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Vincent Cassel: lo mejor del emperador

La semana pasada se estrenó en España ‘El emperador de París’, la cinta dirigida por Jean-François Richet y protagonizada por Vincent Cassel. Aprovechamos la ocasión para revisitar los títulos más importantes de la carrera del actor.

No es la primera vez que el director de películas tan taquilleras como el thriller Blood Father (2016) o la doble entrega de Mesrine (2008) hace tándem con el explosivo Vincent Cassel. En El emperador de París (2019), Jean-François Richet cuenta de nuevo con el actor francés para dar vida a Eugène-François Vidocq (1775-1857), un personaje legendario conocido por sus trapicheos y su actitud pendenciera que terminó siendo el jefe de la seguridad nacional en el París del siglo XIX.

Interpretar al típico príncipe azul de comedia romántica no es un trabajo para Vicent Cassel. Estamos acostumbrados –y él también lo está– a verle en la pantalla haciendo de tipo duro con serios problemas o dando vida a personajes histriónicos que habitan en los márgenes. Por eso, esta versión violenta de Vidocq le viene como anillo al dedo. Hoy por hoy sigue siendo uno de los actores más interesantes del panorama cinematográfico internacional y queremos repasar algunos de los títulos de factura francesa más remarcables de su carrera.

El odio (La haine, 1995)

Mathieu Kassovitz dirigió esta película de culto de los años 90 en un llamativo blanco y negro. Con ella, el jovencísimo Vincent Cassel se da a conocer al mundo interpretando a Vinz, un adolescente judío quien, junto a sus amigos, presencia un hecho en el que uno de ellos resulta herido por la policía. Sediento de venganza y con una pistola encontrada, Vinz deambula por las calles de París a ritmo de hip hop, entre bandas callejeras, violencia y conflictos.

Con esta cinta Kassovitz hizo hervir la corrección política y denunció el abuso policial, el racismo y la violencia que se vivían en aquella época en los suburbios de la ciudad. Un año después resultó ser la Mejor Película en Cannes y obtuvo 10 nominaciones a los Premios Cesar, para alzarse ganadora con con el de Mejor Película y Mejor Montaje.

Lee mis labios (Sur mes lèvres, 2001)

Jacques Audiard, director francés que firma películas tan imprescindibles como Un profeta o la reciente The sisters brothers, contó con Vincent Cassel para desarrollar la multipremiada Lee mis labios. En esta ocasión, el actor da vida a Paul, un ex convicto que conoce a la solitaria Carla (Emmanuelle Devos) en un nuevo trabajo.  La chica es sorda  y por ello se convierte en el objeto de las burlas de sus compañeros.

Ambos marginados buscan refugio en el otro y comienzan una relación que deviene de forma natural entre ellos. Jacques Audiard combina la discapacidad, la inseguridad, el amor y la venganza para formar este moderno e intenso film. Lee mis labios arrasó en la edición de los Premios Cesar del año siguiente ganando el de Mejor Guión Original, Mejor Sonido y Mejor actriz para Devos.

Irreversible (Irréversible, 2002)

Si alguien sabe cómo hacer que los espectadores se revuelvan en sus butacas ese es, sin duda, Gaspar Noé. El director de la inquietante Clímax (2018) llevó a cabo en Irreversible una de las escenas más salvajes e incómodas de la historia del cine.

En este filme, el director cuenta la historia de Marcus (Vincent Cassel) y Pierre (Albert Dupontel), que se mueven por el lado más sórdido y delirante de la noche parisina. Rabiosos y ávidos de venganza, quieren encontrar al responsable de la violación y atroz muerte de la compañera de Marcus, Alex (Monica Belucci). La cinta, no exenta de polémica como es habitual en el cine de Noé, recibió críticas divididas por su carga sexual y violenta así como su capacidad para herir sensibilidades.

Mesrine. Parte 1: instinto de muerte; parte 2: enemigo público (Mesrine: L’instinct de mort; L’Ennemi public n°1, 2008)

Uno de los mayores éxitos de la carrera profesional de Cassel fue interpretar al enemigo público número uno en Francia y Canadá en la década de los 70: el delincuente Jacques Mesrine. Esta historia de acción narrada en dos volúmenes dirigidos por Jean-François Richet, cuenta el surgimiento y evolución de este gánster conocido como “el hombre de las mil caras”.

Atracos, asesinatos y trabajos muy alejados de la legalidad, forjaron una leyenda de la criminología a la que Vincent Cassel da vida haciendo gala de un talento inigualable. La cinta recibió tres premios César incluyendo al de Mejor Actor para Cassel, Mejor Director y Mejor Sonido.

Mi amor (Mon roi, 2015)

La directora francesa Maïwenn Le Besco deslumbró al jurado de Cannes con esta película, cuyo premio principal recayó en la actriz protagonista Emmanuelle Bercot gracias al papel de Tony, una joven convaleciente que repasa la historia de amor -¿o era otra cosa?- que vivió con Georgio, interpretado por Cassel.

A través de esta historia la directora entra en el pantanoso terreno de las relaciones tóxicas y del maltrato psicológico, la obsesión y el habitar continuo en los límites. Una montaña rusa emocional contada a través de flashbacks que obtuvo hasta ocho nominaciones en los César.

Vincent Cassel, infinito

La mirada casi felina del actor resulta totalmente hipnótica e inconfundible en la pantalla. Después de participar en el reparto de 74 películas y trabajar con grandes directores, tanto del circuito comercial como del independiente, a nadie con inquietudes cinéfilas le quedan ya dudas de quién es Vincent Cassel o de cuánto puede llegar a ofrecer con su talento interpretativo. No es sólo un actor más, Cassel se ha convertido en un astro que, afortunadamente, seguiremos viendo en órbita durante mucho tiempo.

Autor de la foto de cabecera: Francois Berthier

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Literatura francófona para el verano

Parecía que no iba a llegar nunca, pero el verano ya está aquí. Es el momento de relajarse en la playa, la piscina o a la sombra de un árbol y qué mejor que un buen libro para estar bien acompañados. Os dejamos una selección de títulos de literatura francófona para disfrutar de las largas tardes veraniegas.

