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Girbent: amor al cine desde los pinceles

A finales de mayo el CAC Málaga reabrió sus puertas con la exposición individual ‘Opus Nigrum’ del artista mallorquín Pep Girbent, una muestra rebosante de referencias al cine y con numerosos guiños a la cultura francófona.

Tras dos meses y medio de confinamiento en los que la gran mayoría de imágenes que hemos consumido, o mejor dicho, disfrutado, han sido digitales, la reapertura de los museos ha supuesto para muchos un soplo de aire fresco. Para su vuelta a la vida, el pasado 22 de mayo el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga acogió en su sala central la exposición ‘Opus Nigrum’ del artista mallorquín Pep Girbent.

La muestra, comisariada por Helena Juncosa, directora del centro, podrá visitarse hasta el 23 de agosto. ‘Opus Nigrum’ está compuesta por una decena de obras en un elegante blanco y negro, la mayoría de gran formato, creadas a partir de óleo y carboncillo. Varias son inéditas y han sido realizadas desde el 2014 hasta la actualidad.

Smoke. Políptico, óleo sobre tela. Ocho tentativas de copia de una misma escena.

 

La copia más original

Girbent disfruta en ese terreno fronterizo entre la pintura y la fotografía, pues sus lienzos, de lejos, parecen fotografías. Sin embargo, al acercarnos, podemos observar el trazo, la materia. De cerca podemos apreciar que son obras vivas alejadas de lo estático.

Es magnífica la sensación que se tiene durante los primeros segundos en los que nos enfrentamos por primera vez a sus cuadros. Rápidamente el deja-vu deja paso al asombro. La escena representada nos resulta familiar y no tardamos en caer en la en la cuenta de que ya la hemos visto antes. Sí, ¡en el cine! Si no es esta imagen exacta, al menos una muy parecida. Casi idéntica. ¿Hay diferencia?

Girbent selecciona y extrae imágenes del cine para realizar con ellas, una vez separadas de su flujo narrativo original, una operación de transfiguración. Así, fantasmas procedentes de un mundo bidimensional adquieren un cuerpo, se convierten en presencias sensuales en medio de la marea digital.Helena Juncosa, comisaria de la exposición y directora del CAC Málaga

La obra del mallorquín se alimenta de la tradición pictórica occidental y del amor al cine. A través de una técnica plástica depurada e impecable, el artista ofrece fotogramas de películas de Jim Jarmusch, Wong Kar-Wai, Jean-Luc Godard François Truffaut. Copias de escenas de aquellas cintas tan emblemáticas del siglo XX que, bajo su pincel o su carbón, sufren ciertas transformaciones.

El rito, 2017

 

Los escenarios y su protagonistas se enredan con los intereses artísticos de Girbent hasta convertirse «en otra cosa». Otras escenas alejadas del plano secuencia que las contenían originariamente. Diferentes niveles de profundidad, diferentes lecturas. Entre el original y la copia, susurros de voces; entre ellas las del filósofo Leibniz recordándonos que no hay en el universo dos cosas iguales.

La Nouvelle Vague al óleo

Esta exposición deja al descubierto los referentes cinematográficos del artista (también los literarios y filosóficos, explicados por él mismo en cada uno de los archivos PDF que acompañan a las obra y que se pueden descargar fácilmente a través de un lector de QR). Entre ellos, imposible pasar por alto el homenaje a Jean-Luc Godard y a François Truffaut, dos de los grandes nombres de la Nouvelle Vague, y a tres de sus títulos más importantes: À bout de souffle (1960), Bande à part (1964) y Jules et Jim (1961)

En la pintura titulada El espacio / El tiempo V vemos a Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg (o mejor dicho, a sus doppelgängers pictóricos), actor y actriz de Al final de la escapada de Godard. Iconos de la Nueva Ola compartiendo un espacio interior e íntimo; como “un Adán y una Eva en el paraíso acotado de una habitación, una cápsula-refugio donde es posible reiniciar una vez más el origen del mundo”. En este óleo de grandes dimensiones destaca la luz que baña a ambos y que casi recuerda al modelo atemporal de las anunciaciones que se han repetido a lo largo de la historia del arte occidental, consiguiendo una atmósfera casi metafísica bañada por reflejos y volutas de humo.

El segundo homenaje al director lo observamos en el cuadro Fantasmagoría / La irrupción, en el que se representa el célebre plano secuencia de Banda aparte rodado en el Museo del Louvre, cuando los tres protagonistas del film atraviesan galerías y pasillos a la carrera, tratando de recorrer la pinacoteca en el menor tiempo posible (escena que recreó años más tarde Bertolucci en The Dreamers. De nuevo la copia como expresión original).

Fantasmagoría / La irrupción, 2015

 

Es interesante el contrapunto que ofrecen las pinturas auténticas -desde dentro de la obra- que se observan, inmóviles y enigmáticas, en las paredes del Museo. Tres líneas temporales protagonizadas por estas, por los actores de la secuencia cinematográfica y por el espectador que admira el óleo de Girbent. Espacio, tiempo, cine y pintura; un único hilo.

Truffaut también tiene lugar en el imaginario del artista. Reconocemos con rapidez el fotograma de la película Jules y Jim en el lienzo The race VII  “donde una mujer ataviada de pillo y con el bigote pintado, corre junto a dos hombres por un puente.” De nuevo el trazo difuminado; la representación de la velocidad, del instante que se evapora.

The race, 2020

 

Opus Nigrum: Yourcenar y la alquimia

En medio de esta experiencia sensorial también encontramos un guiño a la literatura francófona en propio título de la muestra. Opus Nigrum es el nombre de una de las obras más reconocidas de la novelista, ensayista, poeta, dramaturga y traductora belga Marguerite Yourcenar, en la que se narran las peripecias de un médico y alquimista llamado Zenó. Girbent asegura que esta novela es para él una obra literaria de referencia.

A la izquierda: El espacio / El tiempo V, 2019. A la derecha: The race VIII, 2020

 

El término Opus Nigrum alude a una vieja fórmula de alquimia que permite la separación y la disolución de la materia original para la creación de otra materia nueva, diferente. Precisamente da nombre a esa transfiguración de los fantasmas luminosos extraídos de las películas llevada a cabo por el artista. Entes puramente visuales que adquieren un cuerpo tangible bajo el pincel o el carbón de Girbent. Sus cuadros se pueden contemplar, en efecto, como un proceso alquímico. Ficción y realidad, lo tangible y lo intangible.

Lo verdadero, lo falso y la copia se entremezcla en un discurso artístico que, como dicen en el propio CAC, a veces no se pueden distinguir.

‘Opus Nigrum’ estará presidiendo la sala central del CAC hasta finales de agosto. No dejéis pasar la oportunidad de visitarla.

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El sutil arte de la traducción: una entrevista a Isabel Moyano

Con motivo de su participación como jurado en el Concurso Nacional de Traducción de Poesía 2020, entrevistamos a Isabel Moyano Ramos, traductora y CEO de Iris Translators & Interpreters

Dijo la gran escritora estadounidense Ursula K. Leguin que la traducción “es completamente misteriosa”. Debe serlo,  pues funciona como un eslabón casi invisible entre culturas en este mundo globalizado e hiperconectado que habitamos. Aunque este eslabón a menudo pasa desapercibido, es fundamental para la transmisión de conocimiento entre países.

Si nos paramos a pensarlo, en nuestra cotidianidad no siempre nos preocupamos por saber quién se ha encargado de la traducción del libro que tenemos entre manos, quién es la autora o el autor de los subtítulos de la serie que nos tiene enganchados o qué voz seduce a los oyentes a través de discretos auriculares en las visitas guiadas en los museos o en convenciones internacionales. La traducción, simplemente, se da por hecho. Siempre ha estado ahí.

Muchos de nosotros la consideramos un arte, pues el traductor tiene mucho de creador. No se trata de copiar literalmente, palabra por palabra, un texto en otro idioma. Para eso está la tecnología de Google que, por supuesto, nunca estará a la altura del traductor o la traductora y su conocimiento de las lenguas. Personas formadas, cultas y estudiosas con la habilidad de insuflar alma a las palabras. Casi como alquimistas, trasladan la esencia del contenido, sea cual sea su naturaleza, de un idioma a otro; y lo hacen incorporando los códigos y los matices necesarios para que el mensaje fluya en la cultura a la que ha de adaptarse.

Pasión por la traducción

Isabel Moyano siente verdadera devoción por su trabajo. Lleva más de 10 años cultivando una carrera como traductora, correctora y editora al frente de la agencia de traducción Iris Translators & Interpreters, un proyecto fundado por ella de carácter multicultural y multilingüe. Con él que ofrece soluciones a clientes de diferentes sectores. Desde las principales instituciones y centros artísticos de la ciudad de Málaga, hasta organizaciones internacionales como FAO, la UICN o la Comisión Europea.

