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The Sisters Brothers, western en estado de gracia

La octava película de Jacques Audiard es, a su vez, la primera que rueda en inglés. ‘The Sisters Brothers’, un western fascinante estrenado el pasado mayo que ya es una de las cintas imprescindibles del 2019.

(Aviso: en este artículo se revelan algunos detalles de la trama, pero no te impedirán disfrutarla ni desvelan grandes acontecimientos)

Durante la primera mitad del siglo XX, las carteleras de cine estaban copadas por películas del oeste. El western era el género americano por excelencia y se extendió como la pólvora por el resto de continentes. Pronto todo el mundo vio cabalgar por llanuras polvorientas a John Wayne o a Clint Eastwood en películas que ya forman parte del patrimonio cinematográfico de la humanidad. Pero el momento de gloria de pistoleros y forajidos llegó a su fin dando paso a otros protagonistas.

Sin embargo, lejos de estar extinto, el western es un género al que se vuelve con cierta regularidad. En los últimos años directores aclamados como Tarantino o los hermanos Coen (por citar sólo un par de ejemplos) han reinventado la narrativa del lejano oeste pasándola por un filtro del siglo XXI para explorar sus mitos desde diferentes ópticas más cercanas al existencialismo que a los duelos con pistolas al amanecer.

Nunca pensé que dirigiría un western, porque es un género casi vetado para un director francés. Sin embargo, el hecho de que fuera un actor estadounidense el que nos ofreciera el proyecto creo que nos legitimaba Jacques Audiard

A la larga lista de westerns contemporáneos se suma The Sisters brothers (Les frères Sisters, 2018), el último filme de Jacques Audiard, conocido por dramas humanistas como la excepcional Un profeta (Un prophète, 2009) o De óxido y hueso (De rouille et d’os, 2012). El francés se ha basado en la novela homónima del novelista canadiense Patrick deWitt, aunque hacerlo no fue exactamente idea suya. Fueron el actor John C. Riley y la productora Alison Dickey quienes, tras un encuentro con el realizador en el festival de Toronto, sedujeron a Audiard para llevar al cine la novela. En principio se comprometió, al menos, a leerla; pero debió intuir el potencial del texto porque aceptó el reto y escribió junto a Thomas Bidegain, su guionista cómplice, uno de los mejores guiones de los últimos años.

The Sisters Brothers: todo por el oro

Es el año 1851 y los hermanos que dan título a la película son Eli (Jonh C. Reilly) y Charlie (Joaquin Phoenix), un par de cazarrecompensas que trabajan para un hombre rico y poderoso conocido como el Comodoro en plena fiebre del oro. Los dos en equipo hacen el trabajo sucio, que básicamente consiste en liquidar a mucha gente. Charlie es un hombre impulsivo y violento que se siente cómodo con este trabajo y disfruta de la reputación que los hermanos se han ganado a pulso. Por otra parte, Eli, mucho más sensible y razonable, está cansado de este estilo de vida y anhela una existencia tranquila y más sencilla.

Ambos siguen las pistas de un detective llamado John Morris (Jake Gyllenhaal), un hombre culto y educado que también trabaja para el Comodoro. Su tarea es dar con Hermann Kermit Warm (Riz Ahmed), químico que ha encontrado la clave para detectar el oro rápidamente en el agua. Pero Morris y Warm son espíritus afines y le complicarán el trabajo a los Hermanos Sisters, que cabalgan desde Oregon hasta San Francisco para dar con ellos.

Todo lo que el western de Audiard no tiene de western

No hay que perder de vista el hecho de que un director francés haciendo una de vaqueros ambientada en Norteamérica es una rareza. Si pensamos en el cine galo difícilmente lograremos relacionarlo con el lejano oeste. Sin embargo, Audiard consigue una historia bien contextualizada que no desentona estéticamente con los cánones del género. No obstante, gracias a la magia del cine, nadie del equipo pisó suelo americano durante el rodaje. Los majestuosos escenarios naturales que vemos en la cinta y que se convierten en poesía pura a través de la fotografía de Benoît Debie, pertenecen a diferentes lugares de España y Rumanía.

El de Audiard es un western crepuscular. Su historia narra el final de una época. Los forajidos y las ciudades sin ley deben dar paso a la civilización. Las primeras grandes ciudades se adaptan a su propio bullicio y elementos cotidianos como un simple cepillo de dientes adquieren la naturaleza de descubrimiento insólito. El humor –negro– forma parte de esta narración. Se hace presente en su justa medida sorprendiendo al espectador con su propia sonrisa cómplice compartida con los personajes.

Si bien algunos momentos de la trama y algunas escenas parecen muy típicas de un western de acción, la impronta del director los dota de toda singularidad. Los tiroteos están elegantemente ocultos en la oscuridad lógica de una noche cerrada, entre las ramas del follaje en la orilla de un río o bien se perciben desde el interior de una habitación; nos llega el sonido y es más que suficiente. La violencia y los asesinatos, a pesar de estar en la rutina de Charlie y Eli, están situados en un segundo plano. Donde Audiard quiere que nos fijemos es en la relación entre los dos hermanos, en los traumas y la oscuridad que arrastran y, sobre todo, en las diferencias que los separan.

Pero esta no es la única relación que explora el director en The Sisters brothers. La que se establece entre Morris y Warm, captor y capturado, surge después de un violento forcejeo y algunas conversaciones a cara descubierta. La afinidad entre ambos se basa en el idealismo y la fe compartida en la civilización y la paz. Warm, como una especie de mesías o de visionario, convence con sus argumentos al detective, que, como el resto de personajes, aspira a algo mejor. Ambos se aferran a la idea de fundar una ciudad libre en la que la igualdad entre hombres sea una realidad y unen esfuerzos para ello.

Creo que, en general, esta es mi película más luminosa y optimista. Necesitaba alejarme un poco de la oscuridad. Jacques Audiard

Un reparto a la altura del guión

Cierta melancolía se cierne sobre los cuatro personajes de principio a fin. Audiard logra solventemente contrastarla con la violencia del filme sin que llegue a chirriar. Pero este éxito también corresponde a los actores. Un reparto en estado de gracia en el que John C. Reilly -que también produce- brilla con luz propia y se muestra como una fuente de fragilidad, humanidad –sí, a pesar de los asesinatos– y nobleza con la que es imposible no empatizar. Joaquin Phoenix, por su parte, misterioso, atormentado, soberbio; equilibrando la balanza.