Dicen los expertos que leer durante el verano ayuda a los estudiantes a no bajar la guardia y a llegar al curso siguiente con las pilas puestas. También, dicen, nos sirve a quienes dejamos las clases atrás hace tiempo y andamos inmersos en el mundo laboral. La lectura supone una desconexión de la rutina y resulta ser un buen remedio contra el estrés, esa pandemia del siglo XXI a la que estamos sometidos.

La época estival es perfecta para ponernos al día con la lectura, así que haced sitio en la maleta para un par de los buenos títulos de literatura francófona contemporánea que os recomendamos para estas vacaciones aunque, avisamos, no van a ser necesariamente novedades editoriales de este año ni libros fáciles de digerir. Las lecturas ligeras son para cuando no tenemos tiempo; ahora que las semanas pasan más despacio, es momento de hacerse con esos libros para los que el resto del año no tenemos tanto tiempo ni energía. Animamos a los más atrevidos a leerlos en francés y a seguir, de esta manera, repasando y afianzando destrezas lingüísticas.

Golpéate el corazón
(Frappe-toi le coeur, 2017. Traducción de Sergi Pàmies)

Amélie Nothomb (1963) es una de las escritoras más prolíficas del panorama literario francófono. Asegura que cada año escribe entre 3 y 4 novelas, aunque, generalmente, sólo apuesta con una de ellas en el circuito editorial. A España han llegado sus 25 novelas traducidas y publicadas, en su mayoría, por la Editorial Anagrama.

A novela por año, por pura estadística, es difícil acertar siempre. En su bibliografía encontramos títulos muy interesantes y otros que no lo son tanto. Sin embargo, la belga nacida en Kobe (Japón) consigue volverse adictiva y cuenta con un amplio fandom internacional que espera cada primavera el lanzamiento de su nuevo título. Sus libros destacan por la impronta autobiográfica que Nothomb deja en ellos y por un estilo simple marcado por la ironía y un humor sutil pero inteligente. Suelen ser novelas cortas que se leen fácilmente, lo que la convierte en una autora perfecta para alternar con lecturas más densas.

El último título que ha llegado a nuestro país es Golpéate el corazón, una narración sobre madres e hijas; “una fábula contemporánea deliciosamente ácida y malévola sobre los celos y la envidia” en la que también se aprecian otras temáticas que la autora ha explorado antes en otros títulos, como las relaciones de poder, la necesidad afectiva o la rivalidad.

Amélie Nothomb retratada por el fotógrafo Patrick Swirg

Serotonina
(Sérotonine, 2019. Traducción de Jaime Zulaika)

Michel Houellebecq (1956) tiene fama de escritor maldito. Probablemente se deba a que es uno de los representantes de la literatura francófona que mejor retrata los conflictos de la época actual y, teniendo en cuenta la decadencia del mundo occidental que nos ha tocado vivir, esto puede llegar a causar incomodidad en el lector en determinados momentos. Sin embargo, a pesar de que su forma o argumento gusten más o menos; o a pesar de que se le considere controvertido, nadie puede discutir la calidad literaria de sus novelas.

Serotonina es la última que ha escrito. Tras varios meses de expectación, se publicó el pasado enero de forma casi simultánea en Francia, Alemania, España (de nuevo, en Editorial Anagrama) e Italia. La de Houellebecq no es una narración apta para corazones sensibles: es fácil encontrar exabruptos en ella, sin embargo, es precisamente por ello por lo que sus lectores lo encuentran tan interesante.

En esta obra, el autor francés presenta una crónica contemporánea en forma de novela. La protagoniza un hombre de mediana edad que toma ciertos antidepresivos que liberan serotonina en el organismo, pero tienen efectos adversos poco deseados: náuseas y la desaparición de la lívido. Su periplo comienza en Almería y va subiendo hacia el norte pasando por diferentes lugares, filosofando sobre lo que encuentra a su paso de manera desgarradora y autodestructiva. Se trata de uno de esos libros que a la fuerza te sacan de la zona de confort. No sólo exige al lector toda su atención, sino que, además, pide ser leído sin prejuicios.

El autor de Serotonina, Michel Houellebecq

Nuestras riquezas. Una librería en Argel
(Nos richesses, 2017. Traducción de Manuel Arranz Lázaro)

Kaouther Adimi (1986) es una autora argelina que vive en París y ha publicado tres novelas. La última es Nuestras riquezas, editada en España por Libros del Asteroide, y con ella ganó el Prix du Style y el Renaudot des Lycéens. Se trata de unos de esos libros que hablan sobre otros libros y que cuentan las vidas de autores conocidos históricamente como Antoine de Saint-Exupéry o André Gide, entre otros.

La joven Adimi nos acerca a la figura de Edmond Charlot, el primer editor de Camus y Vercors y a Las nuevas riquezas, la modesta librería que abrió en una callecita de Argel y que se convirtió en el lugar de reunión de grandes nombres de la literatura francófona. Mezclando dos líneas temporales y utilizando un narrador colectivo, un nosotros que representa a todo el pueblo de Argel, esta emotiva novela a caballo entre la divulgación y el diario, entreteje realidad y ficción para contarnos la historia de Argelia y hablarnos del amor a los libros.

El trabajo de documentación de la autora se percibe claramente a lo largo de toda la narración e invita a buscar más información sobre ciertos acontecimientos históricas o figuras clave del panorama literario de los años 30. No hay mejor momento para adentrarse en este libro que durante las vacaciones de verano.

La autora Kaouther Adimi

El dolor
(La douleur, 2019. Traducción de Clara Janés)

Alianza editorial recupera El dolor, uno de los títulos más emblemáticos de Marguerite Duras  (1914-1996), guionista y novelista nacida en la antigua Saigón, la ciudad más grande de Vietnam, y referente de la literatura francesa. La autora de El amante (Premio Goncourt en 1984) publicó más de 50 obras y también desempeñó un papel clave como cineasta en la Nouvelle Vague. Ella firmó el guión de Hiroshima, mon amour, película dirigida por Alain Resnais en 1959 y que supuso el pistoletazo de salida para el cine de la Nueva Ola.

El dolor se basa en unos cuadernos que Duras escribió entre 1944 y 1945 cuando en plena guerra su compañero Robert fue detenido y deportado a Dachau. Se trata de alta literatura con un estilo sencillo donde la personalidad de una mujer incomparable se hace tangible.