Ha colaborado en numerosas ocasiones como intérprete para el Festival de Cine Francés de Málaga y más recientemente ha formado parte del jurado en el Concurso Nacional de Traducción de Poesía 2020 junto a Hédi Saim, director de Alianza Francesa de Málaga. Hoy entrevistamos a Isabel para conocer más a fondo su trabajo y sus motivaciones profesionales.

¿Por qué la traducción? ¿Fue una vocación desde siempre o una elección tomada en base a preferencias o gustos?

Mi primer vuelo a los nueve años fue un Madrid-París. Mis tíos fueron profesores del Liceo Español en París durante muchos años y cada septiembre pasaba un tiempo allí con ellos y con mi madre, profesora de Historia en la universidad. Aquellos eran verdaderos baños culturales. París me fascinó: la luz, el Sena, la multiculturalidad, su pequeño apartamento en Levallois lleno de libros y mapas, los mercados al aire libre donde comprábamos frambuesas y quesos.

Mis tíos eran profesores de latín y de lengua española. Hablaban muy bien francés y viajaban por todo el mundo: allí me di cuenta de las puertas que se abrían sabiendo otras lenguas y conociendo otras culturas. Yo era una niña curiosa y alegre pero bastante tímida: me animaban a que pidiera el pan por ejemplo cada mañana en la panadería de la esquina. Todavía recuerdo la sonrisa de la panadera y su voz cantarina. Era un juego; por unos días podía sentirme francesa, cantar en otra lengua, ir al cine de verano en versión original, descubrir nuevos museos o parques, como el Jardín de Luxemburgo, o la Villette y cruzar nuevos puentes, también el de las Artes.

He pensado mucho en cuándo me sentí traductora por primera vez y creo que esa fue la semilla. Después seguí creciendo, estudiando y viajando. Di clases en la Alianza Francesa, viví en Bruselas y en París unos años, en Reino Unido, donde viajaba cada año con mi padre, recorrí la vieja Europa, soñé despierta en Ginebra, en el festival de jazz de Montreux, en Lausanne, en Grecia (mi tercera lengua y cultura de trabajo o de adopción). Más tarde di el salto a Nueva York y a Canadá. No descarto vivir en este país en el futuro. De hecho, doy clases para la Universidad de Calgary un trimestre al año.

¡Menuda trayectoria! ¿Cuánto tiempo llevas trabajando como traductora? ¿Cómo fueron tus inicios?

Unos quince años: primero trabajé en una organización internacional cuyas lenguas oficiales eran el inglés, el francés y el español. Era una organización potente con sedes por todo el mundo y base en Suiza: la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Allí aprendí muchísimo sobre ecosistemas, hábitats, especies en peligro de extinción: un equilibrio delicado que, como se ha probado, no nos conviene romper. En 2009 traduje multitud de informes de científicos que pronosticaban muchos de los desafíos a los que nos enfrentamos hoy. Es un oficio bonito porque te permite bucear en muchos ámbitos y estar en la punta de lanza de la actualidad.

Después de conocer tantos lugares alrededor del mundo, ¿qué ha supuesto Málaga para ti?

Coincidiendo con la transformación y expansión cultural de Málaga, di un giro a mi carrera hacia el ámbito cultural. Abrí una agencia de traducción, IRIS Translators & Interpreters, en el Soho, al lado del CAC y empecé a traducir para los museos e instituciones culturales en Málaga: La Térmica, CAC, Ayuntamiento de Málaga, Centro Pompidou, Museo Picasso, la Alianza Francesa, la UMA, Diputación… Llevo traduciendo ruedas de prensa, entrevistas, coloquios e inauguraciones de exposiciones, festivales y eventos culturales más de doce años. Me considero una afortunada porque mi trabajo y mi pasión coinciden. He traducido a artistas y escritores contemporáneos maravillosos de todas partes del mundo: Camerún, Bélgica, China, Rumanía, los Estados Unidos, Finlandia, el mundo eslavo, Holanda, Francia. Todo eso enriquece mi equipaje y amplía mi mirada.

En cierto modo, las vanguardias y la riqueza cultural que fui descubriendo en el París de finales de los ochenta y los noventa ahora viajan hasta Málaga en clase preferente. Me siento identificada con el crecimiento y transformación cultural de Málaga. Estoy particularmente orgullosa de ver crecer a artistas “de proximidad” como Aixa Portero de la Torre, José Luis Puche, o Javier Calleja que han dado el salto a la escena internacional. Málaga es un epicentro artístico y cultural y así es reconocida en todo el mundo. Confío mucho en su potencial y en su capacidad de reemprender el vuelo.

¿En qué áreas te especializas y cual te reporta mayor gratificación a nivel personal?

En el ámbito cultural y artístico, sin duda. Me gusta escribir y pintar desde pequeña, traducir es mirarse en el espejo de las personas a las que traduces y aprendo muchísimo en cada traducción, es un viaje de ida y vuelta. Además, casi todos los artistas a los que traduzco me devuelven una mirada bonita y muchísima gratitud por mi trabajo, por lo que me siento plena haciendo lo que hago. A menudo me dicen que se me ve disfrutar y es cierto.

Me considero una afortunada porque mi trabajo y mi pasión coinciden. He traducido a artistas y escritores contemporáneos maravillosos de todas partes del mundo. Eso enriquece mi equipaje y amplía mi mirada.

Desde hace unos años, colaboro con Diario Sur escribiendo algunos artículos de opinión, en ellos recojo mi entusiasmo y mi mirada sobre los eventos que traduzco o sobre temas como feminismo, cine o arte, en general.

Una de tus especialidades es la traducción simultánea en eventos culturales. Pudimos verte en acción durante la última edición del Festival de Cine Francés de Málaga que organiza Alianza Francesa en la ciudad. ¿Cómo describirías este aspecto de tu trabajo? ¿Qué retos encuentras en él?

Suelo comparar la traducción simultánea con un salto sin red. En la traducción consecutiva puedes tomar notas y tienes un tiempo para reelaborar el mensaje, breve pero ahí está, tienes que tener capacidad de síntesis y fijarte bien en el tono y el lenguaje corporal del interlocutor también.

Tanto en la traducción bilateral como en la simultánea no hay apenas tiempo, todo es cuestión de segundos, así que necesitas toda tu concentración en la escucha activa y tienes que confiar plenamente en ti, en tu salto, en tu capacidad de expresar el mensaje oído en tu propia lengua. Es un arte, sin duda. Requiere intuición, entrenamiento, pasión por lo que haces y ciertas dotes escénicas: modular la voz para no aburrir al público, recurrir a los silencios si hace falta, saber gestionar las emociones, disfrutar también del aspecto lúdico que tiene todo ejercicio de jazz, de improvisación dentro de los límites del respeto al sentido y finalidad del original.

En cierto modo, traducir es convertirse en una tejedora, una modesta Louise Bourgeois, destejiendo y volviendo a tejer el hilo del discurso en dos lenguas distintas.

Hay un tarea importante detrás de toda traducción: la documentación; al igual que vosotros, los periodistas, los traductores leen muchísimo antes de cualquier traducción, de lo que pasa en el mundo y de la persona y la obra que vas a traducir. Pero hay algo importante: el intérprete no puede anticipar el discurso, por eso es un ejercicio sin red, una pieza de jazz única que no se repetirá nunca más. No hay dos interpretaciones iguales, como tampoco hay dos discursos iguales. Es un regalo, para mí, para el interlocutor y para el público.

En lo referente a la traducción, ¿qué es lo más difícil a lo que te has enfrentado?

Entiendo la pregunta, pero no hay retos más difíciles que otros porque todos son viajes únicos.Como te explicaba, no sabes qué va a pasar hasta que te lanzas a la piscina. Soy una buena nadadora: desde pequeña me encanta nadar en el mar. Interpretar es exactamente eso, es como nadar en alta mar, no tienes idea de cómo será la travesía hasta que te lanzas, cada brazada es única, depende de las olas, del público, de la persona a quien traduces, de su estado de ánimo.

Los artistas, los directores de cine, los filósofos son creadores, por eso suelen poner mucha pasión en sus discursos, a veces olvidan que hay un intérprete detrás -y esto es buena señal-: no es infrecuente que puedan intervenir durante diez minutos o más sin pausa. Entonces tengo que confiar en mi memoria y en seguir el hilo argumental de su discurso. En cierto modo, traducir es convertirse en una tejedora, una modesta Louise Bourgeois, destejiendo y volviendo a tejer el hilo del discurso en dos lenguas distintas. Afortunadamente, hay universales. Cuanto más traduzco más me doy cuenta de lo parecidos que somos los seres humanos. Esta pandemia del Covid-19 lo ha demostrado, nos ha igualado a todos.

Por mencionarte algunas interpretaciones “en nivel apnea” te señalaría las entrevistas en traducción simultánea del famoso festival literario La Noche de los Libros de La Térmica, la del filósofo francés Michel Houellebecq, o del escritor rumano Mircea Cartarescu, llenas de citas y referencias literarias y filosóficas. O la última que hice apenas unos días antes del confinamiento al filósofo francés Gilles Lipovetsky, en el marco del Festival de Málaga, en el Museo Picasso. Todas están disponibles online y subtituladas por mí o por mi equipo. La subtitulación profesional es otra modalidad de traducción que merece ser mencionada también.

