filme que,además de protagonizar, también dirige.

Todos los premiados
    • MEJOR PELÍCULA: Custodia compartida, de Xavier Legrand
    • MEJOR DIRECCIÓN: Jacques Audiard, Les Frères Sisters
    • MEJOR ACTRIZ: Léa Drucker, Custodia compartida
    • MEJOR ACTOR: Alex Lutz, Guy
    • MEJOR ACTRIZ SECUNDARIA: Karine Viard, Les chatouilles
    • MEJOR ACTOR SECUNDARIO: Philippe Katerine, Todo o nada
    • REVELACIÓN FEMENINA: Kenza Fortas, Shéhérazade
    • REVELACIÓN MASCULINA: Dylan Robert, Shéhérazade
    • MEJOR GUION ORIGINAL: Custodia compartida, de Xavier Legrand
    • MEJOR GUION ADAPTADO: Les chatouilles, de Andrea Bescond y Eric Metayer
    • MEJOR DISEÑO DE PRODUCCIÓN: Les Frères Sisters (Michel Barthelemy)
    • MEJOR VESTUARIO: Mademoiselle de Joncquières (Pierre-Jean Larroque)
    • MEJOR FOTOGRAFÍA: Les Frères Sisters (Benoît Debie)
    • MEJOR EDICIÓN: Custodia compartida (Yorgos Lamprinos)
    • MEJOR SONIDO: Les Frères Sisters (Brigitte Taillandier, Valerie de Loof, Cyril Holts)
    • MEJOR MÚSICA ORIGINAL: Guy (Vincent Blanchard, Romain Greffe)
    • MEJOR ÓPERA PRIMA: Shéhérazade, de Jean-Bernard Marlin
    • MEJOR FILM ANIMADO: Dilili à Paris, de Michel Ocelot
    • MEJOR CORTO ANIMADO: Vilaine fille, de de Ayce Kartal
    • MEJOR FILM EXTRANJERO: Somos una familia, de Hirokazu Kore-eda
    • MEJOR CORTOMETRAJE: Les petites mains, de Rémi Allier
    • MEJOR DOCUMENTAL: Ni juge, ni soumise, de Jean Libon & Yves Hinant
    • CÉSAR DEL PÚBLICO: Les Tuche 3, de Olivier Baroux
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Festival Actualidad Cine francés

François Ozon: basado en hechos reales

François Ozon sacude al jurado del Festival de Cine de Berlín con ‘Grâce à Dieu’, la película basada en hechos reales que denuncia el abuso sexual a menores en la Iglesia.

François Ozon ha ocupado un lugar importante en el palmarés de la última edición de la Berlinale. El jurado internacional del Festival de Cine de Berlín otorgó el Oso de Plata al realizador francés por su última obra ‘Gracias a Dios  (Grâce à Dieu, 2018), una cinta que se aleja de la ficción para contar una estremecedora historia de denuncia basada en hechos reales.

LA HISTORIA REAL

Ozon se ha metido en un terreno pantanoso y complicado al basar su nueva película en un caso real de pederastia. Los hechos tuvieron lugar entre la década de los 70 y los 90 y conforman uno de los casos más flagrantes de abusos sexuales a menores perpetrados por miembros de la Iglesia Católica en Francia. Concretamente por parte del clérigo Bernard Preynard, cuyas víctimas, ya adultas, denunciaron por abuso antes de 1991.

No se trata precisamente de un caso archivado u olvidado por la sociedad francesa. El pasado enero se llevó a cabo el juicio en el que se acusa a seis responsables de la diócesis de Lyon por haber encubierto los lamentables actos de Preynard. La sentencia se espera para el próximo marzo, por lo que el estreno de la cinta en Francia se ha visto comprometido y probablemente tenga que ser aplazado.

François Ozon en su discurso tras recibir el Oso de Plata en la Berlinale

LA PELÍCULA

Conocemos a Alexandre, interpretado por Melvil Papaud, un católico practicante y padre de cinco hijos con una vida dentro de los márgenes de la normalidad. Para su estupor, un día descubre que el cura que abusó de él cuando era adolescente durante su estancia en unos campamentos de verano sigue en activo y, lo que es aun peor, sigue rodeado de niños. Alexandre se arma de valor y decide alertar a Monseñor Barbarin, encarnado por el actor François Marthouret.