La autora cuenta lo que supuso para ella la espera, el tratar de traerlo de vuelta a pesar del conflicto sentimental que estar con él le suponía; y lo hace a través de una amalgama de experiencias, pensamientos y emociones con los que es fácil empatizar desde la comodidad del sillón o toalla sobre la que acompañemos a Marguerite durante este tránsito.

Marguerite Duras

Hacia la belleza
(Vers la beauté, 2019. Traducción de Regina López Muñoz)

Con quince premios literarios y cuatro millones de lectores a sus espaldas, David Foenkinos (1974) no necesita mucha presentación. De hecho, a partir de su obra La delicadeza, que también fue llevada al cine por el propio autor y su hermano Stéphane, España es el segundo país después de Francia en el que más se leen las obras del parisino.

Con su última novela publicada por Alfaguara, Hacia la belleza, nos conduce con un ligero síndrome de Stendhal por la vida de Antoine Duris, un prestigioso profesor de la Escuela de Bellas Artes en Lyon que decide dejarlo todo para convertirse en el vigilante de la sala de un museo que alberga el retrato de Jeanne Hébuterne de Modigliani.

En esta novela de contrastes, oscura y luminosa al a vez, el protagonista, con una personalidad magnética, busca en la soledad y en la belleza estética su redención y nos ofrece una travesía plagada de silencios de museo en los que verdaderamente llegamos a conocerlo.

El autor parisino David Foenkinos
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Los rostros del cine polar francés

A nadie le queda el sombrero tan bien como a ellos. Han sabido llenar la pantalla con cada uno de los papeles que han interpretado a lo largo de sus carreras como actores, pero fue en las películas del cine polar francés en las brillaron como nunca.

Gabin, Delon, Belmondo. Los tres dieron vida en algún momento al arquetipo que define el noir francés: el antihéroe que se siente como pez en el agua llevando un revólver en el bolsillo de su gabardina; que se mueve en ambientes sórdidos codeándose con mafiosos, delincuentes y ladrones de poca monta. Que sueñan con quedarse con la pasta y con la chica pero que… rara vez lo consiguen. Estos actores interpretaron en algún momento de sus carreras al clásico tipo duro cuyo destino siempre se intuye fatídico y, con sus miradas misteriosas y mucha sangre fría a la hora de apretar el gatillo, consiguieron que nos enamoráramos del malo para siempre.

Jean Gabin (París, 1904 – 1976)

Cuando su nombre aún era Jean-Alexis Moncorgé y contaba sólo con 15 años de edad, Gabin se subió a un escenario por primera vez. En ese momento supo que jamás abandonaría el espectáculo ni la actuación y, de hecho, estuvo trabajando en ello sin descanso hasta sus últimos días.

Su época dorada empezó a mediados de los años 30 y duró hasta la década de los 60 y durante todo ese tiempo se convirtió en el corazón y el alma del cine francés. Vivió la transición del cine mudo al sonoro y, mientras que muchos otros intérpretes se quedaron por el camino, él siguió defendiendo su sitio y protagonizando películas de éxito.

Gabin fue un actor del realismo poético, una corriente cinematográfica marcada por películas oscuras y melodramáticas que se extendió por toda Europa, pero también fue de los primeros actores que daban forma al cine polar francés convirtiéndose con su estilo lacónico y sombrío en un referente para los que vinieron después de él.

Trabajó en más de 90 películas; muchas de ellas hoy son imprescindibles en la cinematografía francesa, especialmente las que dirigió el gran Jean Renoir. Gabin protagonizó Los bajos fondos (Les Bas-fonds, 1936) y La gran ilusión (La Grande Illusion, 1937), película con la que se dio conocer al resto del mundo. Pero, sin duda, el mayor de sus logros como actor fue interpretar al comisario Maigret en 1985 en Maigret tend un piège de Jean Deloney, personaje creado por el escritor belga Georges Simenon, que fue llevado al cine en forma de saga por ambos, director y actor, en repetidas ocasiones.

Alain Delon (Altos del Sena, 1935)

Un joven y anónimo Alain que en 1957 acompañaba a su amigo Jean-Claude Brially al Festival de Cannes, estaba lejos de imaginar que acudir a tal evento cambiaría su vida para siempre. Su atractivo físico no pasaba desapercibido y no tardó en recibir las primeras propuestas cinematográficas allí mismo, entre la prensa y las celebridades del momento. Afortunadamente, detrás de su imagen también había un talento natural para la actuación y ese mismo año protagonizó sus dos primeras películas.

La carrera de Delon es extensa y ha estado marcada por numerosos éxitos, tanto en el panorama comercial como en el de autor. Resumir toda una vida dedicada a la interpretación mencionando solamente su aportación al cine polar francés sería injusto. Sin embargo, es innegable que este es precisamente el género cinematográfico en el que más tiempo ha pasado inmerso y el que mejor le ha sentado. Su fría mirada azul, siempre alerta, es ya un icono junto con las gabardinas y los borsalinos.

Su primer contacto con el cine negro fue de la mano del director Henri Verneuil, quien contó con él para títulos tan emblemáticos como Gran jugada en la costa azul (Mélodie en sous-sol, 1963) o El clan de los sicilianos (Le clan des siciliens, 1969), películas que co-protagonizó con Jean Gabin.

Sin embargo, cruzarse con el genial director y maestro del polar Jean-Pierre Melville supuso un punto de inflexión en su carrera. Gracias a él tuvo la oportunidad de dar vida al siniestro Jeff Costello, el personaje protagonista de una de las mejores películas del género que ha dado la cinematografía francesa: Le Samouraï (El silencio de un hombre (El samurái), 1967). Este largometraje supuso la cima tanto para Melville como para Delon, por lo que no dudaron en repetir experiencia pocos años después en Círculo Rojo (Le cercle rouge, 1970), gran obra maestra del polar, y en Crónica negra (Un Flic, 1972).

Jean-Paul Belmondo (Neuilly-sur-Seine, 1933)

El joven Belmondo siempre prefirió el boxeo y el deporte a las clases en el Liceo, aunque lo que verdaderamente terminó haciendo bien fue actuar. Empezó en el teatro a los 16 años y no debutó en el cine hasta mediados de la década de los 50 cuando la Nueva Ola lo sumergió de lleno en el éxito. Jean-Luc Godard le ofreció protagonizar Al final de la escapada (À bout de soufflé, 1960), una película que marcó un antes y un después en la historia del cine y que Jean-Paul Belmondo supo aprovechar derrochando un magnetismo genuino en cada plano.