¿Alguien se imagina las obras de teatro de Shakespeare, las novelas de Paul Auster o los versos de Baudelaire traducidos por ordenador, por ejemplo? En el lenguaje humano hay una multitud de matices que un ordenador no puede captar.

Cada vez las herramientas digitales para la traducción tienen más peso, se perfeccionan día a día. ¿Cuál es tu opinión como profesional?

Hay un componente humano en la traducción y en el lenguaje que hace muy difícil que nuestra labor pueda ser realizada por máquinas. Se habla mucho de la traducción automática o de la traducción asistida por ordenador, pero en la comunicación el factor humano es indispensable: un buen traductor es un valor añadido para cualquier evento cultural.

Por supuesto, hay ámbitos de la traducción donde los ordenadores pueden ayudar: el campo científico o industrial con repeticiones de terminología o fraseología, por ejemplo. Pero en el ámbito de la traducción cultural o literaria no tiene cabida. ¿Alguien se imagina las obras de teatro de Shakespeare, las novelas de Paul Auster o los versos de Baudelaire traducidos por ordenador, por ejemplo? En el lenguaje humano hay una multitud de matices que un ordenador no puede captar. Al menos no todavía. Hace unos años traduje unas jornadas sobre inteligencia artificial. Se está avanzando mucho en esta línea pero en el terreno artístico y emocional es difícil vislumbrar un horizonte de replicantes a lo Blade Runner. El futuro dirá.

¿Qué consejos le darías a una persona que quiere dedicarse profesionalmente a la traducción?

Ser traductora es un viaje de largo recorrido, una no para nunca de aprender, leer y sumergirse en la cultura o las culturas de adopción. Pero también hay que amar y conocer bien la lengua materna, sin el vehículo de la lengua materna no hay traducción posible. Es importante ser humilde y empaparse de todos los registros, leer mucho, escuchar mucho y no cansarse nunca de hacerse preguntas, aprender y viajar.

En la medida de lo posible, es aconsejable leer en lengua original pero también leer buenas traducciones, aprender de los recursos de traducción de compañeros premiados o con muchos años de experiencia, fijarse en los matices. Por eso creo que concursos de traducción como Le printemps des poetes son tan importantes, desde pequeños se puede ir cultivando esta sensibilidad lingüística y este amor por las palabras.

Debido a tu profesión y a tus inquietudes personales, para finalizar nos encantaría que nos recomendaras algún libro, película, disco u obra artística de algún creador o creadora francófona

Retrato de una mujer en llamas de Céline Sciamma, premiada en Cannes a mejor guión en 2019. Una perla que descubrí gracias al Festival de Cine Francés de Málaga organizado por la Alianza Francesa con el apoyo de numerosas instituciones culturales. Valoro mucho que se pueda ver cine hecho por mujeres en Málaga. Creo que le dedicasteis un apartado estupendo en este blog: la luz, el paisaje, las interpretaciones femeninas, la música. Un viaje que me cautivó.

Confiemos en que podamos seguir viajando en tiempo y espacio gracias a este maravilloso festival el próximo otoño. Como se ha probado en esta pandemia y confinamiento, la cultura nos salva y nos hace libres, incluso en las circunstancias más difíciles. Debemos protegerla: somos pájaros deseando retomar el vuelo y la cultura siempre será un árbol seguro donde refugiarse.

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Vincent Cassel: lo mejor del emperador

La semana pasada se estrenó en España ‘El emperador de París’, la cinta dirigida por Jean-François Richet y protagonizada por Vincent Cassel. Aprovechamos la ocasión para revisitar los títulos más importantes de la carrera del actor.

No es la primera vez que el director de películas tan taquilleras como el thriller Blood Father (2016) o la doble entrega de Mesrine (2008) hace tándem con el explosivo Vincent Cassel. En El emperador de París (2019), Jean-François Richet cuenta de nuevo con el actor francés para dar vida a Eugène-François Vidocq (1775-1857), un personaje legendario conocido por sus trapicheos y su actitud pendenciera que terminó siendo el jefe de la seguridad nacional en el París del siglo XIX.

Interpretar al típico príncipe azul de comedia romántica no es un trabajo para Vicent Cassel. Estamos acostumbrados –y él también lo está– a verle en la pantalla haciendo de tipo duro con serios problemas o dando vida a personajes histriónicos que habitan en los márgenes. Por eso, esta versión violenta de Vidocq le viene como anillo al dedo. Hoy por hoy sigue siendo uno de los actores más interesantes del panorama cinematográfico internacional y queremos repasar algunos de los títulos de factura francesa más remarcables de su carrera.

El odio (La haine, 1995)

Mathieu Kassovitz dirigió esta película de culto de los años 90 en un llamativo blanco y negro. Con ella, el jovencísimo Vincent Cassel se da a conocer al mundo interpretando a Vinz, un adolescente judío quien, junto a sus amigos, presencia un hecho en el que uno de ellos resulta herido por la policía. Sediento de venganza y con una pistola encontrada, Vinz deambula por las calles de París a ritmo de hip hop, entre bandas callejeras, violencia y conflictos.

Con esta cinta Kassovitz hizo hervir la corrección política y denunció el abuso policial, el racismo y la violencia que se vivían en aquella época en los suburbios de la ciudad. Un año después resultó ser la Mejor Película en Cannes y obtuvo 10 nominaciones a los Premios Cesar, para alzarse ganadora con con el de Mejor Película y Mejor Montaje.

Lee mis labios (Sur mes lèvres, 2001)

Jacques Audiard, director francés que firma películas tan imprescindibles como Un profeta o la reciente The sisters brothers, contó con Vincent Cassel para desarrollar la multipremiada Lee mis labios. En esta ocasión, el actor da vida a Paul, un ex convicto que conoce a la solitaria Carla (Emmanuelle Devos) en un nuevo trabajo.  La chica es sorda  y por ello se convierte en el objeto de las burlas de sus compañeros.

Ambos marginados buscan refugio en el otro y comienzan una relación que deviene de forma natural entre ellos. Jacques Audiard combina la discapacidad, la inseguridad, el amor y la venganza para formar este moderno e intenso film. Lee mis labios arrasó en la edición de los Premios Cesar del año siguiente ganando el de Mejor Guión Original, Mejor Sonido y Mejor actriz para Devos.

Irreversible (Irréversible, 2002)

Si alguien sabe cómo hacer que los espectadores se revuelvan en sus butacas ese es, sin duda, Gaspar Noé. El director de la inquietante Clímax (2018) llevó a cabo en Irreversible una de las escenas más salvajes e incómodas de la historia del cine.

En este filme, el director cuenta la historia de Marcus (Vincent Cassel) y Pierre (Albert Dupontel), que se mueven por el lado más sórdido y delirante de la noche parisina. Rabiosos y ávidos de venganza, quieren encontrar al responsable de la violación y atroz muerte de la compañera de Marcus, Alex (Monica Belucci). La cinta, no exenta de polémica como es habitual en el cine de Noé, recibió críticas divididas por su carga sexual y violenta así como su capacidad para herir sensibilidades.

Mesrine. Parte 1: instinto de muerte; parte 2: enemigo público (Mesrine: L’instinct de mort; L’Ennemi public n°1, 2008)

Uno de los mayores éxitos de la carrera profesional de Cassel fue interpretar al enemigo público número uno en Francia y Canadá en la década de los 70: el delincuente Jacques Mesrine. Esta historia de acción narrada en dos volúmenes dirigidos por Jean-François Richet, cuenta el surgimiento y evolución de este gánster conocido como “el hombre de las mil caras”.

Atracos, asesinatos y trabajos muy alejados de la legalidad, forjaron una leyenda de la criminología a la que Vincent Cassel da vida haciendo gala de un talento inigualable. La cinta recibió tres premios César incluyendo al de Mejor Actor para Cassel, Mejor Director y Mejor Sonido.

Mi amor (Mon roi, 2015)

La directora francesa Maïwenn Le Besco deslumbró al jurado de Cannes con esta película, cuyo premio principal recayó en la actriz protagonista Emmanuelle Bercot gracias al papel de Tony, una joven convaleciente que repasa la historia de amor -¿o era otra cosa?- que vivió con Georgio, interpretado por Cassel.

A través de esta historia la directora entra en el pantanoso terreno de las relaciones tóxicas y del maltrato psicológico, la obsesión y el habitar continuo en los límites. Una montaña rusa emocional contada a través de flashbacks que obtuvo hasta ocho nominaciones en los César.

