Categorías
Monográficos Diccionario Actualidad Arte

Traboules: los secretos de la otra Lyon

En Lyon, una ciudad con más de dos mil años de historia, se utiliza una palabra única en francés: «traboule».

El diccionario Le petit Robert define esta palabra regional como passage étroit qui traverse un pâté de maisons, des cours d’immeubles (pasaje estrecho que atraviesa bloques de pisos o patios). El verbo «trabouler» también se utiliza para atravesar laberintos.

Lyon es una ciudad llena de pasadizos ocultos y atajos: puedes abrir una puerta en una calle cualquiera, pasar a través de los patios y escaleras de edificios privados y acabar apareciendo en cualquier otra parte. Algunos se encuentran abiertos al público e incluso señalizados a la entrada de ciertos edificios, pero lo más normal —y donde además radica gran parte del encanto— es no saber si detrás de cualquier puerta habrá oculto un «traboule», o si podrás acceder a él.

 

Los primeros «traboules» tal y como se conocen hasta hoy día fueron construidos en el siglo XV, pero la historia de estos pasadizos se remonta hasta el siglo IV como una forma rápida para llegar al río Saona y que los comerciantes llevaran sus productos en barco y el resto de habitantes pudieran recoger agua, un recurso de difícil acceso por la escasez de pozos de la época.

Una de las áreas más grandes inscritas por la UNESCO como Patrimonio Mundial de la Humanidad es el centro histórico de Lyon con sus más de cuatrocientas hectáreas, y es ahí, en los barrios antiguos, donde podremos encontrar la mayoría de los cientos —se desconoce la cifra exacta— de «traboules» que pueblan esta ciudad. Los más icónicos se encuentran en los tres principales distritos: el Vieux Lyon, la Croix Rousse y la Presqu’île.

Los «traboules» tuvieron un importante papel para los lioneses durante la ocupación nazi de la ciudad en plena II Guerra Mundial. La Gestapo perseguía a los sospechosos de pertenecer a la Resistencia hasta sus casas con el objetivo de capturarles y torturarles, pero los pasadizos entre los edificios ofrecían una vía de escape que sólo conocían los propios habitantes. Estos pasadizos, tejidos a lo largo de siglos de historia, son las arterias de una ciudad única que salvó vidas.

Categorías
Pedagogía Diccionario

3 claves para debatir en francés con tu nivel B2

¿Tienes 10 minutos? Hemos pensado que, para todas aquellas personas que estén estudiando y trabajando sobre su nivel B2 en francés, es importante recordar 3 claves para ayudarte a debatir en francés con facilidad.

Sabemos que es complicado combinar las ocupaciones con el estudio de idiomas. En el caso del francés, la Alianza Francesa Málaga está aquí para echarte una mano. En breve comienzan los cursos y talleres de febrero.

Si pasas el DELF B2, toma nota. El nivel B2 es el nivel que permite argumentar, explicar y debatir.

 

  1. ¡No caigas en el ping-pong de preguntas-respuestas!

Un debate nivel B2 no tiene que ser un ping-pong de preguntas y respuestas. Tienes que animar la conversación, «rebotar» sobre lo que acaba de decir el examinador. Para ello, puedes usar ejemplos para ilustrar tus ideas y dar más detalles.

  1. ¡Defiéndete!

En un debate nivel B2, el examinador no estará de acuerdo contigo, te empujará a defenderte. No tengas miedo, defiende tu postura. Pero ojo, también tienes que ser capaz de matizar si es necesario.

  1. ¡Sé claro y preciso!

Un candidato de nivel B2 puede llevar a cabo un debate sin crear tensiones, siendo lo más preciso y lo más claro posible usando estructuras gramaticales y vocabulario variados y complejos que le permita dar explicaciones fácilmente. No te pongas nervioso, toma tu tiempo y organiza tus ideas.

 

Ya tienes las 3 claves para debatir durante tu examen de B2. Ahora, te queda seguir entrenando antes del examen. Y si necesitas reforzar, puedes consultar nuestros talleres de preparación DELF/DALF y el esencial lingüístico DELF/DALF B1 o B2.

¡Ah! Y si te apuntas a ambos talleres estarás realizando el Pasaporte DELF/DALF y tendrás un 10% de descuento en el total.

Bonne chance!