Ambos actores están cómodos con sus personajes y también lo están entre ellos. La química de los protagonistas se hace tangible y además se potencia con las intervenciones de Jake Gyllenhaal y Hermann Kermit Warm. Un casting más que acertado con intérpretes carismáticos y entregados a quienes queremos acompañar durante los 121 minutos de metraje, sobre todo si es con la magnífica -y sorprendente- banda sonora de Alexandre Desplat de fondo.

Con The Sisters Brothers Audiard sigue deconstruyendo géneros cinematográficos y vuelve a exponer su esencia; aquella que nos dejó pegados a la butaca con Un profeta. La esencia con la que consigue que la película no abandone nuestros pensamientos ni nuestra retina durante días. No sólo os recomendamos ver la película, os recomendamos verla, al menos, un par de veces.

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Mentes brillantes, lo último de Thomas Lilti

Lilti cuenta los entresijos de los estudiantes de medicina de primer año en Mentes brillantes, una comedia protagonizada por Vincent Lacoste y Wiliam Lebghil con la que arrasó la taquilla francesa.

Al repasar rápidamente la trayectoria del director y guionista francés, es fácil extraer los temas que le interesan: la medicina y la problemática social. Lo mostró en Hipócrates (Hippocrate, 2014) y en Un doctor en la campiña (Médecin de Campagne, 2016). Desde la comedia, vuelve a ellos con la cinta Première Année (2018), titulada como Mentes brillantes en España.

La película, la más intima del cineasta francés hasta la fecha, resultó ser todo un éxito en taquilla y se situó en el número uno en su estreno superando el millón y medio de espectadores en Francia. Con la última entrega de Lilti se puede vivir junto a sus protagonistas el sacrificado y excesivo proceso de selección por el que pasan los estudiantes de medicina durante su primer año académico.

De qué va Mentes brillantes

La Medicina alimenta un porcentaje de la ficción lo suficientemente alto como para que no nos sorprenda otra película sobre médicos. El género no está en absoluto agotado, sin embargo, Lilti lleva lo lleva a ese punto en que es más desconocido o que, al menos, se ha trabajado menos en el cine: los años de estudio de los aspirantes a médico. Concretamente el director nos traslada al primer año y da buena muestra del elevado nivel de exigencia que, casi rozando el absurdo, suponen las pruebas de acceso para los recién salidos de la secundaria. Apretados en filas de pupitres en aulas superpobladas, compiten entre ellos y luchan por ser parte de ese 2% que logra licenciarse.

Conoceremos este “infierno” a través de dos personajes: Antoine, el tripitidor a quien da vida el actor Vincent Lacoste –protagonista también en Hipócrates–, que se somete al examen por tercera vez; y a Benjamin, el neófito recién salido del bachillerato interpretado por William Lebghil. En definitiva: la visión del principiante contrapuesta a la experiencia no demasiado positiva del que ya conoce de sobra las reglas del juego.

Durante mucho tiempo quise hacer una película sobre la universidad, sobre la energía de los estudiantes trabajando. Tenía en mente una visión muy cinematográfica de lo que esta película podía resultar. Thomas Lilti

Los dos jóvenes desarrollaran una amistad en la que las noches en vela dedicadas al estudio y las toneladas de apuntes y libros técnicos son tan protagonistas como ellos. Pero pronto la rivalidad entre ambos empieza a crecer dando lugar a situaciones cómicas con las que Lilti quita algo de hierro a esa denuncia que hace de los métodos académicos a los que, además, sólo unos pocos privilegiados pueden acceder.

Cambio de roles

La película parte de una estructura clásica del bildungsroman, o novela de aprendizaje. El alumno repetidor y experimentado, capaz de sacrificarlo todo por llegar a ser médico, muestra al recién llegado, cómo funciona todo y este absorbe la información rápidamente. Pero lo hace mucho más rápido que su guía, hasta el punto en el que los roles acaban invertidos.

Aunque Benjamin es menos apasionado que Antoine, a diferencia de este, cuenta con una herencia cultural previa. Hijo de un padre médico y una madre universitaria, es él quien tiene los códigos y por tanto, quien sabe adaptarse al sistema educativo porque ya tiene interiorizado cómo funciona. Antoine no ha conseguido llegar a ese punto en los dos años anteriores y ni siquiera la pasión que siente por la Medicina puede suplir algo así.

Cuando uno parte de la realidad para escribir, reaparece la cuestión política. Cada uno debe elegir su campo. La política es una forma de hablar del mundo, igual que el cine. Así que hago películas políticas contando historias sobre nuestra época. Thomas Lilti

Precisamente esto es lo que Lilti denuncia durante los 92 minutos de metraje de Mentes brillantes. Un sistema educativo basado en memorizar datos en lugar de promover el aprendizaje y el desarrollo conocimientos y habilidades, algo que sólo favorece a unos cuantos y que pone de relieve las diferencias culturales que devienen en diferencias sociales.
Pero no se trata sólo de una cuestión política. En el corazón de la película está la amistad entre Antoine y Benjamin, una complicidad que evoluciona y va del apoyo a la rivalidad, de la lealtad a los celos y la envidia. Una amistad que se aprecia desde diferentes ángulos, llena de matices que los actores se han encargado de infundir a sus personajes. Y es también una película sobre la llegada de la madurez y de ese momento en el que uno deja de ser un solo un chico.

El director Thomas Lilti.

La bata blanca del doctor Lilti

En Hipócrates, en Un médico de campiña y, ahora, en Mentes brillantes, Lilti recoge el drama y la comedia a partir de una mirada tan humana como especialista. Es inevitable crear vínculos entre los tres largometrajes. Se puede, incluso, hablar de una trilogía desordenada en la que tres personajes masculinos se encuentran en una encrucijada en sus vidas con tres visiones diferentes de la Medicina.

La inquietud y la necesidad de mostrar los entresijos de la Medicina no es un capricho del realizador francés. Él mismo se doctoró y pasó por las exigentes pruebas de acceso que como espectadores experimentamos de la mano de sus protagonistas. A través de su cine consigue enlazar dos mundos que le apasionan sin que se sepa muy bien dónde empieza la obligación y dónde termina la afición. Lo que sí está claro es que el realizador/doctor sabe muy bien de lo que habla, y mejor aún, sabe cómo contarlo.

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Adaptaciones literarias con acento francés: ¿el libro o la peli?

Abril es sinónimo de literatura. Las ferias y el día del libro tienen lugar durante ‘el mes más cruel’. Como buenos lectores, en Lien queremos participar y os hablamos de algunas adaptaciones literarias llevadas al cine (con mayor o menor acierto) en los últimos años.