Vincent Cassel, infinito

La mirada casi felina del actor resulta totalmente hipnótica e inconfundible en la pantalla. Después de participar en el reparto de 74 películas y trabajar con grandes directores, tanto del circuito comercial como del independiente, a nadie con inquietudes cinéfilas le quedan ya dudas de quién es Vincent Cassel o de cuánto puede llegar a ofrecer con su talento interpretativo. No es sólo un actor más, Cassel se ha convertido en un astro que, afortunadamente, seguiremos viendo en órbita durante mucho tiempo.

Autor de la foto de cabecera: Francois Berthier

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Isabelle Huppert: el portento francés

A finales del pasado mayo se estrenó ‘La viuda’, la última película protagonizada por la incombustible Isabelle Huppert; un suspense psicológico dirigido por Neil Jordan que nos sirve de excusa para repasar la carrera de la actriz.

Isabelle Huppert una vez dijo que “si no existe transgresión en este oficio, no vale la pena”. Este es, precisamente, uno de los motivos por los que ha destacado durante toda su carrera: por sumergirse en papeles del todo desafiantes que, no pocas veces, han sido rechazados previamente por otras actrices que no se han atrevido a ejecutarlos. Pero Huppert siempre se ha sentido cómoda en la piel de mujeres poco convencionales y ha conseguido que las comprendamos a todas.

Simplemente me gusta actuar. Es algo muy fácil para mí, no es como si escalara una montaña cada día Isabelle Huppert

No cabe duda de que Huppert es una de las actrices más prolíficas y más representativas del panorama cinematográfico europeo. Casi cinco décadas actuando sumadas a un talento innegable, dan como resultado un currículo muy extenso cargado de premios y numerosos nombres de cineastas consagrados para los que ha trabajado. Ha sabido conectar con directores tan diferentes como Jean-Luc Godard, Claude Chabrol, Mia Hansen-Love, Michael Haneke, Otto Preminger, Hong Sang-soo o Paul Verhoeven.

Trabajando con Claude Chabrol

El primer crítico de la revista Cahiers du cinéma y después director de la Nouvelle Vague, destacó por tener una de las filmografías más reconocidas del cine francés. Siete de sus películas las realizó contando con Isabelle Huppert como actriz; siempre dándole papeles relevantes, por lo que se la empezó a conocer como la musa de Chabrol. De entre las películas que rodaron juntos destaca sobre todo la segunda, Asunto de mujeres (Une affaire de femmes, 1988) que cuenta la historia de Marie Latour, una mujer que ayuda a una vecina a interrumpir un embarazo no deseado, lo que hará que otras vecinas y conocidas acudan a ella pidiéndole el mismo favor. La película fue laureada en varios certámenes destacando el premio a Mejor actriz para Huppert en Venecia y el de Mejor película de habla no inglesa en los Globos de oro.

Chabrol también tenía previsto para ella interpretar a uno de los personajes más importantes de la literatura universal. Rodaron Madame Bovary en 1991, película con la que Huppert obtuvo una nominación al Oscar gracias a una de las actuaciones que, paradójicamente, menos ha gustado a la propia actriz, pero más a su público.

La oscuridad de Haneke y Verhoeven

A ningún cinéfilo se le escapa el hecho de que Haneke es uno de los directores más turbantes y geniales que ha dado el cine. Sus películas suelen causar controversia y no dejan indiferente al espectador, por lo que no sorprende que trabajar junto a una actriz con interés por los retos interpretativos y por los papeles poco convencionales, de lugar a un tándem artístico perfecto.

Isabelle Huppert protagonizó La pianista (La Pianiste, 2001), película que cuenta la historia de una profesora de piano en un conservatorio que, para escapar de la influencia de su rígida y asfixiante madre, se refugia en el sexo dejándose seducir por uno de sus alumnos. La actriz consigue con su trabajo ofrecer uno de los de los retratos más ricos y extraños que hemos podido contemplar. Como curiosidad, es importante destacar que en todas las escenas de piano, es la propia Isabelle quien lo toca, demostrando la destreza que adquirió cuando en su más tierna juventud pasó unos cuantos años en el conservatorio de música.

Más adelante, Huppert volvería a repetir con Haneke en Amor (Amour), película que se alzó con la Palma de Oro en Cannes en 2012. En este caso desempeñó un papel secundario, aunque cargado de emoción, dando vida a Eva, hija de un matrimonio octogenario quienes, a raíz del infarto y la parálisis de ella, tendrán que poner a prueba el amor que sienten el uno por el otro. Sin embargo, Haneke no es el único que ha explorado el lado más oscuro y extraño de Huppert. Otro papel acompañado de polémica interpretado por la actriz fue el de Michèle Leblanc, el personaje principal de Elle (2016), cinta dirigida por Paul Verhoeven, que cuenta la historia de una mujer de negocios que es violada en su casa por un desconocido enmascarado y posteriormente decide tomar venganza hasta la obsesión buscando al asaltante por sus propios medios.

Generando debate y opiniones de todo tipo, la película dio lugar a ríos de tinta en los periódicos. Aunque, eso sí, hubo consenso respecto al trabajo de Isabelle Huppert, que fue ampliamente aclamada, siendo considerada como una de las mejores interpretaciones de su carrera. Fue nominada para el Oscar a la mejor actriz, y también ganó varios premios, incluyendo los Premios Globo de Oro, Austin Film Critics Association, Premios Lumiere, Gotham Awards, entre otros.

Isabelle Huppert, hoy

Independientemente del papel que esté ejecutando, Huppert resulta hipnótica. Quizá sea por su mirada, magnética y fría, casi de reptil; por su aparente fragilidad o por su voz grave, pero una vez que aparece en escena es imposible apartar la mirada. Su talento y las decisiones que ha tomado a lo largo de su carrera, la han llevado a obtener un reconocimiento en la industria del cine de carácter internacional.

Lejos de retirarse, la actriz está en plena forma. Sigue haciendo películas (dos, tres o incluso cuatro al año) y sigue obteniendo papeles protagonistas después de más de 40 años actuando. Isabelle Huppert es atemporal y da la impresión de que es eterna. O al menos, es eterna la lección que nos da con su filmografía ya que, si alguien quiere saber de qué va eso de interpretar, debería ver las películas de la gran dama francesa del cine.

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Melville (Volumen II): tras los pasos del samurái

Nos colocamos de nuevo el sombrero de gánster y la gabardina beige para continuar con la segunda parte del monográfico en dos volúmenes dedicado a Jean-Pierre Melville, el genio del Polar francés.

Jean-Pierre Melville llenó las pantallas de humo. Contó sus historias a través de la neblina de los cigarrillos que fumaban de forma compulsiva sus personajes; esos tipos duros con pistola y una larga lista de malas decisiones sobre sus hombros. Las contó excepcionalmente bien, con toda la riqueza, sensibilidad artística y conocimiento técnico que le proporcionaron haber absorbido horas y horas de cine como espectador desde su infancia. Hizo de su pasión su profesión y he aquí su legado: una filmografía de culto con catorce largometrajes que componen uno de los universos fílmicos más ricos del cine europeo.

A esta filmografía la precede el corto 24 horas en la vida de un payaso (24 heures de la vie d’un clown, 1946) que mencionábamos en la primera parte de este monográfico. El resultado sentimentaloide de este preludio fallido disgustó tanto al director que se prometió a sí mismo un cambio de rumbo total en su futura obra. Desde entonces buscaba obsesivamente la perfección técnica, narrativa y artística en cada plano, en cada secuencia.

Yo me narro a mí mismo a través de mis películas. Hacer un film es ser todos los personajes a la vez. Jean-Pierre Melville

Lo consiguió sobre todo en El silencio de un hombre y en El ejército de las sombras, ambas películas consecutivas que desarrolló en un periodo de dos años. Suponen los títulos de mayor repercusión y los que mejor representan las dos grandes temáticas que exploró Melville: la resistencia francesa durante la ocupación nazi y la explosión del cine Polar.

Primer periodo: crónica de una invasión

Cuando su apellido aún era Grumbach y formaba parte de la Resistencia Francesa, Jean-Pierre se topó cara a cara con la miseria humana y con la muerte, naturalezas que hasta entonces, como buen cinéfilo, sólo conoció a través de la pantalla. Luchar por la liberación de su país ante la invasión nazi fue un hecho que le marcó para siempre y que quedó patente en la primera etapa de su carrera, en la que exploró el drama moral con la Segunda Guerra Mundial como decorado de fondo.

El silencio del mar (Le silence de la mer, 1949)

La singular ópera prima con tintes antibelicistas de Jean-Pierre Melville dejó clara la enorme personalidad del cineasta, que se iría perfilando con el paso del tiempo. Adaptó con éxito la novela El silencio del mar de Vércors, toda una osadía para un debutante. No era un texto fácil de llevar a la pantalla pues estaba plagado de silencios y, a su vez, de extensos monólogos; aspectos del todo anticinematográficos. Pero si algo dominó el director en sus películas fue, precisamente, el silencio.

La acción transcurre en una pequeña localidad francesa donde residen un anciano y su sobrina a quienes se les impone alojar involuntariamente a un oficial alemán en su casa. Al no poder negarse se defienden con un silencio hostil ignorando por completo al incómodo inquilino. Este, lejos de sentirse ofendido, desarrolla extensos monólogos diarios durante todo un mes mostrando todo su poder a través de las palabras.