Categorías
Diccionario

Qué es la rentrée littéraire

La «rentrée» literaria es un término que cada año cobra más fuerza en España. Os explicamos de dónde viene esta expresión francófona y en qué consiste

La rentrée littéraire es una expresión fracófona que se utiliza en Francia y en Bélgica y que se podría traducir como el «inicio literario». Proviene de la rentrée, que es el término que da nombre a la vuelta al colegio de los niños y adolescentes, el inicio del curso en las universidades y el regreso a la actividad profesional justo después de las vacaciones de agosto. Esa simple palabra recoge todo un concepto: la vuelta a la rutina y a las responsabilidades; el fin de las vacaciones y del descanso; el incio de una nueva etapa.

No suena del todo bien, ¿verdad? Sabemos que renunciar a la tranquilidad estival y asumir el fin de las vacaciones nunca es fácil; ni en Francia, ni en Bélgica ni en ningún sitio. Pero para eso está precisamente la rentrée literaria: para hacernos la vida más amena, ahora que los días se hacen más cortos. Y es que esta expresión hace alusión al periodo comercial que concentra un gran número de publicaciones de novedades literarias de todos los géneros y que tiene lugar entre septiembre y noviembre.

¿Septiembre? La algarabía de los bibliófilos

En Francia, la rentrée literaria se vive como un auténtico fenómeno artístico y cultural. Durante septiembre, editoriales grandes y pequeñas publican cientos de libros nuevos. Las librerías se llenan de novedades y reciben la visita de autoras y autores presentando sus trabajos recientes. También aparecen en televisión y copan las portadas de periódicos, suplementos culturales y revistas en los quioscos. Las personas leen, comentan y opinan sobre la salida y el recibimiento de las obras a nivel colectivo. Lo que en principio nace como una estrategia comercial por parte del sector del libro, ha terminado convirtiéndose en un fenómeno social.

Este festín de libros sirve de preámbulo a los premios literarios que se otorgan durante el otoño, empezando por el Premio Goncourt y pasando por el Renaudot, el Médicis o el Femina. Lo que tienen en común todos estos galardones es que premian a una única obra y no la carrera general de un autor o autora, como ocurre con otros. En este sentido, se entiende la importancia del lanzamiento casi frenético de las novedades.

¿Y la rentrée en España?

En nuestro país también se vive la rentrée literaria, aunque de manera más discreta. Las editoriales también se dejan algunos de sus títulos más potentes del año para este momento y las librerías se llenan de novedades y de eventos literarios. No obstante, a nivel colectivo no tiene tanta repercusión. Ni los medios de comunicación ni la sociedad en general prestan demasiada atención al inicio del curso literario y cuando lo hacen es de manera puntual. No obstante, en círculos especializados y en medios dedicados íntegramente a la cultura sí que se guarda espacio para los nuevos lanzamientos que, sin ser tan númerosos como en el país vecino, son muy esperados por las lectoras y lectores más acérrimos.

Este año, además, el avance de la pandemia y las medidas de seguridad han obligado a cancelar eventos, conferencias o presentaciones, lo que ha supuesto una gran frustración tanto para el público como para los organizadores. Es el caso de uno de los eventos literarios más esperados que lleva a cabo cada año La Térmica: Málaga 451 La Noche de los Libros. Tras ser cancelado por fuerza mayor el pasado mayo, mes en el que suele celebrarse, se había aplazado hasta principios de septiembre coincidiendo, precisamente, con la rentrée. Lamentablemente los organizadores no han tenido más remedio que cancelar la edición de 2020 debido, de nuevo, a la evolución de la pandermia.  Siendo así, tendremos que esperar hasta el año que viene para disfrutar de una de las noches más interesantes que se dan en la ciudad.

Afortunadamente sí que podemos disfrutar  este mes de las numerosas novedades literarias y de las librerías. De hecho, este año más que nunca, es el mejor momento para apoyarlas.

 

Categorías
Diccionario Arte

Los rebeldes del impresionismo francés

La segunda mitad del siglo XIX estuvo marcada por una generación de artistas que mandaron a paseo el establishment de la época para dar paso al impresionismo francés y descubrir una nueva manera de plasmar la realidad en el lienzo.