Llegó al cine polar francés en la década de los 60 conducido por el mayor representante del género. Así, interpretó el papel principal en El guardaespaldas (L’ Aîné des Ferchaux, 1963), una de las películas menos conocidas de Jean-Pierre Melville, y, solo dos años después, hizo lo mismo con una de las más sonadas del realizador francés; en El confidente (Le Doulos, 1965).

En 1970 formó parte del elenco de Borsalino, película que retrataba a una panda de mafiosos dirigida por Jacques Deray y que protagonizó junto a Alain Delon, dando lugar a una explosiva combinación que ocasionó más de una trifulca entre los actores durante el rodaje. Repitió con el director francés años después en El solitario (Le solitaire, 1987). Se movió entre las sombras del polar en cintas como Rufianes y Tramposos (Les morfalous, 1984) de Henri Verneuil y en otros títulos en los que el género se difuminaba y se mezclaba con las películas de acción que tanto disfrutaba el actor -o su ego-, a las que también dedicó gran parte de su esfuerzo profesional.

Un género que no se agota

Film noir, neo-noir… Lejos de encontrarse extinto, el cine policiaco francés ha sabido reinventarse con el paso de los años; aunque conservar el halo de las películas clásicas y de estos actores pioneros, es un asunto más complicado. Qué alivio saber que revisitar estas cintas y volver a ver a los grandes del cine polar francés empapados bajo la lluvia tramando algo por las calles de París, es más fácil que nunca.

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Isabelle Huppert: el portento francés

A finales del pasado mayo se estrenó ‘La viuda’, la última película protagonizada por la incombustible Isabelle Huppert; un suspense psicológico dirigido por Neil Jordan que nos sirve de excusa para repasar la carrera de la actriz.

Isabelle Huppert una vez dijo que “si no existe transgresión en este oficio, no vale la pena”. Este es, precisamente, uno de los motivos por los que ha destacado durante toda su carrera: por sumergirse en papeles del todo desafiantes que, no pocas veces, han sido rechazados previamente por otras actrices que no se han atrevido a ejecutarlos. Pero Huppert siempre se ha sentido cómoda en la piel de mujeres poco convencionales y ha conseguido que las comprendamos a todas.

Simplemente me gusta actuar. Es algo muy fácil para mí, no es como si escalara una montaña cada día Isabelle Huppert

No cabe duda de que Huppert es una de las actrices más prolíficas y más representativas del panorama cinematográfico europeo. Casi cinco décadas actuando sumadas a un talento innegable, dan como resultado un currículo muy extenso cargado de premios y numerosos nombres de cineastas consagrados para los que ha trabajado. Ha sabido conectar con directores tan diferentes como Jean-Luc Godard, Claude Chabrol, Mia Hansen-Love, Michael Haneke, Otto Preminger, Hong Sang-soo o Paul Verhoeven.

Trabajando con Claude Chabrol

El primer crítico de la revista Cahiers du cinéma y después director de la Nouvelle Vague, destacó por tener una de las filmografías más reconocidas del cine francés. Siete de sus películas las realizó contando con Isabelle Huppert como actriz; siempre dándole papeles relevantes, por lo que se la empezó a conocer como la musa de Chabrol. De entre las películas que rodaron juntos destaca sobre todo la segunda, Asunto de mujeres (Une affaire de femmes, 1988) que cuenta la historia de Marie Latour, una mujer que ayuda a una vecina a interrumpir un embarazo no deseado, lo que hará que otras vecinas y conocidas acudan a ella pidiéndole el mismo favor. La película fue laureada en varios certámenes destacando el premio a Mejor actriz para Huppert en Venecia y el de Mejor película de habla no inglesa en los Globos de oro.

Chabrol también tenía previsto para ella interpretar a uno de los personajes más importantes de la literatura universal. Rodaron Madame Bovary en 1991, película con la que Huppert obtuvo una nominación al Oscar gracias a una de las actuaciones que, paradójicamente, menos ha gustado a la propia actriz, pero más a su público.

La oscuridad de Haneke y Verhoeven

A ningún cinéfilo se le escapa el hecho de que Haneke es uno de los directores más turbantes y geniales que ha dado el cine. Sus películas suelen causar controversia y no dejan indiferente al espectador, por lo que no sorprende que trabajar junto a una actriz con interés por los retos interpretativos y por los papeles poco convencionales, de lugar a un tándem artístico perfecto.

Isabelle Huppert protagonizó La pianista (La Pianiste, 2001), película que cuenta la historia de una profesora de piano en un conservatorio que, para escapar de la influencia de su rígida y asfixiante madre, se refugia en el sexo dejándose seducir por uno de sus alumnos. La actriz consigue con su trabajo ofrecer uno de los de los retratos más ricos y extraños que hemos podido contemplar. Como curiosidad, es importante destacar que en todas las escenas de piano, es la propia Isabelle quien lo toca, demostrando la destreza que adquirió cuando en su más tierna juventud pasó unos cuantos años en el conservatorio de música.

Más adelante, Huppert volvería a repetir con Haneke en Amor (Amour), película que se alzó con la Palma de Oro en Cannes en 2012. En este caso desempeñó un papel secundario, aunque cargado de emoción, dando vida a Eva, hija de un matrimonio octogenario quienes, a raíz del infarto y la parálisis de ella, tendrán que poner a prueba el amor que sienten el uno por el otro. Sin embargo, Haneke no es el único que ha explorado el lado más oscuro y extraño de Huppert. Otro papel acompañado de polémica interpretado por la actriz fue el de Michèle Leblanc, el personaje principal de Elle (2016), cinta dirigida por Paul Verhoeven, que cuenta la historia de una mujer de negocios que es violada en su casa por un desconocido enmascarado y posteriormente decide tomar venganza hasta la obsesión buscando al asaltante por sus propios medios.