Con esta cinta, su intención era desarrollar un lenguaje constituido de imágenes y sonidos en el que el movimiento y la acción estuvieran totalmente desterrados. Con ellos, Melville traspasó los códigos tradicionales del cine francés marcando un antes y un después.

Los tres personajes protagonizaban la totalidad de la película. Fueron interpretados por un imponente Howard Vernon, actor al quien el director consideraba indispensable para el papel y con el que desarrolló una longeva amistad; y los desconocidos pero sorprendentes Jean-Marie Robain y Nicole Stéphane –tío y sobrina respectivamente– que realizaron un trabajo impecable.

Los niños terribles (Les enfants terribles, 1950)

Melville compró los derechos de la obra homónima escrita por Jean Cocteau tan sólo un día antes de iniciar el rodaje de Los niños terribles. De nuevo la adaptación de un texto literario; una novela cuya lectura sedujo a un Jean-Pierre adolescente allá por 1930 y que jamás pudo sacarse de la cabeza. Sin embargo, el escritor y el director, que comparten la autoría del guión, no se llevaron especialmente bien durante el rodaje y vivieron una tormentosa relación de amor y odio que los desesperaba continuamente.

Los niños terribles a los que se alude en el título son los hermanos Lise (de nuevo una maravillosa Nicole Stéphane) y Paul (Edouard Dermithe). Ambos adolescentes crean un universo privado de peleas y juegos en la caótica habitación que comparten y que alimentan una malsana obsesión mutua que roza, tímidamente, lo erótico, lo que propició una avalancha de malas críticas en la época. El mundo exterior irrumpe en sus vidas cuando dos amigos de los chicos, Gerard y Agathe, van a vivir con ellos y desatan los celos y la maldad de Lise.

Con su segundo largometraje, Melville siguió buscando nuevos recursos narrativos con los que presentar sus historias. Lo onírico y lo surrealista están presentes en planos que a menudo resultan trágicamente hermosos a lo largo de la cinta.

Cuando leas esta carta (Quand tu liras cette lettre, 1953)

La tercera película del cineasta francés –que no se llegó a estrenar en España– significó el acercamiento a un género muy alejado del que lo consolidaría como maestro del Polar: el melodrama. Dejando de momento las adaptaciones cinematográficas de las novelas, optó por adaptar un guión cargado de intensidad emocional y de connotaciones religiosas firmado por el dramaturgo Jacques Deval.

Para darle forma a esta historia maniquea contó con la mirada de la actriz Juliette Greco en el papel de Thérèse, quien cargó con todo el peso del filme, y con Irène Galter en el de Denise. Ambas hermanas son totalmente opuestas, el bien y el mal, lo sacro y lo maldito; y el director lo deja patente en e tratamiento de los planos que dedica a cada una. Luminosos para una, oscuros y casi grotescos para la otra.

Las dos protagonistas conforman un triangulo sentimental con el arrogante Max, interpretado por Philippe Lemaire. En este intenso drama, Melville ya nos deja intuir ciertas trazas de thriller y de noir como adelanto a la deriva que iba a adoptar su carrera en futuras películas.

Bob el jugador (Bob le flambeur, 1956)

«Esta es, como la cuentan en Montmartre, la curiosa historia de…»

A pesar de que la cuarta película del realizador fue bastante ignorada por público y crítica durante años, hoy se considera como el germen del cine Polar; el nacimiento del género (lo que la acerca más a la temática que exploró en el segundo periodo de su producción fílmica). Se trata, en palabras del propio director, de una “carta de amor a París”, concretamente al barrio de Montmartre. Melville rodó en las localizaciones reales en plena calle adelantándose así a la Nueva Ola, sentando un precedente.

Es en este filme en el que por fin sale a la luz la vida del hampa, de las criaturas urbanas nocturnas que se hacinan en clubs y se refugian en las sombras y en el humo del tabaco. El apuesto Roger Duchesne interpreta a Robert Montagné, conocido por casi todos como Bob, el tipo duro de origen humilde; de rostro infranqueable que se ha ganado el respeto de todos. Y, como no podía ser de otra manera, Bob pretende dar el golpe de su vida: quiere los 800 millones que contiene la caja fuerte del Casino de Deauville.

El universo de Bob el jugador está ocupado eminentemente por hombres e incide en la amistad entre ellos. De hecho este se convirtió en un aspecto característico de la producción de Melville, cuyo interés por lo masculino es inversamente proporcional a su desinterés por lo femenino.

Dos hombres en Manhattan (Deux hommes dans Manhattan, 1959)

El director francés había coqueteado con el noir en su anterior película y lo había disfrutado mucho. Decidió entonces homenajear el cine de gánsteres americano de los 40 que tanto le fascinaba, por lo que ambientó su sexta película en la ciudad de Nueva York.

En esta ocasión los protagonistas no serían policías ni delincuentes, sino un periodista y un fotógrafo que investigaban la inexplicable desaparición de un delegado francés en la ONU y que fueron interpretados por –oh lá lá!– el propio Jean-Pierre Melville y Pierre Delmas respectivamente.

A pesar del atractivo argumento a lo Hitchcock, el estreno de Dos hombres en Manhattan resultó un estrepitoso fracaso. Apenas tuvo público y recibió comentarios muy negativos, lo que hizo mella en el orgullo del genial director. Sin embargo, le sirvió para redirigir sus objetivos y sobre todo sacar dos conclusiones importantes: la primera, que los personajes paseaban demasiado en la película, lo que no agiliza la narración precisamente. La segunda, que bien le hubiese valido contar con una súper estrella en el reparto para obtener una atención mayor. Y eso es lo que haría en adelante: rodearse del star-system francés de la época.

Léon Morin, sacerdote (Léon Morin, prêtre, 1961)

Esta fue la película que hizo que Melville recuperase su autoestima. Significó la vuelta al melodrama y la vuelta a la adaptación literaria, en esta ocasión de novela de la prestigiosa ganadora del Premio Goncourt en 1952 Beatrix Beck. Con esta cinta retrocedemos en el tiempo y volvemos a la época de la Segunda Guerra Mundial. Pero en esta ocasión lo hacemos acompañados de dos estrellas como Emmanuelle Riva y Jean-Paul Belmondo, que además de ofrecer un trabajo excepcional, le darían cierto caché al cinta.

Es la historia de Barny (Riva), un atractiva viuda que trabaja como secretaria de dirección de una chica llamada Sabine Lévy (Nicole Mirel) y que quedará fascinada por la elegancia y la presencia de su joven jefa hasta el punto de convertirlo en una obsesión con tintes sexuales y románticos, todo un atrevimiento en la recién estrenada época de los 60. Para aliviar su conducta de alguna manera, decide entrar en una Iglesia, donde conoce al sacerdote Léon Morin (Belmondo). Ambos comienzan una relación que se basa en el estímulo intelectual y en la filosofía donde la espiritualidad –y la ausencia de ella– es protagonista.

Barny es el personaje femenino más importante y al que más ha cuidado el director. La dota de trascendencia y profundidad interior como no lo hace con ninguna otra mujer en su filmografía.

Segundo periodo: tipos malos y asuntos sucios

El héroe de mis films noirs siempre es un héroe armado. Siempre lleva una pistola. Es un hombre armado, y ya casi es un soldado, lleva un uniforme.Jean-Pierre Melvile

Justo en el meridiano de su carrera tiene lugar la explosión de cine noir que consagra a Melville como el Maestro del cine Polar, aquella derivación francesa del cine de gánsteres americano. Es sin duda donde el cineasta se siente más cómodo y donde explora esa visión de samurái que dotará a sus películas de la técnica y la forma perfectas y que situará al director galo en la atalaya donde descansan los mejores directores de la historia del cine.

El confidente (Le doulos, 1962)

El profundo amor y respeto que sentía el joven Jean-Pierre por la literatura universal se materializó con el tiempo en sus películas. De nuevo, el director adaptó la novela negra del escritor francés Pierre Lesou, de quien era un gran admirador. Para ello volvió a contar entre el reparto con Belmondo, su particular “as en la manga”.

 

Maurice (Serge Reggiani) y Silien (Belmondo) son los protagonistas, “dos hombres en París”. El primero, es un ladrón y ex-convicto que planea dar otro golpe; el segundo, un informante de la policía. El robo, por supuesto, sale mal y el destino ambos se cruza cuando se ven involucrados en dos crímenes.

Polar puro. Es en El confidente donde Melville encontrará las pautas y las características que definirán su cine desde ese momento, el ejemplo perfecto para entender este subgénero. La realización del filme rozó la perfección, por lo que le sirvió de patrón para las siguientes cintas.