Al observar los motivos románticos -y algo cursis- elegidos por los artistas del impresionismo francés para sus obras, cuesta pensar que todos esos paisajes floridos, esas imágenes parisinas de elegantes picnics en el bosque o esas escenas de burgueses disfrutando de la absenta en los bares, fueran símbolo de rebelión y subversión ante el paradigma artístico imperante de la época en Francia.

Los impresionistas fueron el grupo más radical, combativo y rompedor de la historia del arte y con su lucha marcaron el inicio del arte moderno. Manet, Degas, Renoir, Braquemond, Pisarro, Cézanne, Monet… Todos los hombres y mujeres que antes o después se adscribieron al movimiento rompieron las reglas del juego y desarrollaron un complejo modo de pintar nunca antes visto que reflejaba la vida moderna de un París efervescente en pleno crecimiento económico y cultural.

Las bailarinas de Edgar Degas

Cazadores de luz

Ahora a nadie le sorprendería ver a una persona pintando en plein air en un mirador, un paseo marítimo o en el campo. Pero a mediados del siglo XIX que alguien sacara su paleta y sus pinceles a la calle y montara un caballete en cualquier parte no era en absoluto habitual ni estaba bien visto. Pero a los impresionistas franceses las convenciones sociales no les decían nada.

Rompieron la pared que separaba sus estudios del mundo real y pasaron más tiempo creando fuera de ellos que dentro. Esto significaba que pintaban bajo constantes cambios de luz y con condiciones ambientales que se escapaban de su control. Querían captar un instante fugaz en el que el color brillaba de una manera determinada o las sombras se encontraban en el lugar preciso. El trazo no tenía más remedio que ser rápido, la velocidad pasaba a ser parte del proceso. Las pinceladas eran intencionadamente evidentes y llenaban el lienzo de vibración: aparecieron gamas más amplias de color, más matices. Realmente se trataba de algo rompedor en aquel momento.

«Almuerzo sobre la hierba» de Manet

Academia versus impresionismo francés

Para los impresionistas no fue fácil ingresar en el mundo del arte. Sus problemas empezaron cuando se toparon con la poderosa y conservadora Académie des Beaux Arts. Para los académicos todo lo que no fuesen representaciones mitológicas, iconografía religiosa o Antigüedad Clásica, no tenía cabida en su prestigiosa institución. Pero estos jóvenes artistas del impresionismo francés no tenían interés en estos temas: ellos querían documentar el mundo tangible y real que los rodeaba.

No obstante, los críticos y la prensa se les echaban encima continuamente. Recibieron burlas y fueron acusados de no generar arte comme il faut. Las reglas eran estrictas y esta nueva técnica amenazaba con cambiarlas para siempre, algo que la Academia no podía permitir. En consecuencia, la mayoría de los impresionistas no podían vender su obra y estaban condenados a una vida de pobreza. Su reacción fue de la indignación al enfado pero, aun así, siguieron adelante y no se rindieron. Al fin y al cabo, se encontraban en el mejor momento histórico posible para rebelarse: cambios políticos violentos, avances tecnológicos, el nacimiento de la fotografía, nuevas ideas filosóficas… París se estaba convirtiendo en una capital urbana y artística sin precedentes.

Rue de Batignolles, 11

Un grupo de unos 30 artistas pertenecientes al impresionismo francés se reunían en su café favorito en el número 11 de la calle Batignolles –hoy el número 9 de la avenida Clichy– para discutir sobre el arte y sus técnicas, la vida y -muy especialmente- la animadversión general que sentían hacia la Académie que casi era palpable en el ambiente.

Claude Manet, que tenía un estudio cerca y pasaba mucho tiempo animando a los jóvenes y nuevos talentos, terminó llamando a esta generación de artistas rebeldes a la que pertenecía y para la que fue una especie de gurú  El grupo de Batignolles.

Las grandes bañistas de Paul Cézanne

El salón de los rechazados

Uno de los acontecimientos artísticos más importantes del momento era el Salón de París, una exposición anual organizada por la Academia a donde los impresionistas, por supuesto, jamás llegarían. El jurado negaba obra tras obra hasta que en 1863 los artistas protestaron cuando más de 3000 lienzos fueron rechazados. Napoleón III, el último monarca de Francia, cuyo régimen no gozaba de popularidad precisamente, trató de tender puentes creando el Salon des Refusés (Salón de los Rechazados). Allí fueron a parar todas las pinturas que no tenían cabida en el Salón de París y gracias a ello fue el público quien juzgó la legitimidad de las obras “malditas”.