Generando debate y opiniones de todo tipo, la película dio lugar a ríos de tinta en los periódicos. Aunque, eso sí, hubo consenso respecto al trabajo de Isabelle Huppert, que fue ampliamente aclamada, siendo considerada como una de las mejores interpretaciones de su carrera. Fue nominada para el Oscar a la mejor actriz, y también ganó varios premios, incluyendo los Premios Globo de Oro, Austin Film Critics Association, Premios Lumiere, Gotham Awards, entre otros.

Isabelle Huppert, hoy

Independientemente del papel que esté ejecutando, Huppert resulta hipnótica. Quizá sea por su mirada, magnética y fría, casi de reptil; por su aparente fragilidad o por su voz grave, pero una vez que aparece en escena es imposible apartar la mirada. Su talento y las decisiones que ha tomado a lo largo de su carrera, la han llevado a obtener un reconocimiento en la industria del cine de carácter internacional.

Lejos de retirarse, la actriz está en plena forma. Sigue haciendo películas (dos, tres o incluso cuatro al año) y sigue obteniendo papeles protagonistas después de más de 40 años actuando. Isabelle Huppert es atemporal y da la impresión de que es eterna. O al menos, es eterna la lección que nos da con su filmografía ya que, si alguien quiere saber de qué va eso de interpretar, debería ver las películas de la gran dama francesa del cine.

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The Sisters Brothers, western en estado de gracia

La octava película de Jacques Audiard es, a su vez, la primera que rueda en inglés. ‘The Sisters Brothers’, un western fascinante estrenado el pasado mayo que ya es una de las cintas imprescindibles del 2019.

(Aviso: en este artículo se revelan algunos detalles de la trama, pero no te impedirán disfrutarla ni desvelan grandes acontecimientos)

Durante la primera mitad del siglo XX, las carteleras de cine estaban copadas por películas del oeste. El western era el género americano por excelencia y se extendió como la pólvora por el resto de continentes. Pronto todo el mundo vio cabalgar por llanuras polvorientas a John Wayne o a Clint Eastwood en películas que ya forman parte del patrimonio cinematográfico de la humanidad. Pero el momento de gloria de pistoleros y forajidos llegó a su fin dando paso a otros protagonistas.

Sin embargo, lejos de estar extinto, el western es un género al que se vuelve con cierta regularidad. En los últimos años directores aclamados como Tarantino o los hermanos Coen (por citar sólo un par de ejemplos) han reinventado la narrativa del lejano oeste pasándola por un filtro del siglo XXI para explorar sus mitos desde diferentes ópticas más cercanas al existencialismo que a los duelos con pistolas al amanecer.

Nunca pensé que dirigiría un western, porque es un género casi vetado para un director francés. Sin embargo, el hecho de que fuera un actor estadounidense el que nos ofreciera el proyecto creo que nos legitimaba Jacques Audiard

A la larga lista de westerns contemporáneos se suma The Sisters brothers (Les frères Sisters, 2018), el último filme de Jacques Audiard, conocido por dramas humanistas como la excepcional Un profeta (Un prophète, 2009) o De óxido y hueso (De rouille et d’os, 2012). El francés se ha basado en la novela homónima del novelista canadiense Patrick deWitt, aunque hacerlo no fue exactamente idea suya. Fueron el actor John C. Riley y la productora Alison Dickey quienes, tras un encuentro con el realizador en el festival de Toronto, sedujeron a Audiard para llevar al cine la novela. En principio se comprometió, al menos, a leerla; pero debió intuir el potencial del texto porque aceptó el reto y escribió junto a Thomas Bidegain, su guionista cómplice, uno de los mejores guiones de los últimos años.

The Sisters Brothers: todo por el oro

Es el año 1851 y los hermanos que dan título a la película son Eli (Jonh C. Reilly) y Charlie (Joaquin Phoenix), un par de cazarrecompensas que trabajan para un hombre rico y poderoso conocido como el Comodoro en plena fiebre del oro. Los dos en equipo hacen el trabajo sucio, que básicamente consiste en liquidar a mucha gente. Charlie es un hombre impulsivo y violento que se siente cómodo con este trabajo y disfruta de la reputación que los hermanos se han ganado a pulso. Por otra parte, Eli, mucho más sensible y razonable, está cansado de este estilo de vida y anhela una existencia tranquila y más sencilla.

Ambos siguen las pistas de un detective llamado John Morris (Jake Gyllenhaal), un hombre culto y educado que también trabaja para el Comodoro. Su tarea es dar con Hermann Kermit Warm (Riz Ahmed), químico que ha encontrado la clave para detectar el oro rápidamente en el agua. Pero Morris y Warm son espíritus afines y le complicarán el trabajo a los Hermanos Sisters, que cabalgan desde Oregon hasta San Francisco para dar con ellos.

Todo lo que el western de Audiard no tiene de western

No hay que perder de vista el hecho de que un director francés haciendo una de vaqueros ambientada en Norteamérica es una rareza. Si pensamos en el cine galo difícilmente lograremos relacionarlo con el lejano oeste. Sin embargo, Audiard consigue una historia bien contextualizada que no desentona estéticamente con los cánones del género. No obstante, gracias a la magia del cine, nadie del equipo pisó suelo americano durante el rodaje. Los majestuosos escenarios naturales que vemos en la cinta y que se convierten en poesía pura a través de la fotografía de Benoît Debie, pertenecen a diferentes lugares de España y Rumanía.

El de Audiard es un western crepuscular. Su historia narra el final de una época. Los forajidos y las ciudades sin ley deben dar paso a la civilización. Las primeras grandes ciudades se adaptan a su propio bullicio y elementos cotidianos como un simple cepillo de dientes adquieren la naturaleza de descubrimiento insólito. El humor –negro– forma parte de esta narración. Se hace presente en su justa medida sorprendiendo al espectador con su propia sonrisa cómplice compartida con los personajes.

Si bien algunos momentos de la trama y algunas escenas parecen muy típicas de un western de acción, la impronta del director los dota de toda singularidad. Los tiroteos están elegantemente ocultos en la oscuridad lógica de una noche cerrada, entre las ramas del follaje en la orilla de un río o bien se perciben desde el interior de una habitación; nos llega el sonido y es más que suficiente. La violencia y los asesinatos, a pesar de estar en la rutina de Charlie y Eli, están situados en un segundo plano. Donde Audiard quiere que nos fijemos es en la relación entre los dos hermanos, en los traumas y la oscuridad que arrastran y, sobre todo, en las diferencias que los separan.