Sin embargo, desde el Arzobispado de Lyon no hacen nada al respecto. Frente a la pasividad de la Iglesia, Alexandre sigue tirando del hilo hasta dar con testimonios de otras víctimas. Desde ese momento comienza la lucha en pos de la verdad y la justicia contra una institución poderosa e inamovible.

Mi película no se coloca en un aspecto legal, se coloca en el aspecto humano y el sufrimiento de las víctimas – François Ozon

Del drama familiar al thriller; del documental al drama social. Contando con la participación de actores importantes del cine francés como Denis Ménochet, Swann Arlaud o Éric Caravaca, un François Ozon totalmente renovado y alejado de su personal estilo cinematográfico, se sirve de diferentes géneros para dar forma a los 135 minutos de la cinta tratando desde diferentes ángulos el dolor, el trauma, la vergüenza o la culpa.

EL RETO DE OZON

Parece inevitable asociar ‘Gracias a Dios’ a la estadounidense Spotlight de Thomas McCarthy, pues ambas películas tratan temas muy parecidos. No obstante, mientras que la segunda se centra en la investigación periodística del caso y el silencio cómplice de una comunidad entera, el filme de François Ozon se desarrolla desde el punto de vista de las propias víctimas que, a su vez, son verdaderos creyentes que forman parte activa de la Iglesia.

Este matiz es importante porque lleva implícito el respeto por la Institución y, en mayor medida, el respeto por las creencias religiosas de las personas a partir de las cuales se creó el guión. Aún así, el director de Frantz llegó a Berlín con una bomba de relojería bajo el brazo que ha sacudido a la opinión pública y a la propia Iglesia, que vuelve a ver cómo su autoridad moral se tambalea una vez más.

LO QUE NO SE NOMBRA NO EXISTE

Grâce à Dieu intenta romper el silencio de las instituciones poderosas y parece que toca hueso. El realizador ha sufrido distintas ‘presiones’ e incluso retiradas de fondos para que su película no vea la luz. Afortunadamente no han sido fructíferas y el filme ha salido adelante. Por otra parte nada ha impedido que los medios europeos se hagan eco de la cinta y del escándalo que supone el caso en la Iglesia.

Que no sea fácil hablar de tabúes no quiere decir que no sea necesario hacerlo. El abuso sexual a menores es algo que lamentablemente ocurre y negarlo hace un flaco favor a las víctimas. Por eso es tan importante que desde el Cine, el Arte o la Literatura se nombre también lo que no nos gusta, lo que nos duele; porque aceptar que todavía tenemos defectos tan graves como este nos convierte en una sociedad más madura que será capaz de generar un cambio.

Gracias, François Ozon, por ser en esta ocasión un altavoz.

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Cine francés Te recomendamos

Cine en francés para escapar de San Valentín

Os traemos dos propuestas contundentes alejadas del género romántico para disfrutar de buen cine en francés.

Aunque deseamos un feliz día a todos aquellos enamorados que lo celebren, desde Lien hemos decidido no ser partícipes de la subida del nivel de glucosa que acompaña a cada San Valentín. Este artículo es precisamente para todas aquellas personas que preferirían atrincherarse en casa sin consultar sus redes sociales hasta que llegue el 15 de febrero antes que volver a recibir una imagen viral por Whatsapp de corazones y querubines.

Lo sentimos por Amélie Poulain, pero hoy no traemos paseos en moto por París. Tampoco habrá beso en Pont Neuf y ninguna llave repleta de promesas será arrojada al fondo del Sena. Lo que proponemos a cambio es todo lo contrario: dos películas muy diferentes entre sí para disfrutar de buen cine en francés y alejarnos, aunque sólo sea por hoy –o precisamente por ser hoy–, del romanticismo. Voila!

En la casa (Dans la maison, 2012): para saber lo que se siente al colarse en un hogar ajeno.

Probablemente cuando Juan Mayorga escribió la pieza teatral El chico de la última fila –cuya lectura sin duda recomendamos– no se pudo imaginar que al poco tiempo el director François Ozon quedaría fascinado por ella y la llevaría al cine en una adaptación totalmente fiel. Eso sí, lo hizo desde la mirada perturbadora a la que nos tiene acostumbrados. El experimento le valió varias nominaciones a los premios César y se alzó con la Concha de Oro en el festival de San Sebastián.