A partir del 74, los impresionistas, animados por Manet, siempre motor del movimiento, expusieron en ese salón y comenzaron a recibir la atención que merecían. El impresionismo francés se había hecho un nombre por fin en la historia del arte y con sus artistas, había llegado el mundo moderno.

Bibliografía

Categorías
Diccionario Cine francés

El Realismo Poético francés

La historia del cine francés es amplia y siempre ha sido un referente en el resto del mundo. Os contamos en qué consistió el Realismo Poético francés, la corriente cinematográfica que revolucionó el concepto de cine en la Francia de los años 30.

Cuando pensamos en la historia del cine francés es muy común que la Nouvelle Vague sea lo primero que nos venga a la mente. Sin embargo, el aporte de Francia a la cinematografía consistió en mucho más. Sin ir más lejos, el propio origen del cine es francés. Fueron los pioneros hermanos Lumière quienes el 28 de diciembre de 1895 proyectaron imágenes en movimiento por primera vez en una sala de París. Más tarde, en la década de los años 30, tuvo lugar una importante vanguardia conocida como Realismo Poético francés.

Una cuestión de vida o muerte

Es innegable la importancia de Francia en la historia del cine. Sin embargo, no fue el único país que desarrolló su industria cinematográfica. En el periodo de entre guerras otros países empezaron a despuntar internacionalmente. Italia y sus superproducciones, Alemania con su Expresionismo y Hollywood al otro lado del charco exportando bombazos taquilleros, hicieron que Francia se quedase atrás.

Sin embargo, el país donde surgió el cinematógrafo no se podía permitir contentarse con un segundo plano. Pronto un grupo de intelectuales, literatos y cineastas se pusieron manos a la obra y consiguieron dar un giro totalmente novedoso a lo que se venía haciendo hasta el momento en las pantallas, dando forma al Naturalismo, vanguardia que se conoció después como Realismo Poético.

Los nombres del Realismo Poético

Se trataba de una época convulsa en la que la Gran Depresión estaba haciendo estragos por todas partes. Las grandes productoras quebraron y esto dejó vía libre a creadores y productores independientes como Jean Renoir, René Clair, Jean Vigo, Marcel Carné, Jacques Becker o Julien Duvivier, entre otros.

Lo cierto es que había pocos nexos para unirlos en un mismo movimiento, pero aún así, fue posible hacerlo. Se trataba de un grupo heterogéneo que compartía preocupaciones e interés por temas fatalistas e historias maniqueas, a menudo extraídas de las páginas de las obras de autores como Émile Zola o Leo Tolstoy.

El guionista Jacques Prévert

Pero también compartían guionistas, pues en casi todos los proyectos aparecía la firma de los escritores Charles Spaak, Henri Jeanson o Jacques Prevert, figuras imprescindibles en el Realismo Poético francés. Estos escritores, procedentes del periodismo y la literatura, aportaron al cine un pensamiento moderno cuyo mérito, en palabras del historiador Pierre Leprohon, fue “haber liberado al cine francés de la molesta herencia de los dramaturgos de la belle époque”. Supieron trasladar el cine a su tiempo, lo actualizaron y consiguieron crear verdaderas obras maestras naturalistas.

Los grandes títulos

Estas películas elegantemente iluminadas mostraban la pesadumbre que se respiraba en la atmósfera de una Europa que acababa de salir de una guerra y se dirigía inexorablemente hacia la siguiente. Las cintas de este periodo estaban pobladas por figuras fatalistas a las que a menudo daban vida los intérpretes Michel Simon, Jean Gabin o Michèle Morgan.

Estos melodramas eran historias urbanas, ambientadas en París que, como en una tragedia griega, siempre acababan mal. La muerte, la pérdida o cualquier destino triste aguardaba siempre al héroe al final de la cinta. Las protagonizaban obreros, maleantes o prostitutas; personas que existían en un mundo que no perdona, ya sea por la tiranía de la pobreza por la de un corazón roto. Este género – ¿o más bien estilo?- envolvía la denuncia social en una lírica misteriosa y una belleza estética y formal magnéticas. Al igual que en el cine negro, este género aprovechó al máximo el esquema en blanco y negro, del que se servía para impregnar de verdadera poética el realismo de la condición humana.