La literatura universal y el cine han ido de la mano casi desde los inicios del séptimo arte. Siempre se han llevado adaptaciones literarias a la gran pantalla. De hecho, se sigue haciendo y se ha extendido, además, al mundo de las series, un filón que grandes plataformas digitales como por ejemplo HBO han aprovechado –pienso en Juego de tronos o Big Little lies–. Sin embargo, si le preguntas a una persona que suele leer si prefiere el libro o la película, casi siempre lo tiene claro: el libro es mejor.

No es fácil cumplir con las expectativas de alguien que ha imaginado previamente todo un universo en su mente y que ya ha desarrollado una relación con los personajes mucho antes de verlos en pantalla. Es decir, hay muchas papeletas para que sea una decepción. Hacer buenas adaptaciones literarias es arriesgado y, aun así, numerosos cineastas siguen apostando por ello. Aunque, por supuesto, a algunos les ha ido realmente bien y han convertido sus súper producciones en sagas de culto –hola, Señor de los anillos; hola, Harry Potter–.

Si nos alejamos de Hollywood y ponemos el foco en el cine francés independiente, encontramos algunas adaptaciones literarias que hicieron historia a mediados del siglo XX. Directores ligados a la Nouvelle Vague, sin ir más lejos, como el genial Jean-Pierre Melville o Éric Rohmer también trasladaron las letras de grandes escritores a la imagen en movimiento y tuvieron una gran acogida por parte de público y crítica. Hoy en día, en el ámbito del cine de autor donde los presupuestos son mucho más modestos y la mirada mucho más personal, es complicado obtener consenso entre el público cuando se trata de llevar un libro a la pantalla.

La delicadeza (La délicatesse, 2011)

David Foenkinos es un autor parisino conocido internacionalmente por su producción literaria. Escribió la La delicadeza en 2009 y supuso un punto de inflexión en su carrera. Alabado por la crítica, vendió más de un millón de ejemplares y el texto fue traducido a 15 idiomas. Con semejante éxito no se lo pensó dos veces: en 2011 él mismo, junto a su hermano Stéphane, adaptó el guión de la novela y la llevaron a la gran pantalla.

El resultado es una entretenida comedia romántica sobre segundas oportunidades que cuenta cómo Nathalie, a quien da vida Audrey Tatou, pierde en un accidente al amor de su vida. Tras una etapa de duelo, en el trabajo conoce a Markus, interpretado por el actor François Damiens, quien, sin ser precisamente un Don Juan, hace que la joven recupere la ilusión y la felicidad de nuevo.

A pesar del argumento melodramático, lo cierto es que la película funcionó bien en taquilla y el fandom del novelista quedó satisfecho con el resultado. La cinta obtuvo dos nominaciones a los César por Mejor Guion Adaptado y por Mejor Película.

https://www.youtube.com/watch?v=qpb_V3wE4ys

Marguerite Duras: París 1944 (2018)

Emmanuel Finkiel dirige este drama basado en la obra literaria autobiográfica El dolor (La douleur) escrita por la prolífica novelista Marguerite Duras. La autora, figura cultural destacada del siglo XX, partió de sus propios diarios para dar forma a una obra de intensidad desbordante que no vio la luz hasta 1985. En ella narra las semanas previas y siguientes al regreso de su marido, prisionero del campo de concentración de Duchau en 1945.

La cinta, protagonizada por la talentosa actriz Mélanie Thierry –parte de la crítica asegura que es ella quien salva la película– cosechó modestos éxitos. Obtuvo 8 nominaciones a los premios César, incluyendo Mejor Director y Mejor Película, pero no se hizo con ninguno. Adaptar una novela de esta autora es adaptar el dolor, la pomposidad y la intensidad; son historias en las que el texto juega un papel principal. En otras palabras, supone todo un riesgo.

Sin embargo, varios de sus títulos han sido llevados al cine. Algunos por ella misma, como es el caso de la película Le navire night (1979); o por otros cineastas, como ocurrió con El amante (L’amant), novela con la que ganó el Premio Goncourt en el 84 y que el director Jean Jacques Annaud trasladó a la pantalla en 1992.

La Belle Personne (2008)

La literatura francesa nos ha brindado grandes clásicos en los últimos siglos. Uno de ellos es la novela La princesa de Clèves escrita por Madame de La Fayette nada menos que en 1678. Al director de cine Christophe Honoré se le ocurrió trasladar la historia desde la corte de Enrique II a un instituto de París en plena década de los 2000. Aunque se trata de una adaptación cinematográfica bastante libre, la esencia original del clásico perdura en el trabajo de Honoré.

En este filme conocemos la historia de Junie, en la piel de una joven Lea Seydoux, cuya madre muere cuando ella tiene tan solo 16 años. Tratándose de un drama ambientado en un instituto, no podía faltar el grupo de compañeros que intentan cortejarla. Aunque empieza a salir con uno de ellos, Junie no podrá pasar por alto la profunda pasión que nace entre ella y Nemours, su profesor de italiano, a quien presta imagen el actor Louis Garrel. Los celos, los malentendidos y la manipulación se hacen hueco entre estos personajes que viven con intensidad cada gesto y cada diálogo.

El resultado es una película que, a pesar del argumento de vodevil, no podría estar más alejada de él. Obtuvo tres nominaciones a los César en las categorías de Mejor Guión Adaptado y en Mejor Actriz y Actor revelación.

Cine y literatura, dos conceptos diferentes

A menudo, la reacción ante las adaptaciones literarias es negativa por parte de los lectores del libro. Ya sea porque la trama se haya modificado para que funcione mejor en pantalla o porque se prescinda de algún personaje, se piensa que, si se trasladaran las escenas del libro plano a plano, esta sería mejor, más fiel.

Pero lo cierto es que un libro y una película son formatos diferentes que requieren una narrativa distinta. Una película no puede pararse en una descripción extensa sobre un lugar o exponer el diálogo interno de un personaje y todavía pretender que sea una película ágil. Los tiempos y cómo transcurre la acción en uno u otro formato deben variar y cada obra, la escrita y la visual, han de ser ser entendidas y analizadas por separado.

Podemos consumir los dos productos y disfrutarlos como experiencias completas y únicas que complementan un mismo universo. Lo mejor de todo es, precisamente, que no tenemos por qué elegir entre ambas.

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Dobles vidas, la era digital según Assayas.

Dobles vidas, la comedia dirigida por Olivier Assayas que inauguró el Festival de Cine Europeo de Sevilla, se estrena el próximo 12 de abril.