En la casa nos presenta a Germain, un profesor de literatura decepcionado por la mediocridad de los trabajos que realizan sus nuevos alumnos y el desalentador futuro que les espera. Sin embargo, se entusiasma con Claude, un alumno de perfil bajo que destaca con su trabajo por encima de los demás y a quién decide guiar para que siga desarrollando el don de la escritura.

El chico escribe sobre la extraña fascinación que despiertan en él los Rapha, la familia de clase media de otro compañero. Se obsesiona con volver una y otra vez a la casa en la que habitan y el profesor, como si se tratara de un folletín morboso por entregas, se engancha totalmente a la ambigua y perversa historia que Claude le ofrece fragmentada cada semana basada en ellos. ¿Quién enseña a quién? ¿Cuánto hay de realidad y cuánto de ficción en el texto del alumno? El duelo intelectual entre maestro y pupilo está servido.

En la casa es la opción perfecta para que olvidemos tanto estímulo pasteloso de San Valentín y recurramos a Dostoevsky.

En esta cinta Ozon se introduce de lleno en la meta-literatura. Presenta una obra dentro de otra obra en la que los límites se difuminan con facilidad. A partir de un thriller con toques de comedia teje una tela de araña que nos deja pegados a la silla durante los 102 minutos de duración del filme y consigue que nos sintamos realmente incómodos.

Crudo (Grave, 2016): para los que saben disfrutar de un filete poco hecho.

Si con En la casa llegamos a sentir incomodidad, Crudo hará que aquellos de corazón sensible –o mejor dicho, estómago– aparten la mirada en más de una escena. Con este prometedor debut, la directora francesa Julia Ducournau se hizo con varios premios en Sitges y Cannes y consiguió elaborar una fábula sobre la adolescencia que algunos calificarían, como mínimo, de extravagante.

Justine tiene 16 años y pertenece a una familia donde todos son vegetarianos. Es una buena chica centrada en sus estudios y planes educativos pero al ingresar en la misma facultad de veterinaria que su hermana para seguir con la tradición familiar, descubre un mundo despiadado donde las novatadas en el campus son rutina y sacan a la luz nuevas aristas de su personalidad.

La joven, como si de un mito clásico se tratara, se enfrenta a un viaje de autoconocimiento que inicia al probar un bocado de carne por primera vez. A partir de entonces, el ansia que llega a sentir se vuelve incontrolable y la lleva a alcanzar unos límites que ni ella misma –ni su hermana– se imaginaba.

Si todavía os quedan ganas de probar algún chocolate con forma de corazón este San Valentín, con Crudo van a desaparecer del todo.

A pesar de que la película de Ducournau está clasificada dentro del género de terror, hay que saber apartar la sangre y la carne para vislumbrar el trasfondo poético del filme que la directora deja intuir a través de la sensualidad de su cámara. Lo que nos propone a fin de cuentas es un ensayo sobre la adolescencia y el despertar sexual de Justine (el propio nombre de la protagonista ya nos da una pista) que explora, con el giro final de trama además, la determinación de la herencia y de aquello que biológicamente nos ceden nuestros progenitores, para bien y para mal.

Tanto si celebráis este día por todo lo alto como si pensáis que el 14 de febrero sólo es un día más de frío invierno, estamos seguros de que sabéis disfrutar del cine en francés y no necesitáis ninguna excusa ni festividad para poneros cómodos y pasar un rato interesante, solos o acompañados, delante de la pantalla. Es este, sin duda, es el mejor regalo que podemos hacernos a nosotros mismos: tiempo y calma para ver una buena película.

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Actualidad Cine francés Cannes

Cómo ser Jean-Luc Godard

Godard, el mítico director franco-suizo cabeza de la Nueva Ola en los 60, estrena su última película Le livre d’image, ganadora de la Palma de Oro Especial en el Festival de Cannes de 2018.

Que uno pueda regalar lo que no posee, dulce milagro de nuestras manos vacías Jean-Luc Godard

Jean-Luc Godard tiene 88 años y se ha pasado el cine. Dos veces. La primera vez durante la década de los 60 con la Nouvelle Vague, de la que fue máximo representante junto con Truffaut, Rohmer y Chabrol; la segunda, ahora. En pleno siglo XXI, posicionando sus últimos trabajos a la vanguardia de la vanguardia.