Escena de Pépé le Moko, el rufián romántico por excelencia.

 

Algunas grandes películas de la época, como La gran ilusión (La grande illusion, 1937) de Jean Renoir, fueron verdaderos dramas, aunque otras como La regla del juego (La règle du jeu, 1939) del mismo director, estaban escritas y dirigidas en una clave más cómica. Otros, sin embargo, aprovecharon ese lado poético del naturalismo al máximo, como hizo Jean Vigo en L’Atalante (1934) y otras sorprendieron por su similitud con la tradición del cine negro americano. Es el caso de las cintas Pépé Le Moko (1937) de Julien Duvivier o de Amanece. Al despertar el día (Le Jous se lève, 1939) de Marcel Carné.

Las historias que se crearon durante este periodo son intensas y hermosas. Al verlas, nos adentramos en una parte de la historia cinematográfica poco transitada ya. Sin embargo, al hacerlo, nos daremos cuenta de lo injusto que es. Querremos verlas más de una y de dos veces y querremos que nadie las olvide. Hay algo único y deslumbrante en la mirada de los autores poéticos realistas franceses y por suerte, hoy en día, solo estamos a un click de ella.

Categorías
Diccionario

El Flâneur y la devoción por la ciudad

Cuando caminar no es sólo caminar: añadimos a nuestro diccionario la figura del flâneur, que hizo del pasear una forma de vida y de la ciudad, un hogar que habitar.

El término flâneur se acuñó en el contexto de la incipiente sociedad moderna a la que dio lugar la industrialización en el París del siglo XIX. El poeta Charles Baudelaire lo menciona por primera vez en su libro Las flores del mal (Fleurs du mal, 1857) y con él describe a un personaje que camina sin rumbo por las ciudades sin ningún objetivo salvo el propio hecho de caminar. Sin embargo, pensar en él como un sencillo paseante es simplificar en exceso el concepto.

Mucho más que salir a dar un paseo

La flânerie era una actitud vital; una manera diferente de relacionarse con la realidad y con el mundo. Consistía en moverse por las calles de forma despierta, explorando conscientemente cada rincón de la ciudad hasta sentirla como un ente vivo. El flâneur observaba a la gente casi con espíritu de antropólogo; se fijaba en el movimiento y en los ritmos que imponía la multitud y encontraba estimulante apreciar hasta detalles irrelevantes como la forma que tenía la luz en reflejarse en las ventanas de los edificios.

Hay algo de fantasmagoría en esta manera de existir. Imaginad al flâneur, que vagabundea sin rumbo por los laberintos de las calles más antiguas; que encuentra en la multitud su propia naturaleza, pero no interactúa con nadie, no se implica, sólo contempla. Es un mero observador que pasa inadvertido y encuentra en ello una independencia incomparable: se siente libre en su deambular y en su anonimato. Es de esta manera, renunciando a la propia individualidad, como la ciudad se convierte en la verdadera protagonista.

Los artistas y la flânerie

No sólo Baudelaire profundizó en ello desde su obra. Edgar Alan Poe lo hizo antes que él en su cuento “El hombre de la multitud” y, después de él, el filósofo Walter Benjamin reflexionaba sobre la figura del flâneur dándole otra perspectiva: como medio para boicotear al capitalismo al pasear sin objetivo, sin consumir, sin ser mercancía.

Por otra parte, muchos otros artistas de diferentes disciplinas practicaban la flânerie. Samuel Beckett, por ejemplo, vagabundeaba por las calles con su buen amigo, el escultor Alberto Giacometti. Marcel Duchamp iba paseando por Broadway totalmente absorbido por la ciudad momentos antes de adquirir el urinario que convertiría en –discutida– obra de arte y que firmaría bajo el seudónimo de R. Mutt. Más recientemente, músicos como Lou Reed o Nick Cave dedicaron canciones a estos paseantes urbanos y amantes de las grandes urbes.

¿Quedan flâneurs en el siglo XXI?