Olivier Assayas estrena este mes Dobles vidas (Doubles vies, 2018), una comedia donde el avance tecnológico es protagonista. Al cineasta le preocupa el devenir del mundo en esta tercera revolución industrial que estamos viviendo. Le interesa averiguar cómo la tecnología, la hiperconectividad y la inmediatez de la comunicación virtual han transformado no sólo la manera de relacionarnos con el mundo; sino también la manera que hemos desarrollado de estar en él, convirtiendo Internet en una extensión de nuestra mente.

Ya dejó ver algún atisbo de esta inquietud en una escena en su anterior película, Personal Shopper (2016), en la que fuimos testigos de un inquietante intercambio de mensajes desde un Smartphone. En Dobles Vidas aborda esta cuestión en el contexto del mundo editorial en el que el ebook y el audiolibro han irrumpido como titanes imparables dispuestos a eliminar el romanticismo del papel.

Un vodevil intelectual y chic

Dobles vidas sigue a Alain (Guillaume Canet), director de una famosa editorial dispuesto a modernizar su empresa y adaptarse al mundo tecnológico, y a su mujer Selena (Juliette Binoche), actriz encasillada que vive con frustración su trabajo en una serie de televisión. También está Léonard (Vincent Macaigne), escritor bohemio amigo de ambos cuyos libros publica Alain bajo su sello, y Valerie (Nora Hamzawi), su compañera y sufridora asistente de un político.

A pesar de una larga amistad y de una carrera editorial compartida, Alain rechaza el último manuscrito de Léonard mientras este se encuentra inmerso en una polémica twittera a causa de sus novelas autobiográficas. Ambos amigos hacen frente a una crisis de madurez y las relaciones entre ellos y sus parejas se cruzan y se enredan de manera complicada.

Hablar por los codos

Después de la primera escritura del guión de Dobles vidas y pasado un tiempo considerable, Assayas aborreció su relectura. No estaba en absoluto conforme con lo que había escrito en su momento y decidió cambiarlo radicalmente. Se deshizo de toda acción y de todo acontecimiento dramático y puso todo el foco en el diálogo.

El resultado fueron unos personajes verborreicos que recuerdan a los de Woody Allen –aunque con más vino de por medio– que el elenco de actores defiende dignamente durante toda la cinta. En este filme, quizá el más divertido del director, los protagonistas hablan de Internet, de la aparición de los ebooks y la desaparición del papel, de la tendencia de los lectores y del mundo editorial. Pero también hablan de cuestiones puramente humanistas como el paso del tiempo, las relaciones sentimentales, de la infidelidad, de los celos… Conversan todo el tiempo; conversan sobre cualquier tema y el espectador queda atrapado en esa vorágine de frases ingeniosas y lapidarias.

Una carrera de fondo

La relación de Olivier Assayas con el cine se remonta a su más tierna juventud. Hijo del prestigioso guionista Jacques Rémy, empezó escribiendo con él para terminar redactando algunos episodios para series de televisión. Más tarde se convirtió en una figura importante como crítico en la revista Cahiers du Cinéma en una época en la que redescubrió a toda Francia el cine asiático.

Olivier Assayas junto a Juliette Binoche

Su carrera como director de cine ha sido constante y muy sólida desde mediados de los 80 y ha logrado destacar con varias películas importantes como París se despierta (1991), Irme Velp (1997), Finales de agosto, principios de septiembre (1998) o Después de mayo (2012). Sin embargo, destacó sobre todo por la mini serie Carlos (2010) –aunque para él no deja de ser una película de más de cinco horas de duración que debió fragmentar–, un biopic del terrorista venezolano Ilich Ramírez.

En una carrera cinematográfica en la que el uso de la fotografía es un recurso narrativo casi tangible, Assayas nunca se ha casado con un único género. Ha trabajado el drama, la comedia, el cine de acción e incluso el thriller. En sus películas se advierte un ligero aire de improvisación, un toque poético que parece casual pero que en absoluto lo es, sino que surge de una cuidada y muy pensada puesta en escena de la que, seguro, seguiremos disfrutando en nuevas entregas durante mucho tiempo.

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Cinco títulos para iniciarse en el cine polar francés

Os proponemos una visita a los bajos fondos a través de una selección de películas perfectas para entrar en el apasionante mundo del cine polar clásico.

Tipos en gabardina, matones, policías corruptos y muchos disparos. El cine polar francés de los 60 desarrolló la figura del anti-héroe como ningún otro género. Nos puso del lado del tipo malo y nos demostró lo fascinante que puede llegar a resultar el lado oscuro de la vida. Una repleta de personajes carismáticos, lacónicos y atractivos pasándolo realmente mal bajo sus borsalinos.

Perder el interés en una película polar una vez que hemos pulsado el play es casi imposible. Las tramas resultan trepidantes y quedamos atrapados irremediablemente por el protagonista. Y es que, aunque intuimos que lo va a pasar muy mal –o precisamente por eso–, queremos acompañarle hasta el fatídico final que le espera y, con el corazón en un puño, albergamos la secreta esperanza de que se salve.

Nadie mostró el peligroso mundo del hampa en la pantalla como lo hizo el gran Jean-Pierre Melville. Películas inolvidables como El silencio de un hombre (Le samuraï, 1967) o Círculo rojo (Le cercle rouge, 1970) –cintas que todo cinéfilo que se jacte de serlo debe haber visto alguna vez– elevaron al director a máximo representante del cine polar. Sin duda fue el mejor, pero, por supuesto, no fue el único.

Gran jugada en la costa azul (Mélodie en sous-sol, 1963)

Henri Verneuil se basó en la novela del autor americano Zekial Marko para desarrollar esta cinta; auténtica semilla de las grandes películas de atracos que hemos visto en los últimos años. Está protagonizada por Jean Gabin y un maravilloso Alain Delon –actor de mirada gélida nacido para interpretar al gánster perfecto–. Ambos dan vida a dos ex-convictos que no han aprendido la lección y quieren dar un último gran golpe.

Charles (Gabin) desoye a su esposa, quien le propone emplear sus ahorros en montar un chiringuito en la Costa azul y empezar de cero ahora que ha salido de prisión. Pero Charles tiene en mente un futuro algo más brillante: pretende asaltar la cámara acorazada de uno de los casinos más importantes de Cannes y hacerse con los millones de francos alojados en ella. No es plan para un solo hombre, así que contará con la ayuda de Francis (Delon).

La película le valió a su director el Globo de Oro a la Mejor Película de habla no inglesa en el 63 y ocupó lugar en el top de las mejores películas extranjeras del National Board of Review.