El guardaespaldas (L’aîné des Ferchaux, 1963)

De nuevo una adaptación literaria. La obra del belga George Simenon se revela como punto de partida para una obra totalmente melviliana. El guardaespaldas fue una obra desconocida dentro de la filmografía del director, casi incómoda; casi menor. De hecho, recopiló más críticas negativas que positivas.

En su octava película, Melville decide que es hora de volver a su adorada América. De nuevo aparece Belmondo, dando vida en esta ocasión a Michel Maudet, a quien conocemos durante su último día como boxeador. Lo encontramos derrotado, tirando la toalla tras un combate que vemos bajo la presentación de los títulos de crédito del filme. En su peor momento y condenado a mal vivir, aparece el banquero Dieudonné Ferchaux, interpretado por el otoñal Charles Vanel, y le ofrece trabajar para él como guardaespaldas en EE.UU. El joven terminará traicionando a su protector y arrepintiéndose después.

En esta cinta y por primera vez en toda su trayectoria, se intuye un matiz de interés homosexual entre los personajes masculinos que la protagonizan, lo que provoco no pocas teorías sobre la relación del propio Melville con el actor Alain Delon, quien protagonizaría varios de los siguientes largometrajes del director.

Hasta el último aliento (Le deuxième soufflé, 1966)

Gustave Minda, “Gu”, interpretado por el gran Lino Ventura, consigue evadirse de la prisión en la que se encontraba encerrado y huye a París para reunirse con sus socios. Pronto se verá envuelto en una guerra entre bandas rivales. Para abandonar el país Gu necesita dar un último golpe y conseguir la pasta –siempre es la pasta–, aunque en su camino se interpone el Comisario Blot, a quien da vida Paul Meurisse, y ya nada le saldrá a Gu como tenía diseñado en su plan.

Se trata la película con más escenas de acción de toda la producción melviliana, y al mismo tiempo, se trata de una de las más complejas a nivel narrativo. También es la que tiene un metraje más largo y en la que casi no aparecen personajes secundarios, pues todos ellos son cruciales en la trama sin más alternativa que matar o morir.

El silencio de un hombre (Le samouraï, 1967)

«No hay soledad más profunda que la del samurái salvo la de un tigre en la selva… tal vez». Frase atribuida al Bushido, o libro de los samuráis, pero que realmente fue inventada por Melville.

Y llegamos, por fin, a la cúspide. A la quintaesencia melviliana. Si una película ha servido como emblema del director francés, sin duda ha sido El silencio de un hombre. La cinta abre con la falsa cita sobreimpresionada en un bellísimo plano fijo donde vemos a un hombre tumbado en la cama, fumando, sin más sonido que el de los coches en la calle y le silbido de un pajarillo dentro de una jaula. El hombre es Jef Costelo, interpretado por un enorme Alain Delon, y vive encerrado en sí mismo, envuelto en una atmósfera silenciosa y con una actitud lacónica. Sólo se relaciona con los clientes que le encargan “trabajos” que Costelo, como buen asesino freelance, ejecuta sin errar. Aunque no tarda mucho en levantar sospechas y ser perseguido infatigablemente por el Comisario de Policía, a quien pone cara el actor François Périer.

Estamos ante un trabajo de cuidados detalles enmarcados con precisión. Encontramos al tipo duro que se acicala ante el espejo y se ajusta el sombrero como en un ritual; la figura arquetípica del gánster fusionada con la figura legendaria del samurái. Esta película es una radiografía de toda la esencia del cine de Melville, y es la única unánimemente admirada por la crítica, público, estudiosos y cinéfilos, por tanto; es la obra que más ha favorecido al cineasta internacionalmente.

El ejército de las sombras (L’armée des ombres, 1969)

He mostrado por primera vez cosas que no he visto, que he vivido. Claro está que mi verdad es, entiéndase bien, subjetiva y no corresponde claramente a la vida real. Jean-Pierre Melville

“Malos recuerdos, pero bienvenidos… sois mi juventud lejana”. Esta película supone el cierre definitivo de su etapa de exploración de la Resistencia Francesa. Se trata de una de las obras más consagradas del autor no solo por su calidad técnica y artística, si no, además, por su carácter pedagógico. Es sin duda una de las películas que mejor aguanta el paso del tiempo y se considera un referente de la memoria histórica del país vecino. La repercusión que ha obtenido la cinta a lo largo del tiempo es realmente asombrosa.

El filme lo protagoniza Philippe Gerbier (Lino Ventura), ingeniero del Departamento de Obras Públicas que colabora con la valerosa Resistencia. Un día la policía colaboracionista le captura y lo retienen en un campo de concentración donde la vigilancia es constante. Sin embargo, un comunista con quien comparte desdicha le propone un plan de fuga. Durante un traslado consigue escapar y desde ese momento seguimos a través de sus ojos el día a día de la Resistencia y su lucha contra la ocupación alemana.

 

Como en todas sus películas, el peso de los actores es fundamental –Jean-Pierre Melville sabía lo que se hacía elaborando los castings–. En El ejército de las sombras destaca el trabajo de Lino Ventura, quien llevó a cabo una de las mejores actuaciones de su carrera. En la que fuera segunda y última colaboración con el director, el papel parecía estar hecho a su medida. Pero no fue la única estrella que brilló. La excelente actriz Simone Signoret dio vida a un personaje fascinante cuya mirada tenía un lenguaje propio que el espectador descifraba de manera natural y sin esfuerzo.

Círculo rojo (Le cercle rouge, 1970)

“Cuando dos hombres, incluso si lo ignoran, están destinados a encontrarse un día, cualquier cosa puede pasarles y pueden seguir caminos divergentes, pero cuando llegue el día, inevitablemente serán reunidos en el círculo rojo”. Esta película nace bajo la premisa de esta cita budista surgida de los versos del religioso indio Ramakrishna. La cita, como ya ocurrió en El silencio del un hombre, aparece durante los títulos de crédito iniciales marcando el destino ineludible que espera a los protagonistas del filme.

Bajo una narración casi onírica conocemos a los tres personajes que habrán de encontrarse fatídicamente dentro del círculo: Vogel (Gian Maria Volonté), Mattei (André Bourvil) y Corey (Alain Delon). Dos ladrones, un policía y una persecución en espiral hacen de esta cinta un espectáculo perfecto, una envolvente intriga policial en la que la dirección de los actores demuestra el rigor con el que Melville desempeñaba su trabajo.

Crónica negra (Un flic, 1972)

Esta película, considerada obra menor por la crítica, cierra la filmografía del genio francés. Destaca, por supuesto, por ser auténtico Polar, cine policíaco de intriga frío y seco; pero sobre todo, destaca por ser una idea que surge íntegramente del intelecto del director. Cero adaptaciones, cero colaboraciones en la creación del guión.

Se trata de una historia clásica de policías y ladrones que cuenta el robo a un banco. Volvió a contar con la fría mirada de Alain Delon, pero esta vez, como policía, no como criminal; demostró que su registro como actor era amplio. Catherine Denueve y Richard Crenna acompañan a Delon y terminan de perfilar la atmósfera hostil del filme. Una voz en off, como ya ocurriese en anteriores películas, hace de hilo conductor de una trepidante investigación que enfrenta a dos viejos amigos, cada uno a un lado de la ley.

En Crónica negra vuelven a aparecer confidentes y chantajes que salpican al cuerpo de policía, y es que en las películas de Melville ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos. Esta manera de humanizar a los personajes y de dotarles de profundidad psicológica y dualidad es lo convierte a esta cinta en un deleite para el espectador.

Melville inmortal

Jean-Pierre murió el 2 de agosto de 1973, cuando contaba sólo con 55 años. Estaba preparando la adaptación de una novela de André Mairaux que jamás llegó a terminar. Es inevitable preguntarse cómo habría evolucionado la carrera de un director brillante que contaba con una experiencia vital y profesional tan dilatada, sobre todo a las puertas de una década que abría numerosas posibilidades en cuanto a técnica para innovar en el cine.

Nos dejó una obra hermética pero apasionante de la que han bebido numerosos directores actuales, lo que demuestra la magnitud de su trabajo. Dejó claro que se podía hacer cine de otra manera y que podía hacerse partiendo con muy pocos recursos. Pero lo que realmente diferencia a Melville de otros realizadores es el haber moldeado un subgénero y haberse convertido en su máxima representación.

Afortunadamente, su obra lo ha convertido en una figura inmortal; podemos revisitarla tantas veces como queramos y, sí, seguro que cada vez que lo hagamos nos resultará fresco y estimulante. Qué alivio pensar que sus silencios y sus sombras son ya nuestros para siempre.

 

Para la redacción de este artículo y del que lo precede se ha consultado la siguiente bibliografía que recomendamos para profundizar en el universo melviliano:

  • Jean-Pierre Melville. Sombras y silencios. Albert Galera, Editorial Rosetta.
  • Jean-Pierre Melville. Crónica de un Samurái. José Francisco Montero, Shangrila ediciones.
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Monográficos Cine francés

Melville (Volumen I): llamadme Jean-Pierre

Nos sumamos al homenaje que el Festival de Cine Francés de Málaga rindió a Jean-Pierre Melville el pasado octubre en su XXIV edición con un monográfico en dos volúmenes dedicado a uno de los directores más brillantes de la historia del cine europeo.