El escritor argentino Edgardo Scott, en su libro Caminantes (Godot, 2019), afirma que no se camina y que, cuando se hace, se camina sin ver, sin abandonarse al paseo. Los horarios ajustados, la responsabilidad de las rutinas y las pantallas a las que dedicamos gran parte del día, hacen que el concepto de pasear de manera contemplativa nos resulte ajeno. Ya no salimos nunca de casa sin el teléfono móvil o sin unos auriculares que nos amenicen el paso. Si observamos algo que nos llame la atención durante un paseo sentimos la necesidad de inmortalizar el momento y compartirlo en redes sociales, ¿será esta una nueva manera de relacionarse con la ciudad?

Os proponemos la flânerie como experimento: salir de casa sin un objetivo concreto, sin prisa, sin móvil, a solas. Dispuestos a aprender de todo lo que nos envuelve en las calles. Quizá ahora nos falte la rabiosa curiosidad del flâneur, pero puede que con insistencia podamos adquirirla al llenar nuestras retinas con algo nuevo en nuestra conocida ciudad de siempre. Vale la pena intentarlo.

Categorías
Diccionario Cine francés

Antoine Doinel: de niño rebelde a adulto descarado en cinco cómodos pasos

Hace 60 años François Truffaut creó a Antoine Doinel, uno de los personajes de ficción más emblemáticos de la historia del cine francés

Al genio de la Nouvelle Vague le bastaron sólo cuatro largometrajes y un corto para contarnos la historia de su alter-ego Antoine Doinel, personaje semi-autobiográfico cuya personalidad a lo largo de 20 años ha ido madurando de manera coherente con el paso del tiempo en la piel del actor Jean-Pierre Léaud.

A través de él, Truffaut nos cuenta su propia historia –y también la de París– de manera progresiva y sin ningún tipo de planificación previa. Lejos de explorar el paso del tiempo en un mismo personaje de manera intencionada –pienso ahora en Richard Linklater y su Boyhood, por ejemplo–, la figura de Antoine Doinel responde al devenir natural de la creación cinematográfica del director de la Nueva Ola.

Lo conoceremos  en blanco y negro a finales de los 50, durante su –no tan– tierna infancia y lo despediremos a todo color casi entrando en la década de los 80. Cinco cintas para ser testigos del difícil tránsito de la adolescencia a la juventud y de esta a la frustrante madurez sin perdernos ni un ápice de la excepcional personalidad de Antoine Doinel; siempre enérgico, torpe, despistado pero, sobre todo, encantador.

Será imposible no empatizar con él; no descubrirnos con media sonrisa mientras lo acompañamos en sus peripecias vitales y románticas, pues con él Truffaut nos da una lección de humanidad en el sentido más literal de la palabra.

Primer Paso: Los 400 golpes (Les quatre cents coups, 1959)

Truffaut fue elegido como Mejor Director en Cannes gracias a la primera de las aventuras de Doinel. Esta película, quizá la más conocida, supuso el inicio de una etapa excepcional en la historia del cine y se convirtió en una de las más representativas del nuevo movimiento.

El cineasta cuenta episodios de su propia infancia a través de un jovencísimo Antoine que se rebela contra su familia y contra la escuela, que se refugia entre las páginas de Balzac y que disfruta de la libertad que siente recorriendo las calles de París como un fugitivo. Todos los golpes que se da contra la realidad –incluidos los físicos– lo llevan a revolverse ante cualquier norma. Nuestro protagonista desarrolla un agudo sentido de la supervivencia en este sentido y huye del reformatorio donde ha ido a parar.

El travelling que lo sigue en su carrera hacia el mar con el que Truffaut cierra la película culmina con la mirada Antoine clavándose en la del espectador en un final tan abierto como extraordinario.

Segundo Paso: Antoine et Colette (1962)

Tres años después Truffaut recupera a Antoine Doinel en el cortometraje incluido en El amor a los veinte años (L’amour à vingt ans), una película colaborativa en la que el director participó junto con Renzo Rossellini, Shintarô Ishihara, Marcel Ophüls y Andrzej Wajda.

Se sabe que se está enamorado cuando se actúa contra el propio interés Antoine Doinel

Volvemos a un inexperto Antoine que se ha independizado, que trabaja en una tienda de discos y que, por supuesto, se enamora por primera vez. Con la música como telón de fondo, conoce a Colette (la actriz Marie-France Pisier), la primera chica que le causa un verdadero impacto. Con la misma esencia realista y con el mismo decorado que vemos en Los 400 golpes –oh, París– asistiremos al primer desengaño amoroso de nuestro querido Doinel.