El profesional (Le professionnel, 1981)

Georges Lautner dirige a un maduro Jean-Paul Belmondo en uno de los mayores éxitos del cine francés del 81. De nuevo se trata de una adaptación de  novela, en este caso de la del autor Patrick Alexander, Además, la cinta contó con una música original espectacular brindada por el genial Ennio Morricone por la que obtuvo una nominación a Mejor Banda Sonora en los Premios César de ese año.

Belmondo pone cara a Joss Beaumont, un agente secreto del servicio francés que es enviado a Malagawi, un pequeño país africano. Tiene órdenes de acabar con el presidente N’Jala, dictador y enemigo de Francia. Sin embargo, Joss es detenido y torturado durante dos años. Cuando consigue escapar decide vengarse de todos y cada uno de los superiores que le enviaron a aquella misión suicida.

París, bajos fondos (Casque d’or, 1952)

Tildada por la crítica como obra maestra absoluta y reivindicada por los chicos de la Nouvelle Vague, esta película del cineasta francés Jacques Becker supuso su mejor trabajo y él mismo hablaba de ella como su cénit profesional.

Ambientada en el París de 1898, la formidable Simone Signoret interpreta a Marie, una prostituta bellísima con una melena rubia recogida en un característico moño con el que se gana el apodo de Casco de oro. Signoret ganó el reconocimiento a Mejor Actriz Extranjera en los premios BAFTA del 52 gracias al formidable trabajo que realizó durante el rodaje de la película.

En ella vemos como Marie trae de cabeza a los hombres del viejo barrio Montmartre, incluyendo a su novio Roland. Sin embargo, encuentra el amor verdadero al conocer a un humilde carpintero que, además, la corresponde. En ese momento empieza una terrible pelea, con bandas criminales implicadas, por hacerse con el favor de la legendaria Casco de oro.

Rififi (Du rififi chez les hommes, 1955)

El norteamericano Jules Dassin firma esta magnífica cinta. Una de las obras cumbres del cine polar europeo que el mismo Francois Truffaut calificó como “el mejor cine noir que jamás había visto”. No es de extrañar, entonces, que se alzase con el premio a la Mejor Dirección en Cannes en el 55 y que cuente con una de las mejores secuencias sobre robos rodada en la historia del cine.

Rififi en francés es un término que significa trifulca, pelea entre maleantes, lo que ya nos da una pista sobre lo que vamos a encontrar. Después de cumplir cinco años de condena, Tony Le Stephanois (Jean Servais) se vuelve a encontrar con sus compinches, quienes le proponen dar el golpe definitivo a una importante joyería parisina. Esto es más que suficiente para que el protagonista abandone el honrado propósito de cambiar de vida que se había propuesto a sí mismo. Ahora su objetivo es recuperar su posición como líder del hampa y recuperar a su chica, que se ha cobijado bajo la protección de un gánster rival

Vivamente el domingo (Vivement dimanche!, 1983)

Esta fue la última película de François Truffaut. Está basada en la novela “The long Saturday night” (1962) de Charles Williams. Un verdadero homenaje al cine negro de Alfred Hitchcock donde no faltan notas de comedia y del romanticismo que caracterizó al mítico director francés durante toda su carrera.

En este filme nos cuenta la historia de Julien Vergel, en la piel de Jean-Louis Trintignant, propiertario de una agencia inmobiliaria que ha sido acusado del asesinato de su mujer. Su secretaria, Barbara, una espléndida Fanny Ardant, secretamente enamorada de su jefe, confía ciegamente en su inocencia y decide investigar el crimen por su cuenta para encontrar al verdadero asesino, lo que la llevará a vivir situaciones peligrosas y totalmente nuevas para ella.

La nostalgia de la vida nocturna y del asfalto mojado

El cine polar clásico cuenta con un alto componente nostálgico en todas esas aceras mojadas por la lluvia, en ese vestuario y estilismo de una época analógica que se intuye más romántica que la nuestra y, por supuesto, en el encanto que irradia el rostro de las celebridades del momento. Elementos que, a menudo, actúan como repelente entre las generaciones más jóvenes.

Sin embargo, la diversión que promete el polar clásico puede sorprender a los neófitos que, quizá, tengan algún prejuicio hacia el cine clásico y echen de menos el color digital o algunos efectos especiales. Pero los magistrales claroscuros que empleaban en la fotografía de estas películas suplen con creces la falta de pirotecnia más moderna. Nosotros estamos convencidos de que se puede comprender el presente desde el pasado y recomendamos ver estas películas como ejercicio para profundizar en las raíces del cine noir de los últimos 20 años, algo que, sin duda, Scorsese o Tarantino pusieron en práctica hace mucho, mucho tiempo.

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Cine francés

Las actrices de la Nouvelle Vague, mucho más que ‘musas’

Destacamos el trabajo de las actrices más influyentes de la Nouvelle Vague y de otras mujeres que se mantuvieron detrás de las cámaras durante la nueva ola.

En el París de finales de los 50 tuvieron lugar tres acontecimientos muy concretos que marcaron un antes y un después en la manera de hacer cine: Truffaut fue elegido como Mejor Director en Cannes por Los 400 golpes (1959), Resnais presentó la cinta Hiroshima mon amour (1959) y Godard hizo lo propio tan sólo un año después con Al final de la escapada (1960). Voilà! Quedó inaugurada la Nouvelle Vague.

Esta rompedora corriente cinematográfica agrupó a una serie de personalidades que destacaron en diferentes ámbitos del mundo del celuloide y, como consecuencia, surgieron verdaderas obras de arte que hoy son un patrimonio cultural incomparable.

Para los chicos de la nueva ola la autoría era lo único que importaba. Entendían al director como creador y como responsable último del resultado de una película. No cabe duda de que dejaron una impronta indeleble en la historia del cine. Sin embargo, no se puede obviar el hecho de que trabajaron en equipo; que otras personas participaron en el desarrollo de esas películas que ahora están envueltas por un halo casi sagrado.

Entre estas personas están, cómo no, las actrices de la Nouvelle Vague, a menudo relegadas al papel pasivo de las musas, que, sin embargo, volcaron su trabajo, esfuerzo y talento en el desarrollo de unas películas exigentes y muy peculiares para la época. Pero no fueron las únicas mujeres que dieron forma al nuevo movimiento.

Tras las cámaras

Agnès Varda

El universo de la dama de la Nouvelle Vague abarca películas de ficción, documentales y video-instalaciones. Es la única mujer fundadora del movimiento y también la única que estuvo detrás de la cámara durante el mismo.