Todos los directores de cine tienen el mismo sueño. Anhelan crear con total libertad y dar con el equilibrio perfecto entre lo artístico y lo técnico; buscan trascender a través de su obra y, por supuesto, hacer historia. Pero no todos pueden ser Fellini o Bergman, claro. Sólo unos pocos cuentan con la disciplina, el talento y, sí, la obsesión necesaria para ello. Es el caso de Jean-Pierre Melville, una rareza en el panorama cinematográfico francés de los 50. Fue un cineasta autodidacta, creó su propio estudio de cine y terminó siendo todo un referente del género policíaco europeo.

Para los chicos de la Nouvelle Vague Melville fue una especie de gurú o padrino en el que inspirarse. No tanto por sus películas, que no casaban en absoluto con el estilo que adoptó la nueva ola, sino por la libertad y la radicalidad de las que el director hacía gala. Tanto es así que en 1960 Godard le propuso un breve cameo en Al final de la escapada (À bout de soufflé). En la escena que rodaron juntos el maestro galo aparece, cómo no, con ese sombrero convertido en icono y sus inseparables gafas de sol. Inspirándose en el ruso Navokov interpreta el papel de Parvulesco, un escritor de éxito que está dando una rueda de prensa al aire libre. Entre los periodistas que le lanzan una pregunta tras otra observamos a una prudente Jean Serberg. “¿Cuál es su principal ambición en la vida?”, le pregunta la chica. El escritor se quita las gafas y mirándola directamente contesta: “volverme inmortal y, después, morir”.

Lo más probable es que esta respuesta la improvisara al margen del guión original de Chabrol y Truffaut, que seguro estarían encantados con tal licencia. Y también es probable, o al menos es lógico pensarlo, que tal ambición fuese la del propio Melville y no sólo la del personaje que interpretaba. Sea como fuere, lo consiguió. Alcanzó la inmortalidad con los trece largometrajes que componen su filmografía.

Chez Melville

Ante todo, Melville fue un cinéfilo declarado. En su infancia estuvo obsesionado con Keaton, Chaplin y Lloyd. Pero cuando el cine se volvió sonoro algo cambió para el joven Jean-Pierre y la única realidad que le interesaba era la que se proyectaba en la pantalla. Todo cuanto hacía era ver más y más cine. Totalmente abducido, absorbió tanta información durante esos años que para cuando debutó con El silencio del mar (Le silence de la mer) en 1949 ya tenía muchos más conocimientos a nivel técnico que cualquier director en activo en toda Francia.

“Cada vez que veo una de mis películas de nuevo, entonces y sólo entonces puedo ver lo que debería haber hecho” – Jean-Pierre Melville.

Pero no tuvo más remedio que renunciar a su pasión cuando le llamaron a filas en el 37 para, tres años más tarde, vivir en primera línea la invasión nazi. El largo tiempo que pasó en la Resistencia y su experiencia directa con la violencia fueron cruciales a muchos niveles para él, y se refleja sobre todo en los primeros años de su carrera fílmica -como veremos en la segunda parte de este monográfico-.

Fue durante esos años cuando decidió abandonar para siempre el apellido familiar heredado, Grumbach, y adoptar el del autor de Moby Dick, por quien sentía especial devoción. Melville, el director, buscaba obsesivamente la perfección en el desarrollo de sus películas. Por ello resulta casi natural asociar esta obsesión con la del infatigable Capitán Ahab por la gran ballena blanca de la historia de Melville, el escritor.

Melville Productions presents

Pero el cambio de apellido no fue la única decisión importante que tomó durante estos años: quería montar sus propios estudios de cine y trabajar con total libertad creativa. Se aferró a este nuevo objetivo vital y cuando terminó la guerra, después de algunos encontronazos con el sindicato de técnicos cinematográficos y comprobar lo difícil que era obtener producción para sus películas, decidió formar su propia productora. Melville Productions creció y el director, por supuesto, no se conformó solo con su sello. Fundó por fin sus propios estudios y así comenzó su carrera. Sin duda, una de las más singulares de la historia del cine europeo. Desafortunadamente y para desesperación del realizador, un incendio destruyó todo su imperio. Dicen las malas lenguas que tal vez ese fuego fuera intencionado, ya que el carácter de Melville, tan inaccesible y soberbio, le hizo ganarse algún que otro enemigo en el mundillo.

Sin embargo, sólo le tomó un año recuperarse y retomar sus proyectos. En total realizó catorce películas. La primera de ellas consistió en un corto llamado 24 horas en la vida de un payaso (24 heures de la vie d’un clown, 1946) que funcionó como una especie de extraño prólogo a su obra en el que el director rendía un nostálgico homenaje al mundo del circo, que tan importante fue para él durante su infancia más temprana. Pero el tono del corto no funcionó muy bien para el exigente director. Se prometió a sí mismo que en el futuro se ceñiría a una narración más fría y hermética; y lo hizo sin ninguna transigencia hacia lo sentimental.

Un universo singular

Y cumplió su promesa. Tras el fiasco del cortometraje Melville perfiló su hermético estilo y jamás lo relajó. Se puede observar en su filmografía que las escenas de amor, prácticamente, brillan por su ausencia y las connotaciones sexuales son anecdóticas. La comedia, ni que decir tiene, era algo que en absoluto tenía cabida en el imaginario fílmico del cineasta.

“Una escena de amor, con un hombre y una mujer en la cama, es difícil de filmar y todas las que he visto están mal filmadas. Por eso yo no las ruedo nunca.” – Jean-Pierre Melville.

Sobre todo dos elementos influenciaron la obra de realizador por encima de otros: la literatura universal, que recibe numerosos guiños y adaptaciones en sus películas, y el noir norteamericano de los años 30 y 40 que consumía compulsivamente. Por algo era conocido como “el más americano de los realizadores franceses y el más francés de los realizadores americanos”. Jamás abandonó la influencia estética del cine clásico de Hollywood, aunque tampoco perdió nunca el respeto por las convenciones narrativas francesas. Como buen maestro del cine Polar, logró el tándem perfecto entre los dos mundos.

Los hombres que amaban a Melville

Llama la atención el hecho de que el universo melviliano es eminentemente masculino. Desde luego, los personajes femeninos han tenido cabida en su repertorio. Por ejemplo en filmes como Los niños terribles (Les enfants terribles, 1950) o Léon Marin, sacerdote (Léon Marin, pêtre, 1961) están protagonizados por mujeres de carácter, activas y fuertes. Pero a grandes rasgos sus personajes principales son siempre masculinos. Generalmente se trata de hombres infranqueables, lacónicos, solitarios, introvertidos, pesimistas, alcohólicos… y es que Melville exploró como nadie a esas balas perdidas del hampa más cruel que habitan al margen de la ley y se mofan del orden establecido.

“El vestuario del hombre tienen una importancia capital en mis películas, estoy muy ligado al fetichismo del vestuario. El vestuario de una mujer me importa menos.” – Jean-Pierre Melville.

Trabajó a menudo con actores desconocidos, pero también con verdaderas estrellas del momento como Henri Decae, Jean-Paul Belmondo o Alain Delon, a lo que se acostumbró pronto y llegó a considerar a las celebridades cocreadoras de sus películas. Sin embargo, al igual que ocurría con Stanley Kubrick, otro pez gordo del celuloide, Melville tenía cierta fama de maltratar a sus actores y llevarlos al extremo. No obstante, llegó a declarar que para él era “preciso que los actores se sientan bien en una película, esto es indispensable”. Pero lo cierto es que en su –enfermizo– afán por alcanzar la perfección a menudo el trato hacia estos era despótico y desagradable.

Un sello inconfundible

Es incuestionable la rigurosidad técnica que exhibía el parisino en sus obras. El realizador hacía las veces de coreógrafo: cada movimiento que aparecía en la pantalla estaba profundamente estudiado. Nada era improvisación ni casualidad. Los encuadres de los planos siempre lograban sacar los mejor de los actores, pero también del set. Esto, junto con la voz en off que a menudo guía al espectador a lo largo de la película, genera una atmósfera del todo magnética capaz de atrapar a cualquiera con un mínimo de sensibilidad artística.

La iluminación, la cámara en mano, los jump cuts en la edición… Melville dirigía de manera extraordinaria. Este hecho se apreciaba a través del trabajo de su equipo de intérpretes. Al parisino le encantaba el underplay, es decir, que los actores no expresaran nada con el rostro, salvo el comportamiento, para añadir así misterio a la gestión del personaje. Hace falta ser muy buen actor para resolver una técnica así de compleja y con tantos matices, pero también es necesario ser muy bien dirigido para conseguir brillar con ella.