A pesar de que Colette se convierte rápidamente en una continua frustración –la chica lo deja continuamente relegado a la friendzone–, Antoine se siente a gusto en compañía de la familia de ella, algo que no ha vivido nunca con la suya propia y que nos da algunas pistas sobre su futuro.

Tercer Paso: Besos robados (Baisers volés, 1968)

Sobrepasados los 20 años, Antoine es ahora un ex soldado que acaba de abandonar el ejército y ha de comenzar una nueva vida. Instalado en su nuevo apartamento se encuentra viviendo en frente de la familia de una antigua amiga, la violinista Christine (Claude Jade).

Doinel va de un trabajo otro, primero como vigilante, después como detective y más tarde como técnico de televisores. Truffaut deja ver a través de estas pesquisas los defectos y las contradicciones de su personaje, que se encuentra sumido en una encrucijada sentimental. En una escena en la que aparece frente al espejo repite una y otra vez el nombre de las dos mujeres entre las que se debate y el suyo propio en un intento desesperado de poner orden en su vida (o al menos en su cabeza).

Pero nuestro (anti)héroe, después de algunos tira y afloja y de algunas carreras –Doinel, siempre corriendo, no parece ver el tráfico entre el que se cuela para cruzar de una calle a otra–, ve de una vez el futuro con optimismo y, encuentra por fin cierta estabilidad con la chica del violín, aunque en las escenas finales podemos ver el atisbo de la duda en su gesto.

Cuarto paso: Domicilio conyugal (Domicile conjugal, 1970)

En esta entrega encontramos a Doinel felizmente casado con Christine y no tardarán en tener un hijo. Además, gracias a un golpe de suerte, ha encontrado un trabajo estable en una multinacional americana. La vida parece que finalmente le sonríe.

Sin embargo, su incorregible carácter le impulsa continuamente a huir, como aquel día que vio el mar por primera vez en Los 400 golpes. Truffaut reconoció que en el guión de esta película vio a Doinel desde una perspectiva más severa. Ya no era el adolescente atolondrado y soñador, sino un adulto. Y como tal él es el principal responsable de su crisis matrimonial.

Conoce a Kioko en el trabajo, una japonesa que se cruza en su camino. Pero Christine pronto descubrirá la aventura y deciden que el divorcio es la mejor opción. Entre tanto, la ambición literaria de Doinel supone un nuevo aliciente para él, que se lanza a la escritura de una novela.

Quinto paso: El amor en fuga (L’amour en fuite,1979)

La quinta y última entrega de la saga Doinel fue totalmente inesperada. Tardaría nueve años en llegar, siendo una especie de caballo ganador que le haría a Truffaut recaudar fondos tras el escaso éxito de sus últimos trabajos. En esta ocasión el director omite cualquier tipo de señal autobiográfica siendo la única fuente de inspiración el propio personaje y su historia.

Antoine Doinel tiene ahora 34 años y trabaja en una imprenta. Vive separado de Christine y mantiene una relación sentimental con Sabine (Frédérique Hoschedé), más joven que él y vendedora en una tienda de discos. Parece que por sin madurado lo suficiente para haber encontrado a una mujer con quien realmente le apetece quedarse, una que no tiene una familia de la que enamorarse también.

Esta cinta, a modo de recapitulación, recupera el metraje de las anteriores y permite a Antoine reencontrarse con todas las mujeres que han sido importantes en su vida. O lo que es lo mismo, el Doinel del presente hace balanza con el Doinel del pasado en un ejercicio de intertextualidad narrativa del que Truffaut no estuvo especialmente orgulloso.

Las aventuras de Antoine Doinel son un hito en la historia del cine. Truffaut fue un pionero capturando el paso del tiempo y la evolución natural de un personaje que se desenvuelve en el drama, en la comedia, en el realismo; que nos recuerda continuamente con sus rasgos humanos e imperfectos el peso de los nuestros. Pero que, sobre todo, nos advierte que no hay una edad difícil. Todas las edades lo son.

Categorías
Diccionario Cine francés

Los premios César del cine

La ceremonia de los César premia cada año los logros más destacados del cine francés y pone de relieve el reconocimiento hacia la profesión de técnicos, artistas y directores.