Sugerí a las mujeres que estudiasen cine. Les dije: salid de las cocinas, de vuestras casas, haceos con las herramientas para hacer películas Agnès Varda

Su primera película, La Pointe Courte (1956), ya contaba con todas las características con las que los críticos de Cahier du Cinéma definirían sus filmes poco después: localizaciones exteriores, bajo presupuesto, cámara de mano, actores no profesionales… El trabajo de Varda fue una anticipación de todo lo que vendría en la década de los 60.

Marguerite Duras

Esta prolífica creadora francesa nació en Saigón. Es conocida sobre todo por su faceta como escritora, especialmente desde que ganara el Premio Goncourt en 1984 con El amante. Llegó a publicar decenas de novelas y textos teatrales. Ella misma tuvo una vida de novela; el peso autobiográfico se percibe en su extensa obra, que también dedicó a la cinematografía.

Duras dirigió una veintena de películas, entre largometrajes y cortos, y realizó una aportación fundamental a la Nouvelle Vague firmando el magnífico guión de Hiroshima mon amour (1959), que tuvo listo en apenas dos meses. La película de Alain Resnais no hubiese sido la misma sin la visión de Maguerite Duras, que le imprimió al texto un estilo literario cargado de musicalidad y mostró a la protagonista del filme (interpretada por Emmanuelle Riva) como un personaje independiente, activo y potente.

Las actrices de la nueva ola francesa

Anna Karina

Icono por excelencia de la Nueva Ola, con su interpretación reflejó a la perfección a la mujer espontánea y romántica que los directores buscaban en sus películas. Trabajó hasta siete veces bajo la dirección de Jean-Luc Godard y ganó el premio a Mejor Actriz en el Festival de Cine de Berlín por su papel en Una mujer es una mujer (Une femme est une femme, 1961). Además trabajó con otros directores de renombre como Jacques Rivette, Luchino Visconti e Ingmar Bergman.

Pero la inquieta Anna Karina no se conformó con su trabajo como actriz. Llegó a dirigir dos películas: Vivre ensemble (1973) y Victoria (2008); y escribió dos novelas: Jusqu’au bout de hazard y Golden City.

Catherine Deneuve

Sin duda es una de las actrices francesas más reconocidas mundialmente. Esto se debe a su interpretación bajo la dirección de varios directores como Roman Polanski, Luis Buñuel o Lars Von Trier. También actuó en La sirena del Mississippi (La Sirene du Mississipi, 1969) de François Truffaut.

Pero fue con Jacques Demy, integrante de la Nouvelle Vague, con quien se lanzó al estrellato durante los 60. El colorido y las canciones que son el estandarte del cine de Demy la hicieron brillar con luz propia en Los paraguas de Cheburgo (Les Parapluies de Cherbourg, 1964) y Las señoritas de Rochefort (Les demoiselles de Rochefort, 1967).

Denueve supo construirse un aura de misterio y sofisticación que la siguen acompañando hoy en día después de toda una vida delante de las cámaras. Martin Scorsese lo resumía así: “Catherine Deneuve es el cine francés”.

Emmanuelle Riva

Se inició en el cine con 32 años en Hiroshima mon amour, película que le dio la nominación a Mejor Actriz Extranjera en los premios BAFTA de 1959. Provenía del mundo del teatro y, además, llegó a publicar tres colecciones de poesía, hecho que probablemente fue toda una ventaja a la hora de darle vida al texto de Marguerite Duras.

Aunque ese fue su único trabajo como una de las actrices de la Nouvelle Vague, supuso el lanzamiento de una carrera en la que ha trabajado con directores como Krzysztof Kieslowski, cuya interpretación en la Trilogía de los Colores del director la hizo ganadora del premio a Mejor Actriz en el Festival de Venecia en el 62. También interpretó uno de los escasos personajes femeninos de Jean-Pierre Melville, padrino de la Nouvelle Vague, en Lèon Morin, sacerdote (Lèon Morin, prêtre, 1961).

Con 85 años de edad demostró seguir en plena forma poniéndose bajo la dirección del emblemático director austriaco Michael Haneke en Amor (Amour), una de las películas más importantes del 2012.

Jean Seberg

Jean Seberg protagonizó junto a un joven Jean-Paul Belmondo una de las películas más representativas de la nueva ola francesa. Al final de la escapada (À bout de soufflé, 1960) de Jean-Luc Godard fue clave en la filmografía de esta actriz americana con corte de pelo a lo garçon que se convirtió automáticamente en un icono de la modernidad del siglo XX.

Estrella rebelde y apasionada, concentró su carrera interpretativa entre EE.UU. y Francia, aunque también hizo una incursión en el cine español en la película La corrupción de Chris Miller, dirigida en el 73 por Juan Antonio Bardem.

La renovación de un estilo de actuación

Las actrices de la Nouvelle Vague, y también los actores, rompieron totalmente con los cánones clásicos que regían la manera de actuar antes de que naciera el movimiento. La improvisación y la libertad de interpretación que les permitían los directores supusieron una explosión de talento que ha influido de manera inevitable en las generaciones posteriores.

Estas mujeres, y muchas otras como Brigitte Bardot, Jeanne Moreau O Fanny Ardant, con su trabajo y su actitud ante él, se convirtieron en auténticas celebridades. No sólo influyeron en la moda; su irrupción significó algo mucho más profundo en la sociedad francesa de los 60. Más allá de la fascinación que generaban, establecieron un nuevo modelo de mujer que rompía con las expectativas tradicionales y, sobre todo, que sabía cómo ocupar un nuevo lugar en el mundo.

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Diccionario Cine francés

Antoine Doinel: de niño rebelde a adulto descarado en cinco cómodos pasos

Hace 60 años François Truffaut creó a Antoine Doinel, uno de los personajes de ficción más emblemáticos de la historia del cine francés

Al genio de la Nouvelle Vague le bastaron sólo cuatro largometrajes y un corto para contarnos la historia de su alter-ego Antoine Doinel, personaje semi-autobiográfico cuya personalidad a lo largo de 20 años ha ido madurando de manera coherente con el paso del tiempo en la piel del actor Jean-Pierre Léaud.

A través de él, Truffaut nos cuenta su propia historia –y también la de París– de manera progresiva y sin ningún tipo de planificación previa. Lejos de explorar el paso del tiempo en un mismo personaje de manera intencionada –pienso ahora en Richard Linklater y su Boyhood, por ejemplo–, la figura de Antoine Doinel responde al devenir natural de la creación cinematográfica del director de la Nueva Ola.