Pero esta no es la única relación que explora el director en The Sisters brothers. La que se establece entre Morris y Warm, captor y capturado, surge después de un violento forcejeo y algunas conversaciones a cara descubierta. La afinidad entre ambos se basa en el idealismo y la fe compartida en la civilización y la paz. Warm, como una especie de mesías o de visionario, convence con sus argumentos al detective, que, como el resto de personajes, aspira a algo mejor. Ambos se aferran a la idea de fundar una ciudad libre en la que la igualdad entre hombres sea una realidad y unen esfuerzos para ello.

Creo que, en general, esta es mi película más luminosa y optimista. Necesitaba alejarme un poco de la oscuridad. Jacques Audiard

Un reparto a la altura del guión

Cierta melancolía se cierne sobre los cuatro personajes de principio a fin. Audiard logra solventemente contrastarla con la violencia del filme sin que llegue a chirriar. Pero este éxito también corresponde a los actores. Un reparto en estado de gracia en el que John C. Reilly -que también produce- brilla con luz propia y se muestra como una fuente de fragilidad, humanidad –sí, a pesar de los asesinatos– y nobleza con la que es imposible no empatizar. Joaquin Phoenix, por su parte, misterioso, atormentado, soberbio; equilibrando la balanza.

Ambos actores están cómodos con sus personajes y también lo están entre ellos. La química de los protagonistas se hace tangible y además se potencia con las intervenciones de Jake Gyllenhaal y Hermann Kermit Warm. Un casting más que acertado con intérpretes carismáticos y entregados a quienes queremos acompañar durante los 121 minutos de metraje, sobre todo si es con la magnífica -y sorprendente- banda sonora de Alexandre Desplat de fondo.

Con The Sisters Brothers Audiard sigue deconstruyendo géneros cinematográficos y vuelve a exponer su esencia; aquella que nos dejó pegados a la butaca con Un profeta. La esencia con la que consigue que la película no abandone nuestros pensamientos ni nuestra retina durante días. No sólo os recomendamos ver la película, os recomendamos verla, al menos, un par de veces.

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Glacé, la última herencia de Chaumeil

Apenas unos meses después de haber rodado en España algunas secuencias de su última cinta, Un trabajo inesperado, la esposa de Pascal Chaumeil hacía público el fallecimiento del cineasta, a causa de un cáncer. Su pronta muerte -apenas 54 años- dio al traste con una carrera que había comenzado de forma prometedora con Los seductores (2010). Una comedia de cierto éxito y en cuyo rodaje estableció un lazo de amistad con el actor Romain Duris, que se mantuvo hasta su última producción, la citada Un trabajo inesperado.

Pese a que su producción como director se inició tardíamente, Chaumeil no surgió precisamente de la nada: durante muchos años fue ayudante de dirección de Luc Besson, y dirigió asimismo varias producciones televisivas. La más destacable, aquel sólido thriller que fue Engrenages. Y mantuvo desde entonces un encomiable ritmo que le llevó, tras Los seductores (2010), a presentar en pocos años Llévame a la luna (2012) o Mejor otro día (2014), en coproducción con Reino Unido. Varias de ellas, disponibles en nuestra mediateca o en Filmin.

En poco más de seis años, Chaumeil rodó cuatro películas y trabajó en varias series de televisión. La última de ellas: Glacé.

Netflix recuperó en 2017 Glacé, su último proyecto

Dos años después del fallecimiento, en 2017 Netflix estrenó Glacé, una de las muchas producciones que el realizador francés había dejado a medias con su desaparición, y que fue continuada por Gérard Carré y Laurent Herbiet.

A lo largo de los seis episodios, la producción cuenta la historia del comandante Martin Servaz (Charles Berling) que se ve obligado a investigar un caso en un lugar al que no hubiera querido volver: una recóndita aldea en los Pirineos de amargo recuerdo para el protagonista. A su lado contará con Irène (Julia Piaton), una agente local que le guiará a través de los nuevos secretos del pueblo.

La producción cuenta cada uno de los mimbres del género negro, cliffhungers incluidos, estando tal vez un escalón por debajo del suspense algo más afilado de El bosque, pero el conjunto se ve con interés, pese a su -perseguida- frialdad. Berling, actor de dilatada trayectoria al que recientemente hemos visto en Sin dejar huellas o Clara y Claire, carga con todo el peso de una historia de silencios y cuentas pendientes, en la que también brilla la afinadísima y geométrica fotografía de Dominique Bouilleret, y la música pesada e industrial de Alexandre Lessertisseur.

Así, si la filmografía de Chaumeil estuvo siempre más volcada del lado de la comedia, Glacé inclina la balanza hacia su vertiente más televisiva: la del thriller y el suspense. Eso sí, con algún toque de humor y un guiño a su creador: no dejen escapar el detalle del póster de Los seductores en plena comisaría. El primer capítulo va en su memoria.

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Adaptaciones literarias con acento francés: ¿el libro o la peli?

Abril es sinónimo de literatura. Las ferias y el día del libro tienen lugar durante ‘el mes más cruel’. Como buenos lectores, en Lien queremos participar y os hablamos de algunas adaptaciones literarias llevadas al cine (con mayor o menor acierto) en los últimos años.

La literatura universal y el cine han ido de la mano casi desde los inicios del séptimo arte. Siempre se han llevado adaptaciones literarias a la gran pantalla. De hecho, se sigue haciendo y se ha extendido, además, al mundo de las series, un filón que grandes plataformas digitales como por ejemplo HBO han aprovechado –pienso en Juego de tronos o Big Little lies–. Sin embargo, si le preguntas a una persona que suele leer si prefiere el libro o la película, casi siempre lo tiene claro: el libro es mejor.

No es fácil cumplir con las expectativas de alguien que ha imaginado previamente todo un universo en su mente y que ya ha desarrollado una relación con los personajes mucho antes de verlos en pantalla. Es decir, hay muchas papeletas para que sea una decepción. Hacer buenas adaptaciones literarias es arriesgado y, aun así, numerosos cineastas siguen apostando por ello. Aunque, por supuesto, a algunos les ha ido realmente bien y han convertido sus súper producciones en sagas de culto –hola, Señor de los anillos; hola, Harry Potter–.

Si nos alejamos de Hollywood y ponemos el foco en el cine francés independiente, encontramos algunas adaptaciones literarias que hicieron historia a mediados del siglo XX. Directores ligados a la Nouvelle Vague, sin ir más lejos, como el genial Jean-Pierre Melville o Éric Rohmer también trasladaron las letras de grandes escritores a la imagen en movimiento y tuvieron una gran acogida por parte de público y crítica. Hoy en día, en el ámbito del cine de autor donde los presupuestos son mucho más modestos y la mirada mucho más personal, es complicado obtener consenso entre el público cuando se trata de llevar un libro a la pantalla.

La delicadeza (La délicatesse, 2011)

David Foenkinos es un autor parisino conocido internacionalmente por su producción literaria. Escribió la La delicadeza en 2009 y supuso un punto de inflexión en su carrera. Alabado por la crítica, vendió más de un millón de ejemplares y el texto fue traducido a 15 idiomas. Con semejante éxito no se lo pensó dos veces: en 2011 él mismo, junto a su hermano Stéphane, adaptó el guión de la novela y la llevaron a la gran pantalla.

El resultado es una entretenida comedia romántica sobre segundas oportunidades que cuenta cómo Nathalie, a quien da vida Audrey Tatou, pierde en un accidente al amor de su vida. Tras una etapa de duelo, en el trabajo conoce a Markus, interpretado por el actor François Damiens, quien, sin ser precisamente un Don Juan, hace que la joven recupere la ilusión y la felicidad de nuevo.

A pesar del argumento melodramático, lo cierto es que la película funcionó bien en taquilla y el fandom del novelista quedó satisfecho con el resultado. La cinta obtuvo dos nominaciones a los César por Mejor Guion Adaptado y por Mejor Película.

https://www.youtube.com/watch?v=qpb_V3wE4ys

Marguerite Duras: París 1944 (2018)

Emmanuel Finkiel dirige este drama basado en la obra literaria autobiográfica El dolor (La douleur) escrita por la prolífica novelista Marguerite Duras. La autora, figura cultural destacada del siglo XX, partió de sus propios diarios para dar forma a una obra de intensidad desbordante que no vio la luz hasta 1985. En ella narra las semanas previas y siguientes al regreso de su marido, prisionero del campo de concentración de Duchau en 1945.

La cinta, protagonizada por la talentosa actriz Mélanie Thierry –parte de la crítica asegura que es ella quien salva la película– cosechó modestos éxitos. Obtuvo 8 nominaciones a los premios César, incluyendo Mejor Director y Mejor Película, pero no se hizo con ninguno. Adaptar una novela de esta autora es adaptar el dolor, la pomposidad y la intensidad; son historias en las que el texto juega un papel principal. En otras palabras, supone todo un riesgo.

Sin embargo, varios de sus títulos han sido llevados al cine. Algunos por ella misma, como es el caso de la película Le navire night (1979); o por otros cineastas, como ocurrió con El amante (L’amant), novela con la que ganó el Premio Goncourt en el 84 y que el director Jean Jacques Annaud trasladó a la pantalla en 1992.

La Belle Personne (2008)

La literatura francesa nos ha brindado grandes clásicos en los últimos siglos. Uno de ellos es la novela La princesa de Clèves escrita por Madame de La Fayette nada menos que en 1678. Al director de cine Christophe Honoré se le ocurrió trasladar la historia desde la corte de Enrique II a un instituto de París en plena década de los 2000. Aunque se trata de una adaptación cinematográfica bastante libre, la esencia original del clásico perdura en el trabajo de Honoré.

En este filme conocemos la historia de Junie, en la piel de una joven Lea Seydoux, cuya madre muere cuando ella tiene tan solo 16 años. Tratándose de un drama ambientado en un instituto, no podía faltar el grupo de compañeros que intentan cortejarla. Aunque empieza a salir con uno de ellos, Junie no podrá pasar por alto la profunda pasión que nace entre ella y Nemours, su profesor de italiano, a quien presta imagen el actor Louis Garrel. Los celos, los malentendidos y la manipulación se hacen hueco entre estos personajes que viven con intensidad cada gesto y cada diálogo.

El resultado es una película que, a pesar del argumento de vodevil, no podría estar más alejada de él. Obtuvo tres nominaciones a los César en las categorías de Mejor Guión Adaptado y en Mejor Actriz y Actor revelación.

Cine y literatura, dos conceptos diferentes

A menudo, la reacción ante las adaptaciones literarias es negativa por parte de los lectores del libro. Ya sea porque la trama se haya modificado para que funcione mejor en pantalla o porque se prescinda de algún personaje, se piensa que, si se trasladaran las escenas del libro plano a plano, esta sería mejor, más fiel.

Pero lo cierto es que un libro y una película son formatos diferentes que requieren una narrativa distinta. Una película no puede pararse en una descripción extensa sobre un lugar o exponer el diálogo interno de un personaje y todavía pretender que sea una película ágil. Los tiempos y cómo transcurre la acción en uno u otro formato deben variar y cada obra, la escrita y la visual, han de ser ser entendidas y analizadas por separado.

Podemos consumir los dos productos y disfrutarlos como experiencias completas y únicas que complementan un mismo universo. Lo mejor de todo es, precisamente, que no tenemos por qué elegir entre ambas.

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Cinco títulos para iniciarse en el cine polar francés

Os proponemos una visita a los bajos fondos a través de una selección de películas perfectas para entrar en el apasionante mundo del cine polar clásico.

Tipos en gabardina, matones, policías corruptos y muchos disparos. El cine polar francés de los 60 desarrolló la figura del anti-héroe como ningún otro género. Nos puso del lado del tipo malo y nos demostró lo fascinante que puede llegar a resultar el lado oscuro de la vida. Una repleta de personajes carismáticos, lacónicos y atractivos pasándolo realmente mal bajo sus borsalinos.

Perder el interés en una película polar una vez que hemos pulsado el play es casi imposible. Las tramas resultan trepidantes y quedamos atrapados irremediablemente por el protagonista. Y es que, aunque intuimos que lo va a pasar muy mal –o precisamente por eso–, queremos acompañarle hasta el fatídico final que le espera y, con el corazón en un puño, albergamos la secreta esperanza de que se salve.

Nadie mostró el peligroso mundo del hampa en la pantalla como lo hizo el gran Jean-Pierre Melville. Películas inolvidables como El silencio de un hombre (Le samuraï, 1967) o Círculo rojo (Le cercle rouge, 1970) –cintas que todo cinéfilo que se jacte de serlo debe haber visto alguna vez– elevaron al director a máximo representante del cine polar. Sin duda fue el mejor, pero, por supuesto, no fue el único.

Gran jugada en la costa azul (Mélodie en sous-sol, 1963)

Henri Verneuil se basó en la novela del autor americano Zekial Marko para desarrollar esta cinta; auténtica semilla de las grandes películas de atracos que hemos visto en los últimos años. Está protagonizada por Jean Gabin y un maravilloso Alain Delon –actor de mirada gélida nacido para interpretar al gánster perfecto–. Ambos dan vida a dos ex-convictos que no han aprendido la lección y quieren dar un último gran golpe.

Charles (Gabin) desoye a su esposa, quien le propone emplear sus ahorros en montar un chiringuito en la Costa azul y empezar de cero ahora que ha salido de prisión. Pero Charles tiene en mente un futuro algo más brillante: pretende asaltar la cámara acorazada de uno de los casinos más importantes de Cannes y hacerse con los millones de francos alojados en ella. No es plan para un solo hombre, así que contará con la ayuda de Francis (Delon).

La película le valió a su director el Globo de Oro a la Mejor Película de habla no inglesa en el 63 y ocupó lugar en el top de las mejores películas extranjeras del National Board of Review.

El profesional (Le professionnel, 1981)

Georges Lautner dirige a un maduro Jean-Paul Belmondo en uno de los mayores éxitos del cine francés del 81. De nuevo se trata de una adaptación de  novela, en este caso de la del autor Patrick Alexander, Además, la cinta contó con una música original espectacular brindada por el genial Ennio Morricone por la que obtuvo una nominación a Mejor Banda Sonora en los Premios César de ese año.

Belmondo pone cara a Joss Beaumont, un agente secreto del servicio francés que es enviado a Malagawi, un pequeño país africano. Tiene órdenes de acabar con el presidente N’Jala, dictador y enemigo de Francia. Sin embargo, Joss es detenido y torturado durante dos años. Cuando consigue escapar decide vengarse de todos y cada uno de los superiores que le enviaron a aquella misión suicida.

París, bajos fondos (Casque d’or, 1952)

Tildada por la crítica como obra maestra absoluta y reivindicada por los chicos de la Nouvelle Vague, esta película del cineasta francés Jacques Becker supuso su mejor trabajo y él mismo hablaba de ella como su cénit profesional.

Ambientada en el París de 1898, la formidable Simone Signoret interpreta a Marie, una prostituta bellísima con una melena rubia recogida en un característico moño con el que se gana el apodo de Casco de oro. Signoret ganó el reconocimiento a Mejor Actriz Extranjera en los premios BAFTA del 52 gracias al formidable trabajo que realizó durante el rodaje de la película.

En ella vemos como Marie trae de cabeza a los hombres del viejo barrio Montmartre, incluyendo a su novio Roland. Sin embargo, encuentra el amor verdadero al conocer a un humilde carpintero que, además, la corresponde. En ese momento empieza una terrible pelea, con bandas criminales implicadas, por hacerse con el favor de la legendaria Casco de oro.

Rififi (Du rififi chez les hommes, 1955)

El norteamericano Jules Dassin firma esta magnífica cinta. Una de las obras cumbres del cine polar europeo que el mismo Francois Truffaut calificó como “el mejor cine noir que jamás había visto”. No es de extrañar, entonces, que se alzase con el premio a la Mejor Dirección en Cannes en el 55 y que cuente con una de las mejores secuencias sobre robos rodada en la historia del cine.

Rififi en francés es un término que significa trifulca, pelea entre maleantes, lo que ya nos da una pista sobre lo que vamos a encontrar. Después de cumplir cinco años de condena, Tony Le Stephanois (Jean Servais) se vuelve a encontrar con sus compinches, quienes le proponen dar el golpe definitivo a una importante joyería parisina. Esto es más que suficiente para que el protagonista abandone el honrado propósito de cambiar de vida que se había propuesto a sí mismo. Ahora su objetivo es recuperar su posición como líder del hampa y recuperar a su chica, que se ha cobijado bajo la protección de un gánster rival

Vivamente el domingo (Vivement dimanche!, 1983)

Esta fue la última película de François Truffaut. Está basada en la novela “The long Saturday night” (1962) de Charles Williams. Un verdadero homenaje al cine negro de Alfred Hitchcock donde no faltan notas de comedia y del romanticismo que caracterizó al mítico director francés durante toda su carrera.

En este filme nos cuenta la historia de Julien Vergel, en la piel de Jean-Louis Trintignant, propiertario de una agencia inmobiliaria que ha sido acusado del asesinato de su mujer. Su secretaria, Barbara, una espléndida Fanny Ardant, secretamente enamorada de su jefe, confía ciegamente en su inocencia y decide investigar el crimen por su cuenta para encontrar al verdadero asesino, lo que la llevará a vivir situaciones peligrosas y totalmente nuevas para ella.

La nostalgia de la vida nocturna y del asfalto mojado

El cine polar clásico cuenta con un alto componente nostálgico en todas esas aceras mojadas por la lluvia, en ese vestuario y estilismo de una época analógica que se intuye más romántica que la nuestra y, por supuesto, en el encanto que irradia el rostro de las celebridades del momento. Elementos que, a menudo, actúan como repelente entre las generaciones más jóvenes.

Sin embargo, la diversión que promete el polar clásico puede sorprender a los neófitos que, quizá, tengan algún prejuicio hacia el cine clásico y echen de menos el color digital o algunos efectos especiales. Pero los magistrales claroscuros que empleaban en la fotografía de estas películas suplen con creces la falta de pirotecnia más moderna. Nosotros estamos convencidos de que se puede comprender el presente desde el pasado y recomendamos ver estas películas como ejercicio para profundizar en las raíces del cine noir de los últimos 20 años, algo que, sin duda, Scorsese o Tarantino pusieron en práctica hace mucho, mucho tiempo.

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