Uno de los valores más importantes que otorgan tanto los festivales de cine como las ceremonias de entrega de premios al mundo del celuloide es poner de manifiesto el carácter eminentemente colectivo de la creación cinematográfica. Cada película es un proyecto único que cuenta con un equipo muy amplio de profesionales que ven su trabajo y esfuerzo recompensados cada vez que un filme resulta premiado.

Un palmarés propio

La historia de los Premios César se remonta al año 1975. El fundador de la Academia de Artes y Técnicas de Cine, Georges Cravenne (1914-2009), quería para Francia lo mismo que tenía el glamuroso Hollywood. Encontró el homólogo francés perfecto de los Óscars en la escultura de su amigo César Baldaccini, cuyo nombre recibe el trofeo que se entrega a los triunfadores en cada ceremonia.

Aún así, la idea de crear un equivalente francés germinó en mí hasta el día en que el nombre de mi amigo César, escultor del genio, se impuso con su escultura. Oscar, César; cinco letras tan rimadas que el nacimiento de la segunda se había hecho evidente, por el bien de la promoción del cine. – Georges Cravenne.

Para administrar y dirigir esta Academia Cravenne creó al mismo tiempo la Asociación para la Promoción del Cine. Esta asociación, que cuenta con 13 miembros que rotan cada cinco años, reúne a los profesionales de la industria francesa que han sido distinguidos con un Oscar y a otras personalidades que destacan por su acción a favor de la misma.

Los Oscar, creo, nacieron en 1927. Tenía entonces 13 años, y desde esa edad (¡hoy muy lejos!) he estado obsesionado por la existencia de este personaje emblemático, no de carne y hueso, sino de bronce y de dorado, cuya reputación era global. ¿Eran celos? ¿Una imitación?. – Georges Cravenne.

 

Qué premian los César

Cada febrero tiene lugar la mágica Noche de los César en el impresionante Teatro de Châtelet de París. Año tras año, los miembros de la Academia distinguen con sus votos a los artistas, técnicos y películas más notables que se han estrenado en salas de cine entre el 1 de enero y el 31 de diciembre del año anterior.

Al igual que sucede con los Oscar o los Goya españoles los principales premios se entregan a la Mejor Película, la Mejor Dirección, Mejor Actriz y Mejor Actor. En sus orígenes, los Premios César contaban sólo con 13 categorías. En la actualidad suman hasta 19 las categorías en las que compiten los nominados. Entre ellas están algunas como Mejor Opera Prima, Mejor Documental, Mejor Guión Original, Mejor Adaptación, etc.

Cabe mencionar las dos películas que baten el récord con el mayor número de césares. Lo hicieron El último metro (Le dernier métro) de François Truffaut en 1980 y, una década más tarde, Cyrano de Bergerac de Jean-Paul Rappeneau. Ambas se hicieron con 10 premios y comparten podium con la célebre Un profeta (Un prophète) de Jacques Audiard que se alzó con nueve galardones en 2009.

El César Honorífico

Por supuesto, anualmente se entrega el prestigioso César de Honor en reconocimiento a la carrera de alguna figura emblemática del cine, aunque no sea necesariamente francesa. Se adjudicó por primera vez en 1977 a Jacques Tati. Desde entonces, se le ha dedicado a personalidades tan diversas y prestigiosas como Marcel Carné (1979), Michèle Morgan (1992), Jeanne Moreau (1995), Jean Rochefort y Johnny Depp (1999), Meryl Streep (2003), Will Smith y Jacques Dutronc (2005), Pierre Richard y Hugh Grant (2006), Jude Law y Marlène Jobert (2007).

Aunque de momento hay poca información sobre la edición de 2019, que será la 44ª ceremonia, sabemos que se rendirá un sentido homenaje a Charles Aznavour, fallecido el pasado octubre y que también recibió el César de Honor en 1997.

Más allá de la frivolidad de las alfombras de terciopelo, del glamour inaccesible de las celebridades; más allá de los intereses económicos o de cualquier tipo que puedan existir, que se celebren este tipo de ceremonias en diferentes países siempre es una buena noticia.

Es una manera de atraer la mirada del público hacia una industria que, como si de un iceberg se tratase, sólo nos deslumbra con los nombres más conocidos pero que necesita de un muy extenso número de profesionales para desarrollarse que se encuentran en ese lado menos brillante o lujoso, el lado oculto, pero imprescindible, del cine.

Salir de la versión móvil