Lo conoceremos  en blanco y negro a finales de los 50, durante su –no tan– tierna infancia y lo despediremos a todo color casi entrando en la década de los 80. Cinco cintas para ser testigos del difícil tránsito de la adolescencia a la juventud y de esta a la frustrante madurez sin perdernos ni un ápice de la excepcional personalidad de Antoine Doinel; siempre enérgico, torpe, despistado pero, sobre todo, encantador.

Será imposible no empatizar con él; no descubrirnos con media sonrisa mientras lo acompañamos en sus peripecias vitales y románticas, pues con él Truffaut nos da una lección de humanidad en el sentido más literal de la palabra.

Primer Paso: Los 400 golpes (Les quatre cents coups, 1959)

Truffaut fue elegido como Mejor Director en Cannes gracias a la primera de las aventuras de Doinel. Esta película, quizá la más conocida, supuso el inicio de una etapa excepcional en la historia del cine y se convirtió en una de las más representativas del nuevo movimiento.

El cineasta cuenta episodios de su propia infancia a través de un jovencísimo Antoine que se rebela contra su familia y contra la escuela, que se refugia entre las páginas de Balzac y que disfruta de la libertad que siente recorriendo las calles de París como un fugitivo. Todos los golpes que se da contra la realidad –incluidos los físicos– lo llevan a revolverse ante cualquier norma. Nuestro protagonista desarrolla un agudo sentido de la supervivencia en este sentido y huye del reformatorio donde ha ido a parar.

El travelling que lo sigue en su carrera hacia el mar con el que Truffaut cierra la película culmina con la mirada Antoine clavándose en la del espectador en un final tan abierto como extraordinario.

Segundo Paso: Antoine et Colette (1962)

Tres años después Truffaut recupera a Antoine Doinel en el cortometraje incluido en El amor a los veinte años (L’amour à vingt ans), una película colaborativa en la que el director participó junto con Renzo Rossellini, Shintarô Ishihara, Marcel Ophüls y Andrzej Wajda.

Se sabe que se está enamorado cuando se actúa contra el propio interés Antoine Doinel

Volvemos a un inexperto Antoine que se ha independizado, que trabaja en una tienda de discos y que, por supuesto, se enamora por primera vez. Con la música como telón de fondo, conoce a Colette (la actriz Marie-France Pisier), la primera chica que le causa un verdadero impacto. Con la misma esencia realista y con el mismo decorado que vemos en Los 400 golpes –oh, París– asistiremos al primer desengaño amoroso de nuestro querido Doinel.

A pesar de que Colette se convierte rápidamente en una continua frustración –la chica lo deja continuamente relegado a la friendzone–, Antoine se siente a gusto en compañía de la familia de ella, algo que no ha vivido nunca con la suya propia y que nos da algunas pistas sobre su futuro.

Tercer Paso: Besos robados (Baisers volés, 1968)

Sobrepasados los 20 años, Antoine es ahora un ex soldado que acaba de abandonar el ejército y ha de comenzar una nueva vida. Instalado en su nuevo apartamento se encuentra viviendo en frente de la familia de una antigua amiga, la violinista Christine (Claude Jade).

Doinel va de un trabajo otro, primero como vigilante, después como detective y más tarde como técnico de televisores. Truffaut deja ver a través de estas pesquisas los defectos y las contradicciones de su personaje, que se encuentra sumido en una encrucijada sentimental. En una escena en la que aparece frente al espejo repite una y otra vez el nombre de las dos mujeres entre las que se debate y el suyo propio en un intento desesperado de poner orden en su vida (o al menos en su cabeza).

Pero nuestro (anti)héroe, después de algunos tira y afloja y de algunas carreras –Doinel, siempre corriendo, no parece ver el tráfico entre el que se cuela para cruzar de una calle a otra–, ve de una vez el futuro con optimismo y, encuentra por fin cierta estabilidad con la chica del violín, aunque en las escenas finales podemos ver el atisbo de la duda en su gesto.

Cuarto paso: Domicilio conyugal (Domicile conjugal, 1970)

En esta entrega encontramos a Doinel felizmente casado con Christine y no tardarán en tener un hijo. Además, gracias a un golpe de suerte, ha encontrado un trabajo estable en una multinacional americana. La vida parece que finalmente le sonríe.

Sin embargo, su incorregible carácter le impulsa continuamente a huir, como aquel día que vio el mar por primera vez en Los 400 golpes. Truffaut reconoció que en el guión de esta película vio a Doinel desde una perspectiva más severa. Ya no era el adolescente atolondrado y soñador, sino un adulto. Y como tal él es el principal responsable de su crisis matrimonial.

Conoce a Kioko en el trabajo, una japonesa que se cruza en su camino. Pero Christine pronto descubrirá la aventura y deciden que el divorcio es la mejor opción. Entre tanto, la ambición literaria de Doinel supone un nuevo aliciente para él, que se lanza a la escritura de una novela.

Quinto paso: El amor en fuga (L’amour en fuite,1979)

La quinta y última entrega de la saga Doinel fue totalmente inesperada. Tardaría nueve años en llegar, siendo una especie de caballo ganador que le haría a Truffaut recaudar fondos tras el escaso éxito de sus últimos trabajos. En esta ocasión el director omite cualquier tipo de señal autobiográfica siendo la única fuente de inspiración el propio personaje y su historia.

Antoine Doinel tiene ahora 34 años y trabaja en una imprenta. Vive separado de Christine y mantiene una relación sentimental con Sabine (Frédérique Hoschedé), más joven que él y vendedora en una tienda de discos. Parece que por sin madurado lo suficiente para haber encontrado a una mujer con quien realmente le apetece quedarse, una que no tiene una familia de la que enamorarse también.

Esta cinta, a modo de recapitulación, recupera el metraje de las anteriores y permite a Antoine reencontrarse con todas las mujeres que han sido importantes en su vida. O lo que es lo mismo, el Doinel del presente hace balanza con el Doinel del pasado en un ejercicio de intertextualidad narrativa del que Truffaut no estuvo especialmente orgulloso.

Las aventuras de Antoine Doinel son un hito en la historia del cine. Truffaut fue un pionero capturando el paso del tiempo y la evolución natural de un personaje que se desenvuelve en el drama, en la comedia, en el realismo; que nos recuerda continuamente con sus rasgos humanos e imperfectos el peso de los nuestros. Pero que, sobre todo, nos advierte que no hay una edad difícil. Todas las edades lo son.

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Actualidad Cine francés

High life: La odisea espacial de Claire Denis

El pasado febrero se estrenó High life, la primera y provocativa incursión en la ciencia ficción de una de las directoras más consagradas del panorama cinematográfico contemporáneo.