Consejo para cinéfilos

Hoy hablamos de ese tipo de director del que uno podría elegir cualquier película de su filmografía y acertaría. Directores contemporáneos tan dispares como Pedro Almodóvar, Nicolas Winding Refn, Carlos Vermut, Quentin Tarantino o John Woo, por mencionar sólo a unos pocos, han manifestado abiertamente la admiración que sienten hacia el director galo y la influencia que sus películas, especialmente las de gánsteres, han tenido en ellos.

Que profesionales del cine que rozan la genialidad en estilos tan diferentes tengan como punto de referencia común la obra del francés sólo puede significar una cosa: Melville es bueno. Realmente muy bueno. Por eso, cinéfila, cinéfilo: si todavía no has visto ninguna sus películas tienes que hacerlo cuanto antes. Todo lo que tienes que saber sobre cine está en sus películas. Déjate seducir por todo lo que el tipo de sombrero y gafas oscuras tiene para ti.

 

Para la redacción de este artículo y del que lo continúa se ha consultado la siguiente bibliografía que recomendamos para profundizar en el universo melviliano:

  • Jean-Pierre Melville. Sombras y silencios. Albert Galera, Editorial Rosetta.
  • Jean-Pierre Melville. Crónica de un Samurái. José Francisco Montero, Shangrila ediciones.
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Cine canadiense Monográficos

Edipo inspirado: la obra de Xavier Dolan

Arrogante, superficial, genial, excesivo, pretencioso… son sólo algunos de los adjetivos que se han utilizado para definir al cineasta franco-canadiense Xavier Dolan (Quebec, 1989). Su obra no se presta a la unanimidad de opiniones: amas su cine o lo odias. Abanderado LGTBI y amante de la cultura pop de los 90, este joven talento creció delante de una cámara y nunca más se separó de ella. Escribe, produce, dirige y, en ocasiones, protagoniza sus películas. Con sólo 29 años acaba de dar el salto a Hollywood con el estreno de su séptimo trabajo, La vida y muerte de John F. Donovan (2018), para lo que se ha rodeado de la élite del star system americano.

Su obra gira en torno al amor en todas sus vertientes: maternofilial, fraternal o romántica. Y siendo este el gran leitmotiv de sus películas, los personajes que nos ofrece no se salvan a través de él, sino que los condena, los maltrata y los destruye. El director se siente cómodo explorando las relaciones familiares y apela a los espectadores a través ellas porque casi todo el mundo conoce y sufre en su propia piel a la familia. Lo que Dolan nos muestra en la pantalla nos concierne irremediablemente y él nos lo ofrece sin mesura.

“Prefiero ser referido como un joven talento precoz de Quebec a no ser referido en absoluto”

— Xavier Dolan

Los apegos feroces.
De cómo ajustar cuentas con la madre.

La figura de la madre es un elemento omnipresente en la obra del quebequés. Con ella inicia su carrera presentando en Cannes su ópera prima Yo maté a mi madre (2009), película con un alto contenido autobiográfico, que narra la convulsa relación entre Chantal (Anne Dorval) y su hijo Hubert (Dolan) de 16 años. La madre no entiende al hijo, tan pasivo y hermético; el hijo odia a la madre, tan exasperante y simplona. Aunque la película parte de una premisa sencilla, los personajes, a pesar de los gritos, desarrollan diálogos mordaces y los ubica en el centro de una atmósfera cargada de magnetismo y profundidad psicológica.

El cineasta deja claras cuáles van a ser sus intenciones como director en este debut. Personajes intensos, una estética vintage rayana en lo kitsch, momentos musicales casi épicos, primeros planos dramáticos en blanco y negro, continuos guiños a la literatura y a las artes plásticas; sólo hay que ver el homenaje que Hubert y su chico dedican a Pollock mientras pintan una pared y se besan apasionadamente en stopmotion.

En su cuarta película, Mommy (Premio del Jurado en Cannes, 2014), vuelve a sumergirnos en una relación madre-hijo aunque desde una perspectiva más madura y más benevolente. La magnífica Anne Dorval vuelve a ser protagonista representando a Diane, madre de Steve (Antoine-Oliver Pilon) en un Canadá ficticio donde los padres pueden ceder la custodia de los hijos problemáticos al Estado. Aunque Steve sufre TDAH y su comportamiento es impulsivo y violento, Diane decide que su amor por él será suficiente para salvarlo, aunque finalmente no lo sea. Ambos encuentran apoyo en Kyla (Suzanne Clément), una vecina que resulta ser el contrapunto perfecto en este triángulo tan lleno de traumas y dolor.

La mayor peculiaridad de Mommy es el formato en el que está rodada (1:1). La pantalla se convierte en un elemento narrativo más que se sincroniza con los personajes expandiendo y cerrando el campo de visión en función de sus emociones. Gracias a este recurso Dolan consigue erizarnos la piel a ritmo del Wonderwall de Oasis en una de las escenas más deslumbrantes de su obra.

El amor nos hará libres (o no).
De cómo lidiar con la frustración del amor romántico.

En Los amores imaginarios (2010) nos sumergimos hasta el fondo de un excéntrico triángulo amoroso compuesto por Marie (Monia Chokri) y Francis (Dolan), amigos del alma, que se enamoran perdidamente del escurridizo y ambiguo Nicolas (Niels Schneider). La competición entre Marie y Francis por conseguir su atención roza lo ridículo a través de peleas en pleno bosque, miradas afiladas o rituales de belleza previos a la cita a cámara lenta con el Bang bang de la italiana Dalida de fondo. Pero Dolan es un esteta nato y hace de lo cotidiano extravagancia y la comicidad, entonces, se convierte en puro lirismo. Voilà.

Si en la anterior el amor era imaginario, en Laurence Anyways (2012) es demasiado tangible. Dolan continúa explorando las relaciones amorosas y la sexualidad a través de la historia de Laurence (Melvil Papaul), mujer transgénero en busca de su identidad, y su novia Fred (Clément). En casi tres horas de duración, el director condensa toda una década vivida por sus protagonistas. Una epopeya narrada a través de encuadres preciosistas, color explosivo y momentos musicales cercanos al videoclip. Al mismo tiempo, consigue exprimir al máximo la energía de los dos actores principales y el resultado es un drama romántico tan bello como triste pero, por encima de todo, singular.

Los demonios internos.
De cómo luchar contra la culpa.

El  largometraje de su filmografía está basado en la pieza teatral de Michel M. Bouchard Tom en la granja (2013) y es, sin duda, el que más difiere del resto de su obra. Sin renunciar a su estilo ni a su sensibilidad estética, el director nos sumerge en una  atmósfera oscura y húmeda cercana al thriller psicológico y con elementos del noir. Tom (Dolan) llega al pueblo de su difunto novio para asistir a su funeral. Allí descubre que la madre (Lise Roy) y el autoritario hermano (Pierre-Yves Cardinal) de su pareja ignoraban su homosexualidad y nunca habían oído hablar de él. Atrapado por la presión de la familia y su propio dolor, como en una especie de Ángel exterminador rural, Tom no puede abandonar la granja. En este contexto la construcción de los personajes, que luchan continuamente contra sí mismos y su sentimiento de culpa, adquiere una mayor profundidad. A partir de esta película empieza a advertirse una evolución narrativa en el trabajo del director, que cambia de registro y se aleja de los melodramas anteriores.

En su cuarto filme, Tom en la granja, se advierte una evolución narrativa en el trabajo del director, que cambia de registro y se aleja de los melodramas anteriores.

Ya nos advirtió Tolstoi aquello de la singularidad de las familias desgraciadas. Que todos arrastramos el dolor de la nuestra lo vuelve a dejar patente Xavier Dolan en su sexta película Sólo el fin del mundo (2016), adaptación de la obra de teatro homónima de Jean-Luc Lagarce. En ella, un escritor (Gaspard Ulliel) vuelve a la casa familiar después de 12 años de ausencia y breves postales esporádicas para anunciar su muerte. Sin embargo, el peso de la culpa, de lo que no se dice y de lo que se dice a gritos, desborda la situación en un clima asfixiante propiciado por los continuos primeros planos en los que encierra a los protagonistas y que desnaturalizan la interacción entre ellos. En este film, gran premio del Jurado en Cannes, el joven director se rodea de grandes nombres para dar vida a sus personajes (Lèa Seydox, Marion Cotillard, Vincent Cassel) y los conduce hacia situaciones de histeria desmesurada mezcladas con grandes momentos musicales, tal y como nos tiene acostumbrados. Esta película quizás sea la película más Dolan de todas.

Con todos los altibajos propios de una carrera precoz, casi apresurada, la realidad es que Xavier Dolan tiene una mirada tan provocadora desde sus inicios que sólo cabe esperar sus próximas entregas con la ilusión de ver cómo tratará de superarse a sí mismo una y otra vez. Cómo seguirá abordando el drama, la familia o el amor. Y con qué música va a tranquilizarnos y decirnos que, pase lo que pase, para cada momento siempre existirá la canción perfecta.

Todos los films de Xavier Dolan están disponibles en Filmin, y han sido editados en España por Cameo.

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