Una película que no es exactamente eso

El libro de las imágenes (Le libre d’image, 2018) llega a España el próximo 22 de febrero de la mano de Avalon y Filmin. Ha formado parte de la programación del Festival de Rotterdam, famoso por albergar contenido de corte experimental. Alejada de salas de cine convencionales, la cinta se ha proyectado en una habitación del Hotel Atlanta -uno de los pocos edificios de la ciudad que no fue arrasado en el bombardeo alemán del 40- cubierta de alfombras persas y con sillones, tal y como está decorado el propio estudio de Godard en Suiza.

Con capacidad para sólo 30 personas, durante tres pases al día y en una pantalla pequeña, El libro de las imágenes dejó boquiabiertos a sus espectadores. Lo que el director ofrece en este filme es una especie de collage de secuencias que se suceden una detrás de otra, una ensayo fílmico que continúa la línea marcada anteriormente con Historia(s) del cine (Histoire(s) du Cinéma, 1988).

Virales de Internet, comunicados del ISIS, Kim Novak cayendo al agua en la Bahía de San Francisco, una joven Joan Crawford mirando a cámara, fragmentos del noticiario e imágenes televisivas, el ojo cortado por una cuchilla de Buñuel en su Perro Andaluz… Secuencias sacadas de su contexto que cobran un nuevo significado en la coctelera de luz de Godard en la que el único hilo conductor es la inconfundible voz en off del propio director recitando aforismos, dándole profundidad a unas imágenes alteradas previamente por su mano en su estudio. Pura experimentación, pura avant-garde.

¿Una Nueva-Nueva Ola?

El director de cine francés Michel Hazanavicius dijo de Godard -a quién dedicó un prescindible biopic- que él mismo era la Nouvelle Vague. Supo anticipar el futuro del cine y desarrollar un estilo personal que no ha tenido comparación. Una genialidad así no se frena ni con la edad.

Pasa el tiempo y el nuevo Jean-Luc Godard se recrea en la innovación. Se empeña en salirse de la tradición cinematográfica, en seguir cambiando su concepto. Sigue sin identificarse con los parámetros habituales: los aborrece como ya lo hiciera en los sesenta. El realizador franco-suizo se interesa ahora por un tipo de cine a medio camino entre el documental, el ensayo y la ficción. A sus 88 años, Jean-Luc Godard resulta incombustible y casi se le intuye eterno.

Facetime desde La Croissete

En el 68 , cuando el director estaba en la cumbre, se plantó en la Croissete, donde se celebra desde siempre el Festival de Cannes, acompañado de sus colegas de Cahier du Cinéma. Tenían intención de suspender el certamen como gesto de apoyo y rebeldía en solidaridad con las protestas estudiantiles y obreras que se estaban viviendo en el París efervescente de la época.

Nosotros hablamos de solidaridad con estudiantes y trabajadores, y vosotros de primeros planos o tiros de cámara. Sois unos gilipollas Jean-Luc Godard

Con Francia absolutamente parada, que el festival siguiera su curso les parecía una ofensa a estos cineastas rebeldes. Consiguieron suspender la programación cuando aún quedaban cinco días de proyecciones y no hubo palmarés.

Medio siglo después sí lo ha habido y el mismo Godard que se colgó de las cortinas del cine Lumiére para protestar, ganó el año pasado la Palma de Oro Especial por El libro de las imágenes. Con su inseparable puro en la boca, dio una rueda de presa vía Facetime mientras él seguía en su “exilio” suizo y contestaba de esta forma una pregunta tras otra sin tan siquiera ver el rostro de los periodistas que lo entrevistaban.

Un genio irritante, sí, pero irrepetible

No, no se puede ser como Jean-Luc Godard. Conociendo la filmografía y la trayectoria vital del director de Banda a parte se deduce que es del tipo de creadores que surgen una vez cada cien años. Uno que lleva el cine –su idea tan singular del cine– bajo la piel y que no sólo busca emocionar con su obra. Quiere que reflexionemos aunque nos haga sentir incómodos para ello. Nos quiere enfadados. Quiere que no nos relajemos delante de la pantalla y que nos rebelemos en las butacas aunque sea hacia lo que estamos viendo.

Acostumbrados a consumir series y películas que se nos ofrecen ya masticadas, lo que Godard nos lleva dando todo este tiempo con su filmografía es un regalo de valor incalculable.

Por favor, Godard, no te acabes nunca.

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