Claire Denis recorrió con High life las secciones oficiales de algunos de los festivales de cine más importantes en 2018: el Festival de Toronto, el de Sitges – aunque lo hizo fuera de concurso– y el Festival de Cine de San Sebastián, donde se alzó con el prestigioso FIPRESCI.

Su último trabajo, el primero rodado en lengua inglesa, supone también la primera inmersión en el género de la ciencia ficción de la realizadora. Ella misma firma el guión junto con su mano derecha, Jean-Pol Fargeau y los novelistas Zadie Smith y Nick Laird.

La vida espacial es la vida mejor

Dentro de la ciencia ficción las películas que se desarrollan en el espacio suponen un subgénero en sí mismas. La curiosidad y el deseo del ser humano por explorar, conquistar o buscar refugio en otros planetas lleva años plasmándose en el cine y plantándose como una semilla en nuestro imaginario colectivo.

Pero la aventura espacial ha evolucionado desde los años 60 y ahora va mucho más allá del mero entretenimiento. Abordar cuestiones existencialistas, políticas, ecológicas o incluso sociales desde la intimidad claustrofóbica de una nave espacial, es algo que Hollywood nos ofrece una y otra vez.

Buena parte del género se apoya en la idea de la conquista y la dominación del espacio, y es un concepto que no me interesa en absoluto
Claire Denis

En los últimos años, y de manera consecutiva, el gigante del cine nos ha brindado grandes epopeyas espaciales. Gravity de Alfonso Cuarón en 2013; la épica cuántica de la Interestellar de Christopher Nolan en 2014, The martian de Ridley Scott en 2015, The arrival en 2016 firmada por el canadiense Denis Villeneuve… La lista es extensa y demuestra que el género espacial todavía da para mucho y se puede profundizar en él desde numerosos puntos de vista.

El de Claire Denis en High life trasciende el escenario futurista para profundizar en la condición humana. El viaje que propone es de fuera a dentro; del espacio exterior hacia ese espacio interior, íntimo de cada uno. Y lo hace a través de un grupo de condenados a muerte que aceptan conmutar sus sentencias por formar parte de una misión con destino al agujero negro más cercano a la Tierra.

El argumento: conejillos de indias, probetas y angustia existencial

En una realidad distópica, la necesidad de conseguir nuevas fuentes de energía es alarmante. Se llevan cabo misiones espaciales en naves-cárcel tripuladas por convictos para extraerla de remotos agujeros negros. Denis comienza la película mostrando la rutina de Monte (Robert Pattinson) y su hija de pocos meses Willow, el primer ser humano que no ha conocido la Tierra.

Sobreviven en una de esas naves completamente solos; totalmente aislados en mitad del cosmos. Sabemos que lo peor ya ha ocurrido, pero no qué pasó. Poco a poco la madeja se va desenredando hacia atrás y conocemos a Dibs (Juliette Bicnoche), una doctora genetista de dudosa moral empeñada en crear vida en un entorno hostil y condenado a la muerte.

Experimenta con sus compañeros de viaje como si fuesen conejillos de indias hasta que consigue fecundar a una de las tripulantes contra su voluntad. El grupo poco a poco ha ido aniquilándose en el interior de la nave y cuando sólo quedan Monte y Willow, el espectador ya se ha enfrentado a lo más oscuro, pero Claire Denis todavía guarda un bonus track.

Una leyenda viva

Desde que en 1988 se diera a conocer con su ópera prima Chocolat, la realizadora francesa ha ido construyendo una carrera cinematográfica sólida y arriesgada. Con trece largometrajes a su espalda, Claire Denis es una de las directoras en activo más importantes del panorama del cine contemporáneo.

Antes de firmar su primera película trabajó como asistente de dirección con los legendarios Wim Wenders y Jim Jarmush. Su estilo, espontáneo pero contundente donde lo sensual y lo físico están presentes, se deja ver en este acercamiento la ciencia ficción –eso sí, low cost–. Esta aproximación al género no sorprende, pues la directora se siente cómoda en cualquier ámbito cinematográfico, como demostró con el polar en No puedo dormir (J’ai pas sommeil, 1994), con el bélico en Buen trabajo (Beau travail, 1999) o con la comedia en Un bello sol interior (Un beau soleil intérieur, 2017).

Con High life Claire Denis ha conseguido una cinta difícil de definir alejada de los cánones comerciales y de la pirotécnica propia de las películas espaciales. Nos brinda, en cambio, una historia fragmentada que se aleja también así, en su forma, de la cómoda tradición narrativa para ponernos a prueba y explorar a base de flashbacks los aspectos más viscerales de la condición humana como la soledad, los impulsos sexuales o los vínculos afectivos entre padres e hijos.

Sí: Robert Pattinson y Juliette Binoche en la misma película

En el trabajo interpretativo de Robert Pattinson queda ya muy poco del joven vampiro con aire emo que conquistó el corazón de miles de adolescentes en la saga Crepúsculo. Siendo mucho más selectivo con sus trabajos, fue él mismo quien le pidió a Claire Denis trabajar con ella convencido de que surgiría química entre actor y directora. No se equivocaba.

El triángulo ganador lo completa la maravillosa Juliette Binoche, actriz francesa reconocida internacionalmente que ya se había puesto bajo la batuta de la realizadora en trabajos anteriores.

La actuación de ambos funciona y arrastra al espectador hacia una bizarra y poética espiral. Una exploración del deseo que surge entre dos personajes que ya están desahuciados y derrotados desde el principio. Pero no son los únicos que aportan su talento para generar la atmósfera asfixiante de que se respira en la nave. Al reparto se unen la británica Mia Goth, a quien pudimos ver en Nynphomaniac: Volumen II de Lars Von Trier, el rapero André 3000 y la pequeña bebé Scarlett Lindsay.

Un canto ecologista subliminal

High life da la impresión de ir al hueso de nuestro tiempo. Bajo todo su discurso de moral humana atrofiada, de ausencia de ética científica, bajo el existencialismo que plantea hay presente una denuncia ecologista. La catástrofe medioambiental es una nota de fondo que se nutre del temor que vivimos al llevar a nuestro planeta al límite y al saber que casi es demasiado tarde.

Una vez más el cine nos muestra el espacio exterior como la última oportunidad, como un terreno a conquistar. Pero el trayecto del viaje debe hacerse al inverso, hay que viajar al espacio interior, a lo más íntimo y oculto de nosotros mismos para despertar nuestra conciencia colectiva y hacerlo ya. De una vez por todas.